La tela se deslizó por su piel como agua, acumulándose en un montón de seda a sus pies. Mar se quedó allí, gloriosamente desnuda frente a mí, con un aire de triunfo evidentemente dibujado en su expresión. Su piel tenía el tono dorado del atardecer en verano, iluminada sutilmente por la luz que se filtraba a través de las cortinas. Un cuerpo esculpido por los años pero mantenido con esmero, una amalgama de fuerza y suavidad.
—Guau — exclamé sinceramente. La había visto desnuda un millón de veces, pero siempre me impactaba.
—Gracias — contestó socarronamente—. ¿Reto esta vez?
—Sí, reto.
—¿Te has masturbado pensando en mí?
La pregunta me cayó como un rayo, y por un momento me quedé completamente paralizado, sin saber cómo responder. La sorpresa debió verse reflejada en mi rostro porque M
