5- El enemigo que juré destruir

2691 Words
Amina No puedo dormir. Incluso con las cortinas cerradas y cama más cómoda del mundo acunándome en suavidad, mi mente está demasiado ocupada y mi cuerpo demasiado excitado como para simplemente quedarme dormida. Demasiado excitada y… activada. La culpa y la vergüenza rebotan en mí, y entierro mi rostro en las almohadas con desesperación. ¿Cómo podría excitarme un beso con ese monstruo? No lo entiendo. Nada de Emiliano Wilder me resulta atractivo. Claro, puedo ver su atractivo objetivo, como otras mujeres podrían pestañar y chismosear sobre sus trajes bien cortados y sus rasgos clásicamente guapos, pero esas cosas me dejan fría. Se quién es en el fondo. Un hombre sin corazón. El enemigo que juré destruir. Entonces, ¿por qué mi cuerpo todavía se tensa con el recuerdo de su toque lento y seductor? ¿Por qué me arden los labios por su beso inesperado? Me incorporo, sonrojada y sin aliento. No es real, me digo, levantándome para caminar de un lado a otro en la habitación oscura. Esto es un síntoma de mi inexperiencia, eso es todo. Si hubiera besado a más hombres o hubiera tenido aventuras sexuales en mi vida, nada de esto me afectaría. Seria fría como el mármol. Indiferente. No con un picor inquieto por dentro, deseando…algo. Algo de él. No. Respiro hondo, y luego otra vez. Necesito controlarme. Si me desoriento así en nuestra primera noche juntos, ¿Cómo se supone que voy a mantenerme comprometida con mi misión? Mi cuerpo es un instrumento, como ese piano de cola pulido de abajo. Repito las palabras para mí misma en el silencio de la oscuridad. Emiliano puede tocarlo, claro, tocar lo que sea, cada melodía que cree querer oír, pero pase lo que pase, no puede tocarme. Solo yo puedo elegir quién ve mi verdadero yo. Con quién lo comparto. La forma en que compartí mi corazón con Milo. Lentamente, mi ritmo cardíaco disminuye, pero sé que nunca voy a dormir mientras siga tan tensa. Poniéndome una bata de seda, abro la puerta del dormitorio y miro a mi alrededor. El pasillo está oscuro. Ya es pasada la medianoche y la casa está en silencio. Salgo sigilosamente, descalza, y bajo las escaleras lentamente. Ya miré a mi alrededor, pero ahora busco algo más. Todo este lugar parece algo salido de una revista, pero nadie puede vivir en un lienzo en blanco como este, no sin perder la cabeza. A menos que sea un sociópata. Lo cual todavía no está claro. Supongo que Emiliano debe tener algunas cosas personales, en algún lugar. Alguna pista que me ayude a entenderlo. Así que, vuelvo a registrar cada habitación, mirando en cajones y armarios, y revisando cada puerta cerrada. Incluso si está es solo una isla de vacaciones, sigue siendo su lugar, después de todo. Ja. Tengo que reprimir una risa hueca ante eso. ¿Quién demonios tiene una isla de vacaciones? Crecí pasando una semana en la costa de jersey con mis padres cada verano, si tenía suerte. Pero por lo general, mi padre tenía asuntos urgentes de Morelli, de esos que nunca preguntábamos, de esos de los que volvía a casa con moretones, así que pasé los veranos sofocándome en la ciudad, comiendo paletas heladas y desafiando a Milo a que abriera un aspersor en el parque. Siento una punzada de tristeza al recordarlo. De tiempos más inocentes, cuando todavía no teníamos ni idea de lo que la vida nos deparaba a ambos. O la muerte. ¡Bingo! Ni siquiera estoy prestando atención cuando un pomo de la puerta gira al azar y entro en una habitación que debí haber pasado por alto en mi primera mirada. Es un espacio de galería largo y elegante, lleno de arte moderno y escultura. Incluso yo puedo reconocer algunas de las piezas colgando de las impolutas paredes