Me quedo en silencio, sopesando la contestación mientras bebo un trago de mi roncola y le miro por encima del vaso. Madre mía, qué guapo es. Una sonrisa blanca como el marfil aparece entre sus labios gruesos y siento que estoy a punto de marearme. ¡Vuelve a tus sentidos, Lucía! me grito a mí misma mentalmente.
—No hace falta que me invites. —contesto, levantando el mentón.
—Sí, sí que hace. Raúl.. —el rubiales del barman se guarda el dinero. Yo abro la boca pero la vuelvo a cerrar. Soy como un pez boqueando.
—Bueno, pues muchas gracias eh..
—Ian, mi nombre es Ian. —sonríe—. ¿Y tú?
—Gracias Ian, me llamo Lucía.
Joder, hasta su nombre me pone. Él sonríe con más ganas y sus ojos se achinan un poco dándole un aspecto juvenil. Se la devuelvo y justo en ese momento empieza a sonar de nuevo Somos los barrieros.
—¿Sabes bailar, poli? —pregunto mientras le guiño un ojo.
—Se me dan mejor otras cosas, editora. —me devuelve el guiño y os aseguro que si estuviera embarazada hubiera roto aguas allí mismo.
—Ven a bailar esta canción, me encanta.
Sin esperar una contestación de su parte, termino mi copa de un trago y le agarro la mano con la mía para llevarlo hasta la pista. Suelto mi vaso ya vacío en la mesa junto con las cervezas de mis amigos y cuando llego hasta donde están todos bailando, empiezo a bailar y cantar.
Somos los barrieros y venimos todos a una
debajo de mi sombrero mi alma blanca,
blanca como la espuma.
Orgullo de barriero..
Bohemios y soñadores,
no tenemos mas fortuna que nuestra luna,
el sombrero y las canciones..
Ian sonríe mientras le miro. Me derrito. Me sonrojo. Incluso me equivoco con la letra de la canción. Doy un traspié e Ian me coge antes de que clave mi barbilla en el suelo del pub. En ese momento sus manos frías tocan la piel descubierta de mi cintura y me recorre un delicioso escalofrío. Sonrío por lo que me hace sentir este guapo y buenorro policía. Me tomo unos segundos para admirarle bajo las luces del pub; tiene el pelo lo suficientemente largo para que un mechón caiga con sutileza sobre su frente, los ojos marrones más claros que he visto y los labios gruesos marcados por una barba de tres días. Madre mía, es un pecado andante. Cuando la canción acaba, empieza a sonar una bachata.
—¿Sabes bailar bachata, morena?
—¡Pues claro que se!
—Vamos a comprobarlo.
Ian me agarra con una mano de la cintura y me pega a él. Estamos tan juntos que no coge ni un hilo entre nuestros torsos. La voz de Prince Royce vibra a través de los altavoces, empezamos a movernos y alucino al ver cómo baila Ian. A cada momento estoy más caliente y tengo más ganas de llevarlo a mi cama. En cada segundo los deseos de besarle se intensifican. Mis esperanzas empiezan a crecer cuando noto a Ian duro debajo de sus vaqueros negros. Sonrío y levanto las cejas, él me imita.
Cuando acaba la bachata le llevo hasta la barra y mientras espero el vaso de agua que he pedido, le pregunto si ha venido solo.
—Sí, a estos sitios suelo venir solo. No está bien dejar a mis colegas tirados. —voy a preguntar a qué se refiere pero inmediatamente entiendo que es porque cada vez que viene aquí, consigue una presa. ¿Seré yo esta noche?
—Mmm.. Quién será la afortunada esta noche.. —comento con aire ausente, muerta de ganas de ser yo.
—Alguna caerá. —dice con chulería, y eso me cabrea.
—Pues espero que te lo pases bien. —digo cortante. Para chulo él, chula yo. Él levanta las cejas como si estuviera sorprendido.
—Yo también. —asiente.
Dicho esto, se va. ¡Se va! ¡y me deja aquí! No sé si estoy más caliente que indignada. También yo me lo he buscado. Sacudo la cabeza y decido olvidarme de él. El rubiales, ahora conocido como Raúl, me alarga el vaso de agua y le sonrío como agradecimiento. Me lo bebo de un sorbo y me dirijo hacia la pista, la noche es joven.
Una hora después tras haber bailado con todos mis amigos, me encuentro bailando salsa con un mulato muy simpático pero que no me atrae nada. A mitad de la canción noto que alguien me tira para sí y al girarme veo a Ian.
—Qué cojones.. —me besa. Me besa y me requete besa.
Nuestras lenguas se enlazan de un modo feroz. Lo oigo gemir cuando le muerdo el labio. Me separo un poco y él saca su lengua para lamerme los labios. La cabeza me gira a toda velocidad, perdida en el deseo. Cogiéndome de la cintura, me acerca a él y me dice en el oído:
—Llevo deseándote desde que te vi en la editorial. —y tira de mí hacia la salida.
