—¿Carlos? —Yoko entró a la habitación con movimientos cautelosos, como si temiera despertar a una fiera herida.
El joven no respondió. Yacía en su "nido" en el suelo, envuelto en una cobija que más parecía un sudario. Sus ojos estaban fijos en el techo, vidriosos.
—¿Estás bien? —insistió ella, con una voz tan suave que apenas perturbó el silencio.
—No lo sé —logró articular él, con un hilo de voz ronca—. Creo que me salvé... ¿o más bien perdí mi única oportunidad?
Carlos salió de la cobija de un movimiento brusco, como escapando de su propio sudor frío. Se levantó y comenzó a pasearse por la habitación con la agitación de un felino enjaulado. Yoko se sentó en el borde de la cama, observándolo con preocupación.
—Es decir, ¿esa loca me estuvo manipulando todo el tiempo? —escupió con una rabia que le hacía temblar el labio inferior. Un tic nervioso le recorría el párpado izquierdo—. Pero... eso nos habría unido para siempre, ¿no es así? —Lanzó la pregunta a Yoko como un desafío, su voz quebrándose en un susurro cargado de desesperación.
—Un hijo no es la solución —murmuró Yoko, clavando sus ojos en los de él, buscando anclarlo a la realidad.
—¡Exacto! —gritó Carlos, llevándose las manos a la cabeza con tanta fuerza que sus nudillos blanquearon—. ¿Y aún así ella pensó que podríamos tener una vida juntos? —De repente, se calmó, y una sonrisa extraña, casi macabra, se dibujó en su rostro—. Aunque... ella y yo juntos toda la vida. Como una familia normal... —La sonrisa se desvaneció tan rápido como había llegado—. No. Un hijo no es la solución. Mara está loca. Pero... ¿por qué lo hizo? ¿Por mí? No. Era para no irse de aquí. No quería irse. Pero... ¿qué hay tan importante que no se quiere ir? Ella no tiene amigos, y su única familia se mudaría con ella. Entonces, solo quedaría un...
—¿Amor? —sugirió Yoko, completando su pensamiento en voz baja.
—Sí, exacto. Y ese sería yo. Lo hizo por mí... —Su respiración se aceleró, y comenzó a morderse las uñas de forma compulsiva—. A menos que... haya alguien más. Esto es tan confuso...
Finalmente, el agotamiento venció a la adrenalina, y se desplomó en la cama junto a Yoko, con el cuerpo tembloroso.
—Mara debe amarte tanto —dijo Yoko, posando una mano tentadora en su hombro—. ¿Tú la amas?
—La amo —confesó Carlos, con los ojos brillantes por unas lágrimas que se negaba a derramar—. Yo haría cualquier cosa por ella. Iría hasta el fin del mundo por ella.
—¿Qué tal si, en lugar de que ella se quede... tú te mudas con ella?
Carlos no dijo nada. Se levantó como un autómata, caminó hasta el escritorio con paso firme, tomó una hoja y comenzó a escribir con una determinación que helaba la sangre. Cada trazo de la pluma era un clavo en el ataúd de su vida actual. Yoko, comprendiendo la magnitud del momento, salió de la habitación en silencio. Y así, la noche cerró su capítulo sobre la Casa del Barranco.
--- TRANSICIÓN ---
Al día siguiente, Carlos había tomado una decisión. Con la carta firmada en la mano, abandonó su hogar antes del amanecer, sin desayunar, con el uniforme impecable y la mochila al hombro. Su destino: la casa de Mara, antes de que sonara el primer timbre de la escuela.
Ya en el metro, su rostro era una máscara de serena determinación. Nada, absolutamente nada, arruinaría su plan.
O eso creía.
De repente, su HoloPad vibró con una llamada urgente. Carlos se colocó el manos libres con un gesto de fastidio.
—¿Bueno? —respondió, con una voz aún teñida de su resolución matutina.
—Carlos. Tienes problema —una voz femenina, robótica y plana, cortó su euforia.
—¿Qué? ¿Quién habla? —preguntó, la desconfianza tensando su cuerpo al instante.
—Habla PATO. Obtuve actualización de voz —la IA sonaba entrecortada, con bips metálicos que interrumpían su discurso carente de toda emoción.
—¿La actualización no venía con oraciones completas? —preguntó Carlos con un sarcasmo forzado, mientras una gota de sudor frío le recorría la espalda.
