¿Justo ahora la llamaba “mi rosa negra”? ¡Maldito impulsivo!
—¡SANTIAGO! ¡SANTIAGO! —chilló Isabel, aferrándose a la corteza del árbol—. ¡SANTIAGO! —no podía dejar de sollozar.
Escuchó cómo su cuerpo mutante, al chocar contra el suelo, hizo un sonido anormal. Los sujetos retrocedieron al ver que Samuel había caído de pie y sin un rasguño.
—¡SANTIAGO!
No quería que se expusiera o que se lastimara para salvarla. No otra vez. Ya había sufrido demasiado cuando la habían secuestrado en Culturam y él había ido a por ella.
Sammy, mi amor ¡No me hagas esto!
Sin embargo, él no la escuchó. Tomó un tronco que había en el suelo y esperó a que los atacantes actuaran primero. Era un lunático, ¡Maldito loco! ¿Por qué no era capaz de quedarse quieto a su lado?
—¡Santiago! —insistió, pero fue ignorada.
Los vándalos alzaron sus navajas al instante. Las mismas brillaron bajo la luz de la luna.
—Si nos entregás todo lo que tenés, incluyendo tus códigos bancarios, prometemos dejarte vivir.
¡Sam no tenía dinero! ¡No tenía un puto peso! ¿Qué podría darles, que no fuera su propia vida?
Isabel no dejaba de temblar. No quería que lastimaran a su adorado primo.
El joven Aguilar permaneció en silencio, en posición defensiva. En ese instante, uno de los tipos se abalanzó sobre él, alzando su arma blanca.
—¡Cuidado, Santi! —le advirtió la muchacha, sin ser capaz de ocultar la desesperación en su tono de voz.
Samuel movió el tronco con una destreza inhumana, noqueando a su enemigo con un solo golpe fugaz en la cabeza. La acción prácticamente no le había requerido esfuerzo.
—¡Hijo de perra! —exclamó uno de los delincuentes, y sacó de su bolsillo un arma tecnológica. Era digital y resplandecía luces de distintos colores.
Isabel lloraba desesperadamente. No podría soportar que hirieran a Sam.
Sammy, Sammy… ¡Andate de ahí!
En ese momento, el tipo apuntó hacia la cabeza de “Santiago” y disparó.
Samuel esquivó la bala con una velocidad monstruosa y se arrojó contra el sujeto con una destreza brutal. Sin dudarlo, comenzó a golpearlo una y otra vez en el rostro.
Sentía que la adrenalina se había apoderado de su cuerpo. No era capaz de controlarse.
Hijo de perra ¡Jamás permitiría que hirieras a Isabel!
El tipo que quedaba, en lugar de ayudar a su compañero, huyó despavorido por el susto. Tomó una buena decisión.
—¡Santi! —escuchó la voz de su prima, pero podía de detenerse.
Podrían haber lastimado a Isabel.
—Pará… —le rogó el vándalo, pero Samuel lo ignoró.
Mientras le pegaba con el puño una y otra vez a quién le había disparado, sintió una punzada de dolor fuertísima en las sienes. Soltó un gemido.
Una imagen se le había cruzado por la cabeza:
Un hombre regordete recibiendo una serie de fuertes puñetazos… hasta que Isabel lo detuvo. Por esa razón, no mató a Benítez.
Benítez.
Una nueva punzada de dolor lo atravesó. Sentía como si cientos de cuchillas estuviesen clavándose en su cerebro.
Samuel dejó de golpear al tipo —quien se hallaba prácticamente inconsciente en el suelo—, e intentó calmarse. Retrocedió unos pasos y apoyó sus manos ensangrentadas sobre el suelo.
¿Qué mierda le estaba pasando?
Un hombre de cuarenta años y cabello castaño, siendo golpeado en su propia casa. Estaba lastimándolo para poder salvarlo.
Cárdenas.
—¡AHHHHHHHHHHHH! —aulló a causa del sufrimiento.
Ese sujeto estaba muerto. Lo sabía.
Dolor. Dolor. Dolor.
—¡Santiago! —la voz de su prima lo llamaba una y otra vez.
No era capaz de responderle.
Sentía el estómago revuelto, y quería vomitar.
