1. Venganza
Amina
Dicen que cuando te propones vengarte, debes cavar dos tumbas. Una para tu enemigo. Y otra para ti mismo.
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Venganza:
Dicen que volverá loco a un hombre.
¿Pero qué pasa con una mujer? Se supone que somos el sexo débil. Amable. Perdonadora.
Quién haya dicho eso, debe de ser un tonto, porque no hay nada amable en la furia que late en mis venas mientras me acerco a los escalones de la entrada del Hotel duCap, el lugar más lujoso del sur de Francia. Es como algo de un cuento de hadas, donde los porteros con chalecos de brocado se quitan la gorra respetuosamente y el vestíbulo brilla con candelabros ornamentados. El aroma del jazmín fresco me invita a la terraza trasera con sus impresionantes vistas de los cuidados jardines y el océano más allá.
Está muy lejos del bar en Nueva York, eso es seguro. Pero no estoy aquí de vacaciones.
—No tienes que hacer esto, Amina— murmura mi acompañante a mi lado. Nero Morelli, jefe de la organización mafiosa más temida de Nueva York. Lo conozco desde que era un niña y es como un hermano para mí. La única persona que podría entender que me ha traído aquí esta noche.
—El amor te está ablandando— respondo, echando una mirada rápida al vestíbulo. Acortó su luna de miel para estar aquí conmigo, pero por mucho que aprecie el apoyo moral, no necesito un amigo ahora mismo. necesito un cómplice: el jefe de la mafia mortal con las manos manchadas de sangre y un corazón de piedra. El hombre que entiende lo que significa hacer pagar a alguien.
—Vamos— intenta Nero de nuevo. —¿Qué te parece si llamamos a Lia, tomamos un vuelo a Paris y bebemos champán a medianoche bajo la Torre Eiffel? Sabes que le encantaría verte—
Por un momento, intento imaginarlo. Darle la espalda a esta loca venganza mía para irme de viaje con mis amigos, intentando olvidar mi corazón roto haciendo de turista en lugar de prepararme para la batalla.
Pero la imagen sigue siendo confusa. Ni siquiera puedo imaginarlo, así de metida estoy en esto. Diversión es una palabra extraña para mi ahora. No soy capaz de sonreír, reír ni pasar buenos momentos. El único placer que conoceré será el día que me vengue.
—No voy a cambiar de opinión— digo con firmeza. —Tú, más que nadie, deberías saber por qué—
Nero debe de ver la férrea determinación en mis ojos, porque asiente. Su expresión cambia, todo vuelve a ser negocio. —La invitación decía que estarían en la villa privada—
Entrelazo mi brazo con el suyo y respiro hondo. —Vamos—
Un m*****o del personal nos acompaña a través de los cuidados jardines, hasta una villa color rosa escondida lejos del hotel principal. Como si los huéspedes fueran demasiado ricos y reservados como para mezclarse con la otra clientela de cinco estrellas.
—¿Tu hombre terminó de borrar mis registros? — preguntó en voz baja mientras caminamos.
Nero asiente. —No hay rastro de tu antigua identidad en línea. Hice que un tipo plantara documentos falsos en el ayuntamiento. Tu tapadera se mantendrá si alguien investiga—
—¿Y sabes qué papel vas a interpretar esta noche? —
—¿Un cretino engreído con la mecha corta? — dice Nero con una sonrisa burlona. Intento controlar mis nervios.
—No es una broma. Si alguien sospecha, aunque sea un momento…—
—Lo sé — me interrumpe. —No te preocupes. Se lo que está en juego— Hace una pausa y luego añade en voz baja: —Milo también era mi amigo—
El nombre me estremece, pero lo reprimo. No puedo dejar que su recuerdo me distraiga ni me debilite.
No, necesito que me siga impulsando. Me ha traído hasta aquí, al otro lado del mundo, con una furiosa venganza latiendo en mi pecho. Planeando un destino que me habría parecido impensable hace tan solo unas semanas. Pero es curioso lo que puede hacer el dolor.
—Señor Morelli— un hombre con un traje caro nos saluda en la puerta. —Bienvenido al juego—
Nero asiente y me conduce al interior de la villa. Está lujosamente decorada, toda dorada y con muebles antiguos. Y la gente que está aquí esta noche…Son igual de lujosos. Recién llegados de los yates multimillonarios anclados en la bahía, los hombre lucen casualmente relojes de diseñador en sus muñecas bronceadas mientras toman asiento en la mesa de cartas, mientras las mujeres beben champán y miran fijamente a cada recién llegado.
