V

4521 Words
Capítulo cinco: todo comienza por la boca. Ellen Mickalson. 7 de agosto. Los nervios que experimente en todo el viaje hasta el apartamento, eran estúpidos. Ahora lo son, cuando analizo detenidamente la situación después de una noche y seis horas, donde no sé nada de Caleb. Debo reconocer que sentí un alivio inmediato al comprobar a la mañana siguiente que mi esposo no apareció por la noche. Todo se encontraba en el mismo lugar, la ropa que había dejado prolijamente doblada en el baño después de tomar una ducha y el conjunto de encaje que suelo usar siempre se encontraba casi seco en el cuarto de lavado. Nadie más había entrado al apartamento desde que llegue. Me dediqué a inspeccionar una vez más con detenimiento las áreas que no considero demasiado personales, el apartamento es grande y amplio con pocos muebles, tenía pocas habitaciones y cada una de ellas estaban ocupadas. Una de las más grandes era la habitación de Caleb y otra un tipo de oficina con diversas máquinas que no lograba comprender para qué servían; además de aquellos dos salones, había un pequeño gimnasio con área de relajación. Al llegar a la cocina y abrir la nevera esta estaba vacía, mis esperanzas se murieron. Tenía la idea de que el yogur que comí ayer aparecería uno nuevo por arte de magia, pero no fue así. Anoche el saber que no había ningún alimento no era un problema, pero ahora es totalmente diferente, los dientes chocan entre sí y rechinan ante la idea de comer alguna de aquellas barras compactas. En la actualidad hay personas que no tienen el tiempo y dinero para cumplir con un régimen adecuado de comida, por eso nacieron las barras de alimentación compactas; con ellas se puede sustituir sin ningún problema las tres comidas. Personalmente, a mí no me gustan, no tienen mal sabor; pero al comerlo tanto de niña y saber que me engordan como un desquiciado, evito consumirlo. —Responde, Sara ha llamado y quiere que aparezca. Sara te castigará—el peculiar tono de llamada de Sara suena por el apartamento, la dulce voz de mi amiga se contorsiona ante el mensaje oscuro y subido de tono. Al principio me negué a que personalizara como sonaría mi celular cada vez que llamara, pero ella terminó ganando. Ahora siempre tengo que escuchar su voz grave y alterada diciendo guarradas cuando está llamando. —Sara quiere saber cómo está su abejita, eres una abejita muy mala. Mereces un castigo, pon ese... —corro hacia el celular cogiendo enseguida la llamada para evitar la siguiente frase. Maldición, mis mejillas arde de vergüenza. —Pensé que nunca responderías, bee. Fue difícil saber de ti desde ayer, tuve que llamar a Eliana, no fue fácil conseguir su número. Nunca debí desaparecer dos días, ignorar cada mensaje y llamada. Pero si me coloco a enumerar cada cosa que no debería hacer, hecho la lista nunca terminaría, comenzando por ser la hija de un padre ausente; no fue mi culpa, pero cargo con el daño que provoco aquellas acciones. Sara se escucha calmada del otro lado del celular, su voz es tranquila y algo alegre; sin embargo, reconozco aquel tono de voz con facilidad. Es el que usa cuando descubre algo que hemos estado ocultando o cuando Marc y Holden se meten en innumerables problemas; lo cual pasa casi siempre. No obstante, yo no suelo guardar secretos, ni mentirles; pero esta vez lo hice. No dije toda la verdad sobre mi matrimonio y parece que esto me pasara factura. Ahora no solo estoy engañando a mi esposo, sino a mis amigos, madre y hermano menor. Soy una mentirosa compulsiva. —Eliana me contó que tu suegro termino engañándote para que aceptaras vivir en el mismo apartamento que su hijo—aquello suena muy mal. Y que en cada segundo se muestre paciente y bondadosa como una madre, no hace más que aumentar mi culpa. —Sinceramente, me sorprendió escuchar aquello. ¿Tienes algo que decir o puedo enumerar cada cosa que está mal? —pregunta después de largos segundos de tortura silenciosa. —No tuve opción—exclamo en un grito agudo. —Si les decía todo, no me hubieran dejado casarme y ocupar el lugar de Eliana; sé que está mal y no necesito que alguien me lo esté