—¿Estas cansada? —preguntó después de unos segundos. Estaba sudorosa, pero de un sudor extrañamente seco. —Es un poco cansado—confesó entonces. —Aun no vamos ni siquiera por la mitad. Llegaremos al punto donde vimos a la presa al menos en tres horas más de camino y eso no garantiza que no tengamos que movernos más lejos—comunicó señalando un espacio entre dos enormes árboles. —Una vez que lo tengamos, vamos a dispararle. Si escuchamos un disparo primero, el juego se habrá acabado. Alguien más le tendrá y habré perdido. —¿Eso es problema? —Si, nunca lo hago. Sonrió al ver la expresión intransigente de su esposa, quien casi puso los ojos en blanco al escucharlo. Lo vio sacar unas balas de su chamarra de cuero y comenzar a colocarla en el enorme rifle que, sin duda, media más de u

