Si, definitivamente era una jodida posibilidad.
No importó cuanto dolía. Apretó la mandíbula y caminó tanto como pudo, hasta que sus pies dejaron de tocar el suelo y fue tomada al aire como un costal de papas. Una mano se posó sobre su trasero acomodando su blusa que se levantó un poco y después todo fue un vaivén, vaivén que Ruzgar no parecía detener.
—¿Podrías bajarme por favor?
—No sé qué me inquieta más, si tu fingiendo que no duele o el extraño caminar que tomas para impedirlo. Está sangrando de nuevo—comentó sin detenerse y aprovechando el buen estado del camino para acelerar el paso—. Encontraremos al caballo, volveremos a la casa y me iré de cacería, todo en ese orden.
Elif quiso golpearlo. ¿Estaba burlándose de ella?
Su tentadora espalda estaba a su alcance, podía ponerse
