Me perteneces

2110 Words
—Gracias por haber insistido en acompañarme —le dijo Anna a Israel una vez que estuvieron sentados en la sala de estar de su nuevo departamento. —No tienes nada que agradecer, necesitabas tener al lado a alguien que te ayudara a enfrentar a esas personas. No quisiera estar en ti, imagino el sufrimiento que debiste haber pasado durante todos estos años y lo mal que te sentiste hoy al recibir tantos insultos precisamente de tus propios padres. —Eso es lo de menos, ya creo que estoy inmune a sus palabras ofensivas —le dijo Anna con cierto dejo de tristeza en su voz aún cuando su semblante demostraba suficiencia—. Y claro que sí debo agradecerte, has hecho por mí en tan poco tiempo más de lo que las personas que he tenido cerca por toda mi vida. —Quién te conoce no entendería la razón por la que tu propia familia se ha enseñado tanto contigo. A simple vista, aparentas ser una mujer tan dócil, tan bonita por dentro y por fuera que hasta da temor hacerte daño. —Eso lo dices solamente porque tienes cierto cariño hacia mí. Mi familia no siente nada de eso y por eso son tan fríos. Israel le regaló una tierna sonrisa y se paró del sillón. —Bueno, lo importante es que ya estás a salvo, en un lugar donde nadie te va a maltratar ni te va a recordar a cada momento lo que no eres. Disfruta de tu nueva vida —le dijo Israel y en ese mismo instante miró su reloj—. En una hora tengo una reunión con los representantes de la empresa. Anna, preocupada se puso de pie, imitándolo. —Quédate tranquila esto lo puedo resolver yo solo, instálate y dedícate a descansar el resto del día ya al final del día en la noche te llamaré para decirte cómo vamos a terminar de organizar el trabajo es importante que trates de descansar lo más que puedas y pongas toda tu atención en el proyecto a tu familia déjala atrás ya no tiene caso ni siquiera recordarlos porque son unos seres tan miserables y tan pobres de alma que ni un mínimo espacio se merecen en tus recuerdos. Anna ladeó el labio inferior en una sonrisa que pretendía demostrar tranquilidad, pero en su interior tenía un revuelo bastante importante que no le permitía permanecer en la paz que Israel abogaba porque mantuviera. Lo acompañó hasta la puerta, se despidió de él con un beso en la mejilla, aseguró la puerta y se recostó en ella mientras miraba alrededor todo el espacio que tenía solamente para ella. Reconoció que Israel era una especie de ángel en su vida. Al tomar la decisión de salir de la casa de sus padres y alejarse definitivamente de ellos, tenía la intención de buscar un arriendo en un apartamento tipo estudio. Imaginaba que para empezar eso le sentaría bien, era solo ella, no aspiraba a gran cosa sino salir de esa prisión que cada día la asfixiaba más y más. Se sorprendió cuando terminó por decidirse por este departamento, imaginaba adquirirlo en arriendo, quedó atónita cuando Israel le dijo que la empresa lo había adquirido a nombre de ella bajo un acuerdo de pago. Intentó rechazar el ofrecimiento, más no logró nada porque Israel se esmeró en explicarle el convenio para hacerla entrar en razón. El silencio que había a su alrededor era ensordecedor. Se sintió abrumada. Pero no era el silencio lo que la perturbaba, sino el temor a fracasar en sus planes. Al verse tan sola, no supo si ese momento le aportaría la paz y la felicidad que siempre había soñado o sí simplemente se iba a terminar atormentándose de tanto pensamiento negativo por su miserable vida, tal como ha vivido siempre en los últimos años después de la muerte de sus abuelos. —Bueno, ahora solo estamos tú y yo Anna, nos toca comenzar por organizar el espacio —se dijo a sí misma y se inclinó para tomar una de las maletas y llevarla a la habitación principal. Así