recordando a cada tiempo como si fuera la voz de la razón. Tengo un en mi cerebro, Sara, solo que últimamente evito escucharla para no sentirme como la mierda. —Cariño, eres una idiota—susurra con calma. Usando un tono de lástima y decepción, pero de infinita preocupación. —Deberías haber escuchado a esa vocecita como lo haces siempre. Ahora estás metida en la casa del lobo y mintiéndole a un hombre que no conoces de nada, Ellen. ¿Qué pensabas? —Estoy bien, Sara. No podía negarme a papá Harrison, era un hombre demasiado amable y cordial como para decir no. Me enjaulo, peor de lo que lo hace Eliana. Pero nada sucedió, si te lo estás preguntando; apenas pude conocer el rostro de mi esposo y como suena su voz, el hombre desapareció después de firmar los papeles—trato de evitar que mi voz no suene como un quejido, pero me es imposible. El día comenzó mal, no hay nada de comida real en el apartamento, mi esposo me abandono ayer en un mar de elitista y el beso que recibí como esposa, no fue tan genial como esperaba. No es que estuviera esperando algo intenso y arrebatador, pero me hubiera conformado con algo más que un roce de labios. — ¿El maldito hizo qué? —el chillido de Sara me confirma que he cometido un error—si me estás llamando y contándome tan relajadamente lo sucedido, intuyo que se está bañando o nunca aprecio. Carraspeo tratando de no responder, pero Sara no es estúpida, ella se da cuenta de que la respuesta es lo último y se queja aún más de Caleb. Mi amiga se queja mientras termino de comer una de las barras de comida compacta, no me siento realmente llena al terminar de comerla, pero es lo único que tengo. —No apareció durante toda la noche y mañana, voy a salir hacia mi apartamento a buscar algunas cosas que necesito. Al final del día, somos esposo y lo normal es vivir juntos. —Ese matrimonio se puede joder—suspiro, hasta ahora lo único rescatable es que mi suegro es una buena persona y parece contento de tenerme en su familia; si estaba diciendo la verdad sobre las habilidades de Caleb, es normal que no apareciera. No sé si está huyendo de mí o siempre trabaja de esta manera. Lo cual es preocupante. —Pasa por mí, te ayudaré a mudarte—ordena Sara colgando la llamada. Me detengo delante de la puerta del complejo de casa de Sara, no me sorprende verla fuera de su casa moviéndose de un pie a otro con impaciencia, esperando que apareciera. Su rostro se encuentra fruncido y los labios sobresalen en una mueca de impaciencia, la cual desaparece completamente al oír el motor de mi carro. Ayer lo había dejado parqueado en el jardín trasero donde tuvo lugar la ceremonia, y al conocer a papá Harrison no me quedo más opción que confiar una vez más en el piloto automático; sinceramente esta fue la mejor actualización que pudieron hacerle al programa de los autos. No necesito estar en su interior para que se mueva, puedo darle la coordenada exacta donde me encuentro y él vendrá hacia mí, en pocos segundos. —Pensé que nunca llegarías—se queja golpeando la visera de la gorra azul bebé. — ¿Quieres hablar por ti misma o esperas que pregunte? —anuncia después de unos cinco minutos en silencio. Dos de sus dedos marcaron cada segundo que pasábamos en silencio. Suspiro tratando de pensar en alguna manera de escapar, pero la voz de Sara se vuelve a escuchar en el cubículo del automóvil y las preguntas comienzan. —No vamos a hacer esto, Sara Raver. No hay nada interesante sobre estas veinticuatro horas de casada, apenas si vi el rostro de mi esposo o escuché su voz. Lo único que puedo contarte es sobre su padre, y era un hombre realmente amable. — ¿Papá Harrison? —asiento, una sonrisa maliciosa y libidinosa se desliza por sus labios. — ¿Acaso es un bombón? —pregunta con toda la picardía que recorre su cuerpo, la mirada que me dirige a través del espejo retrovisor confirman que no hay una pizca de burla en aquella pregunta. No sé por qué aún me sigue sorprendiendo el comportamiento libertino, por la manera en que su lengua habla sin filtro y como las comisuras de su boca se elevan con un deje de insinuación. Sara es un alma libre, esas que nunca