ACORDES Y DUDAS
Marina llegó temprano al estudio la mañana siguiente, como siempre.
Era su ritual.
El silencio del estudio le daba la paz que rara vez encontraba en el ruido de la ciudad. Sentarse frente al piano, tocar algunas notas sueltas y sentir la música fluir sin presión… era su forma de empezar el día.
Pero esa mañana, había algo diferente.
La canción que habían comenzado la noche anterior seguía resonando en su cabeza.
"Perdí la música cuando olvidé escuchar."
Lucas lo había escrito sin pensar demasiado, casi como si las palabras hubieran salido de un rincón escondido de su mente.
Marina suspiró y dejó sus dedos vagar sobre las teclas. La melodía estaba allí, en su cabeza, pero algo la bloqueaba.
Lucas la observó sin poder evitarlo. Sus dedos se deslizaban sobre el piano con una delicadeza natural, como si la música no fuera solo un conjunto de notas, sino algo que respiraba con ella. No tocaba como alguien que sigue reglas, sino como alguien que siente. Y eso lo jodía más de lo que quería admitir.
Porque Marina no era su tipo.
No era la clase de mujer con la que solía estar.
No tenía esa actitud avasallante que lo desafiaba o lo hacía querer ganar el juego.
No usaba miradas calculadas ni sonrisas ensayadas.
Ella simplemente era ella misma.
Y, de alguna manera, eso lo atraía.
No sabía en qué momento había empezado a notar esos detalles. Cómo se mordía el labio cuando una nota no le sonaba bien. Cómo ladeaba la cabeza con una pequeña arruga en la frente cuando buscaba el acorde perfecto. Cómo lo miraba sin juzgarlo ,no lo veía como lo hacía todo el mundo, simplemente lo veía a él.
Era la única persona que lo miraba realmente.
Y ahí estaba él, sentado, sintiendo una extraña punzada en el pecho mientras ella seguía tocando, completamente ajena a lo que estaba provocando en él.
Lucas la veía concentrada en su música,se acercó a la puerta y ella dejó de tocar el piano .
"Perdí la música cuando olvidé escuchar."tarareo ,aMarina y pensó en
esa canción que Lucas comenzó a escribir y aún no estaba terminada.
Fue ahí que se dio cuenta de la presencia de Lucas .
—Sigues castigándote por la música, ¿verdad?
El sonido de la voz de Lucas la sacó de sus pensamientos.
Él estaba apoyado en el marco de la puerta, con su café en una mano y una expresión entre curiosa y desafiante.
—Llegaste temprano ,¡que milagro! viniendo de ti —dijo Marina sin girarse.
—Cambié de estrategia —respondió él, entrando y dejando su café sobre el piano—. Pensé que si quiero hacer esto en serio, tengo que dejar de llegar tarde.
Marina lo miró con una leve sonrisa.
— Oh ,eso sí que me sorprende, que lo admitas es un avance .
—No te acostumbres.
Lucas se dejó caer en el sofá con un suspiro y se estiró como si hubiera corrido una maratón.
—Entonces, ¿qué sigue? —preguntó, mirándola con curiosidad.
—Depende de ti —respondió Marina, tocando una nota prolongada en el piano—. La canción está comenzando a tomar forma, pero necesitamos que tenga una historia.
Lucas frunció el ceño.
—¿Historia?
—Sí. Una canción no es solo palabras bonitas. Es una historia en tres minutos. Y para que funcione, tiene que ser real.
Lucas no dijo nada por un momento. Parecía incómodo.
—Entonces… ¿quieres que cuente una historia real? ¿Ese no era tu trabajo? Te lo tengo que hacer yo también.Tu no eres la compositora.
—Eso sería lo ideal —Marina lo miró directamente—. pero no te quedó claro.¿ que tú tienes que hacerlo esta vez ?¿O quieres seguir cantando canciones vacías?
Lucas bufó.
—Vaya. Y yo pensaba que te caía bien.
—No estoy aquí para que me caigas bien o para caerte bien —dijo Marina sin titubear—. Estoy aquí para hacer buena música.
Lucas se quedó en silencio, evaluando la.
Marina no era como las personas con las que había trabajado antes. No lo trataba como una estrella, ni intentaba impresionar lo.
Lo desafiaba y a él le gustaba .
Y lo peor de todo… era que tenía razón.
Él había pasado años cantando lo que le decían que cantara, sin cuestionar si las canciones tenían sentido para él. Tal vez por eso su último álbum había sido un fracaso.
Lucas se pasó una mano por el cabello, visiblemente frustrado.
—No sé cómo hacerlo —admitió finalmente.
Marina alzó una ceja.
—¿Cómo qué? ¿Ser honesto?
—No —dijo él, exasperado—. No sé cómo escribir algo real sin que suene… forzado.
Marina lo observó con atención.
—Entonces, dime algo. ¿Por qué te alejaste de la música real?
