Está sentado en la orilla de la cama y observa cada paso que doy, de un lado a otro, en la habitación. —¿Te sucede algo? —inquiere, con tono preocupado—Has estado bastante rara desde que salimos de Miami. —No —le respondo, sin verle a los ojos. No soy muy buena mintiendo o actuando, y no quiero que se dé cuenta de que escuché la conversación que tuvo con Jonathan—. Todo está bien. Cuando paso a su lado, agarra mi mano y me atrae hacia él. Lleva mis manos a su cuello y las suyas hasta mi cintura. —Kimy, mírame —me ordena. No quiero verlo, por eso estoy viendo hacia otro lado. Si lo veo, verá la verdad en mis ojos y no quiero que eso suceda. Pero, insiste tantas veces, que terminó cediendo y llevo mi mirada hasta la suya, haciendo un gran esfuerzo para no evidenciar lo que me atormenta.