hizo varias veces, hasta que se cambió de ropa y se fue a su cocina a prepararse un café. Al ingresar a ella miró alrededor y se abrazó. —¡Qué ironías de la vida! Tengo todo y no sé nada —se lamentó. Celebró que Israel haya pensado en todo, el adulto de los dos, el que si estaba preparado para la vida. Tomó la jarra de la cafetera, la llenó de agua destilada y metódicamente colocó las porciones que le indicaban las instrucciones, luego de ello presionó el botón de encendido y tomó asiento en uno de los bancos del área del desayunador y se quedó mirando el café colarse. Mientras eso sucedía, su mente volvió a las palabras de su padre. Recordó una y otra vez las veces que le llamó onútil. —Voy a cerrarles la boda —dijo en voz alta—. Se van a arrepentir de haberme tratado mal. Con esa promesa, el resto de esa misma mañana se encargó de organizar los objetos y su ropa y ya para la tarde, más tranquila, después de pedir un domicilio, se acostó a ver una película y justo cuando comenzaba a caer en un sueño profundo su teléfono móvil comenzó a repicar. Al tomarlo de la mesa de noche, vio que la llamada estaba siendo realizada de un número que no tenía registrado. No es de dudar, pero no sabe la razón por la que esa llamada le causó cierta curiosidad. No contestó, dejó pasar esa llamada y se acomodó en la cama; pero quien fuera que estaba al otro lado de la línea sí quería hablarle. —Bueno —expresa con brusquedad. —¿De verdad te atreviste a irte con ese sujeto? —el enfado que fluyó del tono de voz llamó la atención de Anna. —¿Quién carrizo es usted? —Qué rápido puede olvidar quien recién estrena alas. —No estoy para juegos, quien seas, dime quién eres, sino colgaré. —Dime ¿dónde estás? —inquirió la voz bastante grave y autoritaria. —Feliz tarde. Colgó la llamada y dejó el móvil a su lado sobre el colchón. Sacudió la cabeza a los lados en rechazo a la locura de ese desconocido. Para evitar ser molestada, se decidió por apagar el móvil. La magnitud de la experiencia que había vivido la hizo olvidarse por completo de su breve encuentro con Graham. Aparentemente el resultado que tuvo en él fue certero. Anda con un humor de perros desde que se enteró que ella pretendió jugar con él. Tuvo que tomar el viaje que tenía planificado para su luna de miel. Fue imposible posponerlo. Días atrás había imaginado que sería un viaje emocionante porque se iba a casar con al mujer que había escogido a voluntad, la mujer que lo tenía todo para ocupar el lugar de esposa en su vida, la mujer que le daría una posición superior a la que ya tenía en la alta sociedad, la mujer que había hecho de sus noches momentos placenteros. Jamás imaginó que un solo acto, el único que ha tenido en la vida con esa mujer tan simple de espíritu como Anna fuera a llevarse por delante todas las razones por las que comenzó a sentir fastidioso de estar tan lejos de la ciudad. Media hora atrás: —¿A que no sabes la última de la estúpida de Anna? —le preguntó Loreta cuando Graham volvió a su lado con dos tragos que había ido a pedir a la barra del área de la piscina del hotel donde estaban pasando su luna de miel. Escuchar ese nombre no solo lo puso en alerta, sino que removió la ira que lleva dos días carcomiéndolo, y más al no tener cómo comunicarse con ella. Lamentó el haberla ignorado siempre antes de saberla tan divina, en su presente lamentó no poder controlar a quien se le estaba convirtiendo en una obsesión. —¿Qué sucede? —pretendió mostrarse desinteresado. —Se fue de la casa —respondió Loreta al tiempo que tomó su copa—. Mi papá acaba de llamarme para ponerme al tanto, parece que es en serio la relación de la tonta esa con ese don nadie. Si Loreta estaba molesta por esa noticia, Graham subió los niveles del enfado que había