Amina
Regresamos a la casa en silencio. El viaje en ascensor desde el estacionamiento subterráneo esta lleno de tensión, pero espero hasta que estemos dentro de la casa y solos para confrontarlo. Para entonces, mi propia irritación ha aumentado y no puedo contenerme.
—¿Cómo me encontraste? — pregunto, girándome hacia el al llegar al vestíbulo. Se dirige a la sala en lugar de responder, y lo sigo. No voy a dejar que se salga con la suya ignorándome después de esa escena en el restáurate. —¿En serio? ¿Pasaste por delante de un café al azar en toda la ciudad? —
—Tengo mis métodos— responde Emiliano con frialdad.
De repente me salta un pensamiento. —¿Rastreaste mi teléfono? —
No responde, pero tengo mi respuesta.
—¡No puedo creerlo! — exclamo. —¿Quién demonios te crees que eres? —
—No contestaste mis llamadas—
—Porque estaba ocupada— frunzo el ceño.
—No dijiste a donde ibas— continúa Emiliano, con aspecto enojado. —Te fuiste antes de que alguien se levantara—
—¡Necesitaba espacio! — grito. —¡Porque solo Sali a caminar, por Dios! ¿O se supone que debo de ser una prisionera aquí? —
—Puedes ir a donde quieras— dice Emiliano con la mandíbula apretada. —Siempre y cuando me dejes saber dónde estás—
—¿Por qué? ¿Para que puedas vigilarme? — Se que debería bajar mi ritmo, no hacerlo enfadar, pero no puedo evitarlo. Quería espacio lejos de él, y estar de vuelta en la misma habitación tan cerca, viendo la intensidad contenida en su mirada…
Es sexy.
Y me odio por pensar eso, aunque sea por un instante.
—Siempre vigilo mis propiedades, especialmente las cosas valiosas— dice Emiliano, y yo suelto una risa con desdén. —No vas a ningún lado sin mi conocimiento—
—¿Propiedades? — Me burlo. —No eres mi dueño. Estoy aquí porque elijo estar aquí, porque no tengo exactamente diez millones en efectivo por ahí para comprar mi salida de tu acuerdo con Nero. Pero no pienses ni por un minuto que eso te da control sobre nada más que mi tiempo— añado, señalándolo con un dedo. —Un mes de mi presencia, eso es todo lo que obtienes—
—Entonces eres mía durante todo el mes— dice, acercándose a mí con una mirada acalorada. —Eso significa que no te vas de madrugada sin que yo sepa donde estás. Y respondes cuando te llamo—
Me cruzo de brazos. —¿Y si no lo hago? —
Se que no debería desafiarlo así, pero no puedo evitar contraatacar y dejar que se muestre parte de mi verdadera personalidad. He estado actuando de forma mansa y dócil durante demasiado tiempo, con todas esas malditas pestañas revoloteando y miradas tímidas. Dios, solo quiero gritarle, gritarle a los cuatro vientos lo cruel y desalmado que es en realidad.
—Cuidado, Gorrión. No quieres ponerme a prueba— Emiliano me fulmina con la mirada, dando un paso más cerca de mí.
—¿No quiero? — me burlo.
—No— Da otro paso. Baja la voz, baja y acerada. —Porque puede que no te guste lo que pase después—
—No puede ser peor que cualquier cosa que haya soportado contigo hasta ahora— respondo, y de repente, jadeo, mientras Emiliano me jala hacia sus brazos, sujetándome contra la pared.
—¿Soportar? — repite oscuramente. Levanta mi barbilla para que lo mire, sus ojos azules y fríos conocedores. —Eso no es lo que sentí cuando me rogabas anoche, cuando tu cuerpo se abrió a mí, húmedo y dolorido. Cuando te corriste contra mi lengua, apretando ese apretado coño como si quisieras que lo llenara por completo—
Un escalofrió de lujuria me recorre ante sus sucias palabras.
Mierda.
Tiene razón. Intento luchar contra ello, pero no puedo creer lo rápido que paso de querer estrangularlo a sentirme inundada de deseo. Y debe estar escrito en toda mi cara, porque Emiliano me dedica una sonrisa lenta y cruel.
—Así es, cariño. Puedes intentar negarlo, pero ya lo sé, te encanta cada minuto de esto—
Niego con la cabeza obstinadamente negándome a dejarle ver la verdad.
—No—
Emiliano desliza su otra mano sobre mi cuerpo, rozando mis curvas. —Harás lo que te diga, de ahora en adelante— continúa, como si no hubiera hablado.
—En tus sueños—
Mi voz es más débil. Él lo sabe.
Emiliano hace una pausa, su mano rozando casualmente mi pecho. Reprimo un jadeo y el vuelve a tocarlo, lleno y dulce.
Mierda.
Aprieto la mandíbula, luchando con la lujuria que el alimenta, caliente en mis venas.
Sonríe, todavía agarrando mi barbilla con la otra mano para obligarme a mirarlo. —Ahí lo tienes— canta, satisfecho. —Solo necesitas el incentivo adecuado para comportarte, eso es todo—
—No quiero jugar a tus juegos– protesto, pero la forma en que hace rodar mi pezón entre sus dedos expertos hace que mis palabras emergen sonando como una súplica desesperada y necesitada.