blancas. Rothko. Warhol. Banksy. Es completamente el Disneyland de Lia. Me quedo boquiabierta. El arte aquí debe valer una fortuna. Y no una pequeña, tampoco. Estás pinturas son mundialmente famosa, los hombres más importantes del mundo. Entonces, ¿Por qué la colección de Emiliano esa escondida, fuera de la vista? Un ruido detrás de mí me hace girar con un grito. Es Emiliano. —¡Me asustaste! — suelto —¿Qué haces aquí? — pregunta, con el rostro ilegible en la penumbra. —Me perdí— me disculpo rápidamente. —Estaba buscando la cocina. Quería un bocadillo— Asiente con la cabeza. —La cocina está por aquí— Hago una pausa, deteniéndome a observar el arte. —Este arte se increíble— digo. —Es decir, no sé nada al respecto, pero estos tipos…A estos los reconozco. ¿Cuánto tiempo llevas coleccionando? ¿Esa es la palabra correcta? — añado. —Si. Y he comprado arte de vez en cuando durante los últimos diez años más o menos— responde Emiliano. —Es una buena inversión— Se acerca a mí y veo que lleva un pantalón deportivo gris y una camiseta negra. Uno pensaría que verlo tan informal lo haría menos imponente, pero no, su postura y porte son tan controlados y geniales como siempre. —Me gusta este— digo, señalando con la cabeza el boceto en carboncillo en un marco, todas líneas nítidas. —Picasso— dice Emiliano con un tono de satisfacción en la voz. —El dueño me lo vendió barato después de que arruiné su empresa— Encantador. —¿Y ese? — pregunto, señalando el Rothko. La sonrisa de Emiliano se ensancha. —Ese lo compré en una subasta hace cinco años. Un príncipe saudí lo quería, pero le gané la puja. —Y ese, es el último de una colección— añade, señalando otro cuadro. —Hay un financiero en Roma que tiene todos las demás piezas. Me llama todos los meses, rogándome que se lo venda por el doble, el triple de lo que vale— —¿Por qué no lo haces? — pregunto, aunque puedo adivinar la respuesta por ahora. Efectivamente, Emiliano esboza una fría sonrisa. —Porque disfruto mucho escuchándolo suplicar— Me doy cuenta de que no hay nada en esta habitación que realmente disfrute, y a Emiliano no le importaría si fueran trozos de metal. Para él, solo son trofeos, formas de llevar la cuenta contra sus enemigos. Que desperdicio. —Debes tener una seguridad bastante buena— bromeo, con ironía mientras lo sigo fuera de la habitación. —Para tener todo eso colgando en las paredes— —Esas son solo copias— responde Emiliano de inmediato. —Las originales están todas en un lugar seguro, por supuesto— Parpadeo mirándolo. —¿Así que te tomaste todas las molestias de comprarlos solo para… guardarlos bajo llave en una bóveda en algún lugar, para que nadie lo vea? — —No los compré porque me gusten— dice Emiliano con naturalidad. —Los compré porque otras personas los querían. Y ahora, los tengo yo. Y ellos no— Exhalo lentamente. Emiliano lleva el “ganador se lo lleva todo” a un nivel completamente nuevo. No es de extrañar que cayera directamente en mi trampa en la mesa de póker. La oportunidad de quitarle a la dulce e inocente chica de Nero debe haber sido más tentador que cualquier cantidad de dinero. Todavía no se da cuenta del alto precio que pagará. Emiliano me lleva por otro pasillo hasta la cocina y enciende una luz. —¿Qué quieres? — pregunta, y tardo un segundo en darme cuenta de que se refiere a la comida, no a mi sed de venganza. —Está bien, puedo preparar algo— digo rápidamente, sin querer estar a solas con él ni un segundo más. No con el recuerdo de su beso aún presente en mi torrente sanguíneo. —Eres mi invitada— dice, Emiliano. Entonces, antes de que pueda reaccionar, me agarra por la cintura y me levanta para sentarme en la encimera. Jadeo sorprendida, pero él ya se ha