Capítulo siete: horas infernales.
Ellen Mickalson.
22 de agosto.
La última semana ha sido un caos, no sé en cuantos lugares hemos estado con exactitud. Solo recuerdo los gritos y las órdenes desenfrenadas de Carrie para que todo fuera llevado a cabo con perfección, como apareció Marc de improviso a mitad de semana y robo unas cuantas horas de la preciada agenda de Carrie provocando que esta casi sufriera un colapso. Marc la sostuvo en sus brazos y regalo una de aquellas sonrisas coquetas, solo que en Carrie la sonrisa ganadora no tiene el mismo efecto. No, en ella desata una furia inimaginable que mantiene alejado las manos del actor.
Ahora después de diez horas de vuelo estamos de nuevo sobre territorio inglés, los fans que sabían de mis pasos me esperan con carteles y gritos que aclaman mi presencia. Ellos están llenos de energía y esperanzas por verme, pero Carrie gira los ojos torneándolos completamente blancos, avanza hacia delante a paso cansado y los suspiros que se escapan de sus labios me comprueban que no es un zombi. Su actitud mantiene a raya a los más desesperados, quienes se conforman con un apretón de mano o una foto.
—Ellen, Ellen... —grita una voz infantil entre la multitud. La voz se ve entrecortada por el esfuerzo de hacerse oír sobre los demás. Busco a tientas de donde proviene encontrándome con una niña pequeña de diez o doce años quien está usando un disfraz de mi última serie.
Es adorable, absolutamente adorable. El falso corset se adhiere a su pecho infantil, la falda voluminosa se mueve con cada paso y las alas de dragón extendidas dramáticamente a sus espaldas, complementa con perfección las orejas puntiagudas y los cuernos que se ven ocultos bajo una corona de flores. Es perfecto, cada detalle ha sido realizado a conciencia, llegando a ser una réplica exacta del traje que use durante toda la serie; hasta que fue cambiado por un vestido traslúcido revelador, que mostraba la piel estriada del dragón.
— ¿Qué quieres pequeña? —pregunto con la voz más suave que poseo. Ella saca un afiche de la serie y el primer libro de la saga. Sus manos se adhieren al gordo lomo del libro con fuerza, manteniendo a raya los temblores. — ¿Lo firmo para ti? —asiente ansiosamente regalándome una sonrisa inocente.
Carrie corre a mi lado con cara de muerto viviente y deja una pluma en mi mano, pienso en un mensaje personalizado y bonito para la preciosa niña de inmensos ojos cafés y cabello azul. Diría que el tono de cabello es antinatural y poco probable que sea heredado, pero la genética en esta época es tan fácil de modificar que un cambio de cabello es posible. Deslizo la punta del bolígrafo por el libro y póster dejando el mismo mensaje en ambos objetos. Ella me regala otra sonrisa, mostrándome cuan feliz se encuentra por mi firma.
—Gracias, muchas gracias, Ellen.
—De nada preciosa—afirmo siguiendo el camino hacia el auto, Carrie gruñe y se abre paso. Todos la evitan como si hubiera cogido un virus mortal, dejándonos pasar. —Primero déjanos en la casa de Carrie, ella necesita dormir con urgencia. Después al apartamento de Caleb—él guardaespaldas y chofer asiente, sin prestarle atención a los quejidos de Carrie, quien no se molesta en seguir protestando cuando el carro ya se ha colocado en movimiento.
—Nos vemos mañana—el auto se detiene, Carrie abre la puerta después de tres intentos y lanza su cuerpo sin fuerza hacia fuera.
Su dedo me señala en el aire durante un minuto, está tratando de recordar algo, pero le es imposible. El cansancio que carga sobre los hombros la ha agotado en todos los sentidos, suspiro y espero a que sus parpados vuelvan a caer por segunda vez.
—Ve a descansar, te doy dos días de descanso, si llego a necesitar tu ayuda, te llamaré. Duerme y come—ordeno con voz firme y seria, ella asiente y se escabulle hacia el edificio.
—Hemos llegado, señora—informa el guardaespaldas, el hombre se baja del carro ayudándome a llevar las maletas hacia la entrada del ascensor; el gato que me guio hace una semana hasta el doceavo piso se acerca haciendo crujir los huesos, en pocos segundos aumenta de tamaño y carga las maletas sobre su lomo con facilidad.
Ya no hay un gato de pelaje oscuro y cara redonda; ahora es una pantera, con grandes colmillos y garras capaz de abrir a un ser humano en cascado. Él maúlla y los ojos redondos se posan en mí, esperando que el miedo de estar cerca de una bestia se disipe. Es difícil acostumbrarse a esta extraña dualidad en un solo ser, un cuerpo capaz de expedirse o contraerse a voluntad para cambiar de apariencia.
—Gracias por la ayuda—el felino vuelve hacer un pequeño gato y maúlla al cerrarse las puertas del cubículo, lo último que veo es el movimiento de los bigotes y el rabo peludo.
Al entrar a casa noto enseguida que algo está mal. El departamento se encuentra igual de silencioso y vacío que el primer día, pero hay algo que está mal. La luz tenue aumenta poco a poco, cada vez que doy un paso corto hacia delante, revelando lo que está mal en el lugar. Enseguida soy presa de una fuerza asfixiante, que roba por completo la cordura y me impide pensar con claridad.
—Por favor—susurro en una súplica ahogada.
El miedo es un sentimiento desagradable, pero es quien mantiene los temblores a raya y la necesidad de convertirme en un manojo de llanto con desesperación. El terror de verme, vulnerable y en peligro, sube por la espina dorsal clavándose en lo profundo de los huesos, helándome desde el interior. A lo largo de mi vida he experimentado diferentes situaciones que me han llevado a saber cómo se siente el miedo real, el que te congela la sangre, altera el ritmo cardiaco y te coloca a un hilo del abismo.
Pero descubrir que aún puedo suceder, aunque este en el lugar con mayor seguridad del mundo y viviendo en el apartamento de un jodido genio. Estoy expuesta a la mente maquiavélica de otro, es aterrador.
Doy otro paso hacia delante, contraigo los pulmones, tensado el abdomen y susurrando en mi cabeza que yo puedo hacerlo; solo es ir hasta donde se encuentra la figura desparramada y clavarle algo en la cabeza con todas mis fuerzas. Aunque susurro una y otra vez frases en mi cabeza, no puedo acallar los otros pensamientos; esos que gritan que todo está perdido, que me usaran y no habrá un mañana; pero me mantengo firme y con todas las fuerzas acorto la distancia.
El alivio es instantáneo, como una ola salvaje chocando de lleno o cuando los pulmones toman un nuevo bocado de aire acallando el ardor que los suprimía. Las lágrimas se derraman salvajemente, el labio inferior tiembla igualando la errática respiración y una maldición se escapa de mis labios; no suelo maldecir, pero este momento es lo suficientemente fuerte para hacerlo. La extraña figura que esta recostada en el sofá no es otro que Caleb, el científico ha quedado inconsciente en la mitad de la sala.
Casi muero de un infarto o la locura me reclamaba antes, para terminar, descubriendo que todo el tiempo era un desmayado científico con el rostro rojo y sudado a mares.
—Caleb—susurro al recuperar la voz—Caleb Harrison—repito sin obtener ninguna repuesta, el hombre permanece inconsciente con las mejillas prendidas en rojo y la frente empapada por el sudor.
Acorto la distancia por completo, posando la mano sobre su frente tratando de medir la temperatura. El primer contacto trasmite de su cuerpo a al mio una oleada de calor, la piel que entra en contacto se siente como si hubiera sido expuesta a un fuego o un acero caliente. El hombre gime y se retuerce en el sofá, sus brazos se estiran buscando algo a que aferrarse con desesperación, las yemas de los dedos se clavan en mis mejillas trasmitiendo un poco de su calor y sudor.
—Caleb, despierta—murmuro agitando su hombro, ejerciendo presión con la intención de que vuelva en sí. Pero Caleb gime y pide entre susurros incoherentes un poco de descanso, los parpados permanecen cerrados con fuerza; su mente se encuentra en otro lugar y es difícil traerlo. —Caleb, trata de buscar fuerza de algún lado, solo unos pasos hacia la habitación, vamos cariño.
