Capitulo 17

1601 Words
Desperté con el molesto sonido de mi celular taladrándome el oído. No recordaba en qué momento me había dormido. Mis pensamientos habían sido un nudo de nervios, atrapándome entre recuerdos y temores… pero al final, el cansancio ganó. Y me derrumbé más rápido de lo que estaba dispuesta a admitir. Intenté alargar el brazo hacia la mesita, pero otra mano —grande, fría— ya había tomado mi teléfono. Fruncí el ceño y abrí un ojo con torpeza, aún atrapada en la pesadez del sueño. Lo primero que distinguí fue una silueta borrosa dándome la espalda. Cuando mis ojos por fin se acostumbraron a la tenue luz que se filtraba por la ventana, casi se me escapó el aliento. La espalda desnuda de Luca. Amplia. Marcada. Con gotas de agua resbalando por la piel mientras él sostenía una toalla pequeña sobre su cabeza mojada. Llevaba otra ajustada a su cintura, apenas sujeta por un nudo débil. Y estaba mirando mi celular como si fuera suyo. Se giró en el instante en que levanté la cabeza. El calor me subió a las mejillas tan rápido que tuve que desviar la mirada. Él lo notó. Claro que lo notó. Y su sonrisa tranquila, satisfecha, fue prueba suficiente. —Tienes el sueño muy pesado —dijo mientras me lanzaba el celular con indiferencia—. Tu alarma lleva sonando siglos. Lo atrapé en el aire y mi pantalla se iluminó con un desastre: varios mensajes de Ángel, llamadas perdidas, y la notificación de que mamá había intentado comunicarse segundos antes de que sonara la alarma. Respiré hondo para contener la punzada en el pecho. Cuando levanté la vista, Luca seguía secándose el cabello, sacudiendo la toalla con fuerza y enviando pequeñas gotas de agua directamente a mi cara. Fruncí el ceño, lo miré con fastidio… y me encontré con sus ojos fijos en mí. Esa mirada nueva. Brillante. Relajada. Peligrosamente cómoda. Las palabras se me atoraron en la garganta. Sentí el rubor quemarme de nuevo y maldije mentalmente. Bufé. Me giré hacia la pantalla de mi celular, intentando ignorar a la montaña de músculo casi desnuda que estaba a medio metro de mí. No estaba dispuesta a ruborizarme otra vez por culpa del hombre más arrogante y alarmantemente atractivo que había conocido. Los mensajes de mi hermano y mi madre eran casi iguales: “¿Estás bien?”, “¿Sigues usando este número?”, “Llámame apenas puedas”, “Avísanos si necesitas algo”. Un sinfín de palabras que solo confirmaban lo preocupados que estaban. Por un momento, mientras repasaba cada mensaje, pensé en lo irónico que era todo. Estaba en la casa de uno de los hombres más peligrosos que había conocido, compartiendo habitación con él, y aun así, Luca no había sido… malo conmigo. No de la forma en que temía. Y parecía sorprendentemente dispuesto a cumplir su parte del trato. Mucho más de lo que yo misma entendía. —Hoy me tomaré el día —la voz de Luca me arrancó de mis pensamientos. El sonido venía desde el interior del enorme vestidor, junto al baño. Entre perchas de ropa carísima, tejidos oscuros y perfumes que saturaban el aire. —Le dije a una de mis estilistas que nos lleve a comprarte ropa —continuó—. La que trajiste no sirve para eventos formales… Y hoy tenemos uno muy importante. Fruncí el ceño, aún mirando la pantalla iluminada de mi celular. —¿Y yo qué tengo que ver con todo eso? —susurré, más para mí que para él. Pero claro… Luca escuchaba todo. Él salió del vestidor con la camisa blanca a medio abotonar, ajustándose a su torso como si cada botón estuviera a punto de rendirse de la presión. Mientras cerraba los últimos dos, su mirada se encontró con la mía, y una sonrisa ladeada le curvó los labios. —Mucho, si queremos presentarte como la futura señora Moretti. Sentí que el aire se atascaba en mi garganta. ¿Presentarme… así? ¿A la sociedad? ¿Como su esposa? Tragué saliva. Me obligué a apartar las mantas y dejar mis pies sobre el frío mármol, aunque cada célula de mi cuerpo gritaba que no quería hacer esto. No quería lucir como su prometida. No quería encajar en su mundo. Pero yo había aceptado sus condiciones. Tenía que seguir sus órdenes. Me puse de pie mientras él terminaba de ajustarse las mangas. Su camisa blanca brillaba bajo la tenue luz matutina. Sus ojos, en cambio, parecían peligrosamente seguros de sí mismos. Yo, en cambio, solo suspiré. No tenía ánimos para presentaciones, anillos, ni relaciones falsas. Traté de evitar la mirada de Luca y prácticamente corrí al baño. El corazón me latía demasiado rápido, como si él pudiera escuchar cada golpe desde el centro de su habitación. Cerré la puerta detrás de mí con más fuerza de la necesaria y me apoyé unos segundos contra ella, respirando hondo. El bolso seguía allí, abierto de par en par y con mi ropa tirada en un costado del lavado de manos. Lo primero que pensé fue en maldecir al universo; lo segundo, en maldecir a Luca. El muy desgraciado no solo había revisado mis cosas, sino que ni siquiera intentó esconderlo. Mis blusas estaban mal dobladas, mi ropa interior desordenada, y mis dibujos… mis dibujos estaban movidos de lugar. Como si él hubiera querido ver qué guardaba con tanto cuidado. Me arrodillé y empecé a ordenar lo justo y necesario, intentando no pensar en lo que eso significaba. No tenía tiempo para eso. Me metí a la ducha a toda prisa, dejando que el agua caliente me cayera como una excusa para recuperar algo de calma. Pero ni así pude evitar que mi mente corriera en círculos: la cena, el padre de Luca, la habitación que ahora debía compartir. Salí de la ducha aún secándome el cabello cuando la voz de Luca atravesó la puerta. —Alessia, apúrate —su tono sonaba impaciente, como si llevara horas esperándome—. La estilista ya está abajo esperándonos. Tomé mi ropa con rapidez, me vestí lo más dignamente posible con lo poco que tenía y recogí mi cabello húmedo. Al verme en el espejo, aún con mis mejillas rosadas por la ducha y el nerviosismo, supe que no estaba lista para enfrentar ese mundo al que Luca pertenecía tan naturalmente. Al abrir la puerta, Luca seguía sentado en el sillón donde había dormido, con el celular sostenido entre sus dedos largos, su postura relajada como si nada en el mundo pudiera perturbarlo. Alzó la mirada cuando pasé frente a él, y en un segundo dejó el celular a un lado para ponerse de pie. Me interceptó antes de que llegara a la salida y tomó mi mano, deteniendo mi paso con una firmeza que me hizo estremecer. Su mirada descendió lentamente, desde mi rostro hasta mis pies. Sentí cómo la incomodidad me subía por el cuello como un calor incontrolable. —No estoy seguro de que eso sea lo adecuado para salir —murmuró, señalando mi ropa. Su tono era crítico, pero no grosero. Aun así, rodé los ojos. —¿Qué quiere que me ponga, Señor? —repliqué, cruzándome de brazos—. Es lo único que tengo… a menos que tengas por ahí alguna ropa de alguna ex novia o amante. Él chasqueó la lengua, y su semblante cambió apenas: una mano fue a su mentón, como si estuviera considerando mi absurda sugerencia. Lo seguí con la mirada por inercia, y sin poder evitarlo, mis ojos viajaron hacia su cama. La cama donde yo había dormido. La cama donde probablemente... No quería imaginarlo, pero las imágenes llegaron igual, ahogándome. El estómago se me revolvió. Luca se dio cuenta. Claro que se dio cuenta. Soltó un suspiro hastiado, se acercó y posó sus manos en mis hombros. Me giré hacia la puerta con una suavidad inesperada, aunque firme. —Deja de pensar que soy un pervertido, A —dijo, empujándome con delicadeza fuera de la habitación antes de cerrar la puerta tras él—. Nunca pasó eso aquí. —Tampoco es como si me importara —bufé, dando la vuelta hacia el pasillo que llevaba a las escaleras—. Y te dije que no me digas A. El sonido de su risa baja me siguió los pasos, como si disfrutara cada pequeña reacción mía. Como si supiera exactamente qué cuerdas tocar para sacarme del equilibrio. Apreté los dientes, decidida a ignorarlo mientras bajábamos las escaleras. Pero era imposible. Luca no caminaba; él invadía el espacio, llenaba cada rincón con esa mezcla insoportable de seguridad arrogante y calma peligrosa. Cada vez que sentía su mirada sobre mi nuca, mi espalda se tensaba como si una mano invisible me recorriera la piel. Al llegar al final de las escaleras, escuché voces en la entrada principal. La estilista nos esperaba con un séquito de bolsas y estuches lo suficientemente grandes como para meterme yo dentro. Cuando nos vio, sonrió automáticamente… hasta que Luca caminó detrás de mí. Entonces su sonrisa se volvió mucho más rígida, casi nerviosa. Genial. Otro humano intimidado por el príncipe del infierno. —Buenos días, señor Moretti —saludó ella, inclinando ligeramente la cabeza —. Tengo todo listo para la señorita. “Señorita”. Por lo visto, ya ni mi apellido importaba. Luca dio un paso hacia adelante, su mano rozó mi espalda baja, como si se asegurará de que no escapara. O como si supiera que ese contacto me desestabilizaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.
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