Como el último y único dia

1464 Words
Había sido rápido para mí, pero inolvidablemente bueno y diferente. Era la primera vez que había sentido tanta pasión por alguien y, sobre todo, que era totalmente dominado. No sabía si sentirme feliz o avergonzado por eso. Y es que estaba acostumbrado a ser el dueño en la situación. Tenía siempre el control de ella. No dejaba nunca que me dominaran de ninguna manera. Al menos no, desde aquella primera, única y última vez en que una mujer me utilizó. Tampoco sabía si debía preocuparme por el hecho de que, ni siquiera podía entender los sentimientos que me invadían. Ella no decía nada. Estaba demasiado callada. Yo me tiré a su lado y la miré. Su cara era de sorpresa tal vez, o de alegría. No lo se. No podía definirlo con precisión. Pero tampoco me atrevía a preguntar. Y como necesitaba ir de urgencias al baño, quitarme el preservativo, y hasta lavarme un poco, la dejé allí y me fui. Ya vería que procedía luego. Cuando regresé ella seguía en la misma posición, tendida en la cama con los ojos cerrados y pensativa. Volví a acostarme al lado de ella. Todavía no sabía cómo comportarme en ese momento. Pero de pronto gira la cabeza, se vuelve hacia mí y me mira. Nos miramos por unos segundos. De repente y sin decir ni una sola palabra, entendí el mensaje. Sus ojos llenos de deseos me suplicaban que la tomara una vez más. Que la hiciera mía. Que me deseaba. Mi cuerpo reaccionó ipso facto. Miré sus carnosos labios y la lujuria comenzó a invadirme con más fuerza, al verlos entreabiertos, dejándome ver sus blancos y alineados dientes, invitándome a devorarlos. Bajé mi mirada hasta su cuello y pareciera como si estuviese tocando su piel con mi mirada, porque mientras la recorría con mis ojos, su respiración se agitaba cada vez más, haciendo subir y bajar sus pequeños y apetecibles pechos, donde me detuve al llegar. ¡Cuánto me gustaban sus pechos! Eran pequeños pero hermosos. Redondos y llenos como si estuvieran hinchados. Sentí un deseo loco de tocarlos, así que estiré una mano y toqué uno de ellos posando mis ojos en los de ella para ver su reacción. ...Y vaya que fue dulce… Aquel simple roce sacó de ella un profundo suspiro y su cuerpo se arqueo, llevando su cabeza hacia atrás y dejando sus pechos alzados, ahora mucho más cerca de mí, invitándome a lamer. Aquello me pareció tan malditamente sensual y erótico, que llevé mi boca al que estaba libre, y sí que hice lo que me pidió sin mencionar una palabra. _ Un gemido profundo provino de ella. Una arqueada más pronunciada de su cuerpo. Ahora alzando también sus caderas y abriendo sus piernas. Su cuerpo me enviaba señales que podía captar sin mucho esfuerzo. Así que llevé una mano a su bendito altar y… No tengo palabras para expresar lo que sucedió después. Puedo decir que fue mágico. Nos hicimos el amor como si ese, fuera el último día de nuestras vidas. Nos olvidamos del mundo, del tiempo, de nuestras necesidades, que se había convertido para entonces en devorarnos uno al otro. Nada ni nadie existía. Solo nosotros dos. terminábamos y no podíamos ni siquiera mirarnos o tocarnos. Porque volvimos a fundir nuestros cuerpos en uno solo. Era como si la lujuria nos hubiese poseído. Estaba seguro, como le decía constantemente que, si lo contáramos, nadie nos lo creería. Otra vez no tuve conciencia de mí mientras sentía que despertaba. Solo sé que abrí los ojos porque sentí la respiración de alguien confundiéndose con la mía. Unos brazos alrededor de mi cuello y unas piernas por encima de mí. Abrí los ojos y descubrí que era mi chiquita, que estaba muy cerca de mí. Dormida. abrazándome. con sus labios muy cerca de los míos, como si nos hubiésemos quedado dormidos mientras nos besábamos. Y entonces recordé. El regocijo en mí era indescriptible, al recordar todo. Nos habíamos amado. Una y otra incontable vez. Con tanta intensidad. Con tanta pasión. con fuego y deseo de uno por el otro. Nos entregamos sin reserva alguna. Sin ningún prejuicio, sin ningún escrúpulo. Como dos amantes que se conocían desde siempre y que tenían su propio lenguaje corporal. Sí. Entendí que misteriosamente nuestros cuerpos podían comunicarse como si pudieran hablar entre ellos. Se acoplaban entre sí, como