3- No soy la princesa recatada que pretendo ser

2784 Words
Amina “La cague. Me metí demasiado en el juego de cartas de Emiliano, intente cubrirlo con las cuentas, pensé que podría recuperarlo, pero fracase. Te decepcioné. Lo siento”. -M- Vuelvo en si con un dolor punzante en la cabeza y las palabras de Milo resonando en mi mente. Gimo al abrir los ojos y me encuentro en una habitación extraña, con una bata de baño muñida. El corazón me late con fuerza mientras me incorporo y el dolor de cabeza aumenta. ¿Qué demonios pasó? Estoy en una preciosa habitación con paredes de estuco blanco y luz solar que se filtra entre las cortinas entreabiertas. El único mueble es una cómoda antigua y la enorme cama tamaño King. Es una enorme cama con dosel con el colchón más suave en el que he estado y unas sábanas que avergonzarían a cualquier hotel. No tengo ni idea de donde estoy ni como llegue aquí. El miedo me recorre las venas mientras rebusco en mi memoria de anoche, pero hay un espacio en blanco en mi mente. Empiezo a levantarme de la cama, mis pies descalzos tocan la madera fría del suelo. Entonces veo el vestido blanco de anoche cuidadosamente colocado sobre el respaldo de una silla. De repente todo vuelve a mí. La partida de póker. La apuesta de Nero. Mi plan para destruir a Emiliano Wilder. Mordió el anzuelo. ¿Pero que pasó después? me pregunto, presa del pánico. ¿Por qué tengo la memoria en blanco? ¿Y quién me desnudó anoche? Me pongo de pie y me da vueltas la cabeza como una mala resaca, pero no bebi nada. Solo esa copa de champan. Me quedo paralizada. ¿Emiliano me drogo? El pensamiento me produce un nuevo escalofrió. No lo vi venir. No puedo evitar preguntarme si esto me supera. El pánico se apodera de mí, pero me recuerdo exactamente con quién estoy tratando y porque decidí hacer esto. Sabía que Emiliano era peligroso al embarcarme en este plan loco. Es por eso que Nero se mostró tam reacio a seguir adelante. Pero no importa. Estoy en una misión, interpretando un papel. Hago esto en memoria de un hombre al que ame. Armándome de valor, me acerco a la ventana y corro las cortinas. Se me corta la respiración al contemplar el océano infinito. El cielo despejado de un azul brillante y las olas rompen en la arena dorada. Y no veo ningún otro edificio alrededor. Tiemblo. Esto no es Saint-Tropez. Allí, no puedes moverte de las elegantes boutiques y los hoteles con estilo, especialmente en la costa. ¿Entonces donde demonios estoy? Miro a la izquierda y a la derecha todo lo que puedo. Veo un acantilado rocoso en una dirección y palmares en la otra, y ni rastro de tierra. ¿Estoy en algún tipo de isla? ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? Intento recomponerme, pero las preguntas dan vueltas en mi cabeza. pensé que tenía la ventaja, que lo había planeado todo, pero claramente, Emiliano está a un paso por delante de mí. Así que ahora tengo que preguntarme… ¿Sabe quién soy realmente? Mirando hacia abajo, veo una terraza de piedra justo debajo de mí. mientras observo. Emiliano aparece a la vista, con el celular pegado en la oreja. Va vestido informalmente, para él, con pantalones de lino y una camisa blanca abotonada, y camina de un lado a otro, hablando. Mira hacia la ventana y me agacho antes de que pueda verme. ¿Por qué te escondes, Amina? Me pregunto. Tú no te acobardas ante una pelea. Con nadie. Es hora de ir a obtener algunas respuestas del hombre. Abro de golpe las puertas del dormitorio y salgo a grandes zancadas, todavía descalza y con la bata puesta. La casa es tan grande e impresionante como la había imaginado: un largo pasillo que pasa por muchas otras habitaciones hasta una gran escalera. En la planta baja, hay un comedor que fácilmente podría albergar a dos docenas de personas en la larga mesa y una enorme sala, llena de elegantes muebles de diseño. Una pared