CAPÍTULO 3

1472 Words
¡Esto no puede estar pasando! —¡Te puedes apartar! Él idiota sexy de ojos azules niega desinterasadamente, me mira de pies a cabeza y me hace sentir extraña, pero no incomoda, más bien avergonzada. Estoy sonrojada, y estoy segura que si no fuera por la escasa luz que hay en la habitación, ya lo hubiera notado y lo hubiera aprovechado para fastidiarme. —Yo quería esta cama. —asegura, moviéndose sobre mí, para rozar más su erección a mi centro. Sostengo la respiración, ahogo un gemido y niego. —Sí por mí fuera, dormiría en el sofá para no tener que verte ese horrible rostro. Mentira, está más bueno que la Nutella. Christian suelta una risita lujuriosa. Sus ojos se han oscurecido, su libido ha incrementado y sin ningún permiso, lleva sus labios a mi cuello, dejando un beso húmedo en mi piel, al tiempo que se mueve sobre mi cuerpo para presionar más nuestras partes. Más… me está gustando y quiero más… Es inútil, no puedo negar que las sensaciones que me regalan sus roces por sobre la ropa, me vuelven loca, así que dando media vuelta en la cama, sobre su cuerpo, suelto la almohada y me acomodo sobre su regazo. Dos pueden jugar este juego. Christian sonríe con picardía, mete sus manos debajo de mi vestido y lo sube, tocando sin reparo mis muslos, quemando mi piel con cada toque. No somos exclusivos, pero una noche es solo eso, una noche más, y esta no hará ninguna diferencia. Hasta podría servir para dejar de pensar en él y quitarme las ganas. —Esa es la Susan que quería volver a ver. —Sonríe victorioso, sin imaginar que esa Susan que tanto busca, es el lado que a nadie le gusta de mí, la parte fría que nadie es capaz de controlar. Meto mis manos debajo de su camiseta sport, acarició su abdomen, su pecho duro y me muevo sobre él, uniéndonos sin unirnos del todo, teniendo sexo con ropa, mientras cada uno intenta, pelea, por el control de esta extraña situación. Sonrió, me inclinó al frente y justo cuando estoy por probar sus labios, un ruido fuerte se escucha abajo y creo saber de qué se trata. Esto se pondrá feo. UN DÍA ANTES Por la tarde antes de que el sol caiga completamente, tomo mi auto, un clásico estilo escarabajo que compré hace un par de años en una exposición de automóviles; mi cartera sencilla de color miel y mis anteojos para ver bien el camino y no chocar, y me dirijo una vez más al asilo "Saint Lorence", en donde vivía mi abuela. Se llamaba Susan al igual que yo, murió hace un año, después de padecer alzheimer durante tres años. Ir a ese lugar me hace sentir cómoda, como si de alguna manera sintiera que ella todavía está ahí, esperando a que llegue como cada tarde después de escapar de la clase de filosofía, para llevarle sus adorados buñuelos de mantequilla. —Susan. —apenas llegó me recibe la señora Margo, o mejor conocida como la superiora Margo, la encargada del asilo desde tiempos inmemoriales. —¿Qué te trae por acá a esta hora?. Bajo la cabeza, mirando la bolsa de papel en que sostengo en mis manos, y eso es suficiente para que ella comprenda el porqué de mi repentina visita por segunda vez en el dia. —Mañana no podré venir, quizá la semana próxima tampoco. Haré un viaje y… Vine a despedirme. Junta sus manos al frente con un rosario, toma la bolsa de papel con los buñuelos, y se encamina hacia su oficina, llamándome para que vaya con ella. Es extraño estar acá, solitario, más que todo porque no está ella, y era quien le daba vida a este lugar. —¿Y tus padres? —cuestiona sin detener sus pasos y voltear a verme. Guardo silencio hasta que llegamos a su oficina y puedo sentirme libre de hablar. Coloco mi bolso sobre el escritorio y tomo asiento frente a ella, soltando un fuerte suspiro. —Están de viaje de nuevo, no me han llamado y tampoco espero que lo hagan. —Soy sincera — hace un mes fue la presentación de mi tesis, pero no llamaron para saber si había pasado o no, luego nos hicieron un baile anticipado de graduación para los que