El Primer día, Parte tres.

2229 Words
Esperamos en silencio mientras las manecillas del reloj comienzan a avanzar lentamente. Carlos se va a bañar, y tiene tiempo de volver horas antes de que el señor se levante. Mientras esperamos, ninguno de nosotros habla. No hay nada que hablar. En muchos sentidos somos tres extraños que apenas y saben lo que está pasando. Lo único que sé es que el hombre anciano de piel morena que me abrió la puerta se llama Jonás, hasta ahora ha sido amable conmigo y de vez en cuando suelta comentarios casuales sobre el clima o cosas superficiales. El resto del tiempo nos la pasamos en silencio los tres, sin hacer absolutamente nada. Nadie saca sus teléfonos o lee alguno de los libros que se encuentran en la sala para no ser grosero con los otros. La incomodidad es tan filosa que casi corta. — ¿Y cómo conociste a mi papá? — pregunta Carlos rompiendo un silencio de dos horas. — Hace mucho le pedí trabajo. Y me lo dio. — ¿Hasta ahorita te lo dio? — No. Trabajé con él muchos años en el banco. — Ah. ¿Y ahí que hacías? Me aclaro la garganta. No quiero decir que era el gerente. Quedaré humillado ante una persona que tan pronto me conoció me humilló. En ese momento se escucha la puerta de una habitación siendo abierta de golpe en el piso de arriba. — Despertó de malas — dice Jonás mientras se levanta resignado, como si fuera un reflejo natural. Me hace preguntarme por unos segundos «¿Cuántos años lleva este hombre con esta familia? » Es bastante viejo y la comodidad con la que todos actúan es como si fuera un m*****o antiguo de esta familia. Se mueve con la precisión de un reloj en pos del piso de arriba. En ese mismo segundo se escucha el timbre de la reja. — Yo voy — dice Carlos. Carlos se levanta de su asiento y corre a la puerta. Yo me levanto para no sentirme como un inútil. Sin embargo, no me muevo de la sala. Todos saben que hacer menos yo. Me siento en momentos como si todos fueran parte de una obra muy bien ensayada mientras yo solo soy un espectador de primera fila. Por la puerta entran una mujer joven y una mujer vieja. La mujer vieja en su rostro tiene una gravedad que me atemoriza. La mujer joven llega sonriente y hablando con Carlos. Poco a poco ante mí veo como comienzan a arreglar todo mientras allá arriba se escuchan regaderas y gritos frustrados. — ¿Te vas a quedar ahí parado todo el rato? — me dice Carlos riéndose. Me siento para esperar al jefe. Carlos se distrae leyendo un libro mientras las dos mujeres hacen su trabajo. Yo espero sentado a que me den órdenes. En el espacio de una hora la casa ha sido cambiada por completo. Las dos mujeres han arreglado la casa de pie a cabeza y al mismo tiempo han preparado la comida y puesto la mesa. Para cuando Juan Carlos Mendoza baja, su hijo está con el plato del desayuno frente a él, y como una mascota probando su obediencia se mantiene sin tocar el plato aún cuando parece ser que tiene mucha hambre. Peor para él, Juan Carlos parece estar ocupado con una llamada por teléfono. Carlos parece resignarse al hecho de que no comerá hasta que la llamada no haya acabado. — No y no quiero que le digas nada. Manda su curriculum vitae a mi oficina y dile que lo espero mañana antes de las nueve — Juan Carlos se sienta en la mesa parece ser que aún no me ha notado —. Dime ¿Crees que tenga madera de gerente? Necesitamos uno tan pronto sea posible… No… ¿Y se supone qué ese es mi problema? Juan Carlos cuelga el teléfono y lo golpea contra la mesa de vidrio la cual por suerte no se rompe. — ¿Y tú hermana ? — le pregunta Juan Carlos a su hijo. — Con sus amigas, se quedó en casa de Jenni. — ¿La harapienta esa? — Sí, la bonita. Juan Carlos asiente, se nota disgustado. Comienza a comer y su hijo le imita. — ¿Problemas en la oficina? — dice casualmente Carlos, pero a leguas se nota que sólo quiere saber el chisme. — Sí. El banco se quedó sin gerente