CAPÍTULO 1: Lo que me falta (parte1)

1421 Words
Oliver Pasé años construyendo una vida estable, ordenada, pero en el silencio de cada noche me preguntaba si algo importante me faltaba… o más bien, alguien. Tenía todo lo que se podía pedir, una gran madre, hermanos maravillosos, un padre increíble y… un buen trabajo. Mis días se los dedicaba a lo último. Había puesto todo de mí para que aquella parte funcione, pero, por alguna razón o tal vez un fallo de la vida—que todavía no lograba comprender—, aún no encontraba la mujer de mis sueños. Desde que Nicole decidió terminar lo nuestro estuve solo. La razón no la sabía. Bueno, sí. Era lo que las personas podían denominar freaky, el chico raro, un extraño. Siempre lo fui, eso no cambiaba, nunca lo haría. Según mi madre, cada persona tenía alguien destinado, sí… según Emma, todavía no había llegado la indicada a mi vida. A eso se resumía, un simple desencuentro con el destino. No tenía nada que ver mi falta de tacto, la poca simpatía y que prefería mirar un computador a preguntarle a una mujer cómo estaba. No, eso no era el problema, claro que no. —La soledad, no es mala—susurré mirando el techo—. Mucha gente llega sola a grande, no es tan malo. «Eres un gran mentiroso.» Era el fiel creyente de que el destino no quería poner una mujer en mi camino y mi madre no lo entendía, para ella, simplemente todavía no la conocía o no prestaba la atención correcta. Era un maldito genio, claro que no prestaba atención a esas cosas, para mí la vida transcurre por otras cosas. No había lógica en lo que planteaba. «¿El amor tenía un algoritmo?» porque de ser así, podría buscarlo y solucionar mi problema Muchas veces hablábamos de ello y casi siempre opinábamos distinto. Ella creía en flores, corrientes eléctricas, mariposas en el vientre—absurdo—, y el destino. Yo, en cambio, solo lo veía como un proceso químico. Neurotransmisores, hormonas, sinapsis, un hermoso cóctel de endorfinas, esas polipéptidos fácil de producir y difícil de alcanzar para alguien de mi clase, pero quería experimentarlo. Porque sí, quería algo así en mi vida. ¿Por qué? Bueno, la respuesta era simple, no me quería morir solo y eso se resumía a miedo. Años atrás me encontré con una sorpresa, bueno, no solo era una sorpresa. Fue mi caos. Mi madre lloraba en brazos de Theo, quisiera decir que le di su espacio, que no hurgué en la conversación de ellos, pero eso no fue posible. La vi tan mal, que pensé que Nicolás había vuelto a nuestra vida, pero no era eso. No, lo que pasó fue mi abuela. Mamá se veía destrozada, le costaba respirar, sus manos temblaban y balbuceaba millones de cosas por minutos. Papá no se veía mejor, por el contrario, se lo notaba bastante acongojado. Fue cuando la escuché hablar de mi abuela, decía que su cuerpo se había deteriorado. La culpa que sentía, por no haber estado con todo lo de Nicolás y que no sabía cómo decirme. Sentado en las escaleras de casa, observé por el reflejo del espejo como sus ojos se bañaban de algo nuevo, una cosa mucho más compleja de lo que había visto alguna vez en ella. Dolor, desesperación y resignación. Aquellos sentimientos me dieron la noticia de que mi abuela tenía cáncer y todo tomó un rumbo diferente, porque cuando menos lo esperé, estaba parado en el cementerio, con un traje n***o, la mirada fija en el ataúd y pensando. —Oli—mis ojos fueron a Theo. —¿Por qué? —sus ojos me observaron desorientados. —¿Por qué, qué? —tomé aire. —Siento algo, acá—sacudí la cabeza, estaba confundido—. No lo entiendo. —El dolor no siempre se comprende. Su voz había salido como un arrullo, igual que cuando me consolaba, él mantenía ese amor de siempre. —Se lo que actúa, como se produce todo, pero—la voz se me cortó—, hay algo que no… es como un hueco, aquí—toqué mi pecho—, cada vez se hace más grande y… —Duele—terminó por mí y afirmé—. El amor trae felicidad, las personas que nos rodean hacen