CAPÍTULO : UN TRATO COMPLICADO
Marina no entendía cómo había terminado ahí.
Tal vez fue la tormenta que rugía afuera, tal vez fue la presión de su agente insistiendo en que esta era una oportunidad única. O quizás fue la mirada de Lucas, ese desafío silencioso en sus ojos, como si dudara de que fuera capaz de estar a su altura.
Ahora estaba sentada en una sala de juntas pequeña, frente a Víctor, el manager de Lucas, mientras trataba de no dejarse llevar por el mal humor que flotaba en el aire.
La luz tenue iluminaba la mesa de madera oscura, y el sonido de la lluvia contra las ventanas le daba un aire de tensión al momento. Marina quería estar en cualquier otro lugar.
—Es un trato simple —comenzó Víctor, extendiendo las manos como si aquello fuera evidente—. Lucas necesita un éxito. Tú tienes talento, Marina. Y nosotros tenemos los medios para que tu música llegue lejos. Todos ganan.
Marina se cruzó de brazos, sintiendo la mirada fija de Lucas desde el otro lado de la mesa. El cantante, con su cabello cuidadosamente despeinado y sus gafas oscuras que aún no se había quitado, tenía esa sonrisa de suficiencia que parecía permanentemente tatuada en su rostro.
—¿Y cómo encajo yo exactamente en este brillante plan? —preguntó Marina, mirando a Víctor pero dirigiendo su pregunta a Lucas.
El cantante finalmente habló, inclinándose hacia adelante con los codos sobre la mesa.
—Es fácil. Necesito una canción. Tú la escribes. Yo la hago famosa. Todos se benefician. —La arrogancia en su voz era palpable.
Marina lo fulminó con la mirada.
—¿Tú la haces famosa? —repitió, cada palabra cargada de incredulidad—. Qué modesto.
Lucas sonrió, claramente divertido por su reacción.
—No es modestia, es realidad. Puedes escribir la mejor canción del mundo, pero si no tienes una voz como la mía, nadie la escuchará.
Marina sintió que la sangre le hervía, pero antes de responder, Víctor intervino, levantando las manos para calmar la situación.
—Marina, Lucas tiene un punto. Es un artista establecido. Su nombre abre puertas. Tú eres talentosa, pero te falta proyección. Juntos, pueden lograr algo increíble.
—No dudo que abra puertas —respondió ella, sin apartar la mirada de Lucas—, pero si cree que voy a escribir algo genérico para alimentar su ego, está equivocado.
Lucas se recostó en su silla, con una sonrisa lenta y burlona.
—¿Siempre eres tan intensa?
—¿Siempre eres tan insoportable? —respondió ella sin dudar, ganándose una carcajada suave de Lucas.
Víctor suspiró, pasándose una mano por el cabello, claramente perdiendo la paciencia.
—Lucas, esto no es opcional. Después del desastre de tu último álbum, necesitas un hit. Marina es una de las mejores compositoras del momento. Escribe para artistas que ahora están en el top 10.
Lucas levantó las cejas con fingido interés.
—Sí, pero nunca ha escrito para mí. ¿Cómo sé que es tan buena como dicen?
Marina entrecerró los ojos, su orgullo picado.
—¿Cómo sé yo que vale la pena escribir para alguien que ni siquiera llega a tiempo a una reunión?
El silencio que siguió fue tenso, pero Lucas no se dejó intimidar. En lugar de enfadarse, sonrió con aún más arrogancia.
—Bueno, supongo que ambos estamos evaluando si esto vale la pena.
Marina se inclinó hacia adelante, decidida a dejarle claro algo.
—Escucha, Lucas. Si trabajo contigo, no voy a escribir algo vacío ni forzado. Si no eres capaz de transmitir lo que compongo, no va a funcionar. ¿Puedes hacerlo?
Lucas la miró fijamente, su sonrisa desvaneciéndose por un instante. Luego, se quitó las gafas y dejó que sus ojos oscuros la estudiaran con intensidad.
—¿Y si no me gusta lo que escribes?
—Entonces, lo dejamos. Pero si lo hago bien —dijo Marina, sosteniéndole la mirada—, tendrás que admitir que no soy la clase de compositora que puedes subestimar.
Víctor los miró a ambos, visiblemente agotado pero, al mismo tiempo, intrigado.
—Perfecto. Tienen dos semanas para preparar algo. Marina, confío en que harás magia. Lucas, compórtate.
