Lo he hecho durante los últimos tres años y, aun así, siempre me agarran los nervios cuando vengo a esta gala o a cualquier otra, de las que Jim me ha llevado. Pensar que puedo resbalar o enredarme en la falda del vestido, y caer de narices en la inmensa alfombra roja, frente a todas esas cámaras y la gente que se amontona alrededor… ¡Ay, Dios! —¡Estás preciosa, mi vida! —exclama Jim, sacándome de los pensamientos que me agobian y que me muestran destinos bochornosos durante mi paso por esa alfombra. —Gracias, mi amor —le sonrío, me inclino y deposito un casto beso en sus labios. —¡Salud! —dice, haciendo chocar su copa, llena de fino champán, contra la mía y esbozando una sonrisita que me intriga—. Porque esta noche sea tan especial como me imagino. Frunzo el entrecejo al escuchar

