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Úsame, señor.

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¿Hasta dónde llegarías por dinero? ¿Y qué quedaría de ti después?

Kelly, una brillante estudiante de matemáticas con un futuro prometedor, está a punto de ser expulsada de su residencia universitaria por impago. Desesperada, acepta una oferta que parece sencilla: una sola grabación para un sitio web de adultos, suficiente dinero para salvar su curso y silenciar sus deudas.

Pero el mundo que descubre es más oscuro de lo que imaginó. Martin, el director calculador, ve en su inocencia el oro de la industria. Y Scott, el actor porno cincuentón que debería ser solo un compañero de reparto, se obsesiona con poseerla, amarla y salvarla… incluso si debe destruirla para conseguirlo.

Atrapada entre la lujuria perversa de Scott, el pragmatismo frío de Martin y su propia moral que se resquebraja, Kelly descubre que el precio de su cuerpo era solo el inicio. Ahora deberá vender su alma para sobrevivir en un juego donde los hombres escriben las reglas, pero donde ella tendrá la última palabra.

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Capitulo 1
—Hola, Kelly —dijo Martin Felt desde detrás de la cámara. Tenía una voz grave y tranquilizadora—. Bienvenida a Dilettantes en Apuros. Martin era mayor, rondaba los sesenta, pero aún se mantenía en forma. Tenía motivos para creerse bastante atractivo. Kelly Langston, el último descubrimiento de Martin, estaba sentada a los pies de una cama tamaño king. La vivaz rubia de ojos azules parecía muy joven, como si estuviera en la secundaria. Saludó a la cámara con los dedos de una mano y dijo —Hola— con una voz aguda y suave. Según sus medidas, justo antes de la sesión, medía 1,50 m, tenía una talla de pecho 86 cm (copa B), una cintura de 56 cm y caderas de 86 cm. Eso se vería bien en la página web. No debía pesar más de 36 kg. Sus pezones se marcaban bajo su camiseta de Calvin y Hobbes. Martin siempre se aseguraba de que el plató estuviera un poco frío al empezar el rodaje. Las luces y demás lo calentaban enseguida. Sus piernas, enfundadas en unos vaqueros ajustados, estaban cruzadas con nerviosismo. Eran tan cortas que le colgaban. Llevaba calcetines negros. Antes de encender la cámara, Martin le había pedido que se quitara las botas y se pusiera cómoda. Ella no vio motivo para oponerse. —¿Y cuántos años tienes? —preguntó Martin. —Tengo diecinueve años —respondió Kelly. —Bien, ahora muéstranos tu licencia de conducir y tu tarjeta de seguro social —dijo Martin—. Perfecto. Puedes guardarlas ahora. —Ella rebuscó en su cartera. Finalmente, las metió en su bolso, lo cerró y lo dejó en el suelo—. ¿Puedes decirnos por qué estás aquí hoy, Kelly? —preguntó Martin. —Estoy aquí para una entrevista —aventuró Kelly. —¿Qué tipo de entrevista? —preguntó Martin. —¿Una entrevista… sobre… mi vida s****l? —tartamudeó Kelly. —Una entrevista sincera —dijo Martin—. Sabes que puedo darme cuenta si mientes, ¿verdad? —No voy a intentar mentir estúpidamente —dijo Kelly con un dejo de resignación, mirando fijamente a la cámara. —Bien, aquí tienes 250 dólares —dijo Martin, entregándole el dinero—. Recibirás la otra mitad al final de la entrevista. —De acuerdo —dijo Kelly. Hizo una pausa para abrir el bolso y guardar los cinco billetes de cincuenta en la cartera. Cerró todo y miró a la cámara. —Primera pregunta —dijo Martin—. ¿Qué te hizo querer hablar de tu vida s****l frente a las cámaras? —¿El… dinero? —dijo Kelly. —Aparte de eso —dijo Martin. —No sé… eh… —dijo Kelly—. Muchas cosas. Renuncié a mi trabajo la semana pasada porque son demasiadas horas para la universidad y no gano lo suficiente. Necesito pagar mi alojamiento y comida pronto o me echarán de la residencia. Intenté conseguir ayuda financiera o un préstamo estudiantil con urgencia, pero es muy difícil por la deuda de mis padres. —Nos conocimos cuando estabas haciendo cola fuera del centro de ayuda financiera, ¿verdad? —Sí, tú y tus folletos. Ya te había visto por aquí. Durante la orientación para estudiantes de primer año, Kelly encontró uno de los folletos de Martin. Estaba colgado en un poste telefónico