luego de que un hijo de la… Toso para que me note. Juan Carlos por un segundo parece espantado, es como si un fantasma se le hubiera aparecido en la noche. Después se ve visiblemente molesto por haberse espantado. — ¿Y tú qué haces aquí? — Está aquí desde la madrugada — dice Carlos — . Dice que es tu chofer. — Yo sé lo que es — dice Juan Carlos — . Me refiero a ¿Qué hace aquí a esta hora? — Me dijo que me veía el Lunes, pero no me dijo la hora. Así que quise estar aquí lo más temprano posible. — ¿De modo que es mi culpa? — dice Juan Carlos. — No. Solamente no quise llegar tarde luego de su …. generosa propuesta. Usted no ha hecho nada más que ser amable conmigo, señor. No sería justo defraudarlo. — Ah. Juan Carlos parece primero complacido, sintiéndose orgulloso de ser alabado. Después un poco molesto por no poder ser grosero con su respuesta. Encontré su debilidad: Para desarmarlo sólo necesito ser amable ante cualquier grosería. Volverte un muro impenetrable de amabilidad eventualmente se harta y se calla como niño pequeño. — Vaya. Se nota que te quieren tus empleados. — Sí — dice primero molesto, luego intentando presumir con su hijo sonríe mientras — . Si eres una persona intachable las personas van a querer ser intachables contigo. Siempre recuerdalo, hijo. Carlos asiente y me voltea a ver. Le dedico una sonrisa falsa. — ¿Se conocen desde hace muchos años ustedes? La sonrisa muere entre Juan Carlos y yo. La mala sangre entre nosotros está demasiado podrida para ocultarla. — Sí — dice Juan Carlos molesto. — ¿Bueno y ya? ¿No tienen anécdotas juntos? ¿Historias del pasado? — dice Carlos muy alegre al notar que el tema es delicado. — Porqué no hay más. — ¿Tantos años de conocerse y no tienen historias juntos? — ¿De repente te interesa la vida de mis empleados? — Bueno, de la gente fuera de la casa no conozco a nadie. Así que me dio curiosidad. — Eso es porqué nunca has ido a Tiendas Mendoza. — Me da mucha flojera caminar hasta allá e ir en taxi sería humillante para la imagen de el hijo del jefe ¿No es así? Carlos se ríe. — Hablando de eso, él será tu chofer — dice Juan Carlos mientras continúa comiendo como si nada. Parece satisfecho de haber ganado la batalla verbal —. Alfredo, te encargarás de llevar a mi hijo a donde necesite. Tu horario es de tiempo completo será desde que él se levante hasta que él se vaya a dormir. Pónganse de acuerdo entre los dos sobre que horas serán esas. Juan Carlos nos mira a los dos satisfecho de sí mismo. — Creí que iba a ser el chofer de usted, señor — le digo intentando guardar mi compostura. Estoy muy preocupado, todo parece haber salido mal. Tengo dos problemas: Una, si estoy lejos de Juan Carlos no podré espiarlos para la gente que me tiene amenazado. Probablemente se van a enojar por esto. Peor aún, podrían ser capaces de sentir que no soy de suficiente utilidad para su plan maestro. Me aterra pensar que me harían si sienten que ya no les soy útil. Sé una cosa: Ellos no se andan con juegos, y sé demasiado para que me dejen ir durante las etapas más delicadas de su plan maestro. Con la lengua juego en el espacio donde antes estuvo mi muela. Todavía me duele mucho y siento una terrible punzada en ese espacio. Dos, no quiero estar con Carlos encerrado en un espacio tan pequeño como lo es un coche sin que nadie me pueda ayudar a quitármelo de encima. Todavía siento en mi cuello su respiración lasciva. Siento un cosquilleo que me recorre el cuerpo y me hace sentir incómodo. — Creíste mal — me dice — . En lo personal no ocupo tus servicios, gracias. Pero mi hijo necesita que se le lleve a donde sea que necesite ir — Al decir la palabra “necesite” escucho unos ligeros tonos de desprecio. Luego mira a su hijo — . Además, necesitas madurar más. Teniendo a alguien a tu servicio, espero que tomes más en cuenta todas las responsabilidades que conlleva ser un líder. Al final