Capitulo 6

1489 Words
Su mirada recorrió mi rostro, bajó lentamente a mi ropa, y luego regresó a mis ojos. No había burla. No había sorpresa. Solo… interés. Un interés que me quemaba la piel. Intenté responder, pero mi voz se quedó atrapada detrás de mis costillas. Tragué saliva, obligándome a hablar. —C-creí que sería mejor venir en persona. Él sonrió. Una sonrisa lenta, peligrosa, como si acabara de escuchar lo que más le complacía. —Alessia… Mi nombre en su boca sonó a sentencia. Respiré hondo, aferrándome a la única verdad que me quedaba: había venido por mi padre. Y si para encontrarlo tenía que entrar al infierno… entonces caminaría directo hacia él, con la frente en alto. Aunque por dentro estuviera temblando. —Marco… él… —comencé, pero no pude terminar la frase. Luca asintió, volviendo la mirada aburrida al gran ventanal. El día estaba despejado, pero mi cuerpo era un torbellino de emociones. Sus músculos se tensaron, y era imposible ignorarlo. Aparté la mirada. Creí que sentiría miedo de su presencia, pero mi estúpido corazón comenzó a latir con fuerza al cruzar sus ojos claros. Me sentía mareada, con ganas de vomitar. No sabía si era por el fuerte perfume que lo envolvía, el olor a cuero del despacho, o simplemente por la velocidad con que mi corazón golpeaba en mi pecho. —Las cosas se han puesto difíciles últimamente —comenzó Luca, con la mirada fija en el horizonte—. Tu padre probablemente tuvo la mala suerte de cruzarse con quien me ha estado desafiando estos últimos años… —¿Qué quieres decir con eso? —pregunté, frunciendo el ceño—. ¿Mi padre realmente estaba… metido en todo eso de…? —Quien quiera triunfar en los negocios y ser alguien de renombre —interrumpió Luca, finalmente fijándome la mirada—, sí. Debe aliarse con personas que le convengan sin importar lo peligroso que sea. Me quedé en silencio, perdida en sus ojos. Y también en sus últimas palabras, que pesaban más de lo que estaba lista para admitir. Mi padre debía estar desesperado para considerar aliarse con alguien tan difícil y peligroso. Pero la situación era incluso peor de lo que pensaba. Porque él había decidido aliarse con el enemigo de Luca, ¿no? Y aquí estaba yo, arrastrando el legado de mi padre, haciendo el ridículo con lo poco que quedaba de su nombre. —Hagamos un trato —dijo Luca antes de que pudiera decidir si huir o quedarme—. Nos beneficiará a ambos. Luca caminó hasta su escritorio, el mismo que probablemente su padre había ocupado alguna vez. Se dejó caer en la silla de cuero, haciendo crujir la tela, y su mirada se clavó en mí con una intensidad que me erizó hasta los pelos de la nuca. Levantó una mano, invitándome a sentarme en uno de los dos sofás individuales frente a él. Di un par de pasos, cada uno más consciente que el anterior, hasta acomodarme con cuidado en el sofá. Su mirada me seguía, fija, penetrante, como si intentara leer cada pensamiento antes de que pudiera formarlo. Nunca había visto tal intensidad en alguien, y no sabía si debía sentir miedo, curiosidad… o una mezcla de ambos. Él soltó un suspiro profundo y se llevó las manos al cabello, desorganizándolo con un gesto que parecía al mismo tiempo cansado y deliberado. —Estoy dispuesto a ayudarte —dijo al fin—. Pero con una condición… Mi corazón dio un vuelco. La adrenalina se mezcló con el entusiasmo, pero había algo más en su mirada: un filo de advertencia que me hizo estremecerme sin querer. —¿Una condición? —pregunté, tratando de mantener la voz firme, aunque mi respiración traicionaba mi nerviosismo. Sabía que con Luca Moretti nada era gratis. Nada. Pero la esperanza de avanzar hacia mi padre era más fuerte que el miedo. —¿Qué condición? —repetí, casi perdiendo el aliento. Deseaba que no tuviera nada que ver con asuntos corporativos. Había escapado de mi padre para no verme atrapada en oficinas, reuniones interminables y cálculos fríos. Mi padre siempre había querido que Angel y yo siguiéramos sus pasos, que lleváramos el negocio más allá de lo que él pudo. Pero yo… nunca pude meterme en ese mundo de números y formalidades. Angel, por supuesto, se divertía con la idea. O tal vez estaba demasiado ocupado con la secretaria de papá como