El silencio se rompe con el sonido rasposo de páginas volteadas apresuradamente. Alastor devora el texto con la mirada, su expresión volviéndose más severa, su ceño frunciéndose con cada línea que sus ojos recorren. Al principio, su incomodidad se manifiesta solo en un gruñido bajo, pero a medida que avanza, el sonido se torna más áspero, más profundo, casi una amenaza que reverbera en el aire. Llega a la última página. Y entonces ocurre algo terrible. Su rostro se transforma en una mueca grotesca, una distorsión antinatural de ira pura. Sus dientes se muestran, sus ojos se abren más de lo debido, su mandíbula parece tensarse hasta el límite de lo posible. De pronto, cierra el libro con una fuerza tal que el impacto resuena como un disparo en el cuarto. Sin pensarlo, lo lanza con toda su