tendrán ataduras, aunque traten con todas sus fuerzas de colocarlas; es una persona que no le teme a lo que dirán o como la vean. —No responderé. Es el padre de mi esposo, me niego a decidir si es atractivo o no. Por dios, Sara, no me hagas pecar. La carcajada de mi acompañante me distrae, por inercia mis manos sueltan el volante y el piloto automático toma por completo el control del vehículo. Suelo maneja, cuando necesito tranquilizarme, sentir que estoy en un lugar seguro o todo saldrá bien; pero Sara consigue con facilidad que mis nervios bajen y mi vergüenza suba como espuma, no la juzgo; pero somos demasiado diferentes. Aunque ella lo niegue, le gusta verme avergonzada, con las mejillas encendidas en un tono rojo antinatural y mis ojos brillantes. —Bien, descríbeme a tu esposo. Eliana compartió algunas fotos de la ceremonia, pero no capto bien el perfil del novio. Fue un desperdicio—Sara omite olímpicamente que amenazo a mi hermana para conseguir las fotos. Sara puede llegar hacer muy salvaje y peligrosa cuando se lo propone, pero nunca haría daño a alguien; no por una bobada. Mi corazón se congela y demora unos segundos en volver a latir con normalidad, al recordar el rostro de Caleb. Si no me hubiera encontrado en un estado de schok, con todos mis sentidos adormecidos y la cabeza sumergida en un tanque de agua, el cual no dejaba pasar nada del exterior. Estaba en una cápsula de seguridad, la cual fue inútil al ver el rostro de mi esposo, al sentir el tacto de su mano alrededor de la mía y escuchar por primera vez su voz. Nada me hubiera preparado para ese momento, para descubrir que ninguna de las imágenes que había creado de él estaba en lo correcto. Caleb era un científico y por esto, esperaba un hombre alto, desgarbado, con poca presencia. Un hombre normal, el cual nunca se podría clasificar como atractivo. Pero la persona que tomo mi mano y me beso, era atractiva; poseía una belleza innegable que se veía enaltecida por la actitud seria, madura y calmada que se adhería a él. —Te has quedado en silencio, solo puede significar dos cosas, es demasiado feo para describirlo o normal y no vale la pena responder—niego, la sonrisa se extiende por sus labios y la curiosidad abunda en lo profundo de su mirada— ¿es hermoso? —Sí, es atractivo, Sara. No esperaba nada de mi esposo, pero el hombre que apareció ese día en la ceremonia, no era lo que había imaginado. Era serio, muy maduro y reservado, pero la expresión imperturbable que mantenía en su rostro; lo convertía en irresistible. Alto, casi un metro noventa; piel bronceada, cabello n***o y ojos igual de oscuros. No sé muy bien si es delgado y definido o tiene algo de músculo. —Te gusta tu esposo, bee. —No—niego. No me gusta mi esposo, me parece atractivo, y toda su seriedad ayuda a que ese pensamiento coja fuerza; pero no me gusta. —Si tú lo dice, acabamos de llegar—informa esperando que las puertas del carro se abran. — ¿Has decidido que harás con las cosas que gritan "soy una estrella de cine"? Realmente, Ellen, te has colocado a pensar en cuán grande ha sido el cambio que has tenido en tu vida; aunque no quieras admitirlo, estás asustado, no te has dado cuenta, porque lo está encasillando como trabajo, una escena extra de alguna película. Pero, esto—me señala justamente, la mano donde se encuentra la alianza—es mucho más que una escena extra; te has casado, cariño y aún no sabes que tan profunda y caótica es la situación. Tu situación. No necesito hablar a profundidad de mis sentimientos con Sara, para que ella me dé una charla psicológica donde acierta en cada punto anunciado. Siempre sucede lo mismo, ella conoce mis miedos antes que los diga. He pensado, he tenido el tiempo suficiente en el desolado apartamento de Caleb para pensar en lo que he hecho. Para repetir una y otra vez las últimas semanas en cámara lenta, buscando el momento exacto donde perdí la cabeza y pensé que esto estaría bien. Que podría aceptar ser la esposa de alguien a quien no conozco, de una persona que está actuando como si no existiera. Creí que lo tendría a él, para apoyarnos y lamernos nuestras heridas mutuamente; porque al final, Caleb tampoco deseaba este matrimonio y fue lanzado a aceptarlo. Pero mi compañero de loquero, no se digna aparecer. Estoy sola en ese lugar desconocido. Ya lo he aceptado, pero seguiré diciendo que es una farsa, vivo en la casa de otra persona; duermo en su cama, mientras él está en algún lugar de la ciudad teniendo un desastroso estilo de vida. —Me di cuenta cuando ya había firmado los papeles, aunque me hubiera percatado unos minutos u horas antes, no podía huir, Sara. Era Eliana o era yo. Conoces la respuesta, mis hermanos son unas de las cosas más importantes en mi vida, no podría ignorar su dolor y malestar como lo haría con un desconocido—suspiro—obvio que comprendo cuan extraño y difícil es mi matrimonio, pero ya está hecho. No puedo echarme hacia atrás y no lo hubiera hecho. —Lo entiendo, no completamente, pero lo hago—concede colocando punto final a la conversación por ahora. —Necesitas algo que te ayude a despejar la cabeza, un poco de libertad y serenidad. —No voy a follar con nadie—exclamo apresuradamente, ella sonríe con picardía y me guiña un ojo. —No lo iba a proponer, pero sería lo mejor. Le envié un mensaje a Marc para que llegara a tu apartamento con bebida y comida chatarra, necesitas un poco de paz y sé cuál es tu método—sonrió de felicidad y agradecimiento. —Gracias—murmuro. —No tienes nada que agradecer, ya puedes entrar, Marc—habla hacia la puerta, Marc entra con una sonrisa tensa y mostrando las bolsas de papel en sus manos. Ha escuchado todo o al menos el final. Son pasadas las tres de la madrugada, la hora que muchos creen que abren las puertas al más allá y los demonios son libres; la hora maldita para algunos crédulos. Sin embargo, para Sara y Marc no hay diferencia si es de madrugada, para ellos es solo otra hora más del día. El momento indicando para invadir mi apartamento e intoxicarme con comida chatarra y alcohol, excusando con la idea de que no les dije toda la verdad y no pudieron hacer una despedida de soltero. Mientras Marc prepara todo, Sara se tira al suelo y sujeta su copa con emoción. —Relájate, dulzura—murmura está sirviendo la primera copa de vino tinto. Su mirada se desvía del Ron blanco hacia la ginebra, con indecisión del cual abrir. —Necesitas soltar tenciones, y es nuestra última oportunidad para robar a la novia. Ya sabes si el matrimonio no ha sido consumado, no cuenta. —Aquello era en la antigüedad, Sara—explica Marc con una risa ronca y contagiosa. Marc, asiente y se toma el vaso ofrecido por Sara, hay tres botellas abiertas en la mesa de la sala, si tuviera que adivinar que ha tomado Marc; apostaría a que Sara ha combinado las tres bebidas en ese baso. El rostro del hombre se contrae, las cejas se unen y las mejillas se colorean de un intenso rojo, el cual corre hacia la frente y cuello; la mueca que se forma en los labios confirma que ha sido una bomba lo que ha tomado. —Es tu turno, no puedes negarte—niego mirando la copa con el extraño líquido translúcido con miedo. —No puedes hacerlo, bee. Debes cumplir con el deseo de Sara, se ha quejado desde que se enteró de todo, no hay quien la calle—se queja Marc deslizando bruscamente dos dedos por su frente, dejando la zona roja e irritada. —Exageras, mi boca se ha mantenido cerrada—Marc rueda los ojos y el vaso cargado hasta el tope termina en mi mano. La mirada de Sara me persigue esperando con impaciencia y expectativa que tome. El líquido se desliza por la garganta, dejando un rastro caliente a su paso; los gritos de éxtasis de Sara animan a que tome el último trago sin dudarlo. Las copas siguen llegando y en un momento de la madrugada, nuestras lenguas se enredan y las conversaciones no tienen sentido; ambos no hacen algo más que quejarse con la idea que no estuvieron para mí en ese momento. Sara gritando como loca cuando diera el sí en el altar y Marc amenazando innumerables veces al novio con matarlo si me hacía infeliz. A mí también me duele, que no estuvieron en un día tan importante, en un momento que me perseguirá hasta la muerte. —Maldita sea, bee—se queja Sara, su mano da vueltas en el aire y el líquido se derrama en el suelo. —Yo quería verte con el vestido de novia, esperaba estar a tu lado y decirle unas cuantas palabras al novio. Me negaste aquello, Injusto—su lengua se enreda y pega al paladar, provocando que la mitad de las palabras se entrecorte o no se entiendan. —Sara ya has tomado bastante. —Al diablo, bee. —Sara—suspiro, ella me muestra el dedo medio y después ríe con fuerza echándose encima de Marc quien se queja por el codazo en la mejilla y el peso sobre su espalda. —Piensa en esto como una grabación más, trabajo. Solo es trabajo. —No te casas y follas al trabajo—agrega Marc en voz baja y lenta, tratando de hacer que su lengua no se entorpezca. —Eso—chilla Sara y mi mano tiene la intensión de pegarle una cinta a su boca borracha. —No me he follado a mi marido, ni siquiera lo conozco. Solo sé su nombre, Caleb Harrison. —Pero lo harás, en algún momento estarás sobre él—agrega Marc empujando a un lado a Sara, está gruñe y le vuelve a pegar dejando un enorme moretón en el rostro del actor. Él solo suspira y la mira con los ojos entrecerrados, como si estuviera a punto de perder la paciencia ante la intensidad de ella. Hasta ahora no había considerado la idea de tener sexo con mi esposo, nunca había pasado por mi cabeza. Y ahora que trato de imaginar una escena, la cual desencadene aquel final, es imposible para mí, el imaginarme teniendo una relación íntima con un desconocido. Dudo que alguna vez la idea de quitarme la ropa y lanzarme sobre él, pase por mi cabeza al estar juntos; no es un matrimonio real, no hay amor o un vínculo emocional que nos una. No existe nada entre nosotros, más que mi necesidad de proteger a Eliana. —Interesante—susurra Sara desde el suelo, su mirada está fija en el celular. El dedo se desliza rápidamente hacia abajo y los ojos se mueven por la pantalla de derecha a izquierda con maestría. La sonrisa, que se desliza en los labios gruesos y rojos, es malvada. —Caleb Harrison, 29 años de edad. Científico con logros impresionante y considerado uno de los genios de la actualidad. Es un hombre reconocido por sus aportes y hallazgo, pero no hay ni una foto de él. Te has atado a un genio, un cerebrito. ¿Científico? Las palabras resuenan a la lejanía, la palabra da vueltas en círculos y se va haciendo más inmensa con cada vuelta. Como si descubrir en que trabaja abriera nuevas posibilidades y escenarios, cada uno de ellos desastrosos y caóticos. Sara solo sigue leyendo los logros de mi marido, saltando de un artículo a otro con la intensión de descubrir algo de su vida privada; pero como había dicho hace unos segundos, no hay información de él más que lo profesional. —Sabía que era una familia de ingenieros y físicos, nunca conecte que Caleb también sería uno. ¡Mierda! Si hay alguien capaz de descubrir la verdad, será él. Se va a enojar si descubren que lo he engañado, más que enojar. Ambos asiente estando de acuerdo, son tan amables e ingeniosos que describen lo que sucederá cuando mi mentira caiga. Algunas versiones son más positivas y otras... Dios, son como una película para adultos, solo a Sara se le ocurre un escenario de ese tipo; pero Marc la apoya y le da la razón. —No sucederá, ¿quién crees que es para que me castigue como si fuera una sumisa? Dios, estás mal Sara, limpia esa cabeza—la aludida se encoge de hombros restándole importancia. —Ella tiene razón, si fueras otra mujer puede que nunca se diera aquella situación—entrecierro los ojos con disgusto. —Pero imagínalo, bee. Caleb Harrison tiene una esposa hermosa, con curvas generosas y que es el deseo carnal de cualquier hombre; no importa cuan inteligente y lógico sea, es hombre. Si descubre que le has mentido, y ya hay algo s****l entre ustedes para ese punto, es más que obvio que cojera ese lindo culo tuyo y lo azotara hasta que no puedas sentarte. Y esto es solo siendo gentil con las palabras, bee—alega Marc ilustrándome calmadamente lo que sucedería. —Si fuera yo habría más que simples palmadas, te follaría hasta que no pudieras caminar por lo menos durante una semana. Ya sabes, tocaste su orgullo masculino. — ¡Por dios, no! —Exclamo