Samantha Landers
- ¡Buenas noches, nana! –escuché la voz de Cami en el recibidor, sonreí-, ¡está igual de hermosa que siempre!
- ¡Oh!, gracias, querida –respondió la nana-, Samy está en su habitación.
- Gracias, nana querida.
Ésta chica definitivamente era imposible, el extremo de la ternura y elocuencia. Dejé de lado el ordenador, seguro que ya se había encaminado hacia mi cuarto. Saqué los ensayos que debíamos entregar en dos días y los coloqué sobre la mesa. Ella llamó a la puerta con dos ligeros toques y abrió.
- ¡Samy, querida! –se abalanzó sobre mí y besó mi mejilla.
- Llega tarde, Miss Simpatía –sonreí.
- ¡Oh!, perdóneme la vida –rió-, querida… ¿eh? –la perrita salió a recibirla y ella la miró confusa-, ¿qué clase de monería perdida es esta?
- Aún no sé qué nombre ponerle –respondí encogiéndome de hombros-, me la voy a quedar.
- ¡Genial! –esbozó una sonrisa, pero no la tocó-, esa sarna…
- Descuida, esa no se contagia.
- ¡Oh, súper! –la cogió, se sentó sobre la cama y la puso en su regazo-, pues hay que buscarte un nombre, chiquita. ¿Qué te parece, cuchiturita?
- ¿Bromeas? –reí-, se volverá pendeja la perra.
- ¡Pero qué mala eres!, ella es tierna, así que merece un tierno nombre.
- Claro, claro, por cierto, me tomé la molestia de hacer los ensayos de ambas.
- ¡Ah, no!, eso sí que no, Samantha Landers –colocó a la cachorra en el piso y se acercó a mí hecha una fiera coqueta, señalándome con su dedo, amenazándome con espicharme un ojo. La miré divertida.
- ¡Ah, sí!, eso sí que sí, Camila Di Salvo. Igual ya están listos, Cami, no fue la gran cosa.
- ¡Odio que hagas mis deberes, niña!
- Pues te lo aguantas –sonreí encogiéndome de hombros-, luego haces tú mi tarea de inglés.
Soltó un bufido, puso los ojos en blanco y me eché a reír. Ella era realmente mala en inglés. Me dio un abrazo y se sentó en mis piernas.
- Ahora dime, pequeña traidora –dijo suave, como un ronroneo-, ¿qué te traes con el chico nuevo?
- Una amistad –sonreí-, deja los celos, Cami, nadie va a reemplazarte.
- Más te vale –sonrió.
- ¿O si no?
- O si no… pues, esto, yo… no sé, te haré cosquillas hasta que te hagas en las pantis –se arrojó encima de mí y comenzó a hacerme cosquillas.
- ¡No!, ¡Cami, suelta! –no podía parar de reír, ya me dolía el estómago y se me salían las lágrimas. El sonido de un vidrio estrellarse contra el piso fue mi salvación.
- ¡Oops! –musitó mirando a la perrita.
La quité de mi regazo y me dirigí hacia la cachorra. Había tirado mi frasco de Nutella y lo estaba olfateando, entré en pánico y corrí para quitarla; no quería que se comiera nada. Eso era prácticamente un veneno para ellos. Cami fue a buscar un paño para limpiar el desastre mientras yo revisaba a la pequeña, sería el colmo si se llegase a cortar. Estaba bien, no le había pasado nada.
- Nutella –musité ensimismada.
- Sí, eso fue lo que te rompió –contestó Cami encarnando una ceja.
- No, tonta, la llamaré Nutella –esbocé una sonrisa y ella se sentó a mi lado.
- Pues lindo nombre, aunque algo apetitoso. ¡Hola, Nutella!
Tomó a la perrita en sus brazos y comenzó a acariciarla. A ella también le gustaban los animales, aunque se daba más con los gatos. Su madre no la dejaba tener mascotas, por lo que Nutella sería de las dos, literalmente. Por lo poco que dejaba ver su sarnita, era de un color miel, con ojos chocolate. Una vez curada su piel, estaba segura de que sería hermosa, mucho más de lo que ya era.
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Me levanté temprano, con el fastidioso sonido del despertador. Me estrujé los ojos, tratando de acomodar mi vista y acostumbrarla a la luz que se comenzaba a filtrar por la ventana. Me estiré y uno de mis pies tocó una bolita dura al final de la cama.
- ¡Buenos días, Nutella! –me acerqué, le di un abrazo y ella meneó su cola alegremente mientras comenzaba a lamer mi mejilla.
Salí de la cama y me di una ducha. Al terminar me puse el uniforme, me maquillé y recogí mi cabello en una cola de medio lado. Tomé mi mochila y bajé al recibidor.
- ¡Buenos días, nana! –le di un abrazo y ella besó mi frente.
- Buenos días, mi pequeña. Que tengas un excelente día.
- ¡Tú igual, nanita!, te quiero.
Le sonreí mientras me despedía con la mano. Cami ya estaba abajo esperándome. Llegamos al colegio y fuimos directamente al salón. Al ingresar, saludé a mis compañeros con una mano y fui hasta mi asiento. Ella se quedó hablando con su grupo de amigas. La miré y me guiñó un ojo. Le sonreí y saludé a Aarón, estaba llegando.
- Buenos días, carne fresca.
