Capítulo 8 "Tlamamalli"

1987 Words
Peach, Carlos y Debbie, subieron las escaleras y se dirigieron a un cuarto que siempre había estado cerrado hasta ese momento —aquel que Carlos siempre había supuesto que pertenecía a Fernando— resultó ser en realidad de Peach. Era un espacio austero, con apenas una cama sencilla y una mesa de noche. —Bien, aquí estamos —anunció Debbie, sentándose en el borde de la cama con elegancia—. Ahora, ¿quién es ella y por qué tanto secretismo? Peach permaneció en silencio, cruzando los brazos mientras su mirada se clavaba en Carlos, esperando que él comenzara la explicación. Carlos exhaló un suspiro profundo, como si liberara un peso que llevaba cargando desde hacía horas. —Se llama Yoko —hizo una pausa breve, midiendo sus palabras—. Bueno, al menos eso cree ella. —Espera, ¿a qué te refieres? —preguntó Debbie, frunciendo el ceño. —Finge haber perdido la memoria —intervino Peach, con tono escéptico. Carlos se llevó la mano a la frente, exasperado. —No creo que finja —replicó, firme—. Y a ti no te consta. —Claro que no —admitió Peach, sin inmutarse—, pero intento ser cautelosa. Aparece de la nada, ¿por qué? ¿Cómo llegó a ti? ¿Dónde la encontraste? Vamos, dilo. —La encontré en el Bosque de Chapultepec —confesó Carlos. —¿La encontraste? —repitió Debbie, intrigada. —Sí, bueno… no fue exactamente así. Cayó de un avión, y luego la salvé de un robot. Peach guardó silencio. Esos detalles eran nuevos para ella, y algo en esa historia le resultaba perturbadoramente familiar. —Pero, ¿qué hacías tú en el bosque? —preguntó Debbie, con ansiedad. —Un detective me dio una pista y… —¿Un detective? —interrumpió Peach, alerta—. ¿Tienes contactos con la policía? —No, lo encontré… o más bien, él me encontró a mí husmeando en el Zócalo. —¿Te atreviste a volver al Zócalo? ¿Y encima seguiste el consejo de un extraño? —insistió Peach, con incredulidad. —Espera, Peach —intercedió Debbie—. Cuéntanos todo desde el principio. Carlos narró con lujo de detalle todo lo ocurrido desde que salió de la casa del barranco, incluyendo sus emociones y dudas. —Demasiadas coincidencias —murmuró Peach al final. —Sin embargo —agregó Debbie—, hubo un reporte esta mañana sobre un jet que ingresó en el espacio aéreo. Fue noticia, junto con lo de Pípila. Los restos del avión están esparcidos por el Bosque de Chapultepec. La confirmación sorprendió a Carlos, como si por un momento hubiera dudado de su propia memoria. —Dime, Carlos —continuó Debbie, con suavidad—, ¿qué piensas hacer con Yoko? —¿Qué quieres decir? —respondió él, desconcertado—. Solo quiero que recupere la memoria, y cuando esté lista, que siga su camino. —Podrías… no sé, llevarla con las autoridades. Ellos podrían… —¿Bromeas? —la interrumpió Carlos, con un dejo de frivolidad—. No voy a dejar que un ser extraordinario se pierda en la burocracia de este país. —¿Por sus poderes? ¿Quieres que se quede aquí solo porque tiene habilidades que vienen no se sabe de dónde? —Ella es como yo —argumentó Carlos—. ¿Acaso yo soy peligroso? —Lo somos —afirmó Peach con seriedad—. Por eso estamos aislados, incapacitados para socializar. Lo que te hizo especial fue ingeniería de laboratorio, al igual que Karen, Gina y Kocoa. Shade, por ser mitad humana, puede pasar desapercibida, y aún así apuesto a que lucha con su contraparte. No creo que podamos tener amigos reales fuera de este… exclusivo círculo. Las palabras de Peach resonaron en Carlos, aclarando algo que siempre había intuido pero nunca había querido aceptar. Incluso explicaba su difícil relación con Mara. Tal vez Peach tenía razón. Yoko era un riesgo innecesario. —Claro