Capítulo 2

1868 Words
Samantha Landers   Me desperté temprano, era el primer día de clases y no quería llegar tarde. Estaba emocionada, ya sería mi último año escolar y luego… pues luego ir a la universidad y estudiar medicina. Por suerte no tendría que ir a la universidad de mi instituto, no lo odiaba pero ya estaba completamente cansada de ese ambiente. No había algo que deseara más que salir de ese infierno. Tenía 15 años, estudiaba en el Colegio San Francisco del Paraíso. En Caracas, Venezuela. Era uno de los institutos con más renombre de la ciudad. Ahí estudiaba, además del resto del mundo, con mi vecina y mejor amiga: Camila Di Salvo, una chica de familia italiana. Me alisté para ir a clases, con el típico uniforme de chemise beige y pantalón de lino azul oscuro. A veces deseaba que a las chicas nos permitiesen usar falda, al menos era más femenino. Me miré al espejo y comencé a maquillarme, algo natural, no me gustaba sobrecargar mi rostro. Cami siempre decía que menos era más, es decir, menos maquillaje equivale a más bonita. Muchos decían que una mujer al natural era hermosa, y claro que sí, pero bien maquillada lo era más. En fin, les seguía hablando de mi instituto: lo único que me atormentaba de éste era su población estudiantil. Las chicas eran huecas, Cami a veces lo era; yo la quería mucho y la conocía desde el jardín de niños que cursamos en el mismo colegio. Se suponía que el San Francisco podría crear mini Einsteins pero también los creaba huecos. ¿Por qué huecos?... porque sus conversaciones eran completamente estúpidas. Que si mira mi último celular, me fui a otro país de vacaciones, mi madre se hizo las lolas, mi madre está mejor que la tuya, yo tengo más dinero que fulanita, etc, etc, etc. Sí, huecas, usualmente eran las mujeres quienes hacían eso; pero claro, los hombres tampoco se salvaban, aunque con ellos la cosa era más relajada. La otra desventaja del San Francisco era que todo el mundo se enteraba de todo. Si te dabas tu primer beso, no habías terminado cuando ya todos lo sabían; si tuviésemos un periódico también saldría en él. No había respeto en absoluto por la privacidad ajena; es más, eso ni siquiera existía. Las madres, incluso, estaban “más buenas” que las hijas y todas iban a lucirse frente a los alumnos y otras representantes. Bien, siempre pensé que esas mujeres eran carentes de maridos o la menopausia les había sentado re-mal. De otra forma, ¿por qué unas viejas iban a coquetearle a niños que podrían ser sus hijos?, a menos que estén entrenando a sus hijas en el arte de la seducción masiva. En fin, cogí mi mochila y con mi mejor sonrisa me encaminé hacia la cocina, mi nana tenía ya el desayuno listo; como siempre, lo comería en el automóvil. Mi padre era ingeniero civil y mi madre era arquitecta. Ambos estaban más fuera del país que dentro, pero no me quejaba, prefería tenerlos algo lejos, de esa forma era más independiente de lo habitual en una joven de mi edad. - ¡Buenos días, nana! –bueno, excepto por la nana quien hacía perfectamente de madre y padre. - Buenos días, pequeña Samy, el desayuno está listo. - Gracias –le di un abrazo y besó mi frente-, eres la mejor. - ¡Bah!, no exageres, pequeña farsante. - ¡Uhg!, no me des golpes bajos tan temprano –le sonreí y presionó mis mejillas sonriéndome. Cogí la bolsa con el desayuno y me encaminé hacia el hogar de mi loca vecina. Ella ya estaba afuera, ultra maquillada y coqueta. Era extraño el hecho de que dos personas como nosotras fuésemos amigas. Ella era súper popular y yo súper nerd. Aunque las ventajas de todo eso era que nadie me molestaba o sería degradado por ella en el rango de popularidad. Sí, absurdo, pero cierto. - ¡Samy, querida! –dio unos cuantos brinquitos en el sitio antes de abrazarme. - Buen día, Cami, ¿lista para iniciar nuestro calvario? - No realmente –se encogió de hombros y no pude evitar sonreír, ésta chica era imposible-, algo me dice que inglés me sacará canas verdes. - No sé por qué te das tan mala vida, sabes que siempre acabo ayudándote. - Porque no me gusta depender tanto de ti –comentó mientras sus mejillas se sonrojaban. - No seas tontita –le sonreí-, las amigas nos ayudamos, ¿recuerdas? - ¿En qué se supone que ayudo yo? –preguntó arqueando una ceja. - En darme consejos de belleza. Soltó una carcajada y se guindó de mi brazo. Bajamos hasta el estacionamiento y subimos en el Porsche GT3 que mis padres habían comprado exclusivamente para que su única hija llegara al colegio. Bien, esto de que tus padres fuesen adinerados no era tan divertido en algunos casos, pese a todo me consideraba una persona algo sencilla. No me gustaba hacer alarde frente a nadie de mis viajes, ni de todo lo que poseía, quería que la gente me valorase por lo que era y no por lo que tenía. Pero al parecer la única que hacía eso era Cami. Nos sentamos la una al lado de la otra y comenzamos a desayunar. No podía dejar de pensar en lo que podría depararme mi primer día de clases. Estaba emocionada. El San Francisco no era del todo malo, sus instalaciones valían cada centavo que mis padres gastaban en él. Podías practicar casi cualquier deporte. Tenía piscina, canchas de todo tipo y claro, sus clubes culturales. Cami estaba en el grupo de teatro, soñaba con ser actriz mientras que yo… bueno, yo estaba en el equipo de tenis. Ella nunca se perdía mis partidos y yo jamás dejaba de ir a sus