- Buenos días, preciosa –rió mientras se sentaba a mi lado.
Nos quedamos hablando un rato mientras los demás llegaban. A lo lejos avisté a Sofí, era mi amiga. Se acercó a dónde yo estaba con una sonrisa y me levanté del asiento para darle un abrazo.
- ¡Sofí, hola!
- ¡Hola, Samy! –me estrujó y luego tomó mis manos, sus ojos brillaban-, te traje un regalo.
- ¡Oh!, qué tierna –sonreí-, ¿a dónde fuiste éste verano?
- Me lo pasé en Egipto, con mi padre.
- ¡Súper!, ¿me trajiste una momia o algún parásito de la tumba de Tutankamón?
- ¡No, tonta! –rió dándome una palmadita en el brazo-, pero casi.
Me entregó una pequeña cajita decorada. La abrí sin dejar de sonreír, al ver el objeto que se hallaba dentro, reprimí un pequeño grito y salté a sus brazos.
- ¡Gracias, gracias, gracias!, me ha encantado, Sofí, ¡gracias!
- De nada, Samy –respondió encantada-, es un Ojo de Horus con una piedra Lunar. Toma –me tendió una cadena de plata-, ya con eso tienes el juego de plata.
Le puse la cadena y me lo coloqué, era hermoso. El ojo derecho del Dios Horus, era mejor conocido como su ojo Solar. Se consideraba un poderoso amuleto utilizado por los antiguos egipcios y simbolizaba la fuerza, la luz y la perfección, así como la salud, la sanación y la purificación. También se creía que podía proteger contra el “mal de ojo”.
- ¡Oh!, Sofí, ven que te presento a nuestro nuevo compañero de clases –la tomé de la muñeca y tiré de ella hacia nuestros puestos-. ¡Él es Aarón!, tú, ella es mi amiga Sofía.
- Mucho gusto, Sofía - respondió él mientras tomaba su mano y la besaba como todo un caballero.
- Mu-mu-mucho-cho gus-gus-to.
No pude evitar reírme de ella, estaba tan nerviosa que tartamudeaba. Los colores se le subieron a la cabeza y evitaba mirarlo a los ojos. Él era guapo y todo un caballero, además que en las clases anteriores se mostró como una persona muy aplicada e intelectual. Eso lo hacía el doble de atractivo. No me extrañaría que Sofí se llegase a sentir atraída por él en el futuro.
Mi amiga era hermosa, de eso no había duda. Sofí era pelirroja y con unos ojos color miel que combinaban con sus pecas. Su piel, aunque era blanca, estaba bronceada y la hacía ver muy atractiva. No obstante, no encajaba en el grupo de las “sexys”, ella era muy retraída. Demasiado tímida y “nerd” para el gusto de Cami. Pero era mi amiga, y yo la quería así tal cual era.
Durante la clase no dejaba de observar a Aarón y cuando éste se volvía para verla, ella bajaba la mirada y se sonrojaba. La escena era adorable, sin duda. Me volví para ver a Cami; estaba con su rostro posado sobre su mano, completamente aburrida. Me miró y me sonrió fastidiada. Es que hasta con su exceso de pereza era linda. Le sonreí y me acomodé en mi asiento. Camila era todo un personaje; una niña peligrosa pero al fin y al cabo para mí era la más hermosa.
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Camila Di Salvo
Estaba completamente aburrida en clases. Anoche no había logrado dormir bien ya que mi madre se pegó una de esas borracheras en donde se le olvida hasta su propio nombre. Se puso a cantar hasta bien entrada la madrugada todo el repertorio de Rocío Durcal y Ana Gabriel.
Samy me miró y le sonreí. Preciosa, era adorable hasta cuando buscaba alguna distracción en ese aburrido salón. Por otro lado, tuve que contener mi fabulosa carcajada cuando escuché a Sofía hablar de sus vacaciones. ¡Oh! “fui a Egipto”, algo súper casual, a la vuelta de la esquina. A veces me daba rabia escuchar acerca de las fabulosas vacaciones alrededor del mundo de las que gozaban mis compañeros. Yo nunca había podido gozar de algo así.
Lo más lejos que había viajado, era cuando a Samy le daba por llevarme de adoptada en sus viajes, del resto, mis vacaciones sin ella eran un calvario. Completamente aburrida, encerrada en casa, sumergiéndome en una grandísima depresión ocasionada por mi madre.
A veces me preguntaba cómo me había transformado en la chica más popular de mi generación. Estaba lejos de pertenecer al grupo de millonarios del instituto, parte de mi matrícula era pagada por una beca que me había dado el liceo por mi desempeño en el grupo de teatro. Si no fuese por eso, no habría podido seguir en la institución.
Mi padre medianamente le pasaba dinero a mi mamá y gran parte de este se iba en bebidas alcohólicas. Ni pensar siquiera en irme a vivir con él. Se conformaba con pasar dinero y listo, no le interesaba en absoluto saber respecto a mí. Su odio por mi madre era tan grande que me arrastraba y me sumergía dentro. Jamás supe a ciencia cierta qué desencadenó todo. Siempre vi a mi madre como una mujer abnegada, feliz a su lado. De un día para otro, todo comenzó a ser violento. Hasta que un día se separaron y comenzó mi calvario.
Suspiré. Tarde o temprano todo esto tendría que terminar.