El Primer día, Parte cinco

607 Words
Los segundos parecen eternos en el asiento delantero. El teléfono rojo, el teléfono de el Señor Bala y el señor Tanque suena a todo volumen. Todos en el coche se han dado cuenta y todos me miran esperando mi siguiente movimiento. Tengo que decidir pronto. Puedo sentir la mirada de Juan Carlos clavada fijamente en el teléfono. — ¿Qué estás esperando? Solo contéstale la llamada. — ¿Porqué tienes dos teléfonos? — pregunta Carlos. — ¿Tiene dos teléfonos? — pregunta Juan Carlos. — Sí, yo vi que sacó otro y luego sacó ese chiquito… ¿Oye esa cosa no es muy vieja? Creí que ese tipo de teléfonos ya no servían. — ¿Porqué tienes dos teléfonos Alfredo? ¿Porqué yo no tengo ese número? ¿Qué me estás ocultando? Siento la mirada de ambos observando cada movimiento que hago. Ambos juzgan en silencio, de distinta manera sí, pero aún juzgando. Juan Carlos me mira con sospechas, mientras que Carlos solo me mira raro, como extrañado. El silencio permanece así, penetrando directamente mi alma. Cualquier movimiento en falso y se acabó. Debo medir cada movimiento que hago. Sin embargo, el teléfono sigue sonando. Estoy en una balanza jugando dos juegos en los que fui sometido. Si me caigo para un lado u otro estoy perdido. Debo mantenerme justo en medio. ¿Pero cómo? Si contesto lo debo poner en altavoz... ¿Porqué Juan Carlos insiste en complicar todo? — ¿Debo ponerlo en alta voz, jefe? —Sí. No confío en nadie que me oculte un teléfono. Carlos se ríe. — Eres cruel — dice Carlos. —No, ocultarle algo a tu jefe es ser desagradecido. De un momento a otro abro el teléfono poniendo la llamada en altavoz: Silencio. Completo y frío silencio se mantiene del otro lado de la linea. Ni yo ni el teléfono decimos nada. Pasamos así medio minuto antes de que yo... — Disculpa, estoy ocupado — digo y cuelgo guardando el teléfono como si me apenara tenerlo — . ¿Dónde decía que está la sastrería, jefe? Juan Carlos se queda atónito. — ¿Me puedes explicar que fue eso? — ¿Qué fue qué, jefe? Juan Carlos se cruza de brazos. — Te llama alguien, actúas misterioso. Le dejas llamando un rato. No respondes cuando te hablamos, y terminas colgándole así sin más. «Sí, maldita sea ¿Porqué eres tan sospechoso? ¿Acaso me ocultas que estás ayudando a alguien quiere matarme, Alfredo?» pienso. Tomo un respiro y hago lo que más me sale. Miento. — Perdone. Este teléfono es de mi madre, me lo heredó cuando dejó de estar con nosotros. Es de las pocas cosas que no se quemaron. Apenas ayer lo mandé a reparar. Y el escucharlo sonar me hizo ponerme nostálgico… Me da tristeza pensar que alguien aún la llama, aún después de tantos años. Juan Carlos queda con la boca abierta, se acomoda los lentes y la camisa. — Perdona Alfredo, no tenía idea. Es más ni siquiera sabía que tu madre… Bueno. ¿Cuando fue? — Un día en el que estuve trabajando — le digo amargamente. Me incomoda mezclar la verdad con la ficción pero de alguna manera debo salirme de cualquier conversación sobre el teléfono rojo. Mientras menos se mezclen los mundos tendré más oportunidades de sobrevivir. — Entonces señor ¿A dónde queda el sastre? — Cerca del centro, toma la vía rápida y te digo desde ahí. Arranco el motor del coche cuando el teléfono rojo vibra una vez más. Es un mensaje. Lo leo: «“Nadie me cuelga. Vamos por ti -S. B.”»
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