Samantha Landers
Estábamos a unos quince minutos de iniciar la clase, el profesor aún no había llegado. Cami se encontraba con el grupo de las populares, actualizándose acerca de los chismes veraniegos de cada una de las integrantes. Así era ella, pasaba sus veranos conmigo, alejada de todos, y luego regresaba para ponerse al día. Ella amaba la atención, era normal, y me sorprendía enormemente su fuerte personalidad, cuando yo, en sus zapatos, habría sido más retraída de lo que ya era.
- ¡Samantha, cariño! –me saludó Ruth, una chica de color con un cuerpo de modelo que la hacía ver sumamente deseable ante los ojos hormonales de los chicos-, ¿qué tal esas vacaciones?
- No me quejó –le sonreí-, ¿tú qué tal, Ruth?
Cami no dejaba de observarnos con su pícara sonrisa cargada de diversión. Observándola fijamente podía adivinar lo que estaba pensando, seguro era acerca de Ruth y Ryan porque Melody, a su lado, la fulminaba con la mirada. Melody era rubia de ojos azules, no tenía el cuerpo escultural de Ruth, estaba un poco rellenita pero era mucho más coqueta y elegante.
- Oh, pues, aburrida –suspiró-. Tampoco es que tuve novedades, con eso de que la gentuza –miró a Melody por encima de su hombro- andan divulgando cosas que no les incumben.
- ¡Oh!, qué pena eso –sonreí-, pero ya ves cómo son las cosas aquí.
- Sí, pero no me doy mala vida por eso, querida –se acercó un poco más a mí-. Quería preguntarte: ¿qué harás éste fin de semana?
- Lo pasará conmigo, obviamente –la interrumpió Camila, interponiéndose entre nosotras-. Y ya sabes que no me gusta compartirla, ya mucho tengo con que se junte con el grupito de nerds que tenemos aquí.
- Sí, pero ella no es tu mascota, Di Salvo –le retó Ruth, yo las miraba divertida, me sentía como el atún que incitaba a dos gatas hambrientas a pelear.
- No, pero es M-Í-A –espetó-, ¿sí captas?
Ruth soltó un bufido y se fue a su asiento, el profesor estaba ingresando al aula. Cami se volvió para mirarme y le regalé una sonrisa, me la devolvió y fue a su asiento en la parte trasera del salón.
- Good morning, students –saludó el profesor.
- Good morning, teacher –saludamos nosotros.
- Éste año tendremos con nosotros a un nuevo alumno, por favor, ingrese al aula y preséntese con sus compañeros –indicó.
Un joven irrumpió dentro del salón. Era alto, de piel canela y ojos color ámbar. Todos los varones debían llevar el cabello corto, así que no podía decir mucho de sus peinados, igual, su cabello parecía ser de color castaño oscuro. Sus músculos estaban bien pronunciados, se notaba que hacía mucho ejercicio. Esperaba que también ejercitara sus neuronas y no fuese como la pila de “aspirantes a físico-culturistas” que teníamos en el salón. Ellos eran huecos elevados al infinito.
- Buenos días –sonrió y escuché muchos suspiros por parte de las chicas-, me llamo Aarón Noriega, tengo 16 años y vengo del Colegio Santa Bárbara.
- ¿Qué lo trajo por acá, señorito Aarón? –preguntó el profesor.
- Me he mudado cerca de aquí y por mis calificaciones me aceptaron –respondió encogiéndose de hombros.
- Está bien, tome asiento al lado de Landers. Samantha –me llamó y levanté mi rostro-, es ella –me señaló.
El chico nuevo me sonrió y ocupó el lugar que estaba vacío a mi lado. Seguro que Sofi, una de mis amigas, se molestaría cuando llegase y viera su asiento ocupado. Sonreí por lo bajo y saqué mi libreta de apuntes. Las dos clases de la mañana transcurrieron sin ningún problema, en la hora del receso, Aarón trató de entablar conversación conmigo.
- Me han dicho que los profesores son súper estrictos en éste colegio.
- Para nada –sonreí-, eso lo dirá el que deja las tareas para última hora.
- Ya, por lo visto no eres de esas.
- No, me gusta tener mis deberes al día, de esa forma puedo disfrutar mejor de mi tiempo libre.
- Lo mismo hago yo –rió-, me gusta mucho el básquet, así que para poder ir a las prácticas tengo que hacer mis deberes. Eso o aguantarme un jalón de orejas por parte de mi madre –hizo un puchero y no pude evitar sonreír.
- Bien, pero aquí tenemos equipo de básquet, supongo que le entrarás.
- ¡Por supuesto!, de hecho…
- Samantha, cariño –lo interrumpió Cami-, ¿no vas a presentarme a tu nuevo amigo?
- Oh, sí –le sonreí-, Aarón ella es mi mejor amiga.
- Camila Di Salvo –dijo ella extendiendo su mano-, y con que intentes quitarme a mi mejor amiga, morirás –sonrió mientras lo fulminaba con la mirada.
- No le prestes atención, está loca –sonreí mientras él relajaba los músculos de sus facciones.
- Bueno, yo diría que es territorial.
- Algo así, es que nos conocemos desde el jardín de niños y le da miedo que llegue alguien y la desplace. Pero una vez que la conoces, es un amor de persona.
- Sí –enarcó una ceja-, supongo que sí.
Mientras Cami merendaba con su grupo de populares y hablaban, o más bien, criticaban a algunas chicas, yo me limitaba a seguirle la conversación a Aarón. Era un chico divertido, amable y apasionado por su deporte. En toda la conversación una que otra chica se acercaba para saludarlo y él les respondía por pura cortesía, luego me miraba todo confundido y yo sólo me limitaba a sonreír burlándome de él.
- ¿Es que acaso aquí no hay hombres? –preguntó exasperado, como 15 chicas lo habían saludado ya y se habían quedado cuchicheando en la puerta mientras lo miraban.
- Sí, pero eres carne fresca, nadie te ha probado aún –reí.
- ¿Tú lo harías? –me preguntó con una sonrisa pícara.
- No, realmente no eres mi tipo –me encogí de hombros y él soltó una carcajada.
Claro que no lo era, yo nunca había tenido un novio, siempre sentí que no lograría encajar con ningún chico. Yo tenía mucho amor para dar, sin duda, pero ellos sólo tenían hormonas por satisfacer. Así que en vez de andar como mis compañeras de clases, rezando para que les llegue la menstruación, prefería tener cabeza fría y dedicar mi tiempo libre a otras cosas. Un novio sólo me quitaría tiempo y espacio.
Por ser el primer día, hoy no tendríamos una reintegración a los clubes y equipos, saldríamos temprano; igual todas las reuniones, al menos en el club de tenis, eran los lunes, miércoles y viernes. Probablemente el miércoles iniciaría nuestra jornada. Las horas de las siguientes dos clases pasaron rápidamente, en todas, Aarón se sentó a mi lado. Una que otra vez me volví para observar a Cami y ésta lo fulminaba con la mirada. No sabría decir si sus celos eran porque yo estaba de “amiga” con el chico nuevo quien, no pareció mostrar interés en ella o porque él estaba intentando adentrarse en mi vida. Cualquiera de las dos ideas me parecía divertida y hasta tierna, aunque viniendo de ella, todo parecía ser tierno.
Cuando la última clase culminó, me dispuse a recoger todas mis cosas. Nos habían dejado un montón de tarea y debía llegar a realizarla para que no se acumulara. De esa forma, podría estar totalmente concentrada en las prácticas de tenis; no había nada peor que jugar con la cabeza llena de deberes.
- Bueno, Samy, fue un placer conocerte. Nos vemos mañana –se despidió Aarón.
Cuando fue a darme un beso en la mejilla para terminar de despedirse, Cami se acercó y lo tiró de regreso al pupitre, él la miró desconcertado y ella sólo le sonreía maquiavélicamente.
- Con que llenes sus hermosas mejillas de gérmenes, te aniquilaré –le amenazó.
- Ya basta, Cami –la abracé por detrás y posé mi rostro en su hombro-, sé amable con mi nuevo amigo. Él no ha hecho nada malo.
- Bien –bufó-, pero después de clases ella es mía, ¿ok?
- De acuerdo, pero deja tu histeria para usarla con otro –respondió desaprobando con la cabeza-. Ahora sí, hasta mañana, Samy.
Me besó en la mejilla y salió del aula. Cami se volvió para mirarme y con una sonrisa llena de satisfacción me abrazó fuertemente.
- ¿Son cosas mías o tu ataque de celos posesivos ha incrementado?
- Sólo quería molestarlo –rió-, hoy tengo que ir a la academia de modelaje. ¿Paso por tu casa ésta noche para hacer los deberes?
- Seguro, Cami, te espero allá.
Nos despedimos con un doble beso en las mejillas y un abrazo. Me encaminé hacia la salida donde me estaba esperando el chófer. Cuando iba llegando vi un perrito echado en la acera. Era un cachorro, supuse que tendría sarna porque tenía unas manchas rojizas y en su lugar no había rastro alguno de pelo. Me acerqué y acaricié su cabeza, el pequeño se levantó moviendo sutilmente su colita y cojeando de una pata. Lo tomé para revisarlo y noté que tenía una gusanera.
- Mierda…
Olía a rayos. Saqué la mitad de mi emparedado con jamón y queso, no me lo había terminado de comer ésta mañana así que se lo di. Comenzó a devorarlo y dos jóvenes se acercaron a nosotros.
- ¡Oh!, ¿es tuyo ese perrito?
Los miré mientras encarnaba una ceja. ¿Podría alguien ser tan imbécil?, digo, ves al perro callejero en mal estado, ¿y todavía preguntas si es mío?, no, ellos tenían problemas mentales.
- ¡Claro! –sonreí-, he sacado a pasear a sus gusanos, ¿no ves?
