—Eres poderoso —reconoció, sin rastro de enfado, sino con respeto.
—¡Lo lamento! Discúlpame, pero no debiste interponerte —se disculpó Carlos, consternado.
—Era necesario —respondió Gina, aceptando su mano para levantarse—. Necesitaba comprobar tu fuerza y el poder detrás de tus golpes. —Su tono era calmado, cargado de una sabiduría práctica—. Yo soy fuerte, y por eso necesito control; soy consciente de mis límites. Pero tú... tú eres poderoso. Y quien tiene un poder tan grande debe cultivar un control aún mayor.
—Yo tengo control —replicó Carlos, un poco a la defensiva—. Solo que... no estaba preparado.
Gina sonrió, como si esperara esa respuesta.
—Un árbol que dobla sus ramas con el viento, sobrevive a la tormenta; el rígido, se quiebra. —Su voz era suave pero firme—. Los momentos que verdaderamente prueban nuestro control son aquellos que llegan sin aviso, los que nos toman por sorpresa. —Se puso en guardia de nuevo, con una mirada desafiante pero serena—. Probemos tu control... ahora que sí estás preparado.
Carlos dudó un instante antes de enfrentarse a Gina. No quería lastimarla, así que decidió seguirle el juego como un mero experimento, ajustando su fuerza al nivel de un combate casual. Iniciaron el intercambio de golpes, y Carlos se movió con una contención deliberada, como si estuviera luchando contra sí mismo.
—Ese no es tu verdadero poder —comentó Gina, esquivando con fluidez un directo que Carlos lanzó a media velocidad.
—Es mi control —replicó él, girando sobre su pie para intentar una patada baja, que ella bloqueó con el antebrazo.
—Tu control no consiste solo en aligerar tus golpes —dijo ella, desviando otro ataque y respondiendo con un puño rápido que rozó el costado de Carlos—. Solo te estás volviendo más lento. El control no es restricción, es precisión.
Mientras hablaba, Gina aumentó la intensidad. Sus movimientos se volvieron más rápidos, una sucesión de ataques que obligaron a Carlos a retroceder. Él intentó bloquear, pero un golpe certero en el hombro lo hizo tambalear.
Instintivamente, Carlos reaccionó. Se incorporó de un salto y lanzó un contraataque cargado de una fuerza bruta y velocidad descomunal, un movimiento visceral que surgió del orgullo herido más que de la técnica. Gina no intentó bloquearlo; su instinto le gritó que ese golpe podría destrozarla. En un estallido de adrenalina, se cerró contra él, desvió su brazo con un movimiento circular y, usando su propio impulso en su contra, lo derribó contra el suelo. En menos de un segundo, lo tenía inmovilizado, con una rodilla presionando su espalda y su brazo torcido con precisión.
—Ochitsuite kudasai! —le dijo Gina, con la voz entrecortada y acelerada. No era el esfuerzo físico lo que la agitaba, sino el miedo latente—. ¡Cálmate!
Carlos, contra el suelo, estaba confundido. Todo había sucedido demasiado rápido. Solo alcanzaba a sentir la presión firme de Gina y el eco de su propia fuerza desbocada.
—No tienes control —le dijo ella, con un tono más serio, casi decepcionado.
Fue entonces cuando Carlos, con un solo movimiento fluido y sin aparente esfuerzo, liberó su brazo derecho del candado. No usó fuerza bruta, sino una técnica precisa, girando la muñeca en el ángulo exacto para escapar. Gina se separó de inmediato, poniendo distancia entre ellos, observándolo con una mezcla de sorpresa y reevaluación.
—Si necesitas ayuda, yo puedo… —comenzó a ofrecer, pero Carlos la interrumpió.
—Tranquila —dijo él, incorporándose y sacudiendo el polvo de su ropa. Una sombra de vergüenza cruzó su rostro—. Pensaré en tu oferta.
Sin añadir nada más, el muchacho se dirigió hacia la manguera para continuar con su rutina, lavándose la cara con agua fría como si pudiera limpiar tanto la sudoración como la frustración. Gina, por su parte, reanudó su ejercicio en silencio, pero ahora cada uno de sus movimientos estaba cargado de una nueva conciencia.