—Pantera… Dios… —su voz era un hilo, rota por el deseo, mientras él seguía, incansable, saboreándola como si fuera lo único que importara. Sus manos grandes apretaban sus nalgas, firmes, posesivas, mientras él bebía de ella. Lamiendo. Succionando. Mordiendo suavemente. Cada gemido suyo era un combustible que lo llevaba más lejos. Su lengua descendió, lenta, desde su clítoris hasta el borde de su culo, lamiendo con una provocación que la hizo estremecerse. Subió de nuevo, sin prisa, trazando un camino húmedo y abrasador que arrancó un grito contenido de su garganta. Cuando él volvió a su centro, lo hizo con hambre. Hundió su lengua en ella, profundo, reclamando cada rincón mientras sus manos seguían firmes, apretándola, manteniéndola quieta bajo su boca. El mundo de Evanya se desmoronó.