si fuera algo muy normal entre ellos. Fue algo mutuo y único que no lograba entender, pero que no me causaba sorpresa. Como si lo estuviera esperando, como si supiera que iba a suceder exactamente así. Como si no pudiera ser de otra manera, porque pareciera, que ya nos conocíamos, aunque nunca nos habíamos visto. Sin dejar de mirarla, tan tranquilamente dormida, tan hermosa, recordé, que hasta nos habíamos olvidado de comer. Lo sabía porque en ese mismo momento tomé conciencia de mi estómago, que ya comenzaba a hacer sus propios reclamos por ello. Habíamos bebido agua. Eso lo sabía, porque ella, en un momento de descanso, mientras recuperábamos la respiración, me había dicho entrecortadamente que tenía sed, y entonces busqué agua para los dos. Bebimos. Pero los últimos tragos de aquel líquido transparente y sin sabor que quedaba en nuestras bocas terminaron de algún modo loco en un solo trago para los dos. Porque pudo calmar la sed en nuestras gargantas; pero no la sed que había despertado en mi chiquita, la experiencia del placer que había tenido en su primer orgasmo; y que la llevaban a querer experimentarlo uno y otra vez. Ni en mí, el hecho de haberla encontrado, de haberla conocido. Me hacía sentir insólitamente feliz, privilegiado y todavía no entendía exactamente el por qué. Pero tampoco le di mucha importancia. Quería vivirlo. Sonreí y pensé que nos habíamos comportado como dos locos enamorados, que no disponían de mucho tiempo. Como que los iban a separar obligatoriamente, y les habían permitido un último día para estar juntos. Sí. Así fue. Había sido como si este fuera el último, o el único día que… De pronto caí en cuenta. Realmente, sí era el último y tal vez el único día para nosotros. Recordé a un país llamado Italia, de donde yo venía y donde también vivía. Recordé que allí tenía negocios y una vida a la que tenía que regresar; y eso era ya, en unas escasas horas. Se borró toda sonrisa de mi rostro y el regocijo de mi corazón desapareció, dando paso a ese sentimiento de vacío que no me gustaba para nada. Era domingo. Miré mi reloj y vi que ya había pasado medio día. Tenía a partir de ya, exactamente 22 horas para que tomara mi vuelo de regreso. Volví a mirarla y aún dormía. El sonido peculiar de los mensajes importantes que recibía en mi teléfono privado, también me hizo recordar que había estado sonando varias veces y que pude ignorarlo sin ningún problema el día de ayer, porque la vibración que me avisaba de las llamadas no pudo captar mi atención más que el placer, la locura y el desenfreno que estaba viviendo con aquella mujer. No era lo suficientemente alto, ni más importantes para mí, como para llamar mi atención en aquellos momentos y dejar de hacer lo que estaba haciendo para atenderlas. Pero tenía que mirarlo ahora. Así que aguanté la respiración; y lentamente y como pude, tratando de no despertarla, la aparté de mí y me levanté. Solté la respiración después de quedar sentado en la orilla de la cama. Tomé mi teléfono móvil y también el de la habitación llevándolos conmigo al baño. Primero pediría algo de comer y luego vería quién y por qué, me han estado llamando con tanta insistencia. Marqué a la recepción del hotel y ordené servicio para dos. Tenía 12 llamadas perdidas y 3 mensajes. Una llamada de mi secretaria y dos mensajes que supongo que los envió, resultado de no haberme encontrado disponible al llamarme. Uno donde me recordaba los datos de mi vuelo y el otro, los compromisos que me esperaban en las primeras horas al llegar. Tomé aire profundamente y volví a soltarlo. “Me gustaría disponer de un poco más de tiempo.” Pensé. Tres llamadas de Massimo, mi mejor amigo. Y un mensaje donde me decía que mis padres ya estaban preocupados por mí. Y pidiéndome que los llamara o que al menos les enviara un mensaje para tranquilizarlos. Cinco llamadas de Giorgia. Lo cual no me asombraba, pero me daba igual. Y el resto eran mis padres. Respondí el mensaje a mi secretaria y a Massimo, para que supieran que todo estaba bien. A mi madre la llamaría después. Con decirle a Massimo era suficiente. Sabía que no lo dejaría tranquilo hasta saber algo de mí. Ya se encargaría él de eso.
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