CAPÍTULO 1:Lo que me falta(parte2)

1564 Words
Oliver —Mañana es la muestra de la nueva colección, ¿lo recuerdas? La muestra ¿Cómo fue que olvidé la muestra? Si mi madre se entera que lo olvidé, me mata. Hay solo una cosa que Theo y Emma nos han inculcado hasta el cansancio, y es la unión de nuestra familia, el estar para el otro, acompañarlo en sus logros. Aquello era un mantra para nosotros, eso y el amor, junto con algunas otras cosas. Por ejemplo, las apuestas, mi familia apostaba. Siempre lo hacía. En cada pequeño detalle, pero eso era secundario, el estar, acompañar, era lo principal de todo esto y yo… yo lo estaba rompiendo. —Oliver… Emily se había hecho cargo de la empresa familiar. Era algo que se le daba sumamente bien. Tenía un don para las telas y los negocio. No costó nada que se adaptara a la rutina del trabajo y universidad. Ella amaba lo que hacía y lo hacía con tanta pasión que parecía ser tan fácil como caminar o incluso respirar. Yo no pude seguir su ritmo. —Oliver Hamilton… Theo se había encargado de enseñarle todo lo referido a la empresa, luego de que me negara rotundamente a manejarla. No me gustaba ese tipo de negocios, lo mío era la tecnología y la inteligencia artificial. En cambio, Emily y Nathan tenían lo necesario para hacerla funcionar. Mis hermanos eran los mejores en ese rubro, aunque Nathan no podía manejarlos aún, llevaba años aprendiendo del negocio, pero él no tenía la chispa que sí tenía Em. —¡Tierra llamando a Hamilton! Alejé el tubo de nuevo, ahora algo aturdido. Mi hermana acababa de gritar molesta del otro lado de la línea, lo que dejaba en claro que probablemente no había escuchado nada de lo que dijo después de mi nombre. —Lo sé, pequeña—mi voz se suavizó—, mañana estaré allí, sin falta —giré mi silla para mirar por el ventanal de mi despacho—. Era a las ocho ¿verdad? Sonreí un poco, mi cabeza estaba volviendo a funcionar. De nuevo me encontraba concentrado, entrando en esa base de datos que siempre guardaba todo lo relacionado con la familia. —Sí, pero debes estar antes—su voz sonó igual que la de mi madre y no pude evitar reírme—. Además… te tengo una sorpresa. Oh no, de eso nada, las sorpresas de mi hermana no eran buenas, jamás lo eran, ella parecía decidida a matarnos o llevarnos a situaciones extremas. —¿Una sorpresa? —toqué el puente de mi nariz—. Por favor, que no sea otra de tus amigas desquiciadas—. Soltó una carcajada. Yo no le veía lo gracioso, para nada. Una de sus amigas me tocó, puso sus manos llenas de bacterias en mí, no era bueno. —No, no—seguía riendo—. Aunque puede que esté desquiciado o desquiciada… quién sabe—la imaginé subiendo sus hombros—. Ni yo sé que es hoy en día—la curiosidad me golpeó con fuerza mientras procesaba sus palabras. Con Emily siempre tenías dos panoramas, y ninguno de ellos era del todo bueno, para nada, mi hermana era lo que se conoce como enemigo en potencia. —Me estás asustando—hablé un poco divertido—. Solo trata de no matarme, no creo que sobreviva esta vez—resopló. La verdad, era complicado estar con ella. Emily llevaba la diversión a otro punto, por ejemplo, decidir bajar por las escaleras de casa en triciclo. Traté de agarrarla, la seguí por las escaleras, pasé de largo, ella rompió adornos y yo terminé con un ojo morado producto de mi hematoma en la cabeza. Porque sí, tenía una pelota en mi frente. —Solo fue una vez y no fue a propósito—se defendió. —Casi terminamos muertos—levanto las manos y subo un poco el tono. —¡Pero no lo estamos! —recalcó—. Ahora, te dejo, tengo que ver los últimos detalles de las modelos, te amo, hermano. —Y yo a ti, pequeña. Corté la llamada pensando en qué tramaría, viniendo de ella se podría esperar cualquier cosa y la palabra peligro seguro lo acompañaba. En una de sus sorpresas no tuvo mejor idea que organizar una salida de hermanos. Era algo sencillo, cine, comida y caminar por el parque, nadie puede morir por caminar por el parque. Sin embargo, ella decidió alquilar unas bicicletas, estuvimos andando un rato, hasta que se asustó por un perro, me empujó y terminé cayendo de cabeza dentro de una fuente, con diez puntos y otra pelota en mi frente. Me recordaba que el amor de hermanos puede doler. Maldición, siempre había un medio de transporte en cada muerte. En casa, el triciclo. El parque, las bicicletas. El auto en la piscina. Tomé mi teléfono y busqué su chat. Oliver: Tienes prohibido buscar algún medio de transporte, nada de autos, bicicletas o lo que sea que pueda trasladar personas. Colibrí: Eres un exagerado. Me quedé pensado, no había abarcado todos los puntos. Oliver: Tampoco caballos. Colibrí: ¿Cancelo la carroza? Solté una carcajada. Emily era todo lo contrario a mí. Alocada, divertida, dulce y simpática, vivía sacando sonrisas en el rostro de todos, ella era como un pequeño colibrí ansioso que no para ni un segundo. Por mi parte, era divertido, si me lo proponía. Poseía un sarcasmo muy marcado y podía ignorar a todo el mundo sin mucho esfuerzo. La mejor compañía que uno puede tener cuando no está de humor. Oliver: Cancélala. Miré la placa que descansaba con mi nombre sobre el escritorio, “Oliver Hamilton CEO”. Hamilton Había cambiado mi apellido unos años atrás, algo que volvió loco a Nicolás, he hizo llorar a Theo durante horas. Todavía recuerdo aquel día, fue exactamente hace diez años, en ese entonces tenía veintidós, era casi fin de año y las fiestas se aproximaban. Theo estaba en el living leyendo un libro y me le acerqué para hablar. Al principio solo vagué por temas sin importancia, pero después, cuando junté valor, le pedí permiso para llevar su apellido. —¿Te puedo preguntar algo? —sus ojos brillaron un poco. —Claro, lo que quieras, sabes que puedes decirme cualquier cosa. —¿Seguro? —insistí. —Por supuesto, hijo. —Estuve en el juzgado—su nariz se arrugó. —¿Mataste a alguien? —subí mis cejas. —¿Cómo? ¿Tengo cara de asesino? —subió sus hombros. —La familia tiene sus mañas—comencé a reír. —No, papá, no mate a nadie, solo fui por esto—le di la carpeta—. Solo me preguntaba si lo quieres hacer oficial—la abrió—. Porque a mí me encantaría que me dieras tu apellido y ser oficialmente tu hijo. Lloró durante horas, me abrazó y finalmente me dijo, que nada le daría más orgullo que dejarme como su hijo ante la ley. Porque ya lo era, eso… era un simple trámite. Él era mi padre, lo había sido desde que lo conocí, estuvo para mí en todos los momentos importante, incluso cuando mi humor sufrió los cambios de la adolescencia. Theo siempre se mantuvo, sin ningún tipo de queja o comentario, simplemente me amó incondicionalmente y cuidó de mí. Nicolás, fue otro caso. Todavía no sé bien cómo fue que se enteró, creo que nunca lo supe en realidad, pero si recuerdo su trato y las cosas que me dijo. Fueron varias y ninguna lejos de la clase de persona que era él. Me llamó ingrato, mal hijo y creo que hasta me insultó. Honestamente ya no lo recuerdo, había aprendido a sacar lo que no valía de mi sistema y él era algo que no sumaba. Solo recuerdo que me reí en su cara y le pedí, por favor, que me dejara de escribir y buscar. Había terminado todo tipo de relación con aquel hombre mucho tiempo atrás, justo después del juicio por mi tenencia, donde tuvo el coraje de decir que mi madre me maltrataba. No las quise recordar cuando empecé con los trámites, sin embargo, me preguntaron. Hablé con jueces, abogados y demás burócratas, conseguí lo que esperé por años, ser el hijo de aquel hombre que me besaba la frente por las noches, me daba el desayuno por las mañanas y me cuidaba cuando enfermaba. Mi vida había sido perfecta, no podía quejarme, tenía tías postizas, primos de corazón y hermanos increíbles, me permitieron elegir sobre mi futuro y me apoyaron en cada cosa que me propuse. Todo era perfecto en todos los aspectos y todo se lo debía a mi familia. Una parte de ella, porque otra, se fue. Molly había desaparecido y llevado con ella, más cosas de las que estaba dispuesto a admitir. El tiempo había pasado, mucha agua corrió entre nosotros, pero aún seguía escuchando su risa en cada rincón de la casa de mis padres. No sé si la vida se detuvo, o yo me quedé varado en aquel extraño lugar. El tiempo no paraba y mis días se resumían a esto. Sentado en una silla de escritorio, observando las fotos familiares, mientras apretaba aquella pelota que se supone calma el estrés. —Menuda mierda—negué—. Mi vida es un fracaso.
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