Al llegar a Francia me sentí muy diferente, ya no era esa niña que se había fugado para buscar su futuro a escondidas de sus padres.
Estando en el aeropuerto a la espera de quienes irían por mí de pronto divisaba a Clara, su rostro era el mismo, pero su físico era de alguien adulta y sensual. Junto a ella se encontraba mi madre, la cual estaba a la espera de mi regreso. Con el impulso que tenía por sentir su cercanía corrí hacia ellas para abrazarlas, las había extrañado mucho.
—Madre, te extrañe—vocifere mientras nos envolvíamos en ese abrazo que tanto necesitaba, en medio de eso el llanto nos acompañaba.
—¿Que tal a mi? ¿me extrañaste?— mencionaba Clara.
—Por supuesto que sí—respondí para también abrazarla.
—Tal parece que ahora eres la amiga gordita y llorona—refería