A mí.
El pánico me invade. Estoy completamente fuera de mi zona de confort. ¿Qué me hace pensar que no solo podría integrarme con esta gente, sino destacar entre la multitud?
—Respira— me digo a mí misma en voz baja.
No soy yo la que está en exhibición esta noche. No realmente.
Miro mi reflejo en uno de los espejos ornamentados y me sorprende descubrir que ni siquiera reconozco a la mujer que me devuelve la mirada. He pasado mi vida vistiéndome para estar cómoda, para defenderme. Botas pesadas para correr y patear; cuero y mezclilla, delineador de ojos grueso, una mirada de “No te metas conmigo” Al crecer en el mundo criminal Morelli, aprendí rápido a cuidarme, usando mi ropa y maquillaje para decir que no era una de la chicas que se pasan de mano en mano por diversión, o una aventura pasajera de un viernes por la noche. Y si eso no dejaba claro el mensaje, la navaja en mi bolsillo lo haría.
Pero esta noche, no hay nada duro ni amenazante en mí.
Mi cabello cae en suaves ondas alrededor de un rostro que se siente desnudo, a pesar de que llevo capas de maquillaje sutil. Un brillo pálido en mis parpados, un suave rubor en mis mejillas. Tengo el rostro fresco y los ojos bien abiertos, con solo un toque de rímel y brillo labial rosa. ¿Y mi vestido…?
Es blanco. Impecable. Cae en mis hombros en un modesto escote corazón, pétalos de seda que ondean en una falda vaporosa alrededor de mis muslos desnudos, muy lejos de todos los impresionantes vestidos ajustados que hay aquí esta noche. Mis sandalias son delicadas, sujetas a los tobillos con correas incrustadas de joyas que combinan con la sencilla pulsera de diamantes que cuelga de mi muñeca.
El efecto es sorprendente. Parezco inocente. Joven. Cara. Parezco una extraña. La vieja Amina se ha ido.
Pero tal vez sea mejor así, decido, apartándome del espejo. Porque esa versión de mí misma se convirtió en cenizas en el momento en que el hombre que amo se quitó la vida, atrapado en culpa y la vergüenza por sus deudas de juego. Deudas contraídas por un hombre.
Él.
Las cabezas se giran cuando Emiliano Wilder entra en la villa. No con repulsión y odio, como se merece, sino con emoción. Asombro. Deseo.
Lo miró fijamente, observándolo. Es difícil creer que esta sea la primera vez que veo a este hombre en persona, cuando ha consumido cada uno de mis pensamientos durante semanas. Pero puedo decir que las fotos en línea no le hacen justicia. No puede capturar el toque arrogante de su mirada gélida, ni la forma en que su traje perfectamente confeccionado cae sobre su esbelta figura de 1.88 metros mientras pasea por la habitación. No es solo su riqueza lo que exhibe, sino también su confianza. Es un hombre adulto, doce años mayor que yo, que irradia poder y dominio. Un depredador alfa en toda la regla. La cima de cualquier cadena alimenticia.
Pero incluso los animales más mortíferos pueden ser abatidos con un disparo certero al corazón.
Mi determinación se endurece, y mi agarre sobre Nero también debe haberlo hecho, porque me aprieta la mano en señal de consuelo y advertencia.
—Bienvenidos a todos— dice, Emiliano con un acento ingles refinado. Mira alrededor de la villa como si fuera suya. Lo cual, supongo, lo es, ya que está pagando la cuenta de esta pequeña reunión. —No los aburriré con las formalidades, todos conocen las reglas. Bates recogerá su comprobante de fondos como pase de entrada, y podremos comenzar el juego. Divirtámonos—
Hay aplausos y risas, pero siento que mi furia crece, solo por estar en la misma habitación que el hombre.
—Tranquila— murmura Nero. —Recuerda, esto solo es el comienzo—
Tiene razón. Todos los grandes viajes comienzan con un solo paso. Así que me obligo a tomar una copa de champán y sigo a Nero hasta la mesa de cartas. Con la mirada baja, recatada. Nerviosa. Pero por dentro, nunca he estado más decidida a nada.
Porque hice un juramento el día que encontré el cuerpo de Milo colgando de las vigas. Voy a destruir la vida de Emiliano Wilder.
De la forma en que el destruyó la mía.