Capítulo 6

2573 Words
Narra Liam Dejo caer la carpeta sobre mi escritorio con más fuerza de la necesaria. El sonido resuena en el silencio de mi oficina y no necesito levantar la vista para saber que Sara está allí, justo afuera de la puerta, probablemente con otro itinerario perfectamente organizado en sus manos. —Pasa —grito sin levantar la mirada del montón de papeles esparcidos por mi escritorio. La puerta se abre con un crujido y entra Sara, toda eficiencia y aplomo. Lleva dos semanas conmigo, absorbiendo el caos de mi agenda como una esponja. Se acomoda las gafas y coloca una pila ordenada de documentos delante de mí. —Tus llamadas están programadas para la tarde–dice con voz firme mientras marca cada cita con su bolígrafo—.Y he ordenado tus correos electrónicos: las respuestas urgentes están marcadas. —Bien —murmuro, sin mirarla todavía. No puedo permitírmelo. Ya es bastante malo que perciba el olor de su perfume floral, de esos que son sutiles pero que de alguna manera llenan la habitación y me recuerdan... Apago el pensamiento antes de que se apodere de mí. —¿Le has dado seguimiento a Harrison para hablar sobre los detalles de la fusión? —le pregunto, finalmente mirándola a los ojos. Hay un indicio de algo allí, un destello fugaz de incertidumbre que ella oculta casi de inmediato. —Lo haré a continuación–responde ella, las palabras rápidas, pero su tono no vacila. —Sara —suspiro, reclinándome en mi silla y pellizcando el puente de mi nariz—. Te pones nerviosa con demasiada facilidad. Esto no es un juego. Tienes que establecer prioridades. Ella frunce el ceño, se forma una ligera arruga entre sus cejas y tengo que apartar la mirada otra vez. Maldita sea, ¿por qué tiene que ser tan… convincente? —Estoy al tanto de todo, Liam —afirma. Noto que aprieta los puños a los costados, una señal reveladora de que está conteniendo su frustración—. Me ocuparé de Harrison antes de que termine el día. —Bien—mi voz suena más áspera de lo que pretendía, pero es mejor así. Es mejor mantenerla a distancia, para recordarme que es mi asistente, nada más. —¿Algo más? —pregunta, escudriñando mi rostro con la mirada en busca de algo que no pueda dejar que encuentre. —No. Eso es todo. —Está bien —asiente y se da vuelta para irse, con los hombros firmes y pasos pausados. —Sara—el nombre se escapa de mis labios antes de que pueda detenerlo, y ella hace una pausa, mirándome. Debería decir algo más, disculparme tal vez, pero las palabras se me quedan atascadas en la garganta. En lugar de eso, simplemente asiento, descartándola. Ella se va, cerrando la puerta suavemente detrás de ella, y me quedo con el eco de mi propia terquedad. Me digo a mí mismo que la estoy presionando por su propio bien, para que sea mejor en su trabajo. Pero en el fondo, una parte de mí sabe la verdad: estoy tratando de resistir la atracción que tiene sobre mí, el deseo no deseado que se está abriendo camino bajo mi piel—.Concéntrate, Liam —murmuro mientras me paso una mano por la cara. No puedo permitirme distracciones. Ni de Sara, ni de nadie. *** Unos días después, cuando regresaba de almorzar con un cliente, recibí una llamada de uno de mis amigos más ricos, un jugador de béisbol de Atlanta que seguramente estará en algún tipo de problemas. Contesto y digo con voz suave: —Liam Nolan. —Liam, soy Derek. Tenemos un problema aquí en Atlanta —responde apresuradamente. La voz suena apresurada, teñida de aprensión, y casi puedo imaginarme a Derek Turner, uno de mis clientes más destacados, caminando de un lado a otro por el piso de alguna opulenta mansión. —Háblame— le digo, caminando hacia el vestíbulo que está debajo de Aegis. —Se trata de la esposa de otro jugador... Hay un escándalo en marcha y podría estallar en cualquier momento. Te necesito aquí, hombre. —Entendido—respondo, reorganizando mentalmente mi semana— .Tomaré el próximo vuelo. —Gracias, Liam. Eres un salvavidas. La línea se corta justo cuando cruzo las puertas del ascensor en el piso superior, y le doy un golpecito a Sara en el hombro mientras regreso a mi oficina. —Sara, entra aquí. Unos momentos después, la puerta se abre con un suave silbido y ella vuelve a entrar en mi oficina; su presencia es a la vez inquietante y esencial. –¿Llamaste? –Cambio de planes—no levanto la vista de la pantalla—.Necesito que me reserves un vuelo a Atlanta mañana a primera hora—. Encuentro un hotel cerca de nuestras oficinas en Atlanta y despejo mi agenda para los próximos tres días. —Enseguida—hay un ligero temblor en su voz, pero cuando levanto la vista, está muy seria— ¿Necesitarás algo más mientras estés allí? —Asegúrate de que el servicio de autos esté disponible las 24 horas. Y… —me detengo, al darme cuenta de que estoy a