del día uno solo se convierte en hombre cuando se vuelve en un líder. « Ah, osea que soy como un perro pero para gente rica. Estoy aquí para que el niño malcriado aprenda a bañarme y darme de comer. Que asco» pienso. — Pero papá yo no quiero un chofer. Sólo que me den las llaves. Yo puedo manejar muy bien. Juan Carlos se ríe. — ¿Para qué te tires de otro barranco? — Eso fue hace seis meses. Y ya no bebo. Carlos traga saliva, como nervioso. Me mira como diciendo “Callate”. — No se te confiará ningún vehículo hasta que no lleves un año limpio. Carlos hace un sonido molesto y se recarga en el asiento de su silla. Decir que estaba enojado es decir poco. Su cara se ve roja y su pierna derecha tiembla en ansiedad mientras frunce la boca hacía el lado izquierdo. — Nunca confías en mí. — No — le dice brutalmente Juan Carlos a su hijo — . Entre tú y él. Confío más en él. Juan Carlos me señala. Por un segundo me siento honrado. Luego, antes de tomar otro trago de jugo de naranja, lo arruina todo: — Y en él no confío nada. Carlos lanza las manos a la mesa. Se levanta enojado. — Pues no lo quiero. No voy a salir hoy. — Como quieras. Alfredo estará aquí esperándote. Es tu problema si no sales. Carlos se aleja, en dirección a las escaleras. — Ah, pero que no se te olvide. Hoy a las una y media tenemos que ir con el sastre. Tu ropa es horrible — dice Juan Carlos cuando su hijo va subiendo las escaleras. Luego me mira a mí — . También la tuya. Carlos apretó el paso y desapareció en el segundo piso. Después se escuchó la puerta siendo cerrada de golpe. Y así, Juan Carlos, el patriarca de la casa Mendoza se quedó solo durante el desayuno. Se veía disgustado al comer, casi meditativo. Por primera vez lo vi en su hábitat natural, parecía que incluso se había olvidado que yo estaba ahí. En sus ojos se veían pequeñas sombras de arrepentimiento. Y casi, tal vez por la luz. Tal vez por la manera en que sus anteojos le quedaban creí ver por unos segundos el asomo de unas lagrimas. Nunca lo había visto tan de cerca, pero así, como se veía esa mañana se veía como un viejo solo y vulnerable. De un momento a otro me voltea a ver recordando que estoy aquí. — Ah, sigues aquí. — Hasta que él se vaya a dormir. Juan Carlos hace una risa irónica. Después me dedica una sonrisa triste. — Hijos. Les das todo y mira como te responden. Asiento, solo para hacerlo feliz. — ¿Para qué me trajo realmente señor? ¿Si no confía en los dos, porqué ponernos juntos? — Por una razón, Alfredo. Tú eres la única persona que le ha dicho que no a esta familia. Y necesito a alguien que le diga que no a ese niño. Él… él es mi hijo. No es el mayor, pero si es mi heredero — Juan Carlos mira a la lejanía con una mezcla de orgullo y tristeza —. Sólo quiero alguien que le ponga limites. Que le diga que no. No quiero que beba. Ni que use ninguna otra sustancia que le ponga estúpido, legal o ilegal. Para eso te voy a pagar. — ¿Una niñera adulta? — pregunto. Juan Carlos sonríe. — Sí. Ya será de ti decidir que es peor, bajar de gerente a chofer, o de gerente a niñera. — Me da lo mismo, señor. Un trabajo es un trabajo. Juan Carlos parece sorprendido y satisfecho con la respuesta. — Así es. Algún día tal vez si te ganas mi confianza te contaré la historia de mi primer empleo. Juan Carlos se levanta, me guiña el ojo. — Pero ese día aún no ha llegado. Juan Carlos se levanta. Las mujeres de la limpieza, las cuales no había visto desde que se sirvió la comida, corren de inmediato para limpiar la mesa y de inmediato desaparecen dejando la casa completamente vacía. — Ah, y Alfredo…. — ¿Diga, señor? — Por favor espera en el auto. Me incomoda ver a los trabajadores en la sala conviviendo libremente por la casa como si fuéramos familia. Y con eso, Juan Carlos se va al piso de arriba acabando con la poca empatía que había ganado.
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