—¿Me he manchado? —preguntó mientras buscaba limpiar los bordes con la yema de sus dedos. Ruzgar alargó su mano y removió una mancha ficticia nada más para poder tocarlos.
—Nada de lo que puedas preocuparte.
—Gracias—dijo antes de volver su atención al baile.
Fue imposible que la mirada intensa de Andar Celik no se posara sobre ellos. Muchos de los ancianos habrían reprochado el comportamiento, pero a Ruzgar parecía importarle poco lo que tuvieran para decir. Se mantuvo sobre su regazo hasta que la danza general terminó y todos volvieron a sus asientos, cerca de las dos de la mañana. Era realmente tarde y sus ojos casi se cerraban solos.
Para su buena suerte, con una señal, Ruzgar indicó que se marchaban. Había sido suficiente alcohol para él, pues la cabeza ya le comenzaba a punzar y también para Elif, que, si bien no estaba alcoholizada después de tres copas de raki, si parecía estar a segundos de caer en un sueño profundo. La ayudó a bajar de su regazo y él se incorporó para dedicar una mirada de despedida.
—Iré por mi cartera—anunció pues la había dejado en el sofá al otro lado del salón y esperaba (aunque era un hecho), que iba a encontrarlo en el mismo lugar. Cuando llegó allí, se inclinó para tomarla, pero no fue tan sencillo como planeó. Ayle estaba delante de ella en compañía de su madre lanzándole miradas hostiles.
Se tragó lo que tenía para decir.
Tenía suficiente sueño como para discutir.
—Por la amistad que tuvimos en el pasado Aksoy—dijo la chica más joven—, escucha lo que dije. No pronuncié mentiras y creo que sería mucho mejor para ti declinar ahora. Ya ha sido suficiente humillación para ti pasar por todo esto como para agregar algo más.
—No necesito tus consejos.
Tomó su cartera decidida a irse. Tenía mucho sueño.
—Sigues siendo igual de soberbia.
—No, Ayle, nunca he sido soberbia. En el pasado disfruté de compartir con ustedes parte de mi vida. Les abrí la puerta de mi casa y conocieron los beneficios de mi vida, no porque me sintiera más, solo porque buscaba compartirlo con alguien—aseguró sinceramente—. Luego, cuando pasó todo lo de mi familia, cosa que entiendo, cada uno tomó un odio en mi dirección y un repudio que no está justificado. Si mi padre traicionó a la Turk ¿Qué pecado cometí yo? Ninguno, solo tener su sangre en las venas. Puedes tenerme resentimiento por ello es válido, pero creo que lo que hacen y dicen, va más lejos que eso. Cruzó la línea, buscan herirme, esa es la verdad. Puedes seguirte riendo a mis espaldas y diciendo que mi marido me tiene asco a las demás. Espero que te aproveche.
Pronunció sus ultimas palabras con el deseo de zanjar el tema, pero cuando se dio la vuelta, se topó casi de frente con su marido. Mierda. Era imposible que no lo hubiera escuchado y por alguna razón sintió vergüenza. Una cosa era que ellas lo comentaran y que ella lo supiera y otra muy distinta que Ruzgar también estuviera al tanto. Tragó saliva y sin poder mantener la mirada, siguió caminando de forma evasiva.
No iba a hablar del tema.
Quería ir a casa.
No se detuvo hasta que llegó al auto, donde se sacó los tacones y decidió afirmarse contra el cristal y cerrar los ojos, un firme mensaje de que no iba a hablar al respecto. No fue divertido el sentimiento aprensivo y vergonzoso que le hicieron pasar, pero iba a manejarlo. Había superado cosas peores como para que la mierda salida de la boca de una infeliz pudiera hacerle daño realmente. Sintió la presencia de Ruzgar a su lado y después el auto emprendió la marcha. Fingir estar dormida sirvió hasta que llegaron a casa. Ahmet abrió la puerta y ella se inclinó para tomar sus zapatos. Descalza subió los escalones de piedra fría y siguió hasta llegar a su habitación y cerrar la puerta de golpe.
No había sido una buena noche.
Nada, ni siquiera por un segundo.
Se dejó caer sobre la cama sin poder manejar aun el sentimiento de vergüenza. ¿Asco? Esa palabra era muy cruel sin importar desde que punto de vista lo viera. Era realmente fuerte. Se quedó en silencio y sin darse cuenta una lagrima traicionera resbaló por su rostro. Tenia que tolerarlo, porque no pararía, nunca lo haría.
Luego de recuperar fuerzas unos minutos, se incorporó y comenzó a quitarse el vestido. Terminó delante del espejo, quitándose el maquillaje en medio de un cansado suspiro. Debía ponerse un pijama abrigado porque la piedra de Capadocia era fresca por las noches y le daría frio. Se metió entre el pijama elegido y se acercó a la ventana. La luna estaba brillante, perfecta, decorando la cima de los cielos, solo opacada por la preciosa mezquita en la cima de una montaña.
Observó el brillo de las estrellas y bajó la mirada hacia el jardín.
Las flores parecían bien cuidadas y el césped perfectamente cortado, así que la casa nunca debía estar sola. Notó una presencia en medio de la oscuridad. Ruzgar se mantenía vistiendo la camisa color negra con los primeros botones desabrochados. Una de sus manos estaba en el bolsillo y la otra con un cigarrillo en la mano. Parecía tenso por una razón y Elif se tomó un momento para analizar su silueta.
Alto.
Fornido.
Con atractivo cabello largo.
Ojos autoritarios pero burlones en ciertos momentos.
Ruzgar Arslan era un extraño espécimen de hombre que ocultaba secretos.
Parecía tenso por algo y sacudió el cigarrillo. Elif se cruzó de brazos sobre el ventanal y siguió su andar, lento, pausado, casi podría jurar que inclusive estaba meditando algún tema de relevancia. Ese hombre no le agradaba intelectualmente, pero podría encontrarle el gusto para sus objetivos y hacer el esfuerzo ¿No? Tan solo al pensarlo, sus entrañas recordaron el fuego de la noche anterior. El camino apenas estaba iniciando.