Le hablé con la voz más suave y preocupada que poseo, aunque esta última emoción es real y palpable. Mi preocupación hacia el estado en el que se halla es real, su cuerpo se tambalea y lucha por permanecer sobre los pies y avanzar; las manos se afianzan a mi cintura buscando un apoyo y la cabeza del moreno cae hacia delante sin fuerza, los parpados revolotean, pero él nunca vuelve a estar consciente.
—Ya casi llegamos—informo pasando debajo del marco de la habitación, un jadeo se escapa del hombre y su cuerpo falla por completo llevándonos hacia el suelo. Quiero gritar del dolor, pero me detengo, mantengo a raya mis emociones o el malestar que me recorre al ser aplastada por Caleb. —Un último esfuerzo—suplico sacudiéndome debajo de él como un gusano, tratando de escapar del sofocante y pesado en cierro.
Caleb no vuelve a responder o hacer un gesto hacia mis comentarios, se mantiene quieto y callado en el suelo, ha caído completamente en la inconsciencia sin importar los fuertes temblores a los cuales se encuentra sometido. Quiero creer que tengo la fuerza necesaria para alzarlo y tirarlo en la cama, aunque intente una y otra vez alzarlo en brazos, apenas soporto el peso de una de las extremidades. Cada vez que mis manos se encuentran sobre él, me gano un gemido o jadeo ahogado, palabras sin sentidos susurradas en su momento febril.
—Lo siento—murmuro tomando una profunda respiración, echo hacia atrás los hombros y jalo, jalo de sus brazos hacia delante, arrastrando por el suelo; colocándolo con mucho esfuerzo a la orilla de la cama.
Los brazos queman, los tendones se encuentran a toda potencia y los músculos se flexionan con cada esfuerzo; la respiración se une al torrente de cansancio y desenfreno. Caleb no protesta por los bruscos movimientos o por su cara siendo arrastrada contra el piso frío y áspero, no, él se mantiene en silencio y deja que lo maneje a mi completo gusto. De alguna forma logré colocarlo en la cama; unos rasguños, tropezones y jadeos, después el hombre se encuentra cómodamente acostado en la cama. Analizo su rostro magullado y no puedo evitar sentirme mal ante las marcas.
—Ahora vuelvo—informo al aire, una mano caliente se envuelve en la muñeca al escuchar mi voz; los dedos se cierran con fuerza impidiéndome irme. Los labios se abren lentamente, dejando salir una respiración lenta y tortuosa. —No me voy a ir—murmuro, soltando el flojo agarre y caminando hacia la cocina y baño, sin esperar a escuchar lo que tenía que decir.
Busco entre las gavetas un recipiente metálico grande, lo dejo llenando con agua fría, mientras esculco en la nevera en busca de hielo o cualquier cosa que me ayude a contener durante más tiempo la temperatura del agua. Sonrió con satisfacción después de unos segundos al encontrar lo necesario, dos recipientes con agua y muchos años después estoy al lado de Caleb, cambiando cada tanto tiempo la toalla húmeda de su frente.
—Déjame decirte que nunca imagine pasar el primer día con mi esposo de esta manera, Caleb—murmuro deslizando un paño por su rostro, limpiando el rastro dejado por ser arrastrado—tampoco esperaba sufrir un casi infarto por tu culpa, ¿quién se enferma y decide quedarse en el sofá incómodo a la cama? Nadie, absolutamente nadie.
Cambio la toalla de la frente sumergiéndola en la bandeja con agua helada y hielos; la exprimo unas cuantas veces, sintiéndome satisfecha con el resultado al dejarla en la frente del hombre. Los escalofríos han disminuido, y su cuerpo no ha vuelto a templar durante media hora. Las mejillas continúan prendidas en un rojo vivaz, y los labios se encuentran entreabiertos, dejando escapar suspiros pesados y agotados.
—No estarías muriéndote de fiebre si trabajaras las horas necesarias sin llegar al punto de desfallecer, qué demente solo duerme cuatro horas al día, es una locura—hablo y hablo mientras mantengo limpio su rostro, cuello y brazos. Llegando a cada pedazo de piel expuesta, cuando he terminado el recorrido, vuelvo a comenzar, una secuencia repetitiva hasta que no queda ninguna zona sucia o sin frotar.
Pasan las horas entre comentarios, cambios de toallas y agua. La fiebre ha bajado, poco a poco abre los ojos o se acomoda más a gusto en la cama. Los susurros sin sentidos provocados por la fiebre se han detenido, aunque debo admitir que algunos tenían sentido; sobre todos aquellos que sonaban cargados de rencor y reto, como si quisiera probarle a alguien que se equivoca. Me relajo completamente al salir los primeros rayos del sol y al tocar su frente sentir la tibia y fresca; tenía miedo, miedo de que este hombre se muriera.
No podría imaginarme pasar a darle la noticia a su padre y como me miraría el vejestorio al enterarse de que deje morir a mi esposo. Dios, nunca lo olvidaría, cada vez que nos viéramos cara a cara me reclamaría el hecho de volver a traer desgracias a los Greiner. No me importaría la opinión de Arthur, pero no sería capaz de decirle a papá Harrison que su hijo ha muerto por una fiebre. Nunca quisiera ver a ese pobre hombre destruido, llorando la muerte de uno de sus hijos.
Sus adorados hijos.
"Los dioses me están castigando" pienso, a medida que el tiempo que me mantengo despierta, comienzo a divagar, buscando alguna explicación razonable que no suene egoísta o estúpida, para estar pasando por todo esto después de un viaje de diez horas. No he descansado correctamente durante la última semana, pero por lo que veo mi esposo me gana también en eso. Lo cual no es algo para burlarse o estar orgulloso.
Las ojeras que adornan su rostro son profundas, el tono pálido de su rostro cuando la fiebre ha bajado y el color rosado se ha ido por completo es preocupante; los labios cortados y deshidratados también son algo a tener en cuenta. Caleb se ve mal, luce demasiado mal, aunque ya no parece una bombilla led; su cuerpo y apariencia cuelga de un hilo, casi llegando a lo insano. Era cuestión de tiempo que sus fuerzas cayeran y colapsaran, la mala suerte fue el momento donde sus defensas quisieron rendirse.
"El mejor día de todos, como anillo al dedo" el pensamiento está cargado de cinismo y desdén todo provocado por el cansancio. Me mantengo unas cuantas horas más despiertas con temor a que la fiebre vuelva y no me dé cuenta, pero el lado vacío de la cama a su lado me tienta y llama hacia ella. Cabeceo, el celular suena, los ojos se abren y salto fuera de la silla tropezando con los recipientes vacíos.
—Son las seis de la mañana—murmuro con voz ronca al contestar la llamada, del otro lado asiente y la voz relajada y cantarina de Carrie me roba un gruñido mal humorado.
—Controla tus garras, tigresa. Suenas como si no hubieras dormido toda la noche, ¿no lo hiciste? —pregunta Carrie, ella se encuentra con las energías renovadas para un nuevo día y habla sin parar, apenas mi cerebro dormido puede recoger algunas palabras. —Si no dormiste, estás mal. Debes descansar las horas necesarias, si no te verás horrible al día siguiente.
Carrie tiene el descaro de regañarme como una madre a su hija, me dice por qué razón debo dormir y no saltarme los horarios destinados al descanso y alimentación. Gruño una vez más mostrando cuan irritada me siento con esta conversación.
—Caleb está enfermo, tenía fiebre durante toda la noche, hasta ahora ha bajado. No podía dormir mientras él podía morir durante la noche, Carrie—silencio sus comentarios dándole una lista de lo que necesito para sobrevivir las próximas horas al despertar de un corto sueño. —Necesito varios favores tuyos, además de los que dije, trae dos cápsulas de medicina contra la fiebre y gripa, esos de efecto inmediato. Y ¿puedes preparar una sopa de pollo o cualquier sopa para Caleb? Por favor—ruego.
—Entendido, medicina, sopa y demás—recita colgando la llamada después de asegurar que llegara dentro de una hora.
Vuelvo al lado de Caleb midiendo su temperatura, está a treinta y seis grados, fuera de peligro y es la señal que necesito para tomar una pequeña siesta de dos horas hasta que Carrie llame y avise que ha llegado con lo pedido. Me acomodo en el otro lado de la cama, dejando un espacio entre nosotros, los parpados caen y rápidamente me sumerjo en un sueño profundo, el cual se ve alterado por el tono del celular.
"Estoy en la sala" Leo el mensaje, las letras están dobles y borrosas, varios mensajes de Carrie sigue llegando, esperando que me levante y vaya hacia ella. La mujer sonríe sin poder aguantarse la carcajada al ver mi apariencia y las marcas de la sabana.
—Te ves del asco.
— ¿Qué es lo que llevas en la cabeza? —inquiero evitando el comentario anterior, ella señala a su máscara de oxígeno y el casco de cristal que le rodea.
—Protección—murmura, la voz suena algo robótica y entrecortadas—no quiero contagiarme con el virus que hay en el apartamento, soy tu asistente, lo último que necesito es compartir enfermedades. Ten, aplícala enseguida—extiende las cápsulas hacia mí, el cilindro es alargado, delgado y liviano, el líquido azul translúcido en su interior tiene burbujas y una flecha estampada en el costado de la cápsula para indicar como colocarla. —Al cuello y un solo pinchazo, haces lo mismo con Caleb.
—Gracias—susurro, alejando la medicina del cuello, completamente vacío. El ardor de la mini aguja al entrar persiste en la zona, aunque pase los dedos sobre la superficie una y otra vez.
—Deja de frotar, vas a empeorar la herida de la inyección. En unos segundos pasará el dolor, solo espera. Dejo dos recipientes con caldo de pollo y una ensalada liviana para más tarde en la nevera. Come apenas despierte, no solo cuides de tu esposo.
—Entiendo, gracias por hacerlo, Carrie. No podría estar sin ti—susurro con los ojos cerrándose, un bostezo se escapa de mi boca y ella ríe. Se despide con la mano y sale del apartamento usando la llave que le entregue hace días.
Vuelvo a la habitación encontrándome con la mirada de Caleb, sus ojos marrones me observan con duda, se cierran y abren varias veces con esfuerzo esperando que desaparezca del lugar. Su boca permanece en una línea recta apretada, las mejillas con un leve sonrojo y la camisa que estaba sobre su torso ha desaparecido, revelando el comienzo de hombros firmes y trabajados.
— ¿Quién eres? —pregunta la voz ronca de Caleb, sus ojos se encuentran ligeramente abiertos, la seriedad que domina sus rasgos es leve, viéndose afectada por el sueño.
—Soy tu esposa—me coloco a su lado, susurrando con suavidad, posando una sonrisa cansada en los labios. El ceño se frunce y me dice que no me cree.
Que tan descuidado puede ser una persona para olvidarse del hecho de estar casado, y que no conozca el rostro de su esposa. Exacto, es una probabilidad de una en un millón y delante de mis ojos está. Caleb parece no recordarme.
—Imposible—susurra como si hubiera escuchado una mala broma, la yema de los dedos roza mi mejilla, comprobando si soy real y no un holograma. Al principio posa los dedos con delicadeza y miedo, con temor a traspasar mi mejilla; sin embargo, al avanzar los segundos y ver que su toque permanece en el mismo lugar, traza círculos y líneas rectas, recorriendo mi rostro de arriba abajo, con fascinación.
—Esto es extraño—susurro, alejándome de su toque, mantengo la inquieta mano sujeta entre las mías, verificándole de alguna manera que no soy un sueño.
—Lo es— murmuré.
—Mi esposa no se encontraba en casa cuando llegue, ella se fue—susurra sin fuerza, los parpados cae y vuelve a sumergirse en un profundo sueño manteniendo nuestros dedos entrelazados.
—Al menos sabes que me fui de viaje, un avance—murmuro con rencor, el cual quema a mi corazón y lo hace latir con energía que escasea rápidamente. El sueño se adueña una vez más de mí, llevándome a ignorar lo sucedido y acostarme al lado del hombre sin importar que su mano se adhiera a la mía con ímpetu.
Dormimos agarrados de las manos, como una pareja de enamorados. Solo que uno de los dos está enfermo y el otro cansado hasta los huesos.