ESTAMBUL, TURQUIA. No me gustan las serpientes. Eso fue lo primero que vino a la cabeza de Elif. La sensación de tener aun animal pesado recorriéndole los hombros o su lengua viperina sobre el rostro era simplemente tétrico. Tan solo estar allí le causaba que todos los vellos del cuerpo entraran con rebeldía y se erizaran para recordarle que todos en este mundo teníamos un miedo o una debilidad. Los dedos de Ruzgar acariciaron su clavícula. Recordó con cierto pavor la cabeza de Usta en medio de la mezcla de saliva y cabellos apelmazados. Pudo haber sentido nauseas, pero se recuperó cuando esa fragancia masculina la abrazó por completó. —Estás muy lejos de casa—pronunció—, también muy lejos de la habitación. Te estaba esperando para cenar, pero me topé con la sorpresa de que mi linda e

