A la mañana siguiente, bien temprano, Riley se encontraba pensando cosas no muy amables sobre el sanador cuando este se pasó a ver cómo estaba. Era la primera vez que había podido dormir hasta tarde desde su abducción, y resultaba que el señor Loco Aterrador había decidido que necesitaba echarle un vistazo a su brazo. También había querido echarle un vistazo a unas cuantas cosas más, pero había cambiado de opinión en cuanto Riley le había dado una patada en la entrepierna. No estaba de humor para jugar a los médicos con alguien que le ponía el pelo de punta, así que cuando aquel pedazo de cuero bajito y jorobado había intentado tantearle los pechos, Riley lo había hecho caer de rodillas. ―Sí, señor ―dijo Riley con una enorme sonrisa mientras aquel viejo espeluznante se marchaba cojeando―.