habíamos pasado con excelencia y esa noche antes de dormir me di cuenta de que habían subido una foto a sus r************* en Beaumont-sur-mer en Francia, con Amber. —¿Tú prima?. Asiento sin ánimos de hablar de ella. —Ahora que llegué a casa ellos no se encontraban, pareciera que quieren evitarme. —Tú abuela decía lo mismo, pero no creo que sea así… —¿no? Porque con todo respeto, madre, ella tenía razón, no por nada estaba en un asilo. Me mira con un poco de contrariedad al ver mi semblante, aparte de que me he exaltado un poco. Pero aunque ella quiera creer que en mi familia hay solución, todo en ese lugar está más que podrido. La señora de edad suspira, se levanta y me entrega un cuaderno, que según ella, le pertenecía a mi abuela, regresa a su lugar y sonríe, llevando un buñuelo a su boca. —No es bueno guardar rencores, mi niña. Quizá Susan ya no pueda guiarte en vida, pero me dejó de tarea darte esa parte de ella —señala en cuaderno —para que de esa forma sientas que está contigo en el camino que falta. Una lágrima escapa de mis ojos, pero no quiero ser débil, no quiero llorar más, así que la seco con efímero tiempo y me obligo a sonreír, conteniendo el nudo en mi garganta. —Lo haré lo mejor que pueda. —asiento. Me despido de ella, le agradezco y salgo de la oficina, encontrando en mi paso hacia la salida a Henry, el único gran amigo que tuvo la abuela antes, durante y aún hoy, después de su enfermedad y posterior muerte. —Mi pequeña Su. ¿Y los buñuelos que me prometiste?. Suelto una risita y lo saludo, dándole un beso en la mejilla y un fuerte abrazo. Es como un abuelo para mí. —Será mejor que te apures, abuelo, la superiora se los está atragantando en la oficina. El alegre anciano niega indignado y despidiéndose de mí, camina a paso apresurado hacia la oficina. Salgo del asilo, voy a cada y una vez ahí, me encuentro de frente con un chico alto, cabello rubio, ojos grises y tez blanca, esperando en la puerta con un ramo de rosas. Ese debe ser Carlos. Al escuchar la puerta de mi auto se gira, me mira sorprendido y carraspea. —¿Carlos, cierto?. Arruga su entrecejo. —¿Nos conocemos?. —No, soy la prima hermana de Amber, pero ella no está. El chico parece decepcionado, sonríe con tristeza y baja las flores. —Entiendo —me extiende las flores y saca de su saco un anillo de compromiso. En ese momento lo único que pienso es en lo idiota que es mi prima. El sujeto no parece una mala persona, hasta parece triste y dolido. —Se los puedes dar si quieres, si no, quédatelo. —P-pero ella volverá pronto… —No lo creo, cuando se va con un hombre se tarda toda la noche. Soy su mejor amigo, o era hasta ahora. —dice con una falsa sonrisa. ¡Él lo sabía! Por un momento siento un poco de pena, quizá de esas que no debería sentir después de que yo también hago lo mismo, con la diferencia de que yo no tengo muchos novios a la vez. Para mí una noche se olvida al salir el sol al siguiente día. La calle está sola, la carretera está húmeda, seguramente porque ya empieza el invierno, y el asfalto parece peligroso, así que compadeciéndome un poco de él, lo invito a pasar a la casa a tomar algo. El chico pareciera tener la edad de mi prima, cosa que se considera desventaja para él, ya que Amber normalmente sale solo con sujetos mayores, mucho mayores que ella. Nos llevamos a penas por dos años, desde que tengo memoria, siempre ha sido una chica extrovertida, confianzuda y manipuladora, quiero decir algo poner una queja de ella a mis padres, siempre fue un incentivo para que me odiaran más. Así que aquí estoy haciendo lo que ella quiere de nuevo, mintiendo por ella una vez más, y recogiendo los pedazos rotos del suelo, de todas aquellas personas que se cruzaron en su camino. Creo que al final me acostumbré a ser una sombra en este lugar, a no sobresalir más que ella frente a mis padres, y simplemente callar o ignorar, por miedo a su reacción.
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