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Tu eres la única excepción.

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En la vida todos tenemos un secreto inconfesable, un arrepentimiento irreversible, un sueño inalcanzable y un amor inolvidable…

SE VIENEN TIEMPOS DEMASIADOS EXTRAÑOS, y Sofía la chica inocente del instituto no se imagina qué le depara el destino, ni su corazón.

¿Qué pasara de ahora en más?

¿Tendrá respuesta de las preguntas que se plantea?

Y sobre todo, lograra ser la persona en la que se quiere convertir…

¿Qué pasara con David? El chico nuevo que cautiva todas las miradas, sexy y extremadamente rebelde y muy, pero muy extraño y sin sentimientos.

¿Y en cuanto a Elías?  Su amigo de toda la infancia pero el cual no se hablan desde los cambios que provoca la popularidad, pero en este momento intenta regresar a ella.

Solo queda en las manos de Sofía elegir cual va a ser su única excepción.

(prohibida toda copia de esta historia. Ataliva Tamara)

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Capítulo 1
No tenía ni idea que estaba haciendo ni tampoco que me sucedió para sobresaltarme asustada de mi cama, no sé si fue una pesadilla o un mal presentimiento. Mire el reloj que tenía en la mesita de luz marcaban las 3:40 a.m., faltaban dos horas para levantarme e ir al instituto. ¡Genial! Otro día en el instituto Brown House. Me disgustaba demasiado el hecho de asistir, debido a la escases de amigos que tenía, o mejor dicho a ninguna amistad hecha en estos últimos años. Y sobre todas las cosas a las muchas malas personas que me esperaban, no sé porque debían envidiarme esas chicas, me caracterizo por ser una chica “común”, de cuerpo mediano, ni muy grandota ni demasiado flaca, ojos marrones y cabello n***o oscuro como la noche. Pero no todas me odiaban obvio, la reina del veneno en ese lugar, se basa en un nombre: Daian. O como yo la llamaba “la reinita Daian”, una chica del segundo año que, por ser rubia y sumamente bonita, tiene el derecho de manejar a la gente como quisiera. Capaz porque tienen la misma capacidad que la reinita para pensar… cero por ciento. Creo que es exactamente ese el motivo por el que me odia tanto, si esa sería la palabra Odiar, porque no me dejo manejar por ella. Es como dice mi madre, la ignorancia mata al hombre, en este sentido ignora a la reina y se te ponen todos en contra. No todo era malo en el Brown House, por suerte tenía una sola compañera que me llevaba… bien. Su nombre es Karyn una chica pelirroja, grandota y callada (a su modo), ingreso al instituto a principio del año y se sentó junto a mi ese día. Por lo que me pudo contar sé que se mudaron al pueblo debido a que tenían problemas con su padrastro en la ciudad donde vivía y este era el último lugar donde la buscarían. No quise saber más nada sobre el tema de su padrastro y que había pasado con su padre, porque era demasiado delicado el tema y me incomodaba. Mire hacia la ventana que tenía enfrente, la tenue luz del sol iluminaba de a poco mi cuarto de color azul marino. Me acuerdo de haber discutido con mi madre por el color elegido, ella esperaba que eligiera el color rosa como mi hermana Marian, de apenas unos meses mayor que yo, y sobre todo es el polo opuesto a lo que soy yo, Marian es más parecida a mi madre divertida, ansiosa, bella y hasta en algunas ocasiones un fastidio para mí. Era increíble cómo eran parecidas ellas dos, si no nos conocieran dirían que ellas dos serian hermanas y yo la madre. Mi madre agradecía como yo era y le gustaba que no cambiara mi forma de ser…. — ¡¡Sofía!! – Se escuchó desde abajo, al pie de las escaleras que daban al primer piso… mi nombre. Era mi madre. – Apúrate el desayuno está listo, despierta a tu hermana. Se notaba el entusiasmo de la voz de mi madre por las mañanas, siempre se levantaba así. Y seguro después de ese grito Marian ya se había levantado. Me dirigí directo a la puerta de mi habitación para salir e ir al baño. Me asuste al ver a mi hermana correr para entrar al baño primero. Como había pensado se levantó por el grito de mi madre, y lo cual me disgusto más porque una vez que entra al baño se queda horas metida para arreglarse y peinar su hermoso cabello largo y rubio. — No te molestes en levantarme, el grito de mama sirvió de ayuda.