—Pone atención. Abre HoloPad —ordenó PATO.
Carlos sacó el dispositivo. La pantalla ya estaba encendida, mostrando una transmisión en vivo de noticias. Las imágenes eran de caos: calles repletas de gente desorientada, muchas personas se agarraban la cabeza, con hilos de sangre escuriendo de sus oídos antes de desplomarse en convulsiones.
"—...cientos de personas reportan ataques repentinos. Las víctimas presentan un dolor insoportable en los oídos, seguido de hemorragia y colapso nervioso. La causa es desconocida, el pánico se extiende..."
—Eso no tiene nada que ver conmigo —masculló Carlos, pero un nudo de hielo comenzaba a formarse en su estómago.
La pantalla cambió abruptamente, mostrando ahora un video granular, filmado desde un celular. En él, la familiar figura del demonio de humo se materializaba en medio del pánico.
"—Más vale que el Zorro y la Minina se muestren —rugió la entidad con una voz que parecía rasgar la realidad—, para enfrentar a mi siguiente campeón. Si no, la sangre de esta ciudad correrá como un río."
Era una trampa. Una amenaza directa y personal. Y Carlos lo supo al instante: si Karen veía esto, correría al enfrentamiento. Un "campeón" con la habilidad de atacar los oídos... era el contrapunto perfecto para la hipersensibilidad auditiva de su hermana. Sería su sentencia de muerte.
Sin pensarlo dos veces, Carlos empujó a la gente a su alrededor. "¡Permiso! ¡Necesito salir!". Bajó del vagón justo cuando las puertas se abrían, y una vez en el andén, rompió a correr. No hacia la escuela. No hacia la casa de Mara. Corrió hacia la salida, y una vez en la calle, sin importar quién lo viera, sus piernas liberaron toda su potencia. Saltó sobre un coche estacionado y de ahí a la cornisa de un edificio, moviéndose con una agilidad sobrehumana, una estela de viento a su paso, con un solo destino en la mente: la Casa del Barranco.
Llegó al patio jadeante, el corazón martilleándole el pecho. Allí estaba Gina, ejecutando sus movimientos marciales con su habitual precisión.
—¡Karen! —jadeó Carlos, agarrándose de las rodillas—. ¿Has visto a Karen?
—Sí —respondió Gina, deteniendo su rutina al notar su estado—. Acaba de entrar. ¿Qué sucede? ¿Hoy no te unirás a la práctica?
Carlos no sabía cómo actuar sin delatarse. Con una sonrisa forzada que le tensaba los músculos faciales, tomó del brazo a Gina con falsa camaradería.
—Lo siento, Gina. Hoy no podré —logró decir, llevándola hacia dentro con una urgencia disfrazada de normalidad.
Dentro de la casa, el aroma a licuado de fresa impregnaba el aire. Yoko y Kocoa estaban en la cocina.
—En un rato más estará el desayuno —anunció Yoko, con energía—. ¡Hoy habrá sincronizadas con un licuado de fresa!
—Excelente —respondió Carlos, con una voz que intentaba sonar calmada pero que le vibraba por dentro—. Muero de hambre.
Al mismo tiempo, sus dedos volaban sobre su HoloPad, escribiendo en letras gigantes y urgentes:
"¿DÓNDE ESTÁ KAREN?"
—Ah, ella está arri... —empezó a decir Yoko, pero Carlos se abalanzó y le tapó la boca con la mano, sus ojos transmitiendo una advertencia desesperada.
Volvió a escribir, esta vez con aún más énfasis:
"SOLO USEN SU HOLOPAD. SILENCIO."
Yoko, con los ojos abiertos por la sorpresa, acercó su propio HoloPad. Kocoa, sin levantar la vista de su laptop, tecleó un mensaje que apareció al instante en las pantallas de Carlos y Yoko, y que Gina pudo ver al acercarse:
"¿Qué sucede, Junior?"
Con los dedos temblorosos, Carlos escribió la respuesta que nonecía sus peores temores:
"ESTO ES UNA EMERGENCIA REAL. EL DEMONIO DE HUMO VOLVIÓ. Y TIENE UN NUEVO CAMPEÓN DISEÑADO PARA MATAR A KAREN."
El mensaje brilló en las pantallas, y en el silencio cargado de la cocina, solo se escuchó el zumbido amenazador del microondas y el latido acelerado de cuatro corazones entrando en guerra.