para preocuparse por mí. Una excusa perfecta para no involucrarme. Ahora, Luca había tomado el control. Y yo, sin querer, me encontraba en el epicentro de su mundo, un lugar donde los negocios se mezclaban con poder y peligro, y donde cada movimiento debía calcularse con precisión. —Sé mi esposa hasta que todo termine —dijo, rompiendo el hilo de mis pensamientos, con una naturalidad que me dejó helada. Fruncí el ceño, incapaz de apartar la mirada de él. Su expresión era divertida, casi juguetona, y su sonrisa… tan blanca y perfecta que parecía capaz de iluminar la habitación entera. —¿Qué? —mi voz salió más alta de lo que esperaba, y mi corazón golpeaba con fuerza contra mi pecho. Luca inclinó la cabeza levemente, evaluándome, midiendo mi reacción con ojos que parecían capaces de ver cada rincón de mi mente. —Hasta que todo esto termine —repitió, más suave esta vez, pero con un tono que no admitía discusión—. No hay otra manera de asegurarte que estarás protegida… y que mi ayuda sea efectiva. Mi estómago se revolvió. Quería reír, llorar, gritar… y tal vez salir corriendo al mismo tiempo. Nunca imaginé que buscar a mi padre me llevaría a enfrentarme con un hombre capaz de convertir una simple frase en una sentencia. Y allí estaba yo, atrapada entre el miedo y la fascinación, sabiendo que decir “sí” cambiaría mi vida por completo, aunque aún no entendiera del todo cómo. —¿Y si no quiero ser su esposa? Mi voz salió como un susurro. Como si mi mente estuviera intentando protegerme mientras mi cuerpo… traicioneramente, quería lo contrario. Luca no respondió enseguida. Se limitó a observarme. No como un hombre mira a una mujer, sino como un depredador analiza cada reflejo de su presa. Cada parte de mí pareció reaccionar a su mirada: mis manos temblaron, mis piernas se tensaron, mi respiración se volvió torpe. Debería odiar esa sensación. Debería odiar lo que causaba en mí. Pero solo conseguía temblar más. Mi cabeza gritaba: huye. Pero algo dentro de mí, silencioso e irracional, susurraba: no lo hagas. —Si no aceptas —dijo al fin, con una voz demasiado relajada para lo que estaba diciendo; una voz que mezclaba diversión con amenaza —… tú y tu familia estarán en peligro. No levantó el tono. No frunció el ceño. No necesitaba hacerlo. Su amenaza sonaba más real justamente porque la decía con calma. Él dejó escapar un suspiro y desvió la mirada hacia algún punto del despacho. El lugar era enorme, demasiado elegante, demasiado caro, demasiado lleno de poder para que yo siquiera lo entendiera. Era casi insultante que un espacio así existiera mientras mi casa se caía a pedazos bajo el peso de la preocupación. Luca parecía pensar en cómo convencerme… aunque ambos sabíamos que ya no hacía falta. No después de lo que acababa de deci No después de todo lo que estaba en juego. Yo había venido con un propósito, y aunque mi estómago se revolvía y mis piernas temblaban, seguía dispuesta a hacer lo que fuera necesario. Por mi padre. Por mi familia. —Aceptaré —comencé. Mi voz salió tan firme que incluso yo quedé sorprendida. Luca también. Su mandíbula se tensó apenas, y un brillo nuevo apareció en sus ojos —. Pero mi familia no sabrá nada. Seguiré mi vida normal… —No, Alessia. Su interrupción fue como un portazo. Seco. Firme. Frío. La primera vez que escuché su voz sin juego alguno. —No puedes vivir con tu familia —continuó, clavando su mirada en mí—. No será seguro. Un destello me atravesó el cuerpo. Como si mis huesos entendieran antes que mi mente lo que aquello significaba. No. Él no hablaba en serio. No podía hablar en serio. —Yo… —el aire se me atoró en la garganta— Luca, no puedo simplemente irme de mi casa. —Si quieres que funcione para ti —dijo con una serenidad escalofriante—. Y para tu familia… Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre sus rodillas. Su mirada se volvió un arma. —…tendrás que hacer exactamente lo que yo diga. Mi piel se erizó. Mi corazón se retorció. No sabía si estaba a punto de hacer el mayor sacrificio de mi vida… o de entrar en una prisión de la que jamás podría salir. Pero una cosa era segura: ya no había vuelta atrás.
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