entera es de cristal, abierta para conducir sin problemas a la terraza, así que reúno mi ingenio y hasta la última gota de coraje, y salgo furiosa. La ira es buena. Cualquier joven inocente estaría asustada y confundida en este momento. Emiliano ha terminado su llamada y esta recostado en una mesa, preparada para el desayuno. Mi resentimiento aflora al verlo relajado en su silla, mirando el agua. Es como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. Como si no hubiera secuestrado a una mujer anoche. —¿Dónde demonios estamos? — exijo. Levanta la vista mientras me acerco. Buenos días, dice con voz uniforme, su cabello oscuro aun mojado por la ducha, cayendo despeinado justo sobre sus ojos azules como el cristal. —¿Dormiste bien? — —Bien, ¡Gracias a lo que sea con lo que me hayas drogado! Y tú no respondiste a mi pregunta, ¿Dónde estamos? — Se encoge de hombros. —Una pequeña isla en las Baleares— responde, con una expresión divertida. —La uso para escapadas ocasionales. La privacidad me conviene. Sin interrupciones no deseadas. ¿Te gusta? — Me estremezco ante su actitud engreída y serena. —Quiero irme. Ahora— —¿A caso olvidas que eres mi premio? — pregunta Emiliano, poniéndose de pie lentamente. Recuerdo lo mucho que me supera en altura, su figura tensa acercándose con paso lento, poderoso como una pantera lista para atacar. Incluso vestido de manera informal sigue siendo elegante y pulcro, todo en el grita control y lujo. Doy un pequeño paso atrás. —¿O planeas retractarte del trato? — pregunta., escrutando mi rostro. —Ten en cuenta que Nero me deberá diez millones si lo haces. Y supongo que no es un hombre con el que quieras meterte. Al menos tenemos eso en común— Quiero gritarle, decirle lo bastardo que es, pero recuerdo el papel inocente y tímido que se supone que debo interpretar. Bajo la mirada y me abrazo a mí misma, tratando de parecer modesta. Incluso me ajusto la bata, como si me avergonzara el hecho de estar casi desnuda debajo. Piensa, Amina>>. Me muerdo el labio mientras pienso en cómo responder. No es difícil parecer nerviosa porque lo estoy. Mi plan ya se ha desviado mucho del guion con todo este giro inesperado del “secuestro”. Claramente, estamos solos aquí y necesito averiguar que está planeando. —No hay necesidad de contactar a Nero— digo, poniendo la cantidad justa de ansiedad en mi voz para vender mi miedo hacia él. —Pero… no sé qué quieres de mi— Los ojos de Emiliano recorren mi cuerpo. —Oh, estoy seguro de que puedes imaginar, ¿una cosita bonita como tú? — Me estremezco, sorprendida por la sensualidad descarada en su mirada. —Quiero asegurarme de que entiendas… no voy a…— Desearía que hubiera una manera de hacerme sonrojar, pero realmente no soy la princesa recatada que pretendo ser y hay cosas que no se pueden fingir. Me aclaro la garganta y bajo la mirada, como si estuviera profundamente avergonzada. —Has ganado mi presencia, mi compañía. Nada más— Emiliano parece divertido. —¿Estás segura de eso? — Levanto la vista bruscamente. —Si. A menos que seas el tipo de hombre que obligaría a una mujer…— De inmediato, Emiliano me mira con frialdad. —Nunca he tenido que obligar a una mujer a hacer nada. Al contrario— añade, y su mirada se suaviza hasta convertirse en una sonrisa seductora. —Me gusta que mis mujeres giman pidiendo más— Baja la voz y da otro paso más cerca. —¿Así serás, mi dulce muñequita? — me alcanza y pasa las yemas de sus dedos por mis mejillas. —Apuesto que te verás tan linda de rodillas, rogando por mi polla— Retrocedo como si me hubieran quemado, sonrojándome furiosamente de verdad esta vez. —N-no, no lo haré— suelto, con el corazón acelerado por la imagen ilícita que acaba de evocar. ¿Qué está pasando? Mi mejilla hormiguea donde la tocó, como si sus dedos hubieran dejado una marca. Emiliano solo sonríe, oscuro e imponente. —Ya veremos. Creo que te sorprenderá lo que estarás pidiendo para fin de mes. Lo que esos lindos labios harán— Suelta una risita y siento un escalofrió recorre mi cuerpo. Pero no la repulsión que esperaría de un hombre como este. Es algo más. Algo más peligroso. Mientras me tambaleo, nerviosa, el teléfono de Emiliano vibra sobre la mesa. Se aparta de mí, como si ya no estuviera allí. —Tengo asuntos que atender— dice, sin apartar la vista de la pantalla. —Siéntete como en tu casa— añade. —El personal está a tu disposición— Emiliano se va sin decir una palabra más, y un momento después, aparece un mayordomo con una cafetera. —¿Señorita? — pregunta, cortésmente, con acento francés. —¿Le gustaría que le preparara algo de comer? ¿Crepes? ¿Un cruasán pequeño? — Mi estómago ruge a la orden, recordándome que ha pasado al menos un día desde que logré comer algo. —Todos, por favor— decido, sentándome y recuperando el aliento. Ahora que Emiliano esta fuera de mi vista, mi tensión disminuye, solo un poco. Se que es un respiro temporal, pero voy a aprovecharlo. Si estoy atrapada en esta isla con un chef privado, lo menos que puedo hacer es alimentarme para la lucha que se avecina. Y vaya, que bien huele ese café. **** Termino el desayuno y luego regreso a mi habitación, suponiendo que Emiliano, o su personal, me habrá proporcionado ropa, ya que mi equipaje esta todavía en algún lugar del sur de Francia. Tengo razón. Exploro rápidamente la habitación y encuentro ropa en la cómoda y el armario. Todas son de mi talla y están diseñadas para coincidir con la personalidad que he estado interpretando: vestidos de verano inocentes y elegantes, y conjuntos de diseñador. En el enorme baño de mármol, hay artículos de tocador de lujo, productos de belleza, todo tipo de electrodomésticos y accesorios… Alguien ha equipado el lugar a la perfección para una invitada. Tal vez aquí es donde trae todos sus trofeos de juego. Me ducho y escojo un sencillo vestido de verano rosa del armario. Tiene una etiqueta de diseñador y el precio pagaría mi alquiler por un mes de vuelta en la ciudad, pero me visto con lencería nueva, me seco el pelo y me maquillo también. Es un cambio no usar el delineador de ojos intenso ni el labial de esos que te dejan la boca oscura, pero supongo que también me vestía para enviar un mensaje en Nueva York de “No te metas conmigo” ¿Qué mensaje debería estar enviando ahora? me pregunto. ¿Sedúceme? ¿Codíciame? ¿Ámame? Una vez vestida, me siento mejor. Mas como una actriz, interpretando un papel. Porque lo soy. Y no puedo arriesgarme a romper el personaje ni por un momento, no con Emiliano tan cerca. Y mi plan de venganza en marcha. Todavía no hay rastro de él cuándo vuelvo abajo, así que paso el día explorando los alrededores. Necesito asimilar donde estoy y que me depara el futuro. La isla es preciosa, con arena y océano por todas partes. Doy un largo paseo por la playa, respirando el aire salado. Intento calmarme y concentrarme, pero es imposible. Este lugar es un paraíso, pero me siento como si estuviera en el infierno. Y estoy atrapada con el diablo. Después de vagar sin rumbo fijo hasta donde me atrevo, regreso a la casa para explorar de verdad. Después de todo, todo lo que estoy haciendo es para acercarme a Emiliano. Para descubrir su secretos. Sus debilidades. Y usarlas en su contra. Así que, recorro con cautela las relucientes y minimalistas habitaciones. Es vasta y espaciosa, y no tiene ni un solo toque personal. Ni fotografías, ni recuerdos, al menos no a la vista en las habitaciones principales. Tal vez estén guardados en algún lugar, o tal vez un titan de los negocios despiadado como Emiliano no tenga debilidad por los objetos personales. Me encuentro con el mayordomo leyendo un periódico en la cocina y con una mujer desempolvando los elegantes muebles, pero por lo demás, no hay nadie