punto de agregar «que sea discreto». Pero con Sara, es un recordatorio innecesario; ella sabe cómo opero. —Entendido. ¿Algo más? —tiene un bloc de notas preparado y un bolígrafo en la mano, lista para capturar cada detalle. —Concierta una reunión con Harrison antes de que me vaya. Hay que mantenerlo informado—la observo mientras toma notas, con el ceño fruncido por la concentración. —Considera que está hecho—asiente con firmeza y luego duda— ¿Necesitarás algo más específico de mí mientras estás fuera? —No sé... ¿Tal vez deberías dejar de hacer tantas preguntas, Sara? —levanto una ceja y hay un dejo de irritación en mis palabras. Su minuciosidad es parte de lo que la convierte en una excelente asistente, pero ahora mismo me saca de quicio. Cada pregunta que me hace es como un pequeño pinchazo a mi ya escasa paciencia. —Sólo intento anticipar tus necesidades— responde ella, con un tono tranquilo pero con una mirada que delata un destello de desafío. —Anticípate en silencio—es un golpe bajo, pero no puedo evitarlo. Cuanto menos me relaciono con ella, mejor puedo controlar los impulsos peligrosos que despierta en mí sin darse cuenta. —Entendido—aprieta la mandíbula, pero no discute. En cambio, se da la vuelta y me deja luchando con el conflicto que ruge en mi pecho: la necesidad de distancia profesional en pugna con la atracción del deseo prohibido. Vuelvo a concentrarme en el ordenador y trato de volver a centrarme en los contratos que tengo delante. Mis pensamientos son un caos confuso, Sara.Su presencia aún persiste como un regusto. El clic de la puerta indica su regreso y mi frustración alcanza su punto máximo. —Sara —comienzo a decir sin molestarme en disimular mi enojo mientras me doy la vuelta en la silla para mirarla—. Creí que me había expresado con claridad... Sus ojos están muy abiertos y son serios. Demasiado serios. —Solo necesito confirmar el vuelo a Atlanta. Prefieres el asiento de la ventanilla, ¿verdad? Y querrás quedarte en el asiento de siempre... —¡Basta! —la palabra rebota en las paredes de mi oficina, con más fuerza de la que pretendía. Corta el aire y, por un momento, veo que algo parpadea en su expresión. ¿Dolor? ¿Miedo? No lo sé exactamente, y odio que me moleste... pero necesito dejar claro que no puede seguir interrumpiéndome de esta manera. O tal vez sólo la quiero sola. Quizás me guste intimidarla—.Cierra la puerta —le ordeno, interrumpiéndola a mitad de la frase. Mi voz es seca, mi paciencia está al límite. Hace una pausa, abre los labios como para protestar o hacer una pregunta, pero luego asiente con la cabeza de forma casi imperceptible. El clic de la cerradura cuando la cierra parece resonar en el repentino silencio que se produce entre nosotros. Me aparto del escritorio y la silla de cuero protesta. Me levanto antes de darme cuenta de lo que hago, impulsada por una inquietud que no puedo nombrar. Cuando ella se da la vuelta y se aleja de la puerta, ya estoy allí, más cerca de lo que debería. —Liam... —empieza a decir, pero sus palabras quedan incompletas mientras me mira, sorprendida. Su reacción es física, una rápida inhalación que casi puedo sentir contra mi piel. —Sara —digo, y hay un tono en mi voz que no reconozco—. No más preguntas—mi mirada se fija en la de ella, deseando que comprenda sin más palabras la gravedad de la situación.situación, la necesidad de eficiencia, la tensión tácita que ambos fingimos que no existe. —Cierto—su voz tiembla levemente y puedo ver el pulso palpitando en la base de su garganta. Es desconcertante, inquietante. Está demasiado cerca, pero no lo suficientemente cerca. Los ojos de Sara, muy abiertos y con una pizca de miedo (¿o es anticipación?), me miran fijamente. No se echa atrás, no se aleja de la intensidad que nos une en este momento. Sé que no debería estar haciendo esto. Como su jefe, hay límites que juré no cruzar jamás. Pero cuando ella está frente a mí, todos los límites profesionales se difuminan y pierden relevancia. Las fantasías más oscuras pasan por mi mente, cada una más prohibida que la anterior. Me imagino levantándole la barbilla, poniéndola sobre mi rodilla y dándole nalgadas por cada interrupción, por cada pregunta persistente que haya puesto a prueba mi control. Me pregunto si está mojada. Me pregunto qué tipo de sonidos haría si jugara con su coño mientras la azoto. Joder, soy un cabrón enfermo. Mi mano se extiende y mis dedos se cierran alrededor de su brazo con una firmeza que raya en la posesividad. Es un acto alimentado por un deseo puro, una afirmación física del poder que tengo, un poder que deseo desesperadamente ejercer y abandonar al mismo tiempo. Ella jadea y sus ojos se mueven rápidamente hacia donde la estoy tocando—¿Liam? —ahora