ZETA (III)

546 Words
Yo solo quería un perrito, un animal de compañía. Es todo lo que siempre había querido, como buena amante de los animales que soy. Pero no. Todo se tuvo que ir a la mierda. Justo el día de mi cumpleaños. Estoy maldita. Las personas enfermaban. Enloquecían. Mordían. Devoraban. Caían. Y se levantaban. Enfermos. La locura invadió el centro comercial, los guardias no debajan salir a nadie, sus motivos tendrían. Todos corrían de un lado para otro, intentando huir de los enfermos, de la locura, de la sangre, de la muerte. Mi madre y yo corríamos hacia el piso inferior, donde se encontraba el parking, por allí también debería de haber una salida. De hecho, todas las personas que aún no habían enfermado, corrían hacia allí. También había guardias protegiendo las enormes puertas cerradas. Pero la locura y el miedo sobrepasó tal límite que conseguimos apartar a los guardias y acercarnos a las puertas. Mientras tanto, los enfermos se acercaban. Eran puertas de garaje y solo podían subirse mediante un interruptor de unas máquinas que se encendían con otro interruptor que solo tenían los guardias y que habían destruido. Todos gritaban en pánico, arremetían contra los guardias, sobretodos los padres que querían sacar de ese infierno a sus hijos. Los guardias gritaban, defendiéndose como podían de los golpes y ataques, que tenían órdenes del gobierno de no dejar salir esa epidemia al exterior. Nadie entendía lo que estaban diciendo, lo que estaba pasando, así que no pararon. Pero no había nada que hacer, no había interruptor, estábamos perdidos. Hasta que un hombre mandó a todos a callar, poniendo orden. Decidieron entre todos intentar levantar las puertas con sus propias manos. Y eso hicieron. Unieron sus fuerzas y, entre todos, levantaron un poco las puertas, hasta un límite en el cual no se podía levantar más porque se bloqueaban. Los enfermos se acercaban. El temor cada vez era mayor. Primero fueron los más pequeños, los niños con menos de diez años. Luego los jóvenes. Ahí estaba yo. Algunos adultos se colaron y las puertas se vinieron un poco abajo pero otros siguieron resistiendo, solo los que, además de sus propios hijos, se preocupaban por los demás. Entre ellos estaba mi madre. Recuerdo salir del centro comercial y gritar a mi madre que saliera. Fui egoísta, la quería conmigo. Pero ella no, siempre ha tenido un alma bondadosa, demasiado empática, por algo era enfermera. Y por ello murió. Fui de las últimas en salir. Los enfermos ya estaban allí y los adultos empezaron a soltar las puertas. Algunos intentaron salir en un acto desesperado pero las puertas cayeron justo cuando pasaban por debajo y los aplastaron por la mitad. Fue lo peor que había visto nunca. Aquellos cuerpos destrozados, aquella sangre y todo esos órganos y vísceras desperdigados. Grité. Grité y grité. Pero no por eso. No. Grité por mi madre. - ¡MAMÁAAAAAA! Para mi sorpresa, obtuve una respuesta. - ¡Corre, Aileen, corre y no confíes en nada ni nadie! ¡Sálvate, Aileen, huye y escóndete hasta que todo haya pasado! Fue un grito de desesperación, seguido de un grito agónico. Las lágrimas bañaban todo mi rostro. Todos habían salido corriendo mientras yo estaba allí fuera, parada, en shock. No sabía cómo reaccionar, simplemente no podía. Hasta que oí un gemido y una mano me cogió el pie izquierdo.
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