(…)
—No tengo idea, señor.
—¿Cómo diablos no vas a tener idea? —cuestionó Ruzgar esa mañana mientras afirmaba sus manos a la barra de dominadas e impulsaba su cuerpo hacia arriba por decima novena ocasión ¿Diecinueve o veinte? Había perdido la cuenta, pero lo importante era que estaba bañado en sudor y estaba interesado en saber los pormenores de la noche anterior.
—La señora entró al baño. Salió molesta. Creo que tuvieron alguna discusión de mujeres. No podría haber entrado—explicó intentando que esa respuesta sirviera para calmar un poco las dudas de Ruzgar—. Las mujeres hacen comentarios crueles en su dirección seguido. Ha sido así desde que ambos se casaron y eso es innegable.
—Pocos estuvieron de acuerdo con esa boda, Ahmet.
—Pero ella tampoco pudo escoger.
No era su culpa. Él acató una orden por Kerem, nada más.
Si querían buscar un culpable de esa boda, podían comenzar hablando de la mierda que eran los Aksoy y como Burak lanzó a toda su familia al fuego nada más por ambición. Un hombre en su condición debió pensar con claridad que sus acciones, arrastraban a su sangre detrás. No era culpa de Elif, estaba claro, si de su padre y hermano.
—Yo tampoco lo hice y la he mantenido conmigo. Acaté las órdenes. Todo el mundo sabe porque nos casamos. Lo hicimos porque en sus condiciones, dejarla ir habría sido un error garrafal. Su padre provocó una masacre. Es una enemiga o la Turk la considera así desde que ocurrió la Henna Roja. No puedo hacer nada contra ello.
Ahmet lo observó continuar, llevaba sus músculos al límite.
Llevaba una vida activa en todos los sentidos y mantenerse activo era necesario para no perecer ante el estrés. El más grande lo tenía en su casa. Una veinteañera loca que le mostró las garras después de toparse cara a cara con la muerte y que ahora, llevaba dos días sin salir de la habitación, aunque eso no era nuevo en ella.
—¿Entonces porque seguir con esto?
—Pienso exactamente lo mismo. No debió pasar y debe parar. Entiendo que lo que pasó en Kaymacli la hizo darse cuenta de su realidad, pero es demasiado tarde. He perdido seis meses en este juego que, si bien no me ha atado de manos, si me ha traído problemas—comentó confiando en Ahmet como su confidente matutino. Bajó se la barra con destreza y bebió un poco de agua para calmar el fuego del esfuerzo físico—. Elif Aksoy no durará mucho tiempo aquí. Puedo ayudarla manteniendo su presencia debajo de mi techo, pero si vuelve a causarme problemas, yo mismo voy a dispararle. No funcionó. Si este experimento que Arabelle propuso hubiera tenido éxito, se habría dado desde hace tiempo. Ahora ya es tarde.
No era una experiencia, fue un acto de piedad que no tenía sentido.
Lo lamentaba por Elif, pero, aunque el sexo había sido bueno, eso no significaba que continuaría y que, además, ella estaría de acuerdo. Nada le garantizaba que en su interior no estaba llorando por haber fallado a su padre y haberse ido a la cama con el hombre que representaba lo que le mandó a la hoguera. Conociéndola, eso podía pasar.
Imaginarla llorar le puso los cabellos de punta.
NO iba a tolerarlo.
Maldijo al ver su botella de agua vacía y abandonó a Ahmet. No le había dado respuestas, aunque el ya imaginaba lo que pasó. Las palabras de esa chica de nombre corriente aún se repetían en su cabeza. ¿Asco? ¿Pero qué diablos? ¿Realmente las mujeres comentaban todo eso? Frunció el ceño agradeciendo a Alá haber nacido con una v***a bien provista, porque ahora que se daba cuenta, las damas podían ser mas peligrosas en manada y mucho más crueles.
¿Asco? Con ese lindo rostro que tenía y ese cuerpo pequeño, pero bien dotado donde debía, había contenido a su cuerpo para no tener una erección pensando en ella mientras se duchaba por la madrugada. Elif era preciosa y lo que más embelesaba de ella era esa melena brillante y esos ojos que eran la mezcla de inocencia y caos. Recordó sus uñas enterradas en su espalda y un escalofrió le recorrió la espalda. Le gustaba como mujer, pero al ser un gusto negado, era mejor contenerse.
Con la botella de agua vacía en sus manos entró a la cocina pensando en que debía volver a Estambul en dos días. No podían pasar más tiempo allí. Asuntos reclamaban su presencia y cuando se trataba de dinero, no podía dejarlos pasar. Extrañaba esos días donde podía evadir los ojos del Meclis centrados en Kerem y él tenía total libertad para llevar una buena vida de soltero que saltaba de flor en flor.
Kerem ahora tenía una esposa, un heredero varón y una familia.
El Meclis era un grano en el culo, así de sencillo.
Ancianos tradicionalistas con las familias más ricas de Estambul haciendo negocios como en el pasado. Casando hijas con gente más poderosa, casando a sus hijos con mujeres de buen estatus y honor para forjar lazos dignos antes los ojos de Alá.
¡Por favor! —pensaba divertido—. ¡Vendían droga, mataban personas, follaban golfas, vendían mujeres en los prostíbulos y lavaban dinero! ¡Alá los mandaría al infierno en cuanto los tuviera enfrente porque eran unos malditos y él no pensaba ocultarlo! La falta de escrúpulos le había hecho rico y si después existía un infierno, estaba preparado para arder.
Se quedó de pie, notando una pequeña presencia husmeando en el refrigerador. Tenía el cuerpo inclinado dejando ver su lindo trasero y parecía tener el cabello recogido en una coleta alta. Elif cerró la puerta de la nevera manteniendo sus manos llenas con algunos ingredientes y un jugoso melocotón en su boca atrapado entre sus dientes. Uno de los contenedores cayó de sus manos y Ruzgar lo tomó en el aire. La chica logró hacer que todo llegara a la barra y después sacudió su cuerpo por si tenía alguna miga.