estado disimulando. Loreta porque no quería que Anna lograra estar mejor que ella en ningún aspecto, y saber que no solo inició una relación con un hombre del cual nadie sabe nada pero que admite no es mal parecido, sino que también se fue a vivir con él, la frustra. Siempre supuso que Anna se mantendría bajo el control de la familia, la creía incapaz de dar ese paso. Por su parte Graham, sintió removerse la bilis en su interior, por lo que estimaba un abuso de Anna. Constantemente pensaba que era demasiado atrevimiento de su parte el utilizarlo como lo hizo y luego restregarle en la cara a quien sí quiere a su lado y en su cama. —¡Osada! —exclamó, más por su situación que en apoyo a las razones que mueven la ira en su esposa. —¡Es una maldita desagradecida! —responde con ira—. ¿Cómo se le ocurre traicionarnos de esta manera? —¿Y saben a dónde se fue? —inquirió Graham—. Es necesario actuar ahora, no vaya a ser tarde y ese hombre termine convenciendoal, no sé, de salir del país, o en el peor de los casos, la embarace. De alguna forma tenía que conseguir información para ponerle un alto a lo que consideraba es una decisión desacertada de Anna. Debía aprovechar la percepción de minusvalía que los O’Brien tenían de Anna. Él, más que ninguna otra persona, sabe que no es la mujer incapaz que ellos pretenden creer que es, pero no puede delatarse, no en ese momento, apenas recién acababa de casarse con Loreta, no le convenía deshacer el matrimonio por una estupidez, lo que para él estaba en juego valía sacrificarse un buen tiempo. Pero no iba a permitir que Anna se alejara de su vida cuando recién acababa de entrar en ella. —No, papi no sabe, eso mismo le pregunté y no quiso preguntarle, dice que sintió mucho enfado porque Anna fue grosera con él, cambió demasiado rápido, ser altanera nunca fue algo que hiciera, al contrario. —Eso sí que es grave —se limitó a responder y tomó asiento en la silla de extensión, recostó su cabello, se puso lentes de sol para disimular su enojo y se tomó un sorbo del trago que tenía en sus manos. Tanta era su rabia que la bebida que pidió no le era suficiente, quiso algo mucho más fuerte. Ambos cayeron en un silencio profundo, se sumieron en pensamientos negativos en torno a Anna, quien a kilómetros de distancia de ellos, estaba distraída, inocente de ser el objeto de atención de ellos, arreglando su nuevo hogar. —Iré a la habitación a buscar algo, amor —anunció Loreta. —Está bien —respondió Graham y la vio alejarse de él. Aprovechó y se incorporó a la barra a buscar un trago más fuerte. Lo pidió, pero se tomó uno de un solo sorbo allí, y luego pidió uno más, con ese trago en su mano se devolvió al lugar que llevaban dos horas ocupando. Después de semejante noticia, menos desea volver a la habitación a encerrarse con Loreta. Sentía que no estaba en disposición de tener que acostarse con ella. Quería tener sexo, oler a una mujer, pero no a su esposa, sino a una carne tiernita, recién estrenada pro el mismo. —¡Maldita mujer! —exclamó en un susurro mientras avanzaba hacia la mesa—. ¿Cómo se te ocurre desafiarme? No entendiste el mensaje. Una vez que el diablo marca una piel, nadie más puede poner sus dedos sobre ella, me perteneces —susurró para sí mismo. Apenas llegó a su lugar, retomó su asiento, y solo cuando iba a colocar el vaso en la mesa que divide su silla de la de Loreta, se dio cuenta que ésta había dejado su móvil. En seguida lo tomó, vio en ese descuido la oportunidad de obtener lo que deseaba. Para su suerte Loreta no tenía bloqueo en el móvil, sin mucho tiempo que perder encontró el número de contacto de Anna y se lo envió a su móvil, luego eliminó el mensaje y dejó el aparato en su lugar.
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