—¿Quiere que le haga una paja?
—Y por eso te pagaré cien dólares.
—¡Cien dólares! —pensó Alena, pero preguntó—: ¿Con qué frecuencia necesitarías este servicio, Martín?
—¿Qué? ¿Por qué una vez? O sea, no estoy hecho de dinero.
—Puedo hacerlo —pensó—, pero solo es una vez, necesito una fuente de ingresos estable. Podría encontrar a otros tipos como él... ¿dónde, en internet? Probablemente no sea tan seguro. Necesito el dinero, pero lo voy a rechazar.
Alena se puso de pie lentamente.
—No voy a gritar, Martín. Pero me voy. Quédate aquí mientras me marcho. Los finales felices no son lo que quiero hacer ni dar. El dinero está bien, pero tengo que vivir conmigo misma. Ojalá haya otra mujer que responda a tu anuncio.
Para su sorpresa, Martín asintió y dijo:
—Sí. La veo aquí a las diez. Es una lástima; eres guapísima, guapísima. Podría haber ido más arriba, pero... bueno; está claro que no tuvimos un final feliz para nuestro encuentro. Buenas noches, Elaine.
Al salir de la parrilla sin mirar atrás, Alena se esforzó por mantener la compostura. ¡Elaine! ¡Por Dios, no recordaba mi maldito nombre! Y... y tiene una cita a las diez lista para ocupar mi lugar. Estoy casi decidida a quedarme al otro lado de la calle solo para ver qué sale de la parrilla a las diez.
La realidad se impuso al darse cuenta de que tenía que caminar cuarenta minutos para volver al apartamento. Apretando los dientes, Alena salió, esperando que la zorrita se hubiera ido al llegar. «Dios no quiera que duerma en mi cama, o peor», pensó, y apresuró el paso.
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A la tarde siguiente, Alena salió para su cita con Eric, vestida igual que la noche anterior. Le había enviado un correo electrónico antes y había quedado en verlo en un buen restaurante a solo siete manzanas de su apartamento.
Compañía... está dispuesto a pagar por compañía. No es feo. Quizás sea mayor, pero pasable. Lo bueno es que admite estar casado y es bastante honesto al decir que está dispuesto a pagar según el nivel de compañía que le brindo. Bueno, chica, ¿cuánto estás dispuesta a darme?
Alena no tenía idea de cuál sería la respuesta, y debido a eso sus rodillas temblaban cuando entró al restaurante y vio a Eric sentado en lo que probablemente era la mejor mesa de la casa esperándola.
—¡Alena! Llegas a tiempo. Aprecio eso en una mujer.
Ella se encontró riendo y le permitió besar su mano, el nerviosismo desapareció. Alena ya se sentía cómoda con él.
Mientras comían, charlaron un rato y Alena comió con ganas, pues hacía varios días que no comía una comida de verdad.
Eric hizo una pausa antes de llevarse un trozo de carne a la boca.
—Alena, tengo que decirte que te ves mejor en persona que en la foto, y la foto te favorece mucho.
Sonrojándose de pies a cabeza, Alena logró devolver el cumplido:
—Podría decir lo mismo de ti, Eric. Pero hablemos de la propuesta. Mencionaste que estás casado. ¿Podrías aclararlo antes de continuar?
—Claro. Llevamos veintidós años casados. Hay un chico y una chica, ambos casados, y nuestro matrimonio se ha enfriado. Nos queremos, pero el amor, como tú lo considerarías, se desvaneció hace mucho. Nos... toleramos. Nos sentimos cómodos el uno con el otro, pero necesito, anhelo compañía... pero tú lo sabes. Lo mencioné en nuestra correspondencia.
Alena se limpió la boca con una servilleta antes de responder:
—Eric, tengo que decirte que... nunca he hecho esto, ni siquiera lo había considerado. Francamente, necesito el dinero. De verdad. Así que, por favor, sé sincero conmigo. ¿Qué esperas de mí?
Eric no dudó en responder.
—Como dije en mi anuncio, estoy dispuesto a pagar por compañía. Me gusta tu físico y seré generoso al pagar por tus servicios. También dije que pagaría acorde a tu situación. Eres universitaria, seguro que entiendes lo que eso significa.
Un largo silencio siguió a sus palabras; palabras que quedaron suspendidas en el aire hasta que Alena se aclaró la garganta y dijo:
—¿De cuánto estamos hablando?
—Compañía básica, 300 dólares cada vez que nos vemos. Me gustaría reunirme contigo una vez a la semana; preferiblemente un jueves, sobre las ocho. Te mantendría a más tardar a las diez, quizás a las once en ocasiones.
¡Trescientos! Dios mío, ¿qué tendré que hacer?
En la mente de Alena no había ninguna duda de rechazar esa cantidad de dinero, y además con una frecuencia semanal.
Ella tomó un pequeño trago de agua y dijo:
—Hoy es miércoles, ¿quieres que empiece mañana?
Eric le sonrió radiante.
—Sí, lo haría. Sin duda. ¿Conoces el Hotel Delaware?
—Sí, está en la calle 23 y Main, ¿no?
—En la calle Main y la 25, de hecho. Estaré en la habitación 422 a las ocho. Por favor, toca tres veces. ¿Quieres que te espere un poco de licor?