alejado, dirigiéndose a abrir el enorme refrigerador. —¿Dulce o salado? — —Mmmm, dulce— me aventuro, tratando de disimular. > Y una cita a medianoche en la cocina puede que no sea lo que esperaba, pero necesito mantenerme alerta. —Así es— reflexiona Emiliano, lanzándome una mirada. —Te fuiste de la cena temprano, antes del postre— La forma en que su nítido acento ingles pronuncia la palabra “postre” está llena de significado. De repente, me doy cuenta de que estoy en camisón y bata, sentada aquí arriba de la encimera de la cocina oscura. Sola y expuesta. —Tengo debilidad por el dulce— suelto de repente, sintiéndome nerviosa. —Siempre comía demasiados dulces de niña. Mi mamá decía que Halloween era como mi verdadera Navidad, ya sabes, por todo el truco o trato. Me llevaba a los barrios buenos, porque tenían mejores dulces. De tamaño normal, en lugar de solo los pequeños— Estoy balbuceando, lo sé, pero al menos todavía encaja con mi personaje, Le doy las gracias en silencio a mi yo del pasado cuando estaba planeando toda esta farsa. No me di cuenta de que en ese momento elegir una historia de portada dulce e inocente sería tan útil. Si tuviera que intentar actuar de forma sofisticada y mundana ahora mismo… Bueno, Emiliano me descubriría en un instante. Y así como así, parece divertido mientras saca un plato de cristal con algo que parece mousse de chocolate y regresa a donde estoy sentada en la barra. —Le diré al chef que te gusta dulce— dice, sacando una cuchara. Luego, la moja en el mousse y me la acerca a la boca. Alimentándome. Mis labios se entreabren por la sorpresa y el desliza la cuchara dentro. —Mmmm— hago un ruido de sorpresa, y luego de placer, cuando el rico chocolate toca mi lengua. —Oh, Wow— parpadeo. —Eso es increíble— —Hay algunas ventajas de ser un monstruo rico y sin corazón— Emiliano dice con suavidad: —Un chef privado es solo una de ellas— Casi me atraganto con el siguiente bocado. Sonríe con suficiencia. —¿Crees que no sé lo que piensas de mi? ¿Lo que piensan todos? — Me da otra cucharada antes de que pueda responder, y trago, con la mente dando vueltas por la sorpresa. —¿Te importa? — me atrevo a preguntar finalmente, escudriñando su expresión, Está tan cerca que podría ver cualquier destello de duda en sus ojos. Pero no hay ninguno. —Para nada— Emiliano me mira con calma. —Mi reputación es una ventaja. Infundir miedo en mis oponentes significa que tengo la ventaja incluso antes de que nos encontremos en el campo de batalla— —Aún así…No todo puede ser cierto, ¿verdad? — pregunto. No estoy segura de que quiero que sea su respuesta, pero los labios de Emiliano se curvan en una sonrisa cruel. —Si. Lo es. Todas las historias que has oído sobre mí. Cada crimen o pecado del que me culpan. Todo es verdad— Se inclina más cerca para susurrarme al oído. —Hasta la última palabra— Me estremezco ante la frialdad de sus palabras. Emiliano se aparta y me mira con frialdad. —Quédate quieta— dice. —Tienes…—Extiende el pulgar y limpia una mancha de chocolate del borde de mis labios. Luego me lo mete a la boca. Mis ojos se abren de par en par por la sorpresa. Instintivamente, cierro los labios a su alrededor. La mirada de Emiliano se oscurece. —Buena chica— murmura, en voz baja y posesiva. —Ahora chupa— Siento un temblor recorrer mi cuerpo ante la orden. Mis mejillas se calientan, pero no podría desobedecerle ni, aunque lo intentara. Le chupo el pulgar hasta dejarlo limpio. Emiliano no aparta la mirada. Sus ojos permanecen fijos en los míos, sujetándome, observándome mientras, en el calor íntimo de mi boca, hago girar mi lengua sobre su pulgar, saboreándolo. Finalmente, Emiliano lo saca de mi boca con un chasquido húmedo. Dios