Lucas no respondió enseguida. No porque no supiera la respuesta, sino porque le costaba decirla en voz alta.
Finalmente, se frotó la nuca y exhaló.
—Porque dejó de ser mía.
Marina sintió un pequeño escalofrío al escucharlo decir eso.
Porque ella entendía perfectamente a qué se refería.
—Cuando mi carrera empezó a despegar, todo cambió —continuó Lucas—. Dejé de cantar lo que quería y empecé a cantar lo que querían los demás. La disquera me daba canciones que “encajaban con mi imagen”. Y funcionó. Durante un tiempo.
Marina asintió, sin interrumpirlo.
—Pero después de un tiempo —Lucas miró el techo, con la mandíbula apretada—, todo se volvió vacío. Canciones sin alma, letras sin sentido… solo números en listas de reproducción.
Marina dejó que el silencio se instalara por un momento antes de hablar.
—¿Y qué pasaría si escribes algo que sea solo tuyo?
Lucas la miró.
—Probablemente me digan que no lo haga.
—¿Y si lo hicieras de todos modos?
Él dejó escapar una carcajada sin humor.
—¿Y tú? ¿Por qué sigues componiendo para otros si no crees en eso?
Marina sintió una punzada en el pecho.
No esperaba esa pregunta.
No quería responderla.
Se giró hacia el piano y tocó unas notas, dejando que la música hablara por ella antes de responder en voz baja:
—Porque una vez creí en alguien y usó mis canciones para su propio beneficio.
Lucas la miró con sorpresa.
—¿Alguien te robó tu música?
Marina asintió.
—Alguien a quien amaba.
Lucas no dijo nada.
Por primera vez desde que se conocieron, no había arrogancia en su mirada. Solo entendimiento.
Después de un momento, tomó su cuaderno y empezó a escribir.
Marina lo observó en silencio.
Tal vez, por primera vez en mucho tiempo, ambos estaban tratando de recuperar algo que habían perdido.
Los días siguientes transcurrieron en un ritmo extraño.
Lucas y Marina pasaban horas en el estudio, explorando melodías, escribiendo fragmentos de letras, probando combinaciones. Algunas veces discutían, otras veces trabajaban en silencio, pero siempre avanzaban.
Hasta que llegó el primer obstáculo.
La disquera de Lucas no estaba contenta con lo que estaban creando.
—No podemos vender algo así —dijo Víctor, el manager de Lucas, después de escuchar una de las demos—. La gente quiere algo pegajoso, no un experimento emocional.
Lucas se tensó.
—¿Estás diciendo que esto no funcionará?
Víctor lo miró con paciencia, como si estuviera hablándole a un niño.
—Estoy diciendo que esto no es lo que espera tu audiencia.
Lucas apretó los puños.
Marina lo observaba en silencio.
Sabía lo que estaba pasando por su mente.
El mismo dilema de siempre.
Hacer lo que le decían… o hacer lo que realmente quería.
—La canción es buena —dijo finalmente, su voz firme—. Y la voy a grabar.
Víctor suspiró.
—Lucas, esto no es solo sobre ti. Tienes un contrato.
Lucas sintió el peso de esas palabras.
Era cierto.
No era libre para hacer lo que quisiera.
Pero, por primera vez en años, no quería rendirse sin pelear.
Se giró hacia Marina.
—¿Qué opinas?
Ella sostuvo su mirada.
—Creo que la música solo es real si la defiendes.
Lucas respiró hondo.
Y tomó una decisión.
Lucas sabía que esta pelea era inevitable.
Desde el momento en que Marina le preguntó si realmente quería hacer su propia música, la idea de desafiar a su disquera había estado creciendo en su cabeza.
Y ahora, estaba en la oficina de Víctor, su manager, con la mandíbula apretada y los puños cerrados, escuchando cómo le decían, una vez más, que no podía hacer lo que quería.
—No lo entiendes, Lucas —dijo Víctor, con la paciencia fingida de alguien que cree que habla con un niño—. Este álbum es importante. No podemos arriesgarnos con algo tan… experimental.
—No es un experimento —replicó Lucas, intentando controlar su temperamento—. Es real.
—Real no vende —intervino otro ejecutivo de la disquera—. La gente quiere canciones pegajosas, no emociones pesadas.
Lucas sintió cómo su frustración se acumulaba.
Había pasado demasiado tiempo siendo un títere de la industria. Había interpretado canciones con letras vacías, había seguido cada recomendación de la disquera, había sonreído para las cámaras incluso cuando odiaba cada palabra que salía de su boca.
Y ahora que finalmente tenía algo propio… querían quitárselo.
—La canción se queda, y la voy a grabar —declaró con firmeza.
Los ejecutivos se miraron entre sí. Víctor apoyó las manos en el escritorio y suspiró.
—Si insistes en esto, Lucas, podríamos reconsiderar tu contrato.
Silencio.
Lucas sintió un escalofrío recorrer le la espalda.
Sabía lo que eso significaba.
Si la disquera lo dejaba, perdería todo.
Su equipo, su gira, la promoción de su próximo álbum.
Y aún así, su respuesta fue instantánea.
—Háganlo.
La sorpresa en los rostros de los ejecutivos fue evidente.
—Lucas, ¿estás seguro de lo que estás diciendo? —preguntó Víctor, visiblemente irritado.
—Más seguro que nunca —respondió, sin titubear.
Víctor chasqueó la lengua, mirándolo con decepción.
—Entonces, no podemos hacer nada por ti.
Lucas asintió. No esperaba que lo entendieran.
Salió de la oficina sin mirar atrás.
Sabía que esta decisión iba a cambiarlo todo.
Pero por primera vez en mucho tiempo… se sintió libre.
***
Mientras tanto, Marina estaba en el estudio, tratando de convencerse a sí misma de que no estaba cometiendo un error.
Ella nunca había querido involucrarse tanto.
Desde el principio, le había dicho a Sofía, su mejor amiga y asistente, que esta colaboración con Lucas era solo trabajo. Que no iba a involucrarse emocionalmente. Que no importaba cuánto talento tenía Lucas o cuánto veía en él lo que una vez sintió por la música…
Ella no iba a repetir sus errores del pasado.
Pero entonces, Lucas llegó al estudio con una expresión que lo decía todo.
—Me largué de la disquera —dijo, como si fuera algo sin importancia.
Marina lo miró, sintiendo que su estómago se encogía.
—¿Qué?
Lucas se dejó caer en el sofá, con los codos apoyados en las rodillas.
—Querían que siguiera haciendo basura. No me dejaron otra opción.
Marina sabía que esto iba a pasar. Sabía que Lucas estaba jugando con fuego al desafiar a su equipo.
—Lucas… —suspiró, pasándose una mano por el cabello—. ¿Y ahora qué vas a hacer?
—No lo sé —admitió él—. Pero lo único que tengo claro es que quiero grabar esta canción.
Marina sintió una punzada en el pecho.
Porque ella también quería que esa canción existiera.
Porque, de alguna manera, era la primera vez que sentía que su música significaba algo para alguien.
Pero si seguía con esto, si seguía ayudando a Lucas, se estaba metiendo en un problema más grande de lo que jamás imaginó.
—No tienes respaldo, Lucas. Sin la disquera, no tienes estudio, no tienes equipo de producción…
—No necesito nada de eso. Solo te necesito a ti —dijo él, sin pensarlo demasiado.
Marina se congeló.
Lucas notó su reacción y se aclaró la garganta.
—Digo… necesito que trabajemos juntos en esto. Sé que suena una locura, pero si vamos a hacer esta canción, hagámosla bien.
Marina miró sus propias manos.
Ella nunca había sido una persona impulsiva. Siempre había sido cuidadosa.
Precavida.
Nunca había arriesgado nada que no pudiera controlar.
Pero Lucas…
Lucas tenía esa energía de caos que, por alguna razón, la hacía querer saltar al vacío con él.
—No puedo prometer nada —dijo finalmente—. Pero si realmente vas a hacer esto… no lo hagas a medias.
Lucas sonrió.
—Nunca lo hago.
Los siguientes días fueron un torbellino de caos y emociones.
Lucas había perdido todo el respaldo de su equipo, lo que significaba que Marina ahora era lo único que tenía.
Trabajaban en el estudio día y noche, probando arreglos, afinando la letra, ajustando cada detalle. Cada vez que Marina pensaba en rendirse, Lucas la convencía de seguir.
Hasta que llegó el siguiente golpe.
La disquera se estaba moviendo en su contra.
El equipo de prensa de su antiguo sello filtró una historia en los medios diciendo que Lucas había sido “expulsado” de la compañía por problemas de actitud, que su carrera estaba acabada y que no tenía ningún proyecto en curso.
—¡Son unos malditos! —gruñó Lucas, tirando su teléfono sobre la mesa—. No pueden hacer esto.
—Claro que pueden —respondió Marina, intentando pensar rápido—. Tienen el control de la narrativa. Y sin una plataforma para responder…
Lucas la miró.
—Entonces tenemos que responder de otra manera.
Marina frunció el ceño.
—¿Cómo?
Lucas tomó su guitarra, se sentó en el suelo del estudio y encendió una transmisión en vivo en i********:.
—¿Qué estás haciendo? —susurró Marina, alarmada.
Lucas la miró con una sonrisa traviesa.
—Algo que nunca me dejaron hacer. Ser real.
Marina sintió que el mundo se detenía cuando Lucas empezó a tocar la canción que todavía no estaba terminada,la canción que le faltaba mucho pero al escucharlo cantar parece que él ya la hubiera cantado mil veces .
Sin filtros.
Sin producción.
Sin equipo de marketing.
Solo su voz, su guitarra… y la verdad.
En menos de cinco minutos, el video explotó en internet.
Y la batalla acababa de empezar.