ZETA (II)

453 Words
El pequeño husky ladraba inquieto mientras el enfermo volvía a levantarse, parecía que ya se le había pasado el desmayo. Pero el perro no se callaba y se movía en mis brazos, tan bruscamente que se me escapó y corrió a los pies del enfermo, que se lo quedó mirando con expresión inexpresiva mientras le ladraba. Di un paso hacia delante, para recoger el perrito, pero mi madre me paró con una mano. El enfermo se agachó un poco, dirigiendo sus manos hacia el husky. El perro le mordió una mano y vi sorprendida como el hombre se quedaba igual, como si no le hubiera dolido el mordisco. Era tan raro, le había mordido, un buen mordisco, estaba sangrando y seguía con esa cara que no denotaba ninguna expresión. El enfermo cogió al husky con sus manos, mientras el pequeño perrito no paraba de ladrar. Estaba muy preocupada por el animal, creía que el hombre lo iba a calmar pero lo que sucedió me dejó sin palabras. Lo mordió. El enfermo al perro. Un mordisco en el cuello, tan fuerte que le desgarró la carne peluda. Un chorro de sangre salió disparado de su cuello y yo grité, no pude evitarlo. Grité y se me salieron las lágrimas. Estaba dispuesta a quitarle el perro de las manos a aquel hombre, el cual seguramente se habría vuelto loco con la herida que tenía. Pero, de nuevo, mi madre no me dejó, me alejó de él, y me empujó hacia el exterior de la tienda de animales, mientras que, el enfermo, tras mi grito, dejó caer al moribundo perrito y se dirigía hacia nosotras con un extraño caminar. Justo antes de salir vi como el otro dependiente se interponía en el camino del enfermo y se llevaba una mordida a cambio. Mi madre casi me llevaba a rastras, yo quería volver a por el pequeño husky, aún había esperanzas para él, pero mi madre me lo impedía. Las lágrimas bañaban todo mi rostro mientras íbamos a paso ligero hacia la salida del gran centro comercial. Bajamos por las escaleras mecánicas y justo cuando íbamos por el segundo piso, se oyeron los gritos. El empezar. El principio de todo. Corrimos hacia la salida pero nos topamos con que todas las puertas estaban cerradas y un puñado de guardias que gritaban que mantuviéramos la calma nos impedía el paso. Cada vez se sumaban más personas en el primer piso queriendo salir, presas del pánico y la confusión. Nadie sabía lo que estaba pasando. Solo tenían miedo y así reacciona la gente ante lo desconocido. Todo se vino abajo demasiado rápido. No sé cómo sigo viva. No sé cómo no he muerto de la tristeza. No sé cómo he sobrevivido al principio del apocalipsis.
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