presentaciones. Así de unidas éramos; ella decía que yo era, prácticamente, todo lo que tenía en la vida. Sus padres eran divorciados y ella vivía con su madre quien, no muy diferente al papá, no le prestaba ni la más mínima atención. Sonreí y ella se volvió para mirarme. - ¿Qué? –sonrió-, ¿se me corrió el rímel? - No –reí-, estaba pensando… ¿no te parece increíble que tengamos tanto tiempo siendo amigas? - No, realmente no me había detenido a pensar en eso. - Pues, es que como Melody y  Ruth –eran dos compañeras de clases que, al igual que nosotras, habían estado juntas desde el jardín de niños- acabaron por separarse… - ¡Cierto!, Sam, no te he contado eso y no, no compares, tú y yo nos llevamos súper bien –sonrió y me miró con ternura-. Ahora, ¿sabes que ellas se separaron porque al parecer Ruth estuvo con el casi novio de Melody? - ¡No!, ¿en serio estuvo con Ryan? –reí por lo bajo mientras tapaba mi boca con una mano. - Eso dicen –se encogió de hombros-, ya sabes que ahí los chismes vuelan. - Sí, de eso no hay duda. El auto se detuvo y el chofer nos abrió la puerta. Ya nadie prestaba atención a las chicas que bajaban de aquel despampanante carro, todos nos conocían. De hecho nos apodaban café con leche, sobrenombre que, cada vez que lo recordaba hacía que me antojase de uno con pancito de mantequilla y algo de diablito*. - ¿Qué tenemos primero? –quiso saber Cami, nunca miraba el horario y a veces yo parecía su agenda. Reí al recordar nuestra primera clase. - Inglés. Soltó un bufido y puso los ojos en blanco, no pude evitar soltar una carcajada. Ella se limitó a arrojarme una mirada letal que incrementó mi diversión, luego dio un corto beso en mi mejilla y, cogidas del brazo, ingresamos a la institución. Siempre éramos el centro de atención de las miradas. Cami era morena, ojos verdes, cabello liso de color castaño y cuerpo bien definido. Yo, por mi parte, era de contextura atlética, de un color mestizo claro con ojos color miel, cabello n***o y ondulado. Viéndonos mejor, yo no diría café con leche, yo diría que parecíamos una Nucita*. Nos encaminamos hacia el salón de clases, obviando todas las miradas que se posaban en nosotras. Nos divertía, aunque yo diría que a Cami más que a mí. Yo no era muy sociable y menos con los chicos, ella sí. Le gustaban las fiestas y todo ese desmadre, yo era más casera. Claro, usualmente íbamos juntas a todas partes, a ella no le gustaba mucho estar sola. Algo irónico tomando en cuenta que ella siempre estaba rodeada de chicas, algunas chusmas, pero rodeada al fin de cualquier cosa. Me separé de su brazo para permitirle la entrada al salón, éste era su mejor momento y no lo iba a arruinar. Ella siempre entraba cual reina ingresado a su palacio, no podía evitar sentirse como toda una diva. Sonreí al verla caminar tan coqueta y elegante delante de mí; Camila era hermosa, pero lo mejor de todo es que éramos la una de la otra. Las mejores amigas, las más grandes amantes y el complemento perfecto.   ☆.。.:*・゚☆.。.:*・゚☆.。.:*・゚☆.。.:*・゚☆.。.:*・゚☆.。.:*・゚☆.。.:*・゚☆   Camila Di Salvo   Esta institución era algo a lo que no podía acostumbrarme. Aunque me encantaba ser el centro de atención de todas las miradas, a veces era agotador; me sentía como la típica muñeca de porcelana que debe permanecer inerte e inquebrantable porque a la más mínima reacción puede quebrarse. El problema no era quebrarme, era que el resto no tardaría nada en destruirme, a eso le tenía miedo. Miré a mi lado, ahí estaba ella, con su hermosa sonrisa llena de calidez. Sam era la persona más importante en mi vida, mi mejor amiga, lo más hermoso que la vida me había obsequiado. A su lado me sentía invencible, era como esa súper heroína que estaba para salvarme de quien sea, incluso de mí misma. Yo sabía que junto a ella jamás me pasaría nada malo. Pero les estaba comentando, ¡ah, sí!, ahí estaba ella a mi lado, dejándome ser la diva que ella creía que me gustaba ser. Le sonreí y continué mi camino directa al salón, lo que menos quería era llegar, no por la gente, sino por la insoportable clase que nos tocaba. Ingresé con mi típico caminar de modelo de radio, de esas que no se ven en las grandes pasarelas. Mis compañeras estaban como siempre al final del salón, el club de las desordenadas. Las saludé con la mano mientras me encaminaba hacia ellas. - ¡Buenos días, hijas de la prole! – les sonreí mientras recibía sus abrazos. - Buenos días, su majestad –respondieron al unísono ante mi broma. - Estaré esperando ansiosamente vuestros impuestos a la hora del almuerzo, vengo con muchas ganas de ingerir golosinas. Soltamos una carcajada mientras nos sentábamos a charlar un rato. Llegábamos siempre antes de la hora para ponernos al tanto de todos los chismes ocurridos en vacaciones, el fin de semana, o lo que sea que hubiese pasado fuera de clases. Sam se había quedado más adelante, nunca se integraba al grupo, solía opinar que nuestras conversaciones eran algo vacías y carentes de todo sentido común o, en mi opinión, carentes de inteligencia para su gusto. No pude evitar sonreír mientras la observaba, su dulce rostro parecía haber sido tallado en representación de un ángel. Pobre del hombre que la hiciera derramar alguna lágrima, yo me encargaría de hacerlo sufrir hasta la reencarnación. Ella era mía y la defendería a capa y espada si era necesario.
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