Esa noche soñé que Emil y su amigo se besaban y que se burlaban de mí a mis espaldas. Desperté molesto. Irritado. Aunque era irracional, sentía que lo odiaba, que me había traicionado de la peor forma. Él que me había dicho que me amaba, me traicionaba con su amigo. ¡No lo podía resistir! Me sentía hecho añicos.
No pensaba volver a dirigirle la palabra, y mucho menos verlo. Cuando se hizo de mañana no tenía ganas de levantarme. Mis papás seguían discutiendo, la misma historia de siempre. Bajé sin bañarme, apenas probé bocado y me fui a la escuela. Ninguno de los dos me vio ir. Daba igual si me iba de pinta o me cortaba las venas. ¿Por qué tenía que escucharlos discutir? ¿Por qué tenía que escuchar a mamá acusándole de abusador y de mujeriego y a papá llamándola loca, histérica? Si algo aprendí de ellos era que el amor se acaba. No importa cuánto creas amar, no importa las promesas de amor que hagas, llegado el momento el amor se acaba y con él, todas esas promesas de amor que se hicieron. Pero yo, fruto de su amor seguía vivo, y a ninguno de los dos les importaba.
¿Tenía sentido mi vida? En ese momento bien podía morir y el mundo seguiría su curso sin mí.
En los pasillos, Emil aparecía delante de mí. Sonriente, animado, demostrándome que el mundo entero era un mundo maravilloso para todos, menos para mí. A veces nos quedábamos hablando de lo que sea.
—Ese día concentré mi energía para llamarte. Tuviste que sentirlo, dime que no me equivoco.
Yo le escuchaba en silencio, asombrado. Aquella experiencia era real, lo que yo había visto. Emil me hablaba de esa misma energía blanca, pero yo estaba demasiado molesto, celoso y dolido, por algo que él no podía ser culpable, pero en mi inmadurez eso no importaba, por eso le mentí.
—No sé de lo que me hablas. Yo no vi nada. —mi tono era burlón, hiriente. Vi que mis palabras le dañaban y eso era lo que yo buscaba, quería verlo sufrir tanto como yo lo hacía.
—No quise molestarte, olvida lo que te dije por favor. —y se marchaba sonrojado, humillado.
Una tarde, recuerdo bien que era un fin de semana largo y desastroso, con mis papás fuimos de paseo a la laguna la Brava, que quedaba re lejos y el viaje era algo tedioso, pero una vez que llegamos, parecía que las cosas mejoraban entre ellos. La verdad es quería verlos contentos como en mis recuerdos de cuando era apenas un pibe pequeño, ver llegar a mamá con una sonrisa, a papá abrazándola, luego, ambos me miraban llenos de amor. Extrañaba eso maldita sea. Pero, en cambio se pusieron a beber, al perder el control, se peleaban y yo cansado de ser el mediador me vi dentro de un fuerte bajón.
Estaba cansado, cansado de vivir, de buscar la forma de contentarles, y nada de lo que hacía, ningún esfuerzo mío les bastaba. Cada vez que mamá me miraba veía el recuerdo del hombre que la había defraudado y arruinado su vida. Y papá, solo veía en mí la debilidad heredada de mamá. Me sentía rechazado por ambos. Ya por la media noche, cuando ellos dormían, me llevé a la orilla del arroyo una caja de cerveza y comencé a beber hasta sentirme mareado.
—Hoy es una maravillosa noche para acabar con todo ꟷme dije a mi mismo, con valentía. Bebí la última cerveza, que estaba caliente y me lancé al arroyo. Iba a morir. No sabía nadar. En las profundidades, el frio y la oscuridad me daban paz. Me sentía bien. Acabando con todo. Ya no más dolor, ya no más miedo. Ya no más. Mi cuerpo entero parecía liberarse de un fuerte peso. Mi alma se elevaba y vi la luz. Una luz blanquecina conocida, me rodeaba y me envolvía atrayéndome hacia él. Emil, pensé, Emil, pronuncié. Y entonces, unas manos me sujetaron con mucha fuerza.
—¡Respira! ¡Respira! —gritaba. Y esa voz era suya. Era Emil.
Recuerdo que veía sus labios moverse, me decía algo, pero yo no conseguía escucharle. Tosía. Estaba aturdido, colapsado. Y luego, al comprender que no le podía escuchar me besó nuevamente.
Desperté rodeado de mis padres y de un señor al que no conocía de nada. Recuerdo que lo primero que dije fue “Emil” pero nadie pudo escucharme.
—¿Estás bien?
Lo único que quería era ver a Emil para saber si todo aquello que recordaba era cierto.
—¿Dónde está Emil?
El señor un tanto incómodo se me acercó. Recuerdo bien que tenía un sombrero en las manos y como un tic nervioso lo iba girando.
—¿Te refieres a mi nieto? Está en casa ahora, lo mandé a cambiarse de ropa. Fue él, quien te vio caer y te sacó del agua. Me encargó que te dijera que "lo sabe"—El señor se veía incómodo al darme aquél extraño mensaje—. Lo siento, debes ser su amigo y ya conoces como es él—Tras decir eso a modo de disculpa se marchó, despidiéndose primero de mis papás.
Luego de algún tiempo, Emil me contó que era obra del destino que ese fin de semana estuviera de visita con su abuelo, que vivía bastante cerca de la laguna. Y que estaba paseando por las orillas a la misma hora que yo bebía amargado las cervezas. Emil me confesó que deseaba verme y si yo no me lanzaba esa noche al arrollo, era muy probable que nos encontremos. Aquella noche del incidente vino a verme al hospital, pero yo no quise recibirlo, tenía el sabor amargo de esas pesadillas en la que me traicionaba con su amigo, ese sentimiento era tan fuerte que ya no importaba si era un sueño o la realidad, para mí, Emil me había traicionado. Ni siquiera éramos nada.