A la primer sección en el Estudio de grabación, Lucas llegó tarde, como Marina había predicho.
Entró con un café en la mano y un aire de desgano que parecía arrastrar todo el oxígeno de la habitación.
Marina estaba sentada frente al piano, concentrada en unas notas, pero al escuchar la puerta abrirse, su paciencia se agotó.
—¿Siempre llegas tarde? —dijo sin siquiera mirarlo.
—¿Siempre eres tan mandona? —respondió él, dejándose caer en el sofá más cercano con una sonrisa despreocupada.
Marina cerró el cuaderno que tenía frente a ella con un golpe seco y lo miró.
—Si esto va a funcionar, vas a necesitar tomar esto en serio.
Lucas tomó un sorbo de su café y la observó con ojos cargados de ironía.
—¿Sabes qué es lo gracioso? Yo pensaba que las compositoras eran más… dóciles.
—Y yo pensaba que los cantantes eran más… profesionales.
Lucas sonrió, esta vez con algo que parecía admiración.
—Touché.
—Bien. Ahora que dejamos claro que ninguno de los dos es lo que esperaba el otro, ¿podemos empezar? —preguntó Marina, retomando su lugar en el piano.
—Eso depende —dijo Lucas, dejando el café a un lado—. ¿Qué tienes?
—Nada —respondió ella, girándose hacia él—. Porque necesito saber quién eres antes de escribir algo para ti.
Lucas la miró con un gesto que mezclaba sorpresa y desafío.
—Soy Lucas. Eso debería bastar.
—Para una canción vacía, sí. Para algo que valga la pena, no. ¿Por qué empezaste en la música?
Lucas rodó los ojos, claramente incómodo con la pregunta.
—Porque me gusta cantar.
—No es suficiente.
—¿Por qué necesitas saber tanto? —insistió él, irritado.
—Porque una canción no es solo una melodía, Lucas. Es un pedazo de alma. Y si no tienes una, estamos perdiendo el tiempo.
Lucas pareció a punto de responder con algo mordaz, pero se detuvo. Luego, tras un largo silencio, suspiró y se inclinó hacia adelante.
—Empecé porque mi madre tocaba el piano cuando era niño. Cuando mi padre se fue, ella dejó de hacerlo. Yo tomé su lugar.
Marina lo miró, sorprendida por la sinceridad inesperada.
—¿Y ahora?
—Ahora canto porque tengo que hacerlo. Porque todo el mundo lo espera de mí.
Marina asintió, pensando en lo que acababa de escuchar.
—Bien. Entonces vamos a escribir algo que sea solo para ti. Pero tienes que prometerme algo.
—¿Qué?
—Que cuando cantes esta canción, no será para tu público, ni para tu disquera. Será para ti.
Lucas la miró en silencio, y luego, para su sorpresa, sonrió de verdad.
—Trato hecho.
Marina sintió una chispa de satisfacción.
Quizás trabajar con él no sería tan terrible como pensaba… o tal vez sí.
Marina sintió una chispa de satisfacción cuando Lucas aceptó su condición.
"Trato hecho".
Dos palabras que marcaban el inicio de algo nuevo. Algo que, aunque no quería admitirlo, la hacía sentir expectante.
Lucas Calderón no era alguien con quien imaginara trabajar, pero había algo en su mirada—cuando hablaba de su madre, del piano, de la música perdida—que le decía que no era solo un producto de la industria. Había algo real en él.
Pero eso no significaba que confiara en él.
—Bien —dijo Marina, volviendo su atención a las teclas del piano—. Ahora que acordamos eso, quiero escuchar algo tuyo.
Lucas arqueó una ceja, apoyándose en el respaldo del sofá con los brazos cruzados.
—¿Quieres que cante?
—No. Quiero que componga.
El desconcierto en su rostro le sacó una media sonrisa.
—¿Que qué?
—Lucas, si esto va a ser un trabajo real y no solo un trámite para salvar tu carrera, necesito que pongas algo de ti en esto. No puedes solo llegar, recoger una canción y convertirla en un éxito.
Lucas la observó por unos segundos, como si intentara descifrar si hablaba en serio.
—¿Y si no soy bueno escribiendo?
—No importa. No estamos buscando algo perfecto. Solo necesito ver de dónde viene tu música.
Lucas suspiró, frotándose la nuca.
—Nunca he escrito nada que no haya sido editado por alguien antes de que viera la luz.
—Entonces, esta será la primera vez —Marina le lanzó un cuaderno en blanco y un bolígrafo—. Adelante.
Lucas lo miró como si fuera un objeto desconocido.
—¿Quieres que… escriba?
—Sí.
Lucas soltó una carcajada irónica.
—Pensé que habíamos acordado que tú eras la compositora aquí.
—Y lo soy. Pero tú eres el que va a cantar. Así que dime, ¿qué es lo que realmente quieres decir?
El estudio quedó en silencio.
Marina sabía que lo había descolocado. Sabía que Lucas estaba acostumbrado a que todo se le diera servido, a que los productores le ofrecieran canciones con letras listas para ser interpretadas sin que él tuviera que involucrarse más allá de cantarlas con el tono adecuado.
Pero si querían hacer algo diferente, si querían una canción con significado, él debía ser parte del proceso.
Lucas miró el cuaderno con una mezcla de frustración y resignación antes de abrirlo y empezar a escribir.
Los minutos pasaron en un silencio tenso. Marina no lo apuró. Sabía lo difícil que era plasmar emociones en palabras cuando uno no estaba acostumbrado.
Después de un rato, Lucas dejó el bolígrafo y empujó el cuaderno hacia ella.
—Es un desastre —advirtió.
Marina tomó el cuaderno y comenzó a leer.
"Perdí la música cuando olvidé escuchar."
Su mirada se elevó hacia él, sorprendida.
—¿Esto lo escribiste ahora?
Lucas se encogió de hombros.
—Es lo único que salió.
Marina recorrió la línea una y otra vez con la vista. Había algo en esas palabras que le heló la piel.
La frase estaba incompleta, pero contenía una verdad que ella reconocía demasiado bien.
Porque ella también había perdido la música en algún momento.
Y desde entonces, nunca había querido volver a escucharla de la misma manera.
Lucas y ella eran más parecidos de lo que creía.
—Voy a tocar algo —anunció, girándose hacia el piano.
Lucas observó en silencio cómo sus dedos se deslizaban por las teclas, construyendo una melodía sobre las palabras que él había escrito. Era algo suave, melancólico, pero con un tono de esperanza escondido entre los acordes.
Cuando terminó, se giró hacia él.
—Canta.
Lucas parpadeó.
—¿Ahora?
—Sí. Solo inténtalo.
Él pasó una mano por su cabello con nerviosismo, pero se aclaró la garganta y cerró los ojos.
Marina volvió a tocar la melodía y Lucas dejó que las palabras salieran.
Al principio, su voz era insegura. No era la interpretación impecable que solía dar en los escenarios. Pero eso era lo que Marina quería escuchar.
Porque por primera vez, Lucas no estaba cantando para nadie más que para él mismo.
Y sonó real.
Cuando terminó, el estudio quedó en silencio.
Lucas entreabrió los ojos, buscando la reacción de Marina.
Ella lo observaba con una expresión que no había tenido antes.
No había sarcasmo, no había burla. Solo un destello de admiración sincera.
—Eso… fue un buen comienzo —dijo finalmente.
Lucas soltó una risa.
—Eso es todo lo que obtengo, ¿un “buen comienzo”?
—Es más de lo que esperaba —replicó ella, volviendo al piano para ajustar algunas notas.
Cuando terminaron por el día, Marina comenzó a guardar sus cosas. Lucas permaneció en el sofá, observándola.
Había algo en ella que lo intrigaba. No era como otras personas con las que había trabajado. No se dejaba impresionar por él, y eso lo desconcertaba.
Pero también lo motivaba.
—Marina —dijo, con un tono más suave.
Ella se giró, sorprendida.
—¿Qué pasa?
Lucas dudó un momento, pero finalmente habló.
—Gracias. Por no rendirte conmigo.
Marina lo miró, sus ojos suavizando se por un instante.
—No me des las gracias todavía. Apenas estamos comenzando.
Lucas asintió, y mientras salía del estudio, sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: una chispa de emoción por lo que estaban creando juntos.
Marina, en cambio, se quedó unos segundos más frente al piano, preguntándose por qué las palabras de Lucas resonaban tanto en ella.
Quizás, pensó, este proyecto no solo sería un desafío para él, sino también para ella misma.
Y por primera vez en años, la música no le pareció tan dolorosa.