- me dijo Marian al cerrar la puerta del baño. Genial, ahora tendría que esperar una hora para poder alistarme bien. Di media vuelta y entre otra vez a mi habitación. Fui directo a mi cama para tenderla, echarle perfume como hago a diario, y luego camine hacia mi ropero. Me pare frente a él, observando con determinación lo enorme que era y el hermoso color blanco que tenía, con tres puertas y seis cajoneras con el mismo toque de figuras entrelazadas, de aspecto medieval. Abrí la puerta izquierda donde sabía que estaban los pantalones de jeans y busque uno de color azul oscuro con preferencia con bolsillos adelante, no se para que buscaba tanto, si al fin y al cabo eran todos de igual estilo sin diferenciarse mucho. Abrí la segunda cajonera para agarrar una blusa marrón, y en el tercer cajonera saque un par de medias blancas. Me tome tiempo para cambiarme, ya que seguro me quedaría como veinte minutos para entrar al baño. Cuando termine me dirigí a la puerta del baño llevando mi ropa de cama para colocarla en el cesto de ropa sucia para lavarla luego. — Ya puedes entrar.- dijo Marian dirigiéndose a mí, con una sonrisa de las que se podría decir divertida, y viniendo de ella es de superioridad. — vaya es un milagro has salido 2 minutos antes de lo habitual. — Sí, es que a la belleza hay que darle unos toques no embellecerla más.- lo dijo mientras levantaba los hombros con gesto de indiferencia. — Sí. Claro…- no tenía ganas de discutir sus sermones de lo muy linda que era, y todas esas cosas de como ella se describe. — Bueno apúrate para ir al instituto.- dio media vuelta y se fue a su habitación. Entre al baño e hice todo lo que tenía que hacer, sin retrasarme mucho. Me lave la cara, me cepille los dientes, pude ver que se marcaban de un color violáceo por debajo de mis ojos, eran las ojeras. Eso habrá sido por lo poco que estoy descansando últimamente, los retoque con un poco de maquillaje sin mucho éxito, debido a mi poca práctica con ello, así que volví a enjuagarme la cara y las deje así. Peine mi pelo sin atarlo y salí del baño. Baje las escaleras, todavía en pantuflas, ya que mis zapatillas debían estar en el lavadero ya secas. Fui a buscarlas y ahí estaban, me las puse y me fui directo a la cocina a desayunar. Al llegar abrí la heladera para sacar la leche, y de la alacena los cereales. — Sofí, te he preparado tocino con huevos.- Me dijo mi madre que sostenía a su querido cachorro coquer, Bufí. — Gracias mama, pero mi estómago no se siente bien para esa comida tan pesada desde temprano.- En realidad una parte era cierto, ya que realmente se revolvía mi estómago al sentir ese olor a grasa, pero por el otro lado mi madre no era una buena cocinera y los huevos y el tocino estaban a medio cocinar, lo notaba por las líneas de sangre que habían en el plato. — ¿Te sientes mal? ¿Quieres que llame al médico?- Me pregunto sobresaltada mi madre. — No mama, estoy bien, solo no tengo apetito de esa comida y por las dudas no quiero castigar a mi pobre estomago.- Le dije mientras levantaba las manos para tranquilizarla. Siempre se ponía muy protectora o se asustaba enseguida, se ponía muy dramática en cosas muy mínimas. Mi hermana que estaba a punto de terminar el desayuno, miro a mi madre y refunfuño: — ¿Por qué te pones melodramática con Sofía? ¿Y conmigo siempre dudas si estoy bien o mal? — Sencillo.