Mi cuerpo se arquea más cerca, traicionándome.
—Al contrario— responde Emiliano, todavía mirándome, insufriblemente presumido. —Mis juegos son exactamente lo que necesitas para dejar ir. No tienes que ocultarlo, Amina. Esto es lo que has estado esperando. Un hombre de verdad, que te cuide y te mantenga a salvo. Que se encargue de todo…—
Su mano se mueve más abajo, desabrochando mis jeans y deslizándose con determinación debajo de mis bragas. Respiro hondo cuando sus dedos encuentran mi clítoris y se deslizan más abajo, hundiéndose en mi humedad. Aún así, Emiliano no me aparta la mirada. —Prométeme que siempre responderás cuando te llame—
Niego con la cabeza, incluso mientras me arqueo contra sus dedos errantes, desesperada por su dulce fricción.
Emiliano me lo da, hundiendo solo un dedo dentro mientras su pulgar roza mi clítoris con movimientos lentos y dulces.
—¿Pero no quieres ser mi chica buena? —
Un escalofrió involuntario me recorre al oír esas palabras. Me aprieto con fuerza a su alrededor, incluso mientras lucho inútilmente en sus brazos para escapar. Emiliano suelta una risita baja.
—Así es Gorrión. Sé lo que te pone cachonda. Así que, así es como vamos a hacerlo…Te diré exactamente lo que puedes hacer para complacerme, y si obedeces, si eres mi buena chica…Recibirás una recompensa especial—
Empieza a bombear su dedo lentamente dentro de mí, y mierda, mi boca se abre en un gemido silencioso. Emiliano se inclina, capturando mi boca en un beso autoritario, hundiendo su lengua profundamente al ritmo de sus dedos, abrumándome con sensaciones hasta que todo lo que puedo hacer es gemir y retorcerme contra su mano, acercándome cada vez más al borde, más cerca.
Emiliano se aparta. Sus dedos todavía en mí. Hago un ruido de protesta, jadeando.
—¿Por qué…? —
Te lo dije, solo las chicas buenas reciben una recompensa. Emiliano me mira con una expresión dura. —Entonces ¿serás buena conmigo ahora? —
Maldita sea. Quiero decirle que se vaya a la mierda. abofetearlo en ese hermoso rostro engreído. Pero Dios, me duele el cuerpo, tambaleándome al borde. Estoy cerca. Tan cerca…
—Dime que responderás a mis llamadas— Emiliano me ordena de nuevo. Se flexiona de nuevo, solo una vez, lo suficiente para hacerme gritar de necesidad.
—Por favor…— Suplico, temblando odiándome a mí misma, pero necesitando más la liberación.
—Dilo o este acuerdo se acaba— Emiliano se inclina, sus labios rozando mi sien. —Responde a mis llamadas— exige, su voz estremeciéndome, llena de una promesa férrea. —Dime exactamente donde estas. Cuidaré de ti. Pequeño Gorrión. Le daré a mi chica todo lo que necesita—
Desearía que fuera el instinto de conservación lo que me hizo finalmente jadear en señal de asentimiento. Que hubiera calculado el riesgo de que Emiliano me rechazara y cancelara todo este trato, y hubiera decidido que era mejor rendirme y gritar “Si”, que arriesgarme a perder mi oportunidad de venganza.
Pero estoy demasiado ida para que me importe.
Yo cuidaré de ti…
Las palabras parecen rodearme, con un poder seductor que no entiendo.
—Por favor— gimo, rogándole. —Haré lo que quieras. Seré buena para ti—
El triunfo se refleja en su rostro. —Ahí lo tienes— los dedos de Emiliano se deslizan profundamente dentro de mi de nuevo. —Eso no fue tan difícil ahora, ¿verdad?
Su beso se traga mi sollozo, áspero y dominante mientras me empuja contra la pared, sus dedos moviéndose frenéticamente mientras su boca me reclama para sí. Muerde mi labio, doloroso, mientras su pulgar encuentra mi clítoris de nuevo, frotando en círculos implacables mientras sus dedos se hunden dentro de mí, estirándome, enviando oleadas de placer que no puedo contener, no puedo detener, yo…
Mierda.
Me rompo en un estallido brusco, clavada allí, indefensa, contra la pared. Me tambaleo por la fuerza, pero Emiliano ni siquiera espera un momento, se aparta, dejándome con las piernas débiles y jadeando.
—Espera…— jadeo, necesitando aferrarme a él a algo sólido, mientras mi mundo sigue girando a toda velocidad.
—Nuestra conversación ha terminado. Tengo trabajo que hacer— Emiliano se lame los dedos mientras sus ojos me recorren, y la imagen de mi desplomada aquí, sonrojada y jadeando y totalmente deshecha, debe ser agradable, porque asiente con aprobación.
—Ahora sé como hacer que te comportes, no deberíamos tener este problema otra vez—
Con esas palabras, se aleja.
Bastardo.