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Kisaeng

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Blurb

Todos tenemos un secreto.

Kim Yi Jeong , es un hombre serio y reservado que le gusta mantener el control de todo lo que le rodea ¡Oh, no! no lo hace por obsesión, ni mucho menos, simplemente no le agradan las sorpresas que terminan arruinado sus planes. Lo que casi siempre hacen sus socios con molestos tiempos de relajación.

En fin, todo cambia. Sabía que en algún punto tenía que ocurrir. Pero, aún así fue sorpresiva aquella aparición.

Se enfrentará a muchas cosas, lo sabe, todos lo saben.

Pero, no contaba que su cambio lo generaría una kisaeng. No se lo esperaba, realmente nadie lo hacía.

Ahora, se dejará sumergir en las agua del amor.

Eso cree él.

Lo que no sabe, es que el amor siempre es ciego.

Y cuando lo descubra, tal vez sea demasiado tarde.

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UNO
Yi Jeong observa ensimismado a la joven que se mueve con gracia en la mitad del salón, sus compañeros sostienen las cervezas en sus manos mientras murmuran entre ellos lo entretenido que sería tenerla en su cama bajo su voluntad. El pelinegro les mira de reojo pensando en lo ridículos que se ven deseando a una mujer de esa manera, es enfermo, casi patético en su concepto. Mueve un poco sus piernas que se hallan cruzadas, tratando de que la sangre circule mejor y no se duerman, no las puedes estirar, pues se halla sentado en un tatami sobre el suelo, alrededor de una pequeña mesa junto a sus otros cuatro compañeros que no paran de beber.  Cierra sus ojos ligeramente sintiéndose agotado, tiene sueño y nada desea más que ir a su apartamento a descansar. Mañana lo espera una pila de documentos en su escritorio y una junta con su tediosa socia Eun Soo que no hace más que darle dolores de cabeza. El lugar es amplio, hay varias mesas repartidas por el lugar ocupadas por hombres de corbata como él. Hay un gran vitral que da la vista a la ciudad, acompañando la pulcritud del lugar y el ambiente que se desarrolla dentro del lugar. Todo es modesto, medido, decorado de una manera que pueda agradar a cualquier persona perteneciente a la aristocracia, pero a él no. Dirige ahora su mirada a la ventana, perdiéndose en la hermosa noche que decora a la ciudad de Hanyang *. Sabe que es hermosa, no sólo porque así está catalogado, sino porque él la ha recorrido, conoce sus rincones, sus calles y los secretos que se esconden tras estas. Sabe que la hermosura no reside en el aspecto, sino en aquellos detalles ocultos que te transmiten sentimientos que punzan e impiden apartar. Es un hombre observador, él lo sabe, todos se lo dicen. Habla poco y siente mucho, características de las cuales varios carecen. Pero, se enorgullece de ello. Es la clave de su éxito, de su vida. Es su esencia. Las risas estridentes de la mesa de al lado le hacen chistar. ¿En qué momento había aceptado tan molesta invitación? Oh, sí. Sus socios habían insistido en llevarle a un tiempo de "relajación", que en su perspectiva no significaba más que un desperdicio de tiempo, vida y dinero. Lleva la mano a su corbata y la suelta, siente un poco de calor. Da un sorbo a la cerveza sintiendo el líquido amargo quemar su garganta, ya se siente un poco mareado y eso que apenas lleva un par bebidas.  La música alegre zumba en sus oídos junto con las risas que tanto hombres y mujeres sueltan alrededor, entretenidos en sus charlas sin sentido, en comentarios estúpidos y sexistas que alimentan su perversión. El aire del ambiente es una mezcla de sudor, cigarrillo y alcohol que le empieza a molestar, irritar. No pertenece a esos lugares. Sus socios lo saben tan bien como él. Pero, aun así, habían insistido. Casi rogado. Y él aceptó creyendo que tal vez le hacía falta hacerlo, ahora comprobaba que no, nada de eso le hacía falta. Pone la bebida sobre la mesa y toma aire queriendo no perder los estribos allí mismo. Son sus socios y sólo han querido hacer que se relajara, o eso le han dicho y les quiere creer. Con desdén observa el lugar, pero se detiene en las cuatro mesas que rodean un cuadro en el centro, donde bailan mujeres ataviadas con hermosos hanboks, peinados decorados con costosas joyas y un maquillaje que las hace deslumbrantes a cualquier ojo que las observa. Exacto. Había terminado en un sitio de entretenimiento, él, un hombre tan reservado y serio en sus labores se hallaba en semejante lugar tan bajo y deshonroso. En un burdel de mala muerte, que a pesar del empeño en su exquisita decoración, se hallaba en lo más bajo de las clases sociales. Pobre de su reputación si alguien llegaba a enterarse. Estaba siendo excéntrico, lo aceptaba, pero no podía describir con otras palabras aquel sitio de entretenimiento de kisaengs. Había acudido a reuniones donde ellas eran participes con actividades que requerían la mejor educación, pero allí era algo diferente.  