Miraron al cachorro con repulsión y yo lo cogí, lo envolví con mi suéter y me encaminé hacia el auto.
- John –llamé al chófer.
- ¿Sí, señorita?
- Llévame a una clínica veterinaria, por favor. Éste chiquitín necesita asistencia médica de inmediato.
- Sí, señorita, en seguida.
Me abrió la puerta del auto e ingresé con el pequeño en mis brazos. Probablemente no volvería a usar nunca más ese suéter; le tenía un asco enorme a los gusanos, pero no tenía corazón para dejarlo ahí tirado. Lo coloqué en mi regazo y destapé la parte inferior para ver qué sexo era.
- ¡Una nena! –sonreí, ella movía su colita y sacaba su lengua-, bien, como de ahora en adelante serás mía, a ver… No sé, luego pienso en un nombre para ti.
Me encogí de hombros y volví a colocarla en mi regazo. Saqué mi teléfono celular y marqué el número de mi padre, debía pedirle “permiso” para tener una mascota. Llamar a mi madre sería una pérdida de tiempo, siempre me enviaba directamente a hablar con él.
- ¡Sam, mi vida! –atendió papá con euforia.
- Hola, pá’, ¿qué tal ese viaje?
- Todo bien, pequeña, cuéntame ¿necesitas algo?
- Sí –sonreí-, pá’, quiero quedarme con una perrita que acabo de encontrar en una acera. Necesita cuidados y es muy mona.
- Bueno –dudó-, no tengo problemas con que tengas una mascota, pequeña, así te hace compañía.
- ¿Pero?
- Pero… ¿por qué no mejor compras un perrito sano?
- Porque quiero “éste” perrito, papá. Me dará el mismo amor y cariño que cualquier otro y además, es gratis. El amor no se compra, ¿sabes?
- Claro, hija, bueno, ¿tienes dinero en tu cuenta?, para que lo lleves al veterinario.
- Sí, de hecho ya voy en camino, sólo quería tu permiso para tenerla.
- Está bien, pequeña, te la puedes quedar.
- ¡Gracias, pá’! –sonreí-, eres lo máximo.
- De nada, mi pequeña, lo que sea que te haga feliz.
- ¡Nos vemos luego!, saludos a mamá.
Colgué la llamada y miré a la cachorrita, me miraba con unos intensos y profundos ojos marrones. Sí, sería mía, mi compañera peluda. No tenía nada en contra de los animales de r**a, al contrario, sentían y padecían como cualquier otro. Pero ellos tendrían un hogar seguro, mientras que ésta pequeña tuvo la mala suerte de acabar en la calle. Hasta el día de hoy. Yo no me fijaba en si el animal era n***o, blanco, greñudo, raro, mestizo, de r**a, sin pelo o con defectos físicos, porque todos merecían el mismo amor y respeto que yo estaba dispuesta a darles.
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Camila Di Salvo
Estaba en la academia de modelaje, supuestamente al pendiente de lo que se venía para nuestro próximo evento. En realidad no estaba prestando ni la más mínima atención. No podía parar de pensar en la cantidad de deberes que nos habían dejado y en el niño nuevo. ¡Vaya que quería asesinarlo!
La manera en la que se acercaba tanto a Samantha y se hacía el gracioso con ella. No, no, no ¡y no!, él no era el tipo de chico que ella merecía, es más, ninguno la merecía; ella era demasiado para ellos. Sólo le romperían su frágil corazón y me la harían sufrir. No soportaba la idea de verla llorar y menos por esa pila de idiotas.
Esperaba que Sofía, su amiga, llegase finalmente mañana y así no tener que ver a ese idiota sentado a su lado con esa mirada de pendejo baboso absorto por ella. Mi Sam era preciosa, realmente lo era. No entendía cómo ella podía creerse tan normalita, para mí, era la niña más hermosa de toda la institución. Después de mí, obviamente.
Sonreí. Vaya modestia la mía. Pero sí, dentro de todo, la adoraba, era un ser realmente excepcional. Si ustedes la conocieran, entenderían el grado de admiración y cariño que siento por ella.
La instructora acabó de dar las pautas y nos levantamos para irnos. Me despedí de mis compañeras y salí directa a casa de Samy. El sólo pensar en hacer los deberes en su compañía hacía que todo pareciera más ameno. No quería llegar a mi casa, era un infierno siquiera el pensar en tener que toparme con la alcohólica de mi madre.
Suspiré. Ella no siempre fue tan mala; desde la partida de mi padre todo simplemente empeoró. Ella se sumergió en el alcoholismo y en su desenfrenado sexo casual. Si no andaba revolcándose con algún tipo salido de algún bar, andaba remojándose en licor dentro del departamento. Era tedioso vivir ese calvario. Sí, por eso Samy era mi escape, mi equilibrio dentro de tanta mierda. Llegué hasta su puerta y suspiré aliviada de estar al fin con mi ángel guardián.