que esa felicidad crezca y cuando se van… cuando nos dejan, el vacío se acentúa, la falta de aire, esa presión en el pecho, cada una de esas cosas resaltan produciendo sensaciones que no logramos comprender, pero hijo—se colocó en cuclillas para verme mejor—, solo muere aquel que olvidamos. Las pérdidas físicas tienen otra lógica, no hay explicación, al igual que el amor, cuando la persona se va, cuando desaparece, se produce un sentimiento contradictorio. Donde todo lo que predomina es el dolor. Dentro de ese gran abanico, se encuentran las separaciones. Yo no sufrí por la ausencia de Nicole. No lloré, no me desvele, mi vida no cambio. No era noticia para nadie que me costaban las relaciones humanas, siempre se me complicó aquello de salir a reuniones, llamar. Sin embargo, en mi adolescencia logré tener un puñado de amigos. No fue mérito mío, para nada, todo eso fue gracias a George, mi mejor amigo. Griego, para las personas de confianza. Él es como un hermano para mí. Fue quién me ayudó a conectar, conocer personas, formar lazos. Esos que cuidaba como si fueran de una especie de cristal, pues para alguien con mis cualidades, era difícil llegar a tener más de uno. Uno era un milagro. Cinco…una hazaña. Pero tenía más. Eso era algo de lo que podía sentirme orgulloso. Varios de ellos estaban formando familia y los que no, estaban de novios o comprometidos. Menos el griego, él no entraba en la parte amorosa. Luego… me encontraban a mí, uno de los solteros del grupo. El raro. Mi relación más larga fue con Nicole, la rubia hermosa, de grandes ojos azules que dejé de ver cuando me terminó. Con ella pasé gran parte de mi infancia, pasamos largas horas juntos en mis estudios primarios, sus padres tenían fascinación por nuestra clase social, ella… ella no era ni cerca parecida a su familia. Nicole era una gran compañía, con ella aprendí a ser más humano, pude tener experiencias que no iba a tener jamás si hubiera estado solo, por ejemplo, el sexo. Tuve no solo mis experiencias de citas, también conocí mi cuerpo y el de las mujeres. El problema de ello; ambos estábamos algo ebrios cuando pasó la primera vez, y ella no era el amor de mi vida, al menos no en ese momento. Tampoco ahora. «Lo mejor fue que me dejara.» Después de ello y dejar pasar el tiempo, sentí la necesidad de contactarla, no sé bien el por qué, tal vez solo quería recordar lo que era tener compañía o quizás la necesidad de sentirme querido de una forma distinta a la que estaba acostumbrado. Pero terminé desistiendo, porque era incapaz de utilizarla para satisfacer mi falta de amor, pues yo no podía amarla como se merecía. Era un idiota en el asunto, pero al menos no uno completo. Pasé la mano por mi rostro, estaba revolcándome en mi propia miseria cuando mi teléfono sonó y lo levanté. —¿Si…? Contesté tranquilo mientras intentaba concentrarme. Se supone que debería estar terminando un proyecto, pero no, estaba con la cabeza en cualquier lado, menos donde debía. —Señor Hamilton, su hermana lo llama en la línea uno. Escuché a Sophie, mi secretaria hablar. Su tono profesional me hizo volver a la realidad, seguía trabajando. No podía divagar con mi vida, no era el momento. —Muchas gracias, Sophie—marqué el interno y separé mi oído de la línea—. Hola, Emily. Sabía lo que venía, mi hermana no era la persona más silenciosa del mundo, todo lo contrario. Emily era risueña, alborotada y bastante enérgica. —¡Oli! —su voz chillona retumbó en el audífono—. Te he estado llamando al celular toda la mañana—rodé mis ojos, sabía que me había llamado, solo no quise atenderla. —He estado ocupado, enana—suspiro—. Dime ¿Qué ocurre? —miré la pantalla de mi laptop. Mi hermana era de las que llama hasta por comprarse ropa, siempre fue así. La más loca de todos, al punto de hacer destrozos en poco tiempo, unos que siempre me encargué de cubrir.
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