Las mujeres que parecen tiernas simplemente esperan el momento para atacar a las presas y cobrar su recompensa. Esas son las kisaeng. Mujeres hermosas que se ganan la vida a base de  talentos refinados, entre ellos, el de abrir sus piernas. No sabe si todas allí se dedican a la prostitución, pero por el lugar y modo de trabajo da por sentado que sí. Mira de soslayo a las tres jóvenes que siguen moviéndose en el centro con parsimonia, empeño y un brillo de seducción en sus miradas. Observa al hombre de la mesa que se halla a unos metros evidentemente borracho, habla de manera animada con una joven con mejillas ruborizadas por el maquillaje y unos hermosos ojos negros que se asemejan al jade. La joven mueve sus manos con gracia frente al hombre, mientras sus labios interpretan una dulce melodía que desea con toda su fuerza escuchar, el hombre, parece nublado por su belleza y el encanto que emite su acto. Y él se siente igual. Tal vez le cuenta una leyenda, no lo sabe. Pero es inevitable detenerse en admirarla. Las kisaeng son talentosas, eso nadie lo niega. Pero, para Yi Jeong todas son iguales. — ¡Hey! Yi Jeong  Siente el golpe en su costado derecho y se gira de manera lenta encontrándose con la sonrisa de su amigo Insuk, sus mejillas sonrojadas le indican que está un poco ebrio pero le resta importancia diciéndose que no es su problema. Sonríe tratando de mostrarse cálido y bebe un poco de su cerveza. — ¿Qué sucede? — Bueno— Su amigo le mira de arriba a abajo— Pareces un poco incómodo. Los otros tres hombres -socios, compañeros, como quiera que se le llame- le miran intensamente y asienten a las palabras recién dichas por el otro. Yi Jeong los mira un poco indeciso sobre la respuesta que debe dar en ese momento, se encoge de hombros y niega con su habitual hipocresía. —No, realmente— Mira de reojo a las jóvenes del centro—Simplemente busco una manera para distraerme. Aquella respuesta hace sonreír a los hombres quienes se miran entre ellos con complicidad, como si tramaran algo. — Bueno— Dice Sang Woo animado al lado de Insuk, Yi Jeong se fija en su corbata suelta y la camisa que se sale de su pantalón— Puede pedir a la mujer que quiera, jefe. Yi Jeong entrecierra los ojos, descifrando en su interior lo que quieren decir las palabras de su socio quien le sonríe con cierta malicia. Mira a los otros tres buscando aquella respuesta que no quiere ver, que en su interior le genera cierto repudio. —Lo que quiere  decir, jefe—Interviene ahora Yong Duk, nervioso. Al parecer la propuesta no le había agradado a Yi Jeong— Es que entre los cuatro pagaremos a la kisaeng que usted escoja. — Sí, sí— Se apresura Insuk— Hay una que no está a la venta, pero no se encuentra en este momento, así que siéntase libre de escoger a la que quiera.  Yi Jeong mira a Kyung Min quien se mantiene en silencio, bebiendo de su vino y deleitándose en el exquisito sabor que adquiere por la conservación. Suspira conteniendo los deseos de gritarles y decirles que es ridículo lo que le proponen, que ninguna mujer allí le atrae lo suficiente como para llevarla a la cama. — Creo que por hoy paso— Se apresura antes de escuchar las palabras de Insuk— Sólo quiero beber un poco. — Pero, jefe— Balbucea Yong Duk.  Niega con paciencia.  —Noche de cervezas— Suelta un suspiro y sonríe— ¿No querían que me relajara?— Mira la mesa donde continúan la joven y el hombre ebrio— Eso estoy haciendo.  Los tres que hablaron se miran entre ellos decepcionados de no haber logrado algo. Kyung Min, por el contrario, sonríe y continúa bebiendo de su vino con satisfacción, esbozando una sonrisa que puede tener cientos de interpretaciones ¡ah, pero no equivoquen! a veces puede ser la más inesperada. En el exterior hace frío, pero los cinco hombres en la mesa no lo sienten y beben entre risas, sin notar el avance del tiempo. La luna continúa solitaria en el cielo, presenciando los actos que sólo pueden llevarse a cabo en la noche, en lo oscuro. Pero, Yi Jeong no lo hace. No bebe, no ríe. Simplemente observa a cada persona en aquel lugar, imaginando sus vidas y pensamientos. Su cerveza sigue intacta, pero de todas maneras se siente mareado. Nunca ha sido resistente con el alcohol. Las jóvenes que danzaban ya no se encuentran, ahora sólo hay una joven tocando con excelencia una lira. Sus ojos se mantiene cerrados como si durmiera, pero las manos moviéndose con agilidad por el instrumento dicen lo contrario. Siempre ha pensado que las kisaeng son unas maestras en el arte, educadas con una excelencia y disciplina de admirar. Pero, lamentablemente eso no las hace mejores a sus ojos. Corrientes, ordinarias, educadas eso así, pero condenadas a esa vida miserable. Sonríe de lado al recordar las recientes ocurrencias de sus socios, les faltaba demasiado para conocerlo.  