hay un temblor en su voz, una vulnerabilidad que hace cosas peligrosas para mi autocontrol. Me pregunto si así sonaría cuando suplicara por mi pene, si así sonaría cuando se corriera. No, para. No pienses en eso —Sara—gruño, con un tono de voz que es tanto una advertencia para mí como para ella—. Tienes que entender que no tengo tiempo para tus preguntas. Está excitada. El rubor en su rostro es innegable. Y Dios me ayude, esa comprensión solo alimenta el fuego que arde en mi interior. Es como si estuviera atrapado en un trance, cada pensamiento lógico ahogado por el impulso primario de reclamarla, de hacerla mía de la manera más carnal posible. —¿Vas a castigarme? —las palabras de Sara cortan la neblina de mi deseo. Se muerde el labio, una acción aparentemente inocente que me golpea como un tren de carga. Mi cuerpo reacciona al instante y siento una innegable sacudida de excitación. Es una reacción visceral que no puedo controlar ni ignorar. La imagen de ella inclinada sobre el escritorio, el sonido de sus gemidos, la sensación de su piel bajo mi mano... La visión inunda mi mente con vívidos detalles y la deseo. Quiero follármela aquí mismo, contra la fría superficie de mi escritorio de la oficina, donde cualquiera podría entrar y ver lo que estamos haciendo. —Detente —me ordeno a mí mismo más que a ella, la palabra apenas es un gruñido cuando me doy cuenta de que me estoy poniendo duro. Es la llamada de atención que necesito, la línea trazada en la arena. Éste es territorio prohibido y estoy al borde del desastre. Con los puños apretados, me obligo a retroceder y rodear el escritorio, poniendo una barrera física entre nosotros. Mi respiración sale en ráfagas controladas mientras lucho por recuperar la compostura, lucho por ser el hombre que tengo que ser, no el hombre que quiero ser con ella —.Sal de aquí —digo con firmeza, en voz baja y áspera por el esfuerzo de contenerme. No puedo permitir que esto pase. No puedo dejar que ella vea cuánto la deseo, lo cerca que estoy de romper todas las reglas que me he impuesto—.Sal, Sara. Ahora. No la miro. No puedo. Si lo hago, podría perder el último vestigio de autocontrol que me queda. Sara se endereza, sus movimientos son deliberados mientras se alisa la falda. Parece serena, pero veo las señales. Tiene las pupilas dilatadas, sus mejillas tienen el tono rosado de la excitación e incluso desde esta distancia, puedo notar que sus pezones se han endurecido contra la tela de su camisa. Está claro que está afectada, pero no me mira a los ojos. Ella lo sabe. Mierda , ella sabe lo que casi hicimos… y ella lo quería. —Liam… —comienza, pero la interrumpo con un gesto brusco. –Vete, Sara. El aire está cargado de palabras no dichas, la habitación está cargada de lo que persiste entre nosotros. Es una línea que no podemos deshacer, una campana que no podemos hacer sonar. Ella asiente una vez, apenas perceptible, y gira sobre sus talones. Cuando llega a la puerta, duda, como si fuera a decir algo más, pero luego la empuja y sale. El suave clic de la puerta al cerrarse es como la última nota de una sinfonía sin resolver, que me deja con una sensación de inquietud que no puedo quitarme de encima. Solo cuando escucho el sonido de sus pasos que se alejan, dejo que mi fachada se derrumbe. Mi mano se dirige a la corbata que tengo en el cuello y la aflojo mientras intento calmar el rápido latido de mi corazón. Me dejo caer en mi silla, el cuero fresco contra mi piel acalorada, y cierro los ojos. ¿En qué carajo estaba pensando? Repito el momento una y otra vez (el calor, el hambre, la pura fuerza de atracción) y, con una sensación de hundimiento, reconozco la verdad. No fue sólo un momento de debilidad; fue un error colosal, uno que podría destruir la esencia misma de mi carrera, mi reputación y todo por lo que he trabajado. Ella es mi asistente. No se le permite entrar. Y, sin embargo, durante esos pocos minutos de imprudencia, no me importó. Mi trabajo, mi futuro como abogado, está en juego. Si me descubren acosando a mi asistente… si ella dice algo sobre lo que acaba de pasar… podría tener serios problemas. No puedo perder el control de esa manera. Me paso la mano por la cara y siento la barba incipiente que me pica en la palma. Debería mandarla lejos, transferirla a otro departamento, a otro piso, cualquier cosa para mantenerla a una distancia segura. Sin embargo, incluso cuando el pensamiento cruza mi mente, sé que no lo haré. Porque a pesar de que cada parte racional de mí grita que esto está mal, cada otra fibra de mi ser la desea más de lo que jamás he deseado nada en mi vida. Y tengo miedo porque no sé si tendré fuerzas para resistirme otra vez.
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