Así que, con el corazón latiendo con la fuerza de un tambor de guerra y los pensamientos enredados como ramas secas sacudidas por el viento, me preparo para lo que está por venir. La carta aún tiembla entre mis dedos, tibia por el calor de mis manos, pero también por el peso invisible de su contenido. La tinta, ennegrecida por el tiempo, ha encendido en mí un fuego dual: miedo, sí, pero también una valiente resolución que brota desde lo más profundo de mis huesos. Es ese tipo de valentía que no nace de la ausencia del temor, sino de la necesidad de avanzar a pesar de él, como una llama que insiste en arder incluso entre las cenizas del pasado. Estoy decidida a seguir el llamado que aquella carta ha susurrado a mi alma, sin importar cuán sombrío o incierto sea el sendero por delante. Mis o

