El Primer día, Parte dos

1258 Words
La silueta comienza a reírse casi en silencio, como un susurro. En mi desesperación le agarro la mano fuertemente tratando de liberar mi boca. Voy a gritar. Como si leyera mi mente la silueta se acerca a mi oído. — No grites — me susurra. Su voz aunque prácticamente inaudible es clara y firme. Hay ciertos tonos de suavidad en su voz. Me reconforta hasta cierto punto. Es tan extraña como me es familiar. Su mano fuerte aún sofoca mis gritos. La ha soltado ligeramente como para dejarme respirar. Sin embargo sigue firmemente aferrada a mí. Su otra mano me agarra del cuello. Esa no aprieta pero me mantiene quieto, con cautela. Sus brazos son delgados pero son extremadamente fuertes. — A ti no te había visto. ¿Eres nuevo? Siento como su respiración se vuelve más profunda, como si intentara absorber cada aroma en mí. Casi jadea con una intensidad animal. Asiento con la cabeza lentamente. Intento moverme un poco. La silueta está encima de mí, siento su peso y sobre todo su calor. Me he dado cuenta de que apesta a alcohol. Demasiado. Me da asco. — Me agradas. Tienes un buen cuerpo. Aquí hay puro viejo. ¿Qué te parece si tú y yo...? Su mano pasa de mi cuello a mi pecho. Comienza a tocar mi zona pectoral acariciándome através de la ropa, su mano baja lentamente hasta… Lucho. Él me pone resistencia. Le piso el pie. Le escucho gritar. Me giro y le suelto una cachetada de golpe. La silueta cae al suelo. Yo corro a la puerta. En ese momento el Hombre viejo enciende las luces. — Ah, aquí están… Pero ¿Qué pasó? Yo me quedo estático, no sé que decir. No entiendo bien que ha pasado. ¿Le digo acaso que una persona intento tocarme indebidamente y me defendí? ¿Acaso me he ganado un enemigo? ¿Quién es esta persona que está en el suelo? Volteo a ver al piso y me quedo sorprendido con lo que veo. Bajo la luz ya no se ve una silueta de sonrisa demoníaca, sino a un hombre joven delgado, de labios gruesos y con el pelo rizado muy largo. Parece ser diez centímetros más alto que yo. Debe tener más o menos mi edad, sino es que es ligeramente más joven. Tiene una ropa de seda que deja ver un cuerpo de gimnasio, delgado sí. Pero con músculos bien definidos. El Joven se comienza a reír. — Me caí — dice. — Y como no, si vienes borracho. Tu papá nos va a matar a ambos por esto. — De algo nos íbamos a morir. El hombre anciano sonríe. — Sí, pero mínimo quería retirarme antes. — Si gustas puedes retirarte antes de que mi papá despierte. El anciano se ríe. — Fuera tan fácil, Carlos. «¿Carlos? ¿Papá?» Las piezas del rompecabezas comienzan a caer en mi mente. Aguanto la respiración pensando, deseando, implorando de que me equivocara. Tomo valentía para preguntar: — ¿Eres el hijo del señor Mendoza? — digo con la voz temblorosa. El joven en el suelo me mira primero con una cara de asco ante la mención de “señor Mendoza”, para luego regresar una sonrisa de esas bien ensayadas de las cuales soy experto. — Sí, soy su hijo. — Disculpa es que tú eres… Tú eres más… — ¿Guapo? Si. Mi papá es un hombre inteligente. Se casó con una mujer guapa para que sus hijos no tuvieran su cara de sapo. El joven se ríe. Es cierto, es muchísimo menos feo que su padre. Incluso me atrevería a decir que es atractivo. Sin embargo, por la manera que me saludó y se forzó en mí. Es obvio que si es hijo de Mendoza. Reacciono ante mi estupidez. Acabo de golpear al tesoro de la familia, el legitimo heredero del señor Mendoza. Siento un frío correr por mi espalda. — Oye ¿Me ayudarías a levantarme por favor? — me dice con una sonrisa. Como animalito obediente inmediatamente me lanzo hacía él. Lo jalo de la mano mientras me mira sonriente. Intento no ser demasiado brusco. Ya me he ganado muchos puntos negativos con esta familia y también con sus enemigos. — Voy a prepararte un baño. Para antes de que despierte tu padre debe parecer que estás fresco y sobrio. Que esta sea la última vez, no te cubriré más. Acabas de salir del internado ¿Acaso quieres volver? El joven baja la mirada. Parece asustado de verdad. La sonrisa falsa de su cara se apaga. — No. — Entonces que sea la última. Recuerda que tu padre no perdona. Y ojalá yo tampoco. Hay café en la mesa. — Hablando de eso — interrumpo —. ¿Sabe dónde puedo encontrar la taza de “Chofer”? — ¿Chofer? — se ríe el joven —. Nunca habíamos tenido chofer. Mi papá conduce a todos lados, es su único pasatiempo. Es más ni a mí me deja sentarme en el asiento de conductor. — Eso es porqué te quitaron la licencia, y con buenas razones — le responde el anciano. El joven se ríe. Su risa es nasal. Esta vez parece verdaderamente divertido. — Sí. Me caí de una barranca. Tuve un yeso por seis meses — dice en mi dirección. En ese momento el joven toma la cafetera y le toma directamente del envase de vidrio donde se almacena todo el café. Lo escupe de inmediato. Saca la lengua adolorida. — Está caliente, salvaje — el anciano me mira — . Toma la que gustes, nosotros no pusimos ese sistema. A ninguno de nosotros nos molesta compartir… Solo no dejes que el jefe te vea usando la equivocada. En la tarde iré a comprar una para ti. Asiento. El Hombre Anciano desaparece en el pasillo. Camina con el paso apretado de una persona muy ocupada. Me quedo solo con el joven. Nos quedamos en un silencio incomodo. Él toma café de una taza mientras me mira. Yo no puedo ni voltearlo a ver. Su mirada me incomoda. Es como la de un animal que mira a su presa. Me siento atemorizado de su precencia. — Lo siento. Por la cachetada. — Ah. No te preocupes. En ese momento se acerca a mi oído, con una mano me toma de la espalda baja … muy baja. Me aprieta. — Esto que se quede entre nosotros ¿Está bien? Me da un beso entre la mejilla. Muy cerca de la boca. Se aleja. Me siento humillado. No puede quedarse así. ¿Qué le he hecho yo para que me trate de esta manera? Una parte de mí. La misma parte que me llevo a bailar en el Banco Tláloc para desafiar a su padre se enciende. Esa parte intenta maquinar como ponerle un alto. Sin embargo algo me evitar enojarme en toda la extensión de mi capacidad. Algo en él le gana a mi buen juicio. — Por favor no lo vuelvas a hacer. El joven se detiene. Se gira hacía a mí con una cara presumida. — ¿O qué? ¿Me vas a acusar con mi papá? ¿Entre tú y yo quién ganaría? — se acerca a mí como retándome — . Al final del día te recuerdo. No eres ni el primero ni el último. Me guiña el ojo y lanza un beso al aire. Me quedo callado. El joven se ríe y se va. Efectivamente. Es un hijo de…. Su padre.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD