SUSAN —¡Una semana no te da el puto derecho de inmiscuirte en mis asuntos, Christian! —bramé hecha furia, conteniendo el nudo en mi garganta. En verdad había sido un dolor de cabeza desde que salimos de la casa de los Mayers, un verdadero dolor en el trasero y no tenía ni puta idea de como controlar mis lágrimas. Christian no me ayudaba mucho, se había dedicado a interrogarme, reprocharme cosas y presionarme para que le confesara todo, pero yo aún no me sentía lista para hablar. —¿Qué haces… ? —En un ataque de furia, como de esas pocas que le había visto, por no decir nulas, le puso llave a las puertas y se giró molesto a verme. —¡¿Estás loco?! ¡Esto es secuestro, White! ¡No tienes ningún jodido derecho de exigirme nada! —¡Te equivocas! —gritó después de deslizar con rudeza una mano por