De pronto, todo en el lugar parece detenerse. Por las grandes puertas que dan paso al salón se vislumbra una hermosa mujer de cabellos dorados que inevitablemente llama la atención de los presentes. Yi Jeong le mira, primero con desinterés, pero a medida que la detalla le es imposible sentirse atraído por su hipnótica belleza. Viste un hanbok con chima morada, en la cual se detalla una exquisita mariposa bordada con flores. Su jeogori es blanco, el dongjeon es de un morado un poco más oscuro y opaco combinando con el otgoreum de igual color, es fino, se reconoce, tejido por  profesionales. Un traje que utilizan mujeres selectas. Como ella. Su piel blanca contrasta a la perfección con el color del traje, sus finos labios son pintados por un tinte carmesí que arruina su naturalidad pero no las desprecia. Sus cabellos son sostenidos por hermosas gemas que palidecen por el brillo de sus orbes castañas. Pómulos altos, cuello largo sin imperfecciones.  Su belleza es casi celestial. Sus movimientos son elegantes, delicados. Camina con sus manos cruzadas por delante, con la mirada al frente y firme, sin dejarse perturbar por las miradas que le dedican los presentes. La joven que tocaba la lira se incorpora rápidamente y se retira dando espacio a la mujer que ha acaparado la atención de los clientes de esa noche. ¿Y cómo no hacerlo? Era la primera vez que semejante deidad se aparecía en el sitio, nunca una belleza podía asemejarse a la suya. Excepto la de Jung-Suh. Aunque ahora se ponía en duda. Yi Jeong le sigue con la mirada, deseoso, anhelante de saber quién es ella. Sabe que no pertenece a ese lugar tan sórdido. A ese mundo tan bajo. Es perfecta, delicada como una dulce flor que brota en la primavera, destinada a hacer parte de la más selecta colección. Escucha los murmullos de sus socios, pero no le importa, toda su atención va dirigida a aquella mujer y no quiere perder ninguno de sus movimientos. No puede hacerlo. La joven se detiene en el centro, aquel que había sido manchado con la presencia de aquellas tres jóvenes danzando. Hace una reverencia elegante, preparada. Yi Jeong quiere aplaudirle por su movimiento tan sobrio y perfecto. Pero se contiene, debe hacerlo. La joven mira a su alrededor, se dice que va a ser fácil aquella labor. Ha nacido para ello. Toma aire nerviosa y su siguiente acción deja en una pieza a los presentes. Canta. Su dulce voz llena el lugar que la admira en silencio, sus labios se mueven en una exquisita danza emitiendo sonidos celestiales. Yi Jeong la compara con el trinar de las aves, no, aquello era demasiado prosaico para hacerlo. Ángeles, tal vez. Y ni siquiera ellos alcanzan la gloria que ella emite. Le escucha, quieto, soñando. Juega con sus manos nervioso, tratando de contener los deseos de saltar sobre ella, soltar su cabello dorado como cascada sobre sus hombros y pedirle que le permita besar. Sus cortas pestañas le quitan el aliento, sus finas manos interpretando aquello que su voz no puede le vuelven loco. ¿Es posible sentir atracción con tan pequeños detalles? No lo sabe, tampoco le importa. Es perfecta, indescriptible. Una diosa enviada a pagar sus pecados a la tierra, destinada a condenar a los hombres con su hermosura e indiferencia. Memoriza su voz para las próximas noches en vela, para sus próximos insomnios solitarios. Por un momento fugaz cruzan la mirada, su corazón se detiene y siente que va a fallecer víctima de su encanto. Y lo haría feliz. La joven continua su labor, sin saber que un hombre desconocido la desea. Bueno, en su interior lo sabe, lo presiente, pero no puede decir con exactitud quién es. Pero no le importa, ha ido allí a una sola cosa y no se marchará hasta obtenerla. Ambos siguen allí, uno observando y la otra cantando. —Insuk—Dice Yi Jeong, mientras se acerca a su compañero que ha dejado el vaso de cerveza en el aire— Ya creo saber a quién quiero.   ¿Qué sucederá?   *Actual Seúl.

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