sonrojada de la vergüenza. —Diría que no, que sería alguien bondadoso y dejaría tu culo intacto, bee. Pero por lo que he leído es un sujeto serio, que solo tiene ojos para su trabajo; si se llega a enterar puede que esté más que enojado, echara fuego por los oídos—asegura Sara saliendo un poco de la borrachera. —Ningún hombre le gustaría casarse con una mujer que no conoce, mucho menos que su esposa le mienta desde el primer momento sobre quién es. No me agrada darle la razón a Sara, pero es seguro que no lo vaya a dejar pasar. Ambos tienen razón, a nadie le gustaría vivir con un desconocido en la misma casa, el cual lo ha engañado desde el primer momento. Despertar un día y descubrir que tu pareja, no es quien crees conocer, si no, que es alguien completamente desconocido. Yo me enojaría, dios, le diría que moriría. —Veamos el lado bueno, tendrás sexo con un científico. Siempre he querido saber si serán calmados y lentos cuando lo hacen, hasta el punto de hablarte de las leyes de la física o será un toro desenfrenado—Sara tiene la osadía de colocar una mano sobre el mentón e imaginar cómo sería la intimidad con un científico. —Tienes que contarme. —He tenido papeles de genios y científico, si quieres lo hacemos y puedes comprobarlo—sugiere Marc con una sonrisa coqueta. Ella lo mira con los ojos entrecerrados y una sonrisa suave en los labios, pero niega. —Debe ser uno verdadero, de esos que usan gafas enormes, batas blancas y parecen ir por el mundo pensando en números o situaciones hipotéticas que superan el entendimiento de las personas normales. —Soy inteligente y puedo darte unos cuantos orgasmos. Lo aseguro—Sara niega. Ambos entran en una conversación sin sentido de porque debería tener o no tener sexo entre ellos, al final Sara se apega a la idea que debe ser un genio y Marc le dice que está colocando sus expectativas demasiado altas; que es imposible que haya un hombre que cumpla los requisitos que pide. Ella sonríe y murmura que es libre de soñar. Sin embargo, a medida que la conversación sigue, la calma desaparece y ambos suenan como perros callejeros por los múltiples gruñidos que dejan escapar. Sara y Marc no pueden estar en el mismo lugar durante tanto tiempo sin gruñirse; son tan parecidos que es difícil que se llevan del todo bien. —Basta. —Dilo tú, Ellen ¿es mejor un genio o un hombre que puede asegurarte un par de orgasmos? —pregunta tomándome con la guardia baja, las mejillas se enrojecen y mis parpados caen de la vergüenza. Sara me desespera, aún más cuando está tomada. —No responderé esa pregunta, es tu fantasía, no la mía. —Aburrida. —Eso—concuerda Marc. —Gallina—susurra y se queda callada después de unos intentos donde su lengua se vuelva lenta y torpe. Sara es la primera en caer dormida. Marc sigue en pie, seguimos enteros y con la mente lúcida. La expresión de gracia que se había deslizado en su rostro ha desaparecido, dejando a un lado por completo las risas y la diversión. Marc me mira fijamente, llevando la copa hacia los labios, dándole un trago leve antes de hablar. La voz se escucha ronca y oscura. —La decisión ha sido tomada—asiento—no podemos hacer nada para impedirlo, no diré que lo entiendo; porque nunca haría algo de este calibre por alguien. Quiero lo mejor para ti, y, aunque a mi parecer este matrimonio no lo es, lo respetaré; por el respeto que siento hacia ti. Te apoyaré, Ellen, sabes que me tienes a tu lado y disposición en cualquier situación; solo dilo y volaré hacia ti. —Lo sé, gracias por haberte rendido y aceptarlo—él niega y me regala una sonrisa tensa. Aunque Marc no haya mostrado su desagrado tan abiertamente como Sara, está ahí. Pero como dijo, la decisión ha sido tomada; yo la he tomado y no hay nada que me haga cambiar de parecer. —Lo aprecio demasiado, desearía que hubieran estado ahí conmigo, pero no se pudo—menea la cabeza quitándole importancia. —Es hora de descansar. —Nos vemos—susurro caminando hacia mi habitación, Marc acomoda a Sara en la única habitación de invitados y él vuelve al sofá con la intensión de dormir.
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