—Un vodka estaría bien. Con un poco de jugo de naranja si es posible —dijo, sorprendiéndose por la facilidad con la que se comportaba.
—Vodka con jugo de naranja —se levantó—. Siento irme tan bruscamente. Por favor, terminen su comida y pidan un postre exquisito. Ya pagué la cuenta. Tengo que ir a casa esta noche, jugamos al bridge con los vecinos. Espero verlos... a todos, mañana.
Y se fue. Alena le creyó y pidió un postre. Se terminó la mitad y se sintió culpable, aunque su estómago se había encogido con la poca comida que había consumido en los últimos días.
De regreso al apartamento, Alena decidió que podía hacer lo que Eric le pidiera. Era un caballero, después de todo. Buscaría un nuevo apartamento el viernes, y además, al diablo con Nick y su alquiler atrasado, que su nueva prostituta le pagara.
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Alena se despertó a las diez, pero había estado en la cama medio dormida desde las ocho cuando Nick se levantó, se tiró un pedo a centímetros de su cara y fue al baño a defecar con un olor tan desagradable que Alena se tapó la cabeza con las sábanas.
—Dios, que esto salga bien esta noche —oró antes de quedarse dormida cuando el apartamento quedó en silencio.
Ella se levantó de la cama (un colchón en el suelo con una cortina endeble delante que no proporcionaba privacidad, pero era tan viejo que nadie siquiera consideraba tocarlo por miedo a que se deshiciera en sus manos) y comenzó a temblar, porque lo único que tenía puesto era un par de bragas.
Era una típica mañana de otoño, con unos 13 grados en ese momento, y una máxima de 22 a media tarde. Alena tardó un minuto en comprender por qué hacía tanto frío en el apartamento; pero vio la ventana entreabierta junto al fregadero y supo que Nick, el cabrón que era, la había abierto antes de salir a su primera clase.
Tropezó con ropa sucia y parafernalia que estaban esparcidas por la habitación desde que se mudó con Nick al comienzo del semestre.
El agua de la ducha estaba fría, por lo que Alena se lavó rápidamente, pensando que el agua estaría más caliente después de clases y antes de su cita con Eric, cuando más la necesitaba.
Se secó y tiró la toalla a un lado, donde cayó junto al inodoro. Más tarde se arrepentiría, pero no se dio cuenta en ese momento. Se cepilló los dientes, escupió dos veces después de enjuagarse, se puso unos vaqueros y un suéter, sin sostén, y salió a ver si encontraba a alguien que le invitara a desayunar.
Una chica llamada Claire le invitó un café, pero rechazó un bagel, alegando falta de dinero. Ese día, Alena solo tomó café y agua de una fuente del campus. Su estómago rugió de hambre durante las clases, pero nadie pareció notarlo.
Alena caminó rápidamente hacia su primera clase de Relaciones Internacionales, atravesó un camino detrás del centro de estudiantes y, antes de subir los cuatro tramos de escaleras hacia el aula, vio varios maníes esparcidos contra la pared al lado de una máquina expendedora.
—Probablemente estén lo suficientemente limpios para comer —pensó, pero rápidamente lo reconsideró cuando otro estudiante subió las escaleras detrás de ella y la pasó de camino a su clase más adelante en el pasillo.
—Pero ¿y si alguien me viera recogiéndolos? No podría decir que son míos, no tengo paquete. Me daría mucha vergüenza. No, me quedaré sin él.
En ese momento pasó un muchacho delgado y con cara de acné, con una generosa oferta de buenos días.
Tras devolverle el saludo, Alena lo siguió al aula y dejó caer sus libros de texto al suelo con un fuerte golpe. Observó a los estudiantes que se encontraban entre la enorme pila de mesas y sillas de madera, y se preguntó si alguno de ellos tendría problemas similares a los suyos.
El profesor entró en la habitación con un estruendo.
—Buenos días a todos —y la clase comenzó.
A las 4:10, Alena regresó al apartamento solo para encontrarse con un Nick hosco que le exigía el alquiler del mes.
—Mañana recibo el cheque —dijo ella, sin mirarlo a los ojos—. Te pagaré algo entonces.
—Quiero que te vayas. No quiero nada para la renta. Quiero la renta cuando vence, no en un dólar por aquí y por allá, mierda. —Se frotó el pene y miró su pecho.
—Tal vez lo reconsidere y te dé otro día o dos.
—¿En serio? —dijo Alena esperanzada.
—¿Qué tal un polvo rápido?
—¡No!
Él sonrió y dijo:
—Entonces, ¿una mamada está fuera de cuestión?
—¡Que te jodan, Nick! ¡Mañana! ¡Mañana te lo devuelvo!
—No, no te molestes. Limpia tus cosas esta noche. Márchate mañana. Tengo una nueva compañera de piso. La chupa mucho mejor que tú, ¿quieres saberlo?
Alena sabía que debía irse después de eso. No tenía sentido que destruyera las escasas pertenencias que aún estaban intactas. Además, había varios cuchillos en la cocina; sabía que, si la incitaban como era debido, Alena podría imitarlo con uno. No lo necesitaba, así que se fue, riendo alegremente mientras las lágrimas corrían por el rostro corrido de Alena.