Ezequiel estaba golpeando a un tipo joven. Se oían los gritos de unos niños en el fondo de la casa ¿Serían los hijos del individuo?
Salomé le tomó la mano a Sam y le hizo un pequeño corte en su palma. Luego, derramó su sangre sobre la piel del sujeto.
Ibáñez.
Ibáñez había muerto a causa de su propia sangre.
Maldición, estaba recordando las veces que había agredido a diferentes personas.
Era un monstruo.
Era un monstruo.
Sentía asco de sí mismo.
Samuel se hallaba tan descompuesto que vomitó sobre el césped. Su cuerpo estaba sufriendo de espasmos involuntarios.
Él y su padre se encontraban en Culturam. Samuel estaba pegándole una y otra vez.
No recordaba por qué.
Volvió a lanzar bilis.
Era un niño. Estaba en Culturam.
—Tu madre murió, Samuel. Se ha quitado la vida.
—Seguramente no ha soportado tener un hijo monstruoso.
—Mi mamá no murió. Ella no puede morir. No me abandonaría.
Y en ese instante, el niño comenzó a romper con sus extremidades todo lo que se encontraba a su alcance.
Más vómito.
Un profundo dolor en su cuerpo y en su alma lo agobiaban, y le temblaba parte de su ser. Dios mío, qué mal se sentía.
En ese momento, vio que un vehículo que se le hacía familiar había estacionado frente a él. Se trataba de Marcela, quien salió del auto y bajó rápidamente del baúl una escalera mecánica portátil ¿Acaso Isabel la había llamado?
Sintió una nueva punzada de dolor en las sienes. Tuvo que ahogar un chillido.
La mujer apoyó la escalera robótica sobre el árbol, la cual se aferró automáticamente a la misma para que la joven Medina pudiera descender.
—¡Santiago! ¿Estás bien? —le tocó la frente—. ¡Tenés fiebre! ¡Debemos ir a casa! ¡Ya llamé a la policía para que arreste a estos vándalos!
Leona esposó a los sujetos inconscientes contra una planta para que no pudieran escapar.
—Vamos a la granja, Sam. No te preocupes por estos delincuentes, le diré a la policía que tuvieron una riña callejera.
—Yo iré con ustedes —dijo Isabel de repente—. Le avisaré a mi madre.
—No, jovencita. Mañana tenés escuela.
—He trasnochado mil veces durante el verano y cumplido con mis responsabilidades ¡No quiero dejar a Sam! ¡Él me necesita!
Siempre la necesitaba, pero no quería que dejara de lado su vida por él.
Lo pensó, pero no pudo decírselo. Se sentía demasiado descompuesto.
Marcela suspiró.
—De acuerdo. Vamos.
Una vez en la granja, Isabel le avisó a su madre que volvería tarde para cuidar de Sam que estaba descompuesto. No le contaría sobre los vándalos, por supuesto.
Qué experiencia de mierda, y qué susto que se había pegado. Si hubiesen lastimado a su primo…
—¿Estás segura de que podés cuidar de él?
—Claro —afirmó Isabel—. Si necesita algo, prometo llamarte.
Leona asintió, y se marchó.
Sam estaba consciente, pero se hallaba acostado en el sofá, mirando hacia el techo. Se veía sumamente abrumado ¿En qué estaría pensando?
Se había lavado las manos y el rostro, pero aún lucía pálido y triste.
—¿Estás bien, querido?
—Sí. He recordado algunas escenas violentas… —se estremeció—. Pensar en eso me provoca una jaqueca insoportable.
—A mi hermano también le habían borrado los recuerdos, pero de sólo una noche. Al igual que vos, se descompuso cuando le regresó la memoria.
—¿Qué había olvidado?
—Recordó aquella noche… cuando mi padrastro le había disparado —Isabel se encogió de hombros—. Fue horrible. Odio ver sufrir a mis seres queridos.
El joven Aguilar asintió, empatizando con ella.
—Damián mató a Benítez, y Juan Cruz lo vio ¿No es así?
Si ahora hablaba, era porque se sentía mejor.
—Sí. Muy buena deducción.
Samuel se tomó la cabeza con ambas manos. Seguramente había sentido una nueva punzada de dolor. No quería que él sufriera.
—¿Estás bien? ¿Necesitás algún medicamento?
—Estoy bien, mi rosa negra.
Los ojos de Isabel se llenaron de lágrimas.
—Cuando brincaste del árbol también me llamaste de ese modo ¿Por qué… me llamas así? —necesitaba saber si se acordaba de su relación.
—Porque, por alguna razón, no puedo dejar de relacionarte con una rosa negra.
Le había dicho las mismas palabras en el verano. No se acordaba de su asunto con la flor, pero Sam no había cambiado en lo absoluto.
La señorita Medina sonrió, y le acarició el rostro a su primo.
—Te amo, Sam. No importa si recuperás la totalidad de tu memoria o no, yo siempre me quedaré a tu lado.
Samuel se veía conmovido.
—Un monstruo como yo no merece tu afecto, pero… Yo también te amo, Isa —le tomó las manos.
La señorita Medina estaba a punto de protestar, diciendo que la conocía desde hacía muy poco tiempo y que él no era una mala persona, pero Sam no le permitió que lo hiciera.
—Aunque mi mente no recuerde todo lo que hemos pasado juntos, mi cuerpo sí… Sé que sos una chica inteligente, generosa, amable y bastante testaruda. Me encanta cada parte de tu ser. Hasta tu rebeldía me parece adorable.
—Oh… —el corazón de Isabel latía con violencia—. ¡Sos un dulce! ¡Te besaría mucho… pero has vomitado y no te has lavado los dientes aún!
Samuel rio con ganas.
Lo hizo reír a pesar de su dolor.
—¡Mentira! ¡Me lavé los dientes en la máquina dos veces! ¡No soy un mugriento!
—No sé si creerte —bromeó—. Todavía seguís teniendo mal aliento.
El joven Aguilar besó las manos de Isabel, dejándose llevar por un impulso. No perdía la costumbre de interrumpir sus chistes con cursilerías. Amaba eso de él.
—Sos increíble… ¿No te gustaría ser mi…? —su frase quedó incompleta. Se había ruborizado.
Había dejado de lado el suceso en el mirador para tener un momento romántico con ella ¡Qué ternura!
—Tu… ¿Qué? —Isabel se mordió el labio.
El joven Aguilar se veía ansioso.
—Pensarás que es demasiado pronto.
—¿Qué cosa? —Isabel esbozó una sonrisa pícara. Sabía lo que Samuel quería pedirle y le resultaba gracioso que pensara que era “demasiado pronto”. Sin embargo, esperaría a que él terminaría la frase.
—Sonará raro ya que somos primos, pero… —se rascó la cabeza con nerviosismo—. ¿No te gustaría ser mi novia?
Isabel soltó una carcajada y se le arrojó encima.
—Te amo, y ya te dije mil veces que me importa un carajo nuestro lazo de sangre. Por supuesto que quiero ser tu novia. Quiero estar con vos hasta el fin de la eternidad.
En ese momento, Samuel hizo una mueca y se apretó las sienes con ambas manos. Parecía dolorido.
Isabel se apartó y fue a buscarle un vaso con agua tan rápido como pudo.
—Toma, esto te ayudará —él bebió el líquido rápidamente—. ¿Recordaste algo más?
—Aún no… pero me siento dolorido y mareado. Isa, perdón que corte con el romance…
—Siempre lo has hecho —lo interrumpió, revoleando los ojos.
—… pero… —continuó, ignorándola—. Necesito que me digas cómo murió mi madre. He recordado el momento en que me contaron sobre su muerte… una nueva imagen sobre eso regresó a mi mente —los ojos se le llenaron de lágrimas.
Isabel sintió una punzada de dolor ¿Quién mejor que ella para empatizar con la tristeza de Samuel?
Se sentó en el borde del sofá, y le tomó las manos.
—¿No creés que debería decírtelo cuando cese tu jaqueca? Me duele verte sufrir.
—No, Isa. Necesito saber la verdad ahora.
La joven Medina asintió con tristeza.
Le contó sobre su investigación, sobre la máquina de los recuerdos, sobre la evidencia que gracias a Luis y a Salomé habían logrado reunir y el video que Damián Bustamante le había dejado a los hijos de Benjamín. Le contó quiénes habían sido los partícipes de su asesinato, entre otras cosas.
Samuel derramó unas lágrimas amargas. Isabel le apretó la mano cariñosamente.
—Siempre supe que mi mamá había sido asesinada, pero jamás había querido admitirlo. Desearía ver esa evidencia…
—Se la di a Leona. Pedísela a ella —por supuesto, Isabel guardaba copias en la nube, pero le parecía innecesario que Samuel se torturara con ello. No tenía sentido.
—Presiento que me estás ocultando algo —la observó con sospecha—. Vos sos demasiado inteligente para confiar ciegamente en la gente.
Isabel bufó. Él también era muy astuto y observador.
—Sam, ya te conté toda la verdad. Sabés absolutamente todo lo que necesitás saber ¿Para qué querés ver las fotos de tu madre siendo asesinada o los recuerdos que extrajeron de mi cabeza? ¡Es innecesario! Has sufrido demasiado. Hemos sufrido demasiado. Ambos hemos perdido a seres queridos y hemos sido torturados… —la joven Medina comenzó a llorar, pensando en Benjamín y en Luis, a quienes echaba de menos con toda su alma—. No vale la pena que te tortures más con el pasado. De hecho, hasta a veces pienso que lo mejor para vos, sería no acordarte de todo lo que has padecido —si olvidara los errores que había cometido y cuánto había sufrido… llegaría su redención.
—Odio no recordar, Isa —Samuel sollozó—, me siento como si no tuviera identidad ¿Comprendés? A su vez, sé que algunas cosas sería mejor olvidarlas… Han vuelto a mi memoria las imágenes de cuando había golpeado a cierta gente. He recordado uno de mis asesinatos con sangre letal. Presiento que ha habido más… que me he encargado de personas y animales inocentes… Soy un monstruo —se cubrió el rostro con ambas manos.
—Sammy… ¿Realmente querés acordarte de eso? ¿No sería mejor pasar la página? Y por cierto ¡No sos un monstruo!
—No sé quién soy, Isa… —sollozó.
La señorita Medina apretó la mano de su primo con fuerza.
—Sos un chico especial, que ha tenido una vida muy difícil. Has cometido errores graves porque tu padre te había obligado a llevar a cabo tareas horribles… si vos no le obedecías, te maltrataba de manera inhumana. Eras un niño… no tenías elección.
—Siempre hay alternativas, Isa. Yo había escogido la más simple…
—Sam, no te tortures más. Culturam ya no existe…
—Las personas que murieron, tampoco.
—Ya sé… como los bebés cuyos materiales genéticos habían alterado, no volverán a la vida. Las cosas se han dado así, Sammy. Has sido una víctima más ¿No creés que es mejor no saber todo lo que has hecho?
El joven Aguilar suspiró.
—No lo sé. Los recuerdos que han vuelto a mi mente me han perturbado mucho…
—Te han perturbado tanto que me has pedido que fuera tu novia —bromeó Isabel.
Logró sacarle una sonrisa a Sam. Éste le besó la palma de la mano.
—Isa…
—¿Mm?
—Estaba pensando que tal vez sería una buena idea ir al lugar en donde encontraron el cuerpo de tu tía Daniela. Mi mamá y vos han sido las personas que más he amado en esta vida, y debo honrar su memoria ¿Comprendés? Si hacés eso por mí, dejaré de esforzarme para que los recuerdos vuelvan a mi cabeza.
—Comprendo, Sammy. Te acompañaré. Tendremos que disfrazarnos y ser cuidadosos al andar por el Valle ¡Y Marcela no debe enterarse!
—Será nuestro secreto… —hizo una breve pausa para mirar a su prima con melancolía—. Gracias por quedarte a mi lado y hacer que este dolor que siento sea más leve.
—Lo mismo digo, Sammy. Desde que papá fue asesinado, la idea de encontrarte ha sido lo único que me ha motivado para levantarme de la cama —sentía un nudo en la garganta, pero se secó las lágrimas y soltó—: ahora creo que deberías descansar. Has tenido demasiado por hoy.