- dijo mi mama mirándome y guiñando un ojo- ella nunca se queda hablando por teléfono ni caminando por toda la casa cuando se siente mal, solo se dirige a su habitación y se acuesta a descansar. Marian hecho una pequeña sonrisa delatadora de que mi madre decía la verdad. — Como usted diga señora Wood. - Dijo Marian en tono sereno pero divertido que las tres nos echamos a reír. — Bien niñas, me voy a trabajar, puede que llegue tarde hay mucho papelerío en el hospital, están atrasados y debo terminarlos. — ¿O será el doctor Larwin el que te atrasara? Dijo Marian guiñándole un ojo. — Marian, por favor no digas eso, el doctor Larwin es nuevo en el pueblo y es viudo con tres hijos hace poco tiempo, ten compasión. — Como digas mama. Igual ya estaba enterrada de ello y hoy empiezan sus hijos en el instituto. Veremos si son tan guapos como el padre. — Bueno chicas no se atrasen ni lleguen tarde, las quiero.- se dirigió a la puerta que da a la calle, se subió a su auto y se marchó. Termine mi cuenco de cereales, me levante y lo lleve al fregadero, deje limpia la cocina juntando también el plato de mi hermana, en ese mismo momento sonó el timbre del teléfono. — Yo atiendo. Dijo Marian y se dirigió al living. — Buenos días, casa de los Wood.-escuche atentamente a lo que decía ya que me sorprende que llamen a esa hora a casa.- hola lisa, ¡ya lo sé!, claro siendo hijos del doctor deben ser guapísimos, empiezan hoy. Ya que solo se dedicaban a chusmear sobre gente del pueblo deje de prestarle atención y continúe con la limpieza. Estas chicas tendrían que ser periodistas, saben todo de todos. Unos minutos después, casi 10 minutos mi hermana colgó el teléfono. — ¿Quién era? -Le pregunte a mi hermana aunque ya sabía quién era, ya que es inevitable escucharla cuando habla emocionada. — Era lisa — ¿Y qué es lo que quería? ¿Alguna tarea que se olvidó hacer?. - Le preguntaba mientras guardaba algunos libros en mi mochila. — Si claro. Como si siempre llamara para pedirme la tarea. — ¿Entonces? — Me ha dicho que hoy comienzan los hijos de Larwin, como si no supiera de eso ya. - Decía mientras se ponía su camperon — Qué raro Marian Wood que no supiera las noticias del día. - Le bromee. Me miro con cara de pocos amigos y dijo. — Por ese motivo no tienes amigos, deberías socializar más… — Vale, vale, vámonos antes que se haga tarde. - me coloque mi impermeable.- ¿no vas a llevarte más que esa campera? — No, porque si no mi espectacular silueta no se notaria- Me miro y sonrió. — Bien vamos. - Que chica, con el frío que hace afuera se preocupa por su figura. Salimos hacia el patio donde estaban nuestros automóviles. Por supuesto llevábamos uno solo ya que yo todavía no tenía la licencia al tener 17 años y solo podía conducir con un mayor al mando. Eso hasta que obligue a mama a que me dé permiso. Iba pensando que hoy iba a ser un día demasiado largo. Sin saber porque tenía ese pensamiento tan repentino. Al salir de la casa me arrepentí de no salir con un suéter más abrigado. Hacía mucho frío, en lo que respecta a mí. Nos dirigimos hacia el coche de mi hermana, que fue un regalo de mis abuelos, los padres de mi madre, cuando Marián cumplió 18. Los dos coches eran un Gold trend, el de Marian rojo, el mío n***o. El tapiz del coche de Marián era n***o. Me quede mirándolo y ella se dio cuenta. — Lindo regalo de cumpleaños de los abuelos. ¿No? Hasta se adelantaron con el tuyo. Me dijo mientras acariciaba el capo de su auto. — Si es verdad, aunque me gustaría conocer a.. - Dude de decirlo por un momento —... bueno... papa. — Ya sabes cómo viene el tema. Me dijo enojada. — Tienes razón, vámonos. Sin importar que fue lo que paso entre mi padre y mi madre, deseaba conocerlo.

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