Amina.
Los peces gordos toman asiento en la mesa, y el resto nos acomodamos para observar. Me siento en una silla justo detrás de Nero, justo frente del asiento de Emiliano, para estar directamente en su línea de visión. El sigue dando vueltas, estrechando manos y saludando amigos, y me obligo a no mirarlo. Porque ahora viene la verdadera prueba, mi vestido, el maquillaje, la forma en que miro alrededor de la habitación con los ojos muy abiertos; todo está diseñado con un solo propósito. Para que me desee. Como amante, como juguete…no me importa. Pero todo lo que he logrado aprender sobre Emiliano Wilder, sé que hay una cosa que le importa más que nada.
Ganar. Tomar lo que otros hombres valoran, solo para verlos perderlo. Y quiere vencer a Nero más que a nada.
Han estado enfrascados en una batalla de voluntades durante casi un año, desde que Nero intervino con su adquisición hostil de la empresa de joyería de lujo de Rosberg Cross. Se emitieron amenazas, violentas, para hacer que Wilder Capital se retirara, y yo solo sé que, desde entonces, Emiliano ha estado ardiendo en deseos de venganza. Ha invitado a Nero a sus partidas de cartas antes, queriendo una oportunidad para vencerlo, pero Nero nunca mordió el anzuelo. Milo no tuvo tanta suerte.
Un camarero pasa con una bandeja de champán, y tomo una copa y le doy un trago. Mantengo mi mente alerta esta noche, pero necesito algo que me ayude a calmar la tensión: este aguijón de dolor que amenaza con aflorar cada vez que pienso en él.
Miles Luciano. El único hombre al que he amado. Un buen hombre, también, a pesar de la sangre y la violencia del mundo en el que crecimos. Tenía una dulzura en él, un lado gentil y confiado. Solía regañarme por ser tan cínica. Decía que todos tenían algo bueno en su interior, si uno buscaba con suficiente ahínco.
¿Eso es lo que pensaba de Emiliano Wilder?, me pregunto. ¿Entro en una habitación como esta, pensando en que podía confiar en los hombres que intercambiaban fichas de juego de cientos de miles de dólares como si fueran caramelos? ¿Qué un hombre como Emiliano seguiría las reglas? Debería haberlo sabido; el diablo siempre gana. Y eso es con lo que cuento esta noche.
—Sonríe, cariño— dice Nero en voz alta, tirando de mi hacia nuestro público. Me dedica una sonrisa arrogante. —Estás aquí para verte bonita, no para fruncir el ceño toda la noche—
—Lo siento— murmuro, forzando una sonrisa nerviosa. Nero sonríe aún más. Él sabe que, en cualquier otro momento, una instrucción como esa le valdría una bofetada. Pero queremos dejar claro al público que no tengo voz ni voto aquí. Solo soy un adorno. Un bonito adorno. Listo para ser intercambiado.
—Bueno, mira a quién tenemos aquí— Emiliano Wilder, finalmente se acerca a la mesa y toma siento. —Nero Morelli— sonríe con suficiencia, como si el simple hecho de tenernos aquí fuera una victoria.
—Finalmente decidiste unirnos a nosotros—
Nero se encoge de hombros. —Estaba por el vecindario, pensé en echar un vistazo a tu jueguito—
—Jueguito…— repite Emiliano.
Todavía está sonriendo, pero puedo ver el resentimiento en sus ojos, ardiendo casi tanto como la venganza que siento dentro. —No tendrás ningún problema para reunir la entrada entonces? —
—No— Nero saca un fajo de billetes del bolsillo y lo tira sobre la mesa de cartas. —¿Doscientos mil, ¿verdad? —
—Para empezar— Emiliano parece divertido. —Pero debo advertirte que no durara mucho—
—Puedo manejar mi negocio— Nero me mira fijamente. Me da el dinero. —Sujétalo, nena—
Lo guardo en mi bolso, sintiendo la mirada de Emiliano sobre mí. Sin embargo, no dice nada, solo se gira hacia el resto de los jugadores y levanta su vaso. —Que comiencen los juegos—
El crupier baraja, y entonces empieza. Mano tras mano, las apuestas suben con cada juego. Nero empieza fuerte, como lo planeamos, pero una vez que solo quedan unos pocos jugadores empedernidos en la mesa, comienza a resbalar: apuesta salvajemente, bebe mucho y maldice con cada perdida, volviéndose más imprudente a medida que avanza la noche y su pila de fichas desaparece hasta que finalmente, llega una mano cuando todos los demás se han retirado, y solo quedan él y Emiliano en el juego.