más presente. Estoy sola aquí con él. Finalmente, descubro una sala de música, hacia la parte trasera de la casa. Hay un sofá, un tocadiscos, y un piano de cola, en la esquina. Intacto. Ha pasado mucho tiempo desde que toqué uno. No hay mucha utilidad por el piano clásico en el mundo de la mafia, pero me encuentro acercándome y sentándome en el banco pulido. Es un instrumento magnifico y no puedo resistir la tentación de levantar la tapa y colocar mis dedos sobre las teclas. Esta perfectamente afinado. Ni siquiera tengo que pensar en lo que quiero tocar. Un segundos de practica para calentar y estoy lista. Las primeras notas de “Let it be” de The Beatles tienen un efecto calmante inmediato en mi. la melodía es relajante, un recuerdo de una época feliz. Cierro los ojos, dejándome llevar por la música. Empiezo a cantar, letras que ni siquiera me doy cuenta de que recuerdo fluyendo de mí, y le pongo todo mi corazón. Por unos instantes, olvido la gravedad de mi situación y dejo que mi dolor se desvanezca. Es un alivio, aunque sé que no durara. Cuando termina la canción, exhalo un suspiro de nostalgia. Por los tiempos más felices, cuando tocaba más a menudo. Cuando era inocente del mundo y de todas las cosas oscuras que sucedían en él. El sonido de los aplausos me saca de mi ensoñación. Abro los ojos y me sobresalto al ver a Emiliano en la puerta, observándome. —Bravo— dice, y no puedo decir si su tono es sarcástico. Debe serlo. Estoy avergonzada. No esperaba que me pillara cantando. Es algo que solo hago en privado. Me siento expuesta. Ni siquiera las personas más cercanas a mi han oído mi voz así. —Lo siento— suelto de repente, levantándome de golpe del taburete. —Lo acabo de encontrar, y…— Emiliano levanta la mano, silenciándome. —No tienes por qué disculparte. Por favor, un buen instrumento merece ser tocado, ¿no crees? — Me sonrojo ante el doble sentido. Emiliano cruza la habitación y se sienta en el pequeño banco a mi lado. Apenas hay espacio para los dos, y su muslo está presionado contra el mío, caliente. —¿Tú…tocas? — suelto de repente, desconcertada por su repentina presencia a mi lado. Puedo olerlo. Las notas bajas y especiadas de su loción para después del afeitado flotan en el aire entre nosotros, y cuando coloca sus manos sobre las teclas, su brazo presiona contra el mío. —Un poco— responde Emiliano. Sus dedos largos y agiles, van a las teclas y comienza a tocar otra canción que reconozco. “Desperado”de The Eagles era una de las favoritas de mi padre. Él fue quién me enseñó a tocar, así que aprendí todas las canciones antiguas que le gustaban. Siento una oleada de nostalgia. Después de un momento, no puedo resistirme a unirme a él, tocando el piano en una especie de dueto. No vuelvo a cantar, pero a Emiliano no parece importarle; tararea a mi lado, sacando las notas, y suelta una risa irónica cuando se equivoca en una tecla, hasta que finalmente la canción termina. Las comisuras de sus labios se curvan en una leve sonría. —¿No estás llena de sorpresas? — dice mirándome. Demasiado cerca. —Podría decir lo mismo de ti— logro responder. Su cercanía me inquieta. Puedo ver la tenue sombra de la barba incipiente en su fuerte mandíbula y las arrugas alrededor de sus ojos que solo aumentan su aire de autoridad. —No tienes ni idea— Emiliano se pone de pie. —Ahora, ve a vestirte para la cena— —¿Cena? — —Si. Es una noche importante. Quiero que te veas lo mejor posible, Gorrioncillo— Siento una sacudida incomoda al oír su apodo, pero me muerdo la lengua. Haz tu papel>>. —Bien— digo obedientemente, poniéndome de pie. —Lo que quieras —Emiliano sonríe con malicia ante eso, y salgo de la habitación antes de que pueda ver la ira ardiendo en mis ojos. Cuanto más tiempo piense en que esto va a ser así, más pronto mostrará sus cartas.
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