frente a la entrada de la universidad. Recordó haberse sentido atónita y asustada. Tenía un aspecto descuidado, estaba impreso en blanco y n***o sobre cartulina fluorescente y se había mojado con la lluvia. Decía: «Mujeres: ¿Problemas de dinero? ¿Necesitan efectivo? Es fácil ganar entre 500 y 5000 dólares en tan solo unas horas. Les pagaremos 500 dólares solo por una entrevista sincera en video. ¡Respondan algunas preguntas personales y llévense 500 dólares o más en minutos! ¿Suena demasiado bueno para ser verdad? Llamen al (897) 383-5268 y descubran lo fácil que es solucionar sus problemas de dinero». En la parte inferior había una fila de números de teléfono desprendibles, ¡y algunos estaban arrancados! Le dio un mal presentimiento. Esa noche, en el baño compartido de su residencia, se masturbó. Se pasó la parte trasera de la afeitadora eléctrica por el clítoris pensando en las consecuencias del folleto destrozado. Pensó en las chicas descaradas que arrancaron esos números. Pensó en lo que se habían visto obligadas a hacer para conseguir ese dinero. Se imaginó frente a servicios estudiantiles con la cuenta bancaria en números rojos. Solo le quedaría un día para pagar la matrícula, la habitación y la comida. Imaginó al jugador de fútbol americano que solía sentarse delante de ella en Literatura Inglesa. Probablemente era uno de sus artistas. Tendría que chupársela. Era demasiado grande, y él la penetraría más profundo de lo que jamás había tenido que soportar. Luego la levantaría del suelo y le bajaría las bragas de un tirón. —¡No! —gritaría, pero entonces le mostrarían un fajo enorme de billetes. Sabía que lo necesitaría todo para no perder su habitación, sus clases y su futuro. Agarró el fajo de billetes y cerró los ojos. Al sentir el pene erecto de su compañero, bien dotado, deslizarse entre sus muslos, llegó al orgasmo con un gemido. Por suerte, estaba sentada en el inodoro abierto, así que la mayor parte del líquido goteó allí. Los folletos eran una presencia desagradable en el campus, que insinuaba un submundo perverso y explotador que acechaba justo a las afueras de la universidad. Aparecían por todas partes de la noche a la mañana y luego la policía del campus los iba arrancando poco a poco. Ella se daba un pequeño gusto que más tarde la impulsaba a ir al baño a altas horas de la noche. Arrancaba un número a escondidas, o a veces se llevaba el folleto entero. Meses después, aún en su primer año, vio a Martin paseando por el campus pegando los folletos. Le decepcionó que pareciera tan anodino. —Sí, recuerdo haberte visto haciendo cola —dijo Martin—. Mi mirada se dirigió inmediatamente a ti. —Me abordaste —se quejó Kelly, y luego bajó la mirada hacia sus pies con medias, sonriendo dulcemente. —Solo te dije “hola, guapa”, y eres una joven muy guapa, Kelly —dijo Martin—. Eras como un cisne entre gansos. Fue esa voz, esa voz profunda, reconfortante y alegre, la que había cambiado su primera impresión de él. Era divertido y completamente encantador. Al final de la conversación, le suplicó de nuevo que lo llamara. Si no lo hacía, amenazó con suicidarse de formas inverosímiles. —Solo comeré mis propios folletos hasta que me llames. Verás, empiezo ahora mismo. —Arrancó una esquina con los dientes, la masticó y se la tragó—. Si no me llamas, moriré lentamente de desnutrición. Es como una huelga de hambre, pero con folletos. Llámame —suplicó mientras ella desaparecía por el umbral del centro de ayuda financiera. Miró hacia atrás y lo vio alejarse, sin interés en hablar con ninguna de las otras chicas que venían detrás. —En resumen, señoras y señores, Kelly está angustiada —dijo Martin—. ¿Y si no paga su residencia universitaria mañana? —Mañana —confirmó Kelly. Era una exageración, pero no le venía mal a la gente pensar que era menos prostituta. —Un momento. ¿Las chicas visitan tu página web? —Claro que sí, Kelly —dijo Martin—. A otras mujeres les encanta ver a chicas jóvenes como tú hablar de sus primeras experiencias, quizá incluso tener algunas nuevas. ¿Nunca has visto porno? —¡Por supuesto que no! —dijo Kelly—. ¡No tengo dinero para eso!

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