que tengo problemas con mi contraparte infantil —susurró Debbie—. Es difícil controlarme. Sus emociones están a flor de piel, y las situaciones surrealistas en las que me meto por culpa de este maldito anillo… Estuve sola por mucho tiempo. Un silencio denso inundó la habitación. —Aun así —continuó Debbie, con voz más firme—, me sentí tan feliz cuando me di cuenta de que no era la única. Con Fernando y con ustedes, mi vida cambió. Es cierto que estamos en una situación difícil, donde no podemos confiar en nadie con la verdad sobre nuestras habilidades, pero eso no nos impide confiar entre nosotros. Carlos, es posible que Yoko sea una amenaza, así como es posible que su amnesia sea real. Yo te apoyo. Somos especiales, y esa chica también lo es. Solo mantenla bajo estricta vigilancia. Carlos esbozó una sonrisa agradecida, pero Debbie lo detuvo con un gesto. —No me des las gracias. Cuando vuelva a tener trece años, seguirás teniendo a una chica molesta, irritable y celosa detrás de ti, y espero que lo entiendas. A esa edad, me encantaban el los actos generosos. Dicho esto, Debbie se transformó. Su figura adulta se desvaneció en un destello de luz, y en su lugar apareció la forma etérea y juvenil de Devi. —¿Estás loca? —protestó Peach—. ¿Le pedimos que no revele nada y tú te transformas? —Es mi forma de mostrarle mi apoyo a Carlos —declaró Devi, y acto seguido se abalanzó sobre él, rodeando su cuello con un abrazo tan intenso que parecía querer transmitirle un mensaje sin palabras. Carlos permitió el gesto, sintiendo el peso fantasmal pero reconfortante de la chica sobre su espalda. Ella se aferró a él, sin soltar su cuello. Peach, visiblemente molesta, pidió que la dejaran sola. Carlos, con Devi aún a cuestas, abandonó la habitación y bajó las escaleras. La chica fantasma se mostraba insegura, ocultando el rostro en el hombro de Carlos mientras descendían. El ambiente en la planta baja era tranquilo y cordial. Gina meditaba en el centro de la sala, manteniendo el equilibrio sobre un pie con las manos elevadas. Kocoa permanecía absorta en su laptop, y Yoko, sentada en un sillón con las rodillas recogidas contra el pecho, alzó la mirada tan pronto como Carlos apareció. Se levantó de inmediato y se acercó a él con pasos cautelosos. —¿Y entonces? —preguntó Yoko, con un hilo de voz tembloroso. —Entonces —anunció Devi, asomando su rostro por encima del hombro de Carlos—, sé bienvenida. —¿Hola? —saludó Yoko, extendiendo una mano hacia Devi con curiosidad—. Qué extraño… ¿quién eres tú? —Yo soy… —Devi suspiró, como si el esfuerzo de presentarse le resultara agotador— Devi —deletreó lentamente— D-E-V-I. —¿Diosa? —preguntó Yoko, con los ojos brillando de asombro—. Pero resplandeces, como si un aura de luz te rodeara. ¿Cómo lo haces? —Ella es Shade —explicó Carlos, como si eso lo aclarara todo, aunque Yoko seguía sin comprender. —¡Amnesia! —gritó Kocoa, sin apartar la vista de su pantalla. —Soy un fantasma —aclaró Devi—. Soy la misma de antes, solo que… me transformé. O más bien, volví a ser yo. Yoko abrió la boca, incapaz de disimular su fascinación. —Solo quiero que sepas —continuó Devi— que si necesitas algo, cualquier cosa, puedes contar conmigo. —Hablando de eso —interrumpió Kocoa—, creo que ya lo tengo. ¿Vienes? Devi se soltó del cuello de Carlos y flotó hacia la computadora de Kocoa, deslizándose por el aire con gracia sobrenatural. —¡Guau, puede volar! —exclamó Yoko, con admiración. Ella se acercó al grupo reunido alrededor de la laptop, y Carlos, exhausto, se dejó caer en el sillón. Se frotó los ojos con suavidad y bostezó en intervalos, escuchando a las chicas —a excepción de Gina— conversar con creciente fascinación. Poco a poco, el cansancio lo venció, y sin darse cuenta, se hundió en un sueño profundo. Cuando Carlos despertó, la sala estaba sumida en una penumbra azulada. Se incorporó del sillón con un esfuerzo que no era solo físico; una vergüenza sorda le pesaba en el pecho, eco de un sueño del que escapaba con el corazón acelerado. Necesitaba un momento a solas, un respiro, y se dirigió hacia el baño con la mente aún nublada. —¿Quieres que te ayude? —La voz de Yoko surgió de la nada, tan suave como inesperada. Carlos se volvió y la vio acercarse con una sonrisa inocente, casi etérea en la oscuridad. Antes de que pudiera reaccionar, ella extendió los brazos para abrazarlo. —¿Qué haces? —preguntó él, con la voz un poco más áspera de lo que pretendía. Interpretó su gesto como una insinuación, y el recuerdo latente del sueño hizo que su pulso se acelerara. Yoko, en lugar de retroceder, posó una mano en su pecho. Su tacto era liviano, pero para Carlos fue como una chispa. En ese instante, sintió una presencia detrás de él. Era Debbie, con su forma de diecisiete años, surgiendo de las sombras como un espectro elegante y seguro. Se inclinó y depositó un beso en su mejilla, un contacto fresco que contrastaba con el calor que empezaba a invadirlo. Luego, sus labios se acercaron a su oreja, y con un susurro que era casi un zumbido, intentó mordisquear el lóbulo con una ternura que no dejaba de ser provocativa. Mientras, Yoko se aproximaba más, su rostro estaba ahora a centímetros del de Carlos, y sus ojos, grandes y llenos de una curiosidad que parecía ansiosa, se fijaban en sus labios. El aire a su alrededor se cargó de una tensión dulce y pesada. —¿Qué sucede? —murmuró Carlos, pero no se apartó. Una parte de él, la parte adormecida y confusa, se aferraba a esa proximidad, a ese calor humano que tanto le faltaba. —¿Ellas son mi reemplazo? La voz de Mara cortó el momento como un cuchillo. Fría, clara y cargada de una decepción que le heló la sangre. Carlos giró la cabeza hacia el jardín, donde la vio de pie, con los brazos cruzados y una tristeza infinita en la mirada. —Son dignas de ti, eso es seguro —continuó ella, y cada palabra era un golpe sordo—. Ellas sí te conocen… son iguales a ti. La urgencia por alcanzarla, por explicarse, fue un impulso visceral. Carlos salió de la casa de un salto, pero el mundo exterior ya no era el jardín que conocía. Una oscuridad espesa y humeante lo envolvió, un vacío donde cada paso hacia Mara lo hundía más en una bruma irrespirable. Ya no distinguía la casa, ni los árboles, solo la silueta de Mara, cada vez más lejana. Finalmente, llegó a un claro donde la neblina se abría. Allí estaba Mara, pero no lo miraba a él. Sostenía entre sus manos un corazón palpitante, sangrante, y se lo entregaba al demonio de humo, cuya silueta ondulante y ojos vacíos lo observaban con una calma aterradora. —No —quiso gritar Carlos, pero el sonido murió en su garganta. Se despertó de golpe, con un jadeo ahogado. Estaba otra vez en el sillón, sudoroso y con el pecho oprimido. La luz de la sala estaba encendida. Gina continuaba en su meditación, un cuadro de serenidad que contrastaba con su turbación. Kocoa tecleaba en su laptop con expresión impasible. Y Yoko, quizás buscando consuelo o compañía, se había recostado a su lado, dormida. —¿Te encuentras bien? —preguntó Yoko, despertando al sentir su movimiento. Sus ojos entreabiertos reflejaban preocupación. Carlos, sofocado, contuvo el temblor de sus manos y se levantó, poniendo algo de distancia.
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