mío. ¿Qué está pasando? Juro que mi cara esta roja como un tomate ahora mismo, mi pulso late con fuerza y en cuanto al resto de mi cuerpo…Mis pezones están duros, presionando incómodamente contra la seda de mi bata. Los ojos de Emiliano me recorren, y por la satisfacción engreída de su rostro, puedo decir que ve los traicioneros pezones. —Dulce, en verdad…— reflexiona. —Pero me pregunto…— Coloca una mano pesada en cada una de mis rodillas y, sin soltar mi mirada, las abre lentamente. Siento otra oleada de calor, atrapada en el dormitorio de su mirada. ¿Qué está planeando ahora? Estoy completamente cubierta por mi camisón, pero nunca me he sentido más expuesta mientras el separa deliberadamente mis muslos, moviéndose para pararse en la V abierta. Oh, Dios. Mi interior está húmedo, dolorido, y todo lo que tendría que hacer es deslizar esas manos más arriba para tocarme… Y cualquier pretensión de control desparecería para siempre. Con el ultimo hilo de sentido común en mi cerebro, me doy cuenta de que estoy al borde de un precipicio. Y no hay forma de que pueda caerme, no ahora. Emiliano valora lo que no puede tener. Hay una habitación llena de trofeos al final del pasillo, lo que lo demuestra sin lugar a dudas. ¿Si cedo ante el ahora? No querrá ni la mitad. Y mi plan habrá terminado, antes incluso de haber comenzado. Con control sobrehumano, vuelvo a cerrar las piernas. —Es tarde— digo con la voz entrecortada. —Debería irme a la cama. A mi cama—añado. —Sola— Emiliano hace una pausa por un momento y luego se aparta. —Por supuesto— Aliviada, me deslizo del mostrador, pero mis piernas estan inestables y tropiezo contra él. —Tranquila— Emiliano me estabiliza. —Lo siento— —No hay nada de que disculparse— Emiliano no me suelta. En cambio, me presiona contra el mostrador, atrayéndome con fuerza contra su cuerpo. Tan cerca que puedo sentir el grueso borde de su erección presionando contra mi estómago. Jadeo. —¿Lo sientes, verdad? — pregunta con voz baja. Me toma la barbilla con una mano y la levanta, obligándome a mirarlo. —Verás, nuestros cuerpos no mienten. Puedes decirte a ti misma que no me deseas, protestar y hacerte la inocente todo lo que quieras, pero tu cuerpo cuenta una historia diferente— Su mano libre recorre mi cuello desnudo…Sobre mi clavícula. Rozando apenas mías pechos doloridos a través de la bata… Tiemblo. —Así es— dice Emiliano con una risa baja y burlona. —Ya estás mojada por mí, ¿verdad? Enterrado entre esos dulces muslos, tu coño se siente vacío. Dolorido, porque tu cuerpo ya sabe que me pertenece. Me aparto bruscamente. —No soy tu propiedad— le digo, aferrándome a la ira para ignorar la verdad en sus palabras. —Compraste mi tiempo, pero nunca podrás comprarme a mi— —Ya veremos, Gorrión— El rostro de Emiliano es indescifrable. —Puedes volar ahora, pero ambos sabemos que pronto estarás rogando por mi polla— —¿Quieres apostar? — replico bruscamente. —Sería un placer— Emiliano finalmente sonríe, y recuerdo que esto es lo mejor que sabe hacer. Apostar con la vida de otras personas, hasta que el precio sea demasiado alto para que lo paguen. Milo lo pagó. Con su vida. Miro fijamente a Emiliano. —No— le digo, furiosa, con él y conmigo misma por bajar la guardia, aunque sea por un momento. Enderezo mi postura y le lanzo una mirada fulminante. —No soy otra de tus perversas criaturas, así que deja de intentar jugar. No importa cuánto dinero tengas; mi cuerpo no está en venta— Y entonces me doy la vuelta y me voy a la cama, ignorando el calor húmedo entre mis muslos y la forma en que mi cabeza todavía da vueltas, recordando su tacto. Mierda, ahora estoy en problemas.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD