Capítulo 5: "Una cara conocida".

2152 Words
Una vez más, las chicas se dividieron las tareas. Salomé iría hasta la policía para encontrar a Leona, e Isabel visitaría a Ezequiel, acompañada por su vecina y mayor confidente del Valle. La señorita Hiedra había insistido en ir ella sola hasta la comisaría, porque tenía más experiencia tratando con adultos corruptos que la joven Medina —lo cual era una verdad indiscutible. Umma Haro estaba contenta porque se encontraría con el chico que siempre le había gustado, pero no se veía emocionada con la investigación que estaba llevando a cabo su mejor amiga. —Siempre tenés la necesidad de meterte en situaciones peligrosas —protestó—. Juan tiene razón cuando se queja de que vive angustiado por tu culpa. —Vos y él son demasiado dramáticos —Isabel intentó suavizar la situación, pero era consciente de que Umma tenía razón—. Sólo veremos a Ezequiel para preguntarle por Sam o pedirle que nos ayude a buscarlo. —Ése no es el problema aquí, sino que Salomé haya ido a la comisaría sola… ¿Vos no estás preocupada? ¿Y si quieren interrogarla? ¿Y si la tratan mal? Isabel negó con la cabeza. —No temas por ella. Es muy astuta. Umma suspiró. —Antes no te caía bien… pero ahora es tu mejor amiga y confiás ciegamente en ella —revoleó los ojos, sin poder ocultar sus celos. Isabel le dedicó una sonrisa y la tomó del brazo. —Has estado a mi lado en las buenas y en las malas. No te reemplazaría por nadie, amiga. No te pongas celosa. —Ya… no lo estoy. Sin embargo, no te creo una sola palabra ¡Pasás más tiempo con Salomé que con tu propia familia! —No seas así —le sacó la lengua. Esperaba que Magdalena no estuviera celosa con Salomé por los mismos motivos. Las muchachas continuaron dialogando sobre algunos asuntos triviales hasta que llegaron a la fábrica metalúrgica en donde trabajaba Ezequiel. Se trataba de una enorme y tecnológica edificación. Había guardias robots y un registrador digital de ingreso —utilizado principalmente por los empleados, viajantes y otros trabajadores que frecuentaban el sitio. La señorita Medina ni siquiera vaciló. Sabía lo que debía hacer. —Me anunciaré. —Isabel… La muchacha se apresuró y se presentó frente a la pantalla con la cabeza en alto. —Buenos días. Mi nombre es Isabel Medina, y estoy buscando a Ezequiel Acevedo ¿Se encuentra aquí en este momento? Una voz robótica me respondió: —Está llevando a cabo sus labores. No puede salir hasta la hora del almuerzo. —Dígale que mi amiga y yo estamos aquí, y que lo esperaremos. Se oyeron unos pitidos agudos, y al cabo unos instantes, replicó: —Solicitud concedida. Las chicas compraron unos sándwiches y unos refrescos y esperaron a Ezequiel durante dos horas sentadas en la vereda digital. —¿Pensaste en lo que vas a decirle? —la señorita Haro bebió un poco de gaseosa. —No… Ya improvisaré. No será complicado ¿Verdad? Su amiga se quedó unos instantes en silencio. Luego, agachó la mirada. —Estoy un poco ansiosa por verlo —confesó Umma—. ¿Creés que se acordará de mí? —¿Cómo no? Sería imposible olvidarte. —Hablo en serio, Isa… Sabés que siempre me sentí atraída hacia él —se encogió de hombros. —Y vos sabés que Acevedo no es bueno para vos. No deberías meterte con alguien como él —es misógino, estúpido y egocéntrico, pero se guardó las últimas tres palabras para sí misma. Umma enarcó una ceja. Isabel pudo leer claramente sus pensamientos: “¿Estás hablando en serio? ¿¡Y qué hay de Samuel!?”