Al llegar a mi casa, no tardamos más de dos minutos en llegar a mi habitación y estar desnudos. Me besa con auténtica necesidad y yo rodeo las piernas en su cintura para tenerle más cerca. Estoy contra la pared. Se vuelve a acercar a mi oído y musita:
—Te voy a follar. ¿Te parece bien, morena?
El gemido que sale de mi boca es la respuesta que él necesita para penetrarme de una única vez. Él gime y yo grito. Madre mía que me escalabra. La presión es tan grande que me quedo un momento sin aire. Él mueve las caderas en círculos y grito. El muy cabrón sonríe, satisfecho con mi reacción.
Se queda un momento quieto dentro de mí, hasta que me impaciento y empieza a moverse con violencia. Le clavo las uñas en el bíceps, recorro su cuello con mis manos y agarro su pelo con fuerza para llevar su boca hasta la mía. Él suelta un gruñido y el calor sube a la enésima potencia. Me estoy volviendo loca. Me está volviendo loca. Grito de nuevo de placer cuando él vuelve a entrar con fuerza. Jadeo y vuelve a salir para entrar moviendo la cadera en círculos. Una ansia imparable se apodera de nosotros y olvidamos por completo el hecho de que no nos conocemos. Grita mi nombre. Yo grito el suyo. Ruge. Yo grito de placer.Y aunque no me gusta gritar tan alto, lo hago, porque con este hombre es imposible. He perdido la razón.
Unos calambres me recorren desde los pies hasta la cabeza y me tenso. Estoy a punto y él también. Con un último empellón llega hasta el fondo y grita mi nombre en un gemido ronco que es el detonante de mi placer. Nos falta el aire y jadeamos. Parece que hemos corrido un maratón, y me siento como tal.
Ian sale de mí y se quita el condón. Me apoyo en la pared intentando mantenerme en pie, estoy floja, muerta, este hombre ha consumido mi energía. Veo que se viste y lo imito. Me pongo unos vaqueros cortos y una camiseta de tirantes azul. Carraspeo y me mira.
—¿Quieres algo de beber? ¿Comer? —no quiero que se vaya aún, quizás podemos repetir.. Frunzo el ceño porque es la primera vez que me pasa. Sacudo la cabeza y desecho ese pensamiento.
—Eh.. —se rasca la nuca dudando—. Vale.
Me voy a la cocina dejándole solo, saco unas cervezas y unos trozos de empanada que me han quedado de la cena. No suelo comer mucho por la noche así que hay suficiente para los dos. Preparo en unos segundos la barra con lo indispensable y cuando estoy acabando, Ian entra en la cocina. Al llegar me da las gracias y se sienta en frente. Es una situación un tanto incómoda. Coco que parece haber olido la comida, aparece frente a nosotros. Le digo que es mio, el sonríe y lo acaricia pero vuelve a ponerse serio cuando éste se va de la cocina. ¿Nunca se queda después de echar un polvo? ¿pensará que quiero algo más? Parece que me lee el pensamiento porque dice:
—Tengo normas, Lucía. —mi cara de alucine debe de ser tal que continúa sin dejarme preguntar—. Son tres: Nada de compromisos, nada de distracciones y nada de acostarse más de una vez con la misma mujer.
—Te vas a quedar sin mujeres y vas a tener que repetir—me mofo.
—En ese caso tú serías la primera en mi lista.—confiesa, encogiéndose de hombros
—¡Más quisieras! —él frunce el ceño y yo lo aclaro—. Después de tirarte a medio mundo vas a venir a mí, claro.
—Si después de tirarme a medio mundo como tú dices, te elijo a ti, será por algo morena.
—Ya, buena suerte con ello. —contesto mientras mastico un trozo de empanada. Uf, está más buena que Ian y ya es decir.
—¿Siempre eres tan arisca?
—¿Yo? ¿Arisca? ¿Siempre? —ay mi madre, que mala leche me está entrando—. No soy para nada arisca, sólo lo uso para alejarme de los chulos como tú.
—A mí me pone. —dice sonriendo.
—No es mi culpa que seas masoca, Ian. —me encojo de hombros y él se ríe. ¿Por qué tiene que ser tan guapo, follar tan bien y decirme esas cosas? ¿¡Por qué!?
Después de una media hora hablando de cosas triviales y terminando de cenar, Ian se va dejándome con una sensación muy rara. Se que no le voy a volver a ver en cuanto cierro la puerta, y eso me toca la moral. No sé qué me pasa así que decido que lo mejor es irme con Coco a dar una vuelta y quitarme al policía de la cabeza.