Parpadeo para ponerme alerta, mi pulso se acelera repentinamente. Este es el momento que he estado esperando. Mi oportunidad.
Me inclino hacia adelante, nerviosa mientras Nero mira sus cartas. —Subo— exige.
Emiliano arquea una ceja. —Creo que tu banca está vacía—
—Entonces llénala— gruñe Nero, quitándose el reloj y arrojándolo. —Listo, eso vale cien mil, fácil—
Emiliano se encoge de hombros. —Como quieras. Veo tus cien…y subo otros dos—
Hay un murmullo de emoción en la sala. Debe haber ya un millón de dólares sobre la mesa. Pero Nero se ha quedado sin fichas. La sonrisa de Emiliano se ensancha.
—¿Listos para dar por terminada la noche? — pregunta con aire de suficiencia.
—Ni hablar— dice Nero, bebiendo whisky de un trago. —Veo tus dos y subo otros dos. Cumplo con eso—
Emiliano frunce el labio. —Aquí no aceptamos pagares—
Nero se aparta de la mesa con tanta fuerza que los vasos tintinean.
—¿Estás poniendo en duda mi palabra? —
Emiliano me devuelve la mirada fijamente, sin intimidarse en absoluto. —Estoy poniendo en duda tus fondos. Y si no los tienes, es hora de retirarse—
Nero frunce el ceño. —Está bien— le digo para tranquilizarlo, pero me aparta la mano de un manotazo.
—¿Qué más? — exige, mirando a Emiliano.
—¿Qué más te llevarás? —
—Eso depende señor Morelli— dice Emiliano, recostado allí con una sonrisa peligrosa en el rostro. —¿Qué más tienes para ofrecer? —
Nero mira a su alrededor, como si estuviera pensando rápido. Luego su mirada se posa en mí.
—A ella—
Un murmullo de asombro recorre la multitud, pero el rostro de Emiliano es indescifrable. Su mirada se posa sobre mí, impasible. —¿Por cuánto? — pregunta con indiferencia, como si hablara de otro reloj de diseñador, y no de una mujer de carne y hueso.
—Un millón— dice Nero inmediatamente.
Finjo un suspiro de asombro. —¿Qué estás haciendo? — protesto, como si no hubiera planeado cada momento soñado con ello. Obsesionada con ello hasta altas horas de la noche.
—Cállate de una puta vez— me gruñe Nero.
—¡No! — Mi voz se alza angustiada. —¡No puedes hacer esto! — Miro a mi alrededor, a todos los rostros que me miran con escandalizada excitación. A la gélida mirada de Emiliano Wilder.
Y entonces, rompo a llorar y salgo corriendo de la habitación. Nero me sigue, dirigiéndose al balcón que sobresale de los acantilados. Camino de un lado a otro, ansiosa, todo depende de estos próximos minutos.
—Parece que se lo está creyendo— murmura Nero en voz baja.
Asiento levemente. Estamos cerca, lo sé, pero Emiliano Wilder no es tonto. No ha construido una gran fortuna con confianza y optimismo. Si voy a cerrar este trato, mi actuación tiene que ser impecable, incluso si no hay nadie alrededor para verme. Todavía.
—¿Cómo pudiste? — grito, girándome hacia Nero. —¡No soy tu propiedad para ser subastada al mejor postor! —
—Te equivocas— Nero responde en voz alta.
—No— Niego con la cabeza furiosamente. —No iré con él. ¡No puedes obligarme! —
—¿No puedo? —
Nero se abalanza sobre mí de repente, me agarra por el cuello y me inclina hacia atrás sobre la barandilla del balcón. —Harás lo que te diga— gruñe amenazadoramente, y jadeo sorprendida. Las olas rompen contra las rocas debajo de mí, y si no conociera mejor a Nero, si no hubiera planeado toda esta noche, la mirada en sus ojos me helaría la sangre.
Todavía estoy doblada hacia atrás, con sus dedos cerrados alrededor de mi cuello, cuando alguien se aclara la garganta.
—Odio interrumpir— dice la voz de Emiliano desde la puerta. —Pero el juego no espera a nadie—
Nero me suelta y jadeo, poniéndome de pie con dificultad. —Claro, juguemos— dice rápidamente, nervioso, como un hombre que apuesta demasiado a una mano perdedora. —Vamos, muñeca—
Me agarra del brazo con brusquedad y me arrastra hacia la puerta. Lucho, girando la mirada hacia Emiliano, suplicando. —Por favor…— murmuro lastimeramente. —Por favor, no hagas esto—
Emiliano hace una pausa, mirando de Nero a mí y viceversa.
Mi corazón da un vuelco. Si fuera un buen hombre, aquí es donde intervendría. Me alejaría de este violento rey de la mafia, asegurándome que todo estará bien. Que estoy a salvo. Que nunca cambiaria mi cuerpo por una mano de cartas.
Pero ya lo sé, Emiliano Wilder no es un buen hombre. Es un monstruo. La razón por la que Milo se quitó la vida.
Y, efectivamente, su mirada es fría, impasible antes mi suplicas. —¿Sera un problema? — le pregunta a Nero, como si ni siquiera estuviera aquí. Como si nomas fuera una moneda de cambio para él.
—Se portará bien— Nero frunce el ceño. —Si sabe lo que le conviene—
—De cualquier manera…— Los labios de Emiliano se curvan en una sonrisa cruel. —Me divertiré domándola—
No puedo evitar sentir el escalofrió de repulsión que me recorre al escuchar sus palabras, Emiliano lo ve, pero su sonrisa se ensancha aún más.
—Tenemos una partida que terminar—
Nero me jala de vuelta adentro, donde todos siguen esperando en la mesa de cartas. Miro alrededor de la habitación los rostros curiosos y expectantes, y trago mi disgusto.
No saben que he orquestado cada momento de esto; solo estan mirando como si fuera entretenimiento. Como si mi virtud fuera solo otra baratija joven y cara para ser intercambiada en un juego entre multimillonarios.
Me hundo en mi asiento. Una copa de champan aparece a mi lado y la bebo rápidamente, nerviosa de nuevo. Esto es todo.
Nero vuelve a mirar sus cartas y asiente al crupier. —Dame—
—Espera— La voz de Emiliano hace que el crupier se congele. —He cambiado de opinión—
¡No!
Lo miro boquiabierta, presa del pánico. Emiliano se gira y me mira fijamente, observándome con una mirada lenta y evaluativa. —Ofreciste una noche con ella, a cambio de un millón de dólares— dice sin apartar la vista. —Quiero un mes—
¿Un mes?
Me cuesta mucho parecer devastada, pero por dentro, estoy dividida entre la victoria y la sospecha. ¿Esto es exactamente lo que quería? La oportunidad de acercarme a él, de infiltrarme en su vida. ¿Esperaba tener que encantarle y seducirlo para entrar en su fortaleza, pero en cambio, le ofrece este acceso en bandeja de plata? No lo entiendo, ¿Qué está planeando?
—Un mes con la chica— continua Emiliano. —Y te apuesto diez millones—
Un murmullo de sorpresa recorre la habitación, pero Nero ni siquiera duda. —Hecho— dice con un gruñido.
Toma la carta del crupier y sonríe con malicia. —Llama—
Todos se inclinan más cerca mientras Nero voltea sus cartas, e incluso yo estoy al borde de mi asiento. Es lo suficiente bueno como para hacer que perder parezca fácil, pero si Emiliano sospecha, aunque sea por un segundo, en que Nero ha perdido la partida…
—Casa llena— dice Nero con una sonrisa arrogante.
Exhalo.
Es una buena mano. Quizás incluso demasiado buena. Trago saliva, preguntándome si algo puede superarla. Si Nero la ha cagado a propósito, y todos mis cuidadosos planes de medianoche no servirán para nada.
Pero entonces lo veo: el inconfundible destello de victoria en la mirada de Sebastián. Se toma su tiempo para revelar sus cartas, pero ya se el resultado.
La emoción me invade. Victoria, miedo y arrepentimiento, todo a la vez. Pero ya es demasiado tarde para cambiar de opinión. El trato esta hecho.
—¡Escalera real! — anuncia, y la multitud enloquece. Celebrando esta grotesca victoria y todo lo que significa. Aclamando mi sacrificio.
Me repugna, pero ¿acaso no es algo bueno? Solo otro recordatorio de a que me enfrento. Otra llama al fuego de mi rabia latente.
Mientras los demás jugadores rodean a Emiliano con felicitaciones, Nero se acerca a mí, con una expresión de culpabilidad tremenda. —Lo siento— dice en voz baja, y sé que es verdad. Intentó disuadirme. No porque no crea en la justicia, sino porque los de su clase acaban en el extremo de una 45. Con gusto le pegaría un tiro en la cabeza a Emiliano por lo que ha hecho, pero eso no es suficiente para mí.
Lo quiero destrozado. Arruinado. Suplicando la liberación de la muerte.
—Vete— le digo a Nero, apretando la mandíbula. Necesito parecer enojada con él, pero la verdad es que necesito que se vaya. Es la única persona que en esta habitación que sabe quién soy realmente debajo del vestido y los diamantes. Antes de que todo cambiara. No puedo permitir que me mire así, como si todavía fuera esa chica. Si voy a hacer esto, necesito ser intocable.
La venganza hecha carne. Nero asiente, comprendiendo. —Buena suerte— susurra suavemente, y luego se va, de vuelta con su esposa y su amor y un mundo que sigue girando incluso sin Milo en él.
Pero no tengo tanta suerte. Milo lo era todo para mí, lo único bueno en toda la oscuridad. Lo que significa que no hay nadie que venga a arrastrarme de vuelta a la luz.
Salgo flotando del balcón, vaciando mi copa de champan. Tengo un dolor de cabeza y me siento un poco mareada, pero tal vez sea solo el desfase horario. Respiro profundamente el aire salado del océano y me pregunto que vendrá. A pesar de toda mi planificación, no tengo ni idea de que sucederá después. Le tendí una trampa a Emiliano Wilder, usando mi cuerpo como cebo, ¿pero ahora que ha caído en ella…?
Cualquier cosa podría pasar.
El océano esta oscuro ahora, una masa de tinta que se estrella contra la brillante costa. La brisa se ha enfriado y tiemblo, sin siquiera darme cuenta de que me han acompañado hasta que me ponen una chaqueta en los hombros.
Me sobresalto.
—Tranquila— Es Emiliano, mirándome con esa fría diversión en los ojos. Me supera en altura incluso con mis tacones, y me siento desequilibrada, demasiado pequeña y delicada contra su cuerpo delgado y musculoso. —Eres terriblemente asustadiza—
—¿Me culpas? — le respondo. Es un alivio no tener que ocultar más mi odio. Cualquier mujer en su sano juicio estaría furiosa por el truco de los chicos acaban de tirar. —Pensaba que Morelli era una escoria, ¿pero tú? —
—¿Y yo por qué? —
Emiliano me mira fijamente con una mirada fría y depredadora, y tiemblo.
—Quiero irme— digo con la voz temblorosa. Frunzo el ceño. Ni siquiera intento hacerlo temblar, pero de repente me siento inestable.
—Por supuesto— dice Emiliano. —¿A dónde iremos? —
Niego con la cabeza, agarrándome a la barandilla del balcón para mantener el equilibrio. —No me refería a ir contigo…— digo, intentando pensar con claridad.
¿Qué está pasando? Me da vueltas la cabeza, pero solo me he tomado un par de copas de champán, y llevo años bebiendo más que nadie.
—Ya sabes cómo va el trato— dice Emiliano con voz aburrida. —Eres mía durante un mes—
—No acepté eso— protesto débilmente.
—Pero Morelli sí. Así que, si estás pensando en escaparte tras tu novio, no lo hagas— añade Emiliano con frialdad. —Siempre cobro mis deudas—
Mi visión se nubla y mis piernas ceden de repente. Tengo la terrible sensación de caída libre. Parece durar una eternidad, como si mi rabia se hubiera convertido en gravedad, arrastrándome hacia abajo. Percibo vagamente los brazos de Emiliano atrapándome antes de tocar el suelo, pero en lugar de seguridad en su abrazo, solo siento miedo helado que se extiende por mis venas.
Nada de esto está saliendo como lo planee. Pero ahora no hay vuelta atrás. No hasta que Emiliano Wilder esté muerto bajo tierra o desee estarlo.