. —Me refiero a que tiene un pensamiento retrógrado y puede ser bastante agresivo si se lo propone. Ya sabes que ha sido criado en Culturam, prácticamente bajo la tutela de Heredia. A diferencia de Salomé y Samuel, a él nadie lo ha amado nunca. La vecina de Isabel se estremeció. —Debe sentirse muy solo… ¿Te acordás del día que vagabundeaba por el Valle en año nuevo y dijo que no tenía con quién celebrarlo? —Claro que lo recuerdo —esa noche, se había encontrado con Sam en el panteón y él la había calmado cuando empezó a sentir claustrofobia. El recuerdo le provocó una punzada de dolor. —¿No creés que… pueda cambiar si es amado? —Amiga, las personas no cambian por amor —Isabel le puso una mano en los hombros y la miró fijamente—. La gente que cambia los aprendizajes que les ha proporcionado la vida, no por algo romántico… Por ejemplo, en mi caso, dejé de fumar porque perdí a papá. No soportaría apoyarme un cigarrillo sobre la boca sabiendo que él lo desaprobaba. Samuel no quería que yo fumara y sin embargo jamás le hice caso ¿Me explico? El amor no transforma a los seres humanos, sino las experiencias (buenas o malas) son las que nos proporcionan nuevos conocimientos… —Hablás como una señora mayor —Umma soltó un bufido—, no me meteré con Ezequiel simplemente para que no te enojes. —Esa no es una buena razón. Tendrías que hacerlo por vos misma, no por mí. Terminarás sufriendo si intentás curarlo con afecto. —Otra vez, sonás como una señora mayor. Has envejecido mucho este verano, Isabel. El próximo año ¿Tendré que comprarte un bastón digital? ¿O usarás audífonos como mi querida abuelita? O peor ¿Romperás alguna pantalla de tu casa? Ya me he vuelto toda una experta en apagar incendios causados por la tecnología. La señorita Medina le pegó un codazo a su amiga, intentando seguir su broma. Sin embargo, Umma tenía razón: en tres meses, la vida había golpeado demasiado a Isabel. Se sentía mucho mayor de lo que era, y ni siquiera había cumplido la mayoría de edad. Pronto, una tos seca las interrumpió. Detrás de las adolescentes, un joven de cabello rubio casi platinado, hombros anchos y brazos fuertes se hallaba de pie a dos metros de distancia. Vestía un pantalón y una chaqueta impermeable de color gris, unos guantes gruesos y un casco protector —en la mano—. Esbozó una amplia sonrisa cuando estableció contacto visual con las muchachas. —Chicas, qué gusto verlas. Estoy sorprendido por su visita. Isabel se sintió extraña. El chico que se hallaba frente a ella había tratado inútilmente de conquistarla en más de una ocasión —invitándola al parque, molestándola en el boliche, vigilándola fuera de su casa, contándole a Benjamín que Samuel era su sobrino, etcétera—, y a su vez, había intentado salvar a su padre de su trágico destino. Era difícil para ella definir qué le causaba reencontrarse con Ezequiel. —¿Cómo estás? —Umma rompió el hielo y se acercó a él. Sus ojos brillaban de emoción. A pesar de todo lo que le había contado ¿Cómo podía seguir gustándole ese chico? Algunas personas se sentían atraídas hacia los problemas. —Estoy bien… he conseguido un empleo y estoy viviendo en un departamento por aquí cerca. —Me alegra mucho… ¿Querés comer? Tenemos sándwiches y refrescos —Umma señaló su mochila. —Les aceptaré el refresco. He comido unos snacks en la fábrica. Umma le pasó la bebida. Él continuó: —Díganme ¿A qué se debe tan grata sorpresa? —Ezequiel miró a Isabel fijamente, quien hasta ahora no había abierto la boca. La señorita Medina se encogió de hombros. Respiró profundamente, y soltó: —Sammy está vivo, pero no sabemos dónde está. Pensamos que quizás vos… La expresión de Ezequiel se ensombreció. —Hace semanas que no lo veo ¿Por qué sabría algo sobre él? —No lo sé, a lo mejor se habían ido a vivir juntos o… —Vinieron hasta acá a preguntarme por él —la interrumpió por segunda vez—. No se tomaron la molestia de averiguar cómo me he sentido estas semanas al tener que arreglármelas solo o si estoy llorando la muerte de Heredia. No les importo en lo absoluto. Después de todos los errores que había cometido ¿Se daba el lujo de hacer reclamos? ¡Era un ridículo! A pesar de la estupidez que había dicho Acevedo, Isabel trató de explicarse: —Vos tampoco te contactaste con nosotras, Ezequiel. Mi papá fue asesinado frente a nuestras narices ¿O acaso lo olvidaste? He estado sumergida en mi angustia todo este tiempo… hasta que, el diez de marzo, encontré el collar que le regalé a Sam fuera de Culturam. Se quedó boquiabierto unos instantes. —¿Qué hacías ahí? —el tono de voz del muchacho se suavizó. —Era el aniversario de la defunción de mi tía Daniela. En fin, la visitamos al cementerio, fuimos a Culturam y encontramos el collar. Salomé y yo hemos visto que Sammy lo llevaba puesto cuando estaba dentro de Culturam, por lo tanto, si estaba fuera, quiere decir que sobrevivió a la explosión. >>Hemos estado buscándolo en los registros hospitalarios, en las inscripciones laborales e incluso en su casa, pero no hemos hallado nada. Por eso te busqué y quería preguntarte si sabías algo de él, o si querías participar en su búsqueda. —¿Fuiste hasta su casa? —Hasta la casa de Horacio, sí. Ahora es propiedad del gobierno. —Eso ya me lo esperaba… lo que no entiendo es ¿Por qué no ha ido a buscarte si aún sigue con vida? ¿Será que Horacio le ha hecho algún daño psicológico antes de morir? Las palabras de Ezequiel hicieron estremecer a Isabel ¿Y si así era? ¿Y si lo había torturado una vez más antes de su defunción? Él continuó: —Algo más que me pregunto es… ¿Qué causó la explosión? Si Samuel salió de allí, no puede haber sido provocada por ellos mismos, sino por un factor externo… ¿No creen? Tenía razón. Era lógico. —¿Pensás que los enemigos de Culturam intentaron asesinar a Horacio con explosivos, sin importarles si herían a otras personas? —inquirió la joven Medina. Era lógico. Era lógico. Tenía que ser eso. Maldición. —Supongo —se encogió de hombros, descansando la vista en su casco. —Hablé con la doctora Lemus y me dijo no saber nada de Samuel y tampoco de Ibáñez… Justo en ese momento, conectó ideas. Recordó la conversación que había tenido con Samuel la noche en la que Benítez había sido asesinado: —Soñé con un recuerdo que me perturba hace años… Un asesinato que hemos cometido Salomé, Ezequiel y yo. Le quitamos la vida a un sujeto cuando sus hijitos pequeños estaban en casa. Me siento increíblemente culpable por ello, no puedo soportar este sentimiento… —¿Por qué lo hicieron? —Isabel le tomó la mano, tratando de reconfortarlo. —Porque Heredia y mi padre nos obligaron… El hermano de Ibáñez. —¡No puede ser! —exclamó la señorita Medina, llevándose la mano a la boca—. ¡Lo ha traicionado! —¿Quién? —preguntaron Umma y Ezequiel al unísono. —Ibáñez —contestó Isabel, sintiendo que las piernas le temblaban—. Hace un par de semanas, en las noticias anunciaron que estaban investigando la causa de la explosión en Culturam, pero no dijeron más nada por televisión. Es como si el Valle hubiese olvidado lo sucedido. —Creo que se han guardado el asunto para ellos mismos —opinó Ezequiel. Hizo una breve pausa, y agregó—: al final, yo me presenté a declarar. Ante la justicia, soy inocente. Por lo tanto, no creo que el gobierno esté preocupándose por Sam. —¿Entonces? —Umma se veía confundida. —Algo debe haberle sucedido a Sammy… e Ibáñez debe estar bien escondido para que no lo culpen de homicidio —conjeturó Isabel—. La única persona que tenía el derecho de ponerle las manos encima era Samuel. El resto, debería haber esperado a que fuese juzgado por la justicia. —Concuerdo —contestó Ezequiel—. ¿Entonces? ¿Qué vas a hacer? —Investigaré. Ahora que no corremos riesgo de muerte, ya no tengo miedo… ¿Querés unirte a nuestra búsqueda, o necesitás pasar más tiempo con vos mismo, procesando lo que ha ocurrido? —Estar solo me hace sentir depresivo. Así que, sí, las ayudaré a buscar a Samuel ¿Quién podría negarse a compartir momentos significativos con tres chicas lindas? Umma se sonrojó, pero Isabel revoleó los ojos, ignorando su cumplido. —Ahora, Salomé está en la comisaría. Debemos hablar con ella antes de tomar cualquier decisión. —La jefa morirá de felicidad cuando me vea —los ojos de Ezequiel brillaron con ilusión. Isabel deseó decirle que